Se dice que muchas historias comienzan donde otras terminan. En la crónica del cristianismo podemos observar que también sucede. El Anno Domini o Año del Señor es, en realidad, todo el siglo primero después de Cristo. Un periodo de profundos cambios históricos reflejados en la serie A. D. (Ídem, 1985), que narra el surgimiento, asentamiento y persecución de las primeras comunidades cristianas dentro del imperio romano, tomando como base a un reducido aunque significativo numero de personajes.
El material narrativo fue adaptado por el estimulante escritor británico Anthony Burgess (1917-1993), tomado de su propia novela The kingdom of the wicked (1985), secuela a su vez, de otra anterior, Man of Nazareth (1979; no conozco traducciones de ninguna de ellas al español).
Por su parte, el realizador Stuart Cooper (1942) proporciona a este material un ritmo sosegado, lejos de los apresuramientos actuales, y centra su puesta en escena en unos decorados creíbles, apoyados así mismo por la inspirada partitura de Lalo Schifrin (1932; hubo edición a cargo del sello Prometheus).
En su excelente libro Los cristianismos derrotados (Edaf, 2011), el catedrático Antonio Piñero (1941) recordaba la diversidad de cristianismos que emergieron en torno a la figura de Jesús, junto a la relación de disputas teológicas más destacadas (ocasión habrá de profundizar en esta cuestión -si me permiten la venia de “Dios mediante”-, en una futura reseña). Pues bien, este es el contexto en el que se desenvuelven los personajes de la serie.
Esta da comienzo cuando se está procediendo a desmantelar el desolador escenario del Monte Calvario o Gólgota; primero de muchos: Capri, Jerusalén, Roma…, pero sin duda, el más relevante, además de vertebrador del resto. De este modo se inicia la congregación de aquellos primeros cristianismos –en plural-, “llamados al orden” y repensados por el futuro Pablo de Tarso (5-10 - 58-67 D.C.; interpretado por Philip Sayer), apóstol con ciudadanía romana.
Esto sucede al mismo tiempo que el imperio de Roma ha iniciado su inexorable espiral de decadencia. Tiberio (42 A.C. - 37 D.C; James Mason), se muestra exasperantemente ajeno a todo gobierno desde su retiro en Capri, a pesar de la urgencia de sus consejeros. Una situación en la que sobrevuela la cuestión de cómo desea un dirigente ser recordado por la historia, quiera o no: bien restaurando el orden (por distintos medios), o bien delegando en otros, supuestamente responsables, el ejercicio de la ley. Por desgracia, el emperador se dilata en lo segundo y, cuando se aviene a lo primero, ya no le queda tiempo.
La decadencia por venir es tristemente asumida por el mejor consejero de Tiberio, Nerva (un estupendo Jack Warden), que, finalmente, elige no presenciar el trágico final; sabe muy bien que sí hay que temer y respetar el dictamen de la Historia.
Al destino de una Roma descabezada se suman las ansias de revancha de algunas facciones hebreas más extremistas, zelotes, saduceos, los eremitas esenios... Una buena secuencia es aquella en la que judíos de distintos bandos discuten acerca del controvertido Jesús y dirimen su futuro en común (capítulo II). Es el devenir de un incipiente cristianismo entre los apóstoles y los primeros creyentes y conversos, muchos de ellos “testigos directos” de los hechos de Jesús, frente a una comunidad semita no monolítica, sino poliédrica y dividida. Por ejemplo, durante los primeros capítulos se advierte la influencia de los llamados órficos (los judío-griegos), de un talante más agresivo.
Otro acontecimiento importante atañe al referido Saulo. Su conversión se resuelve de modo ingenioso: el “accidente” a caballo le produce una ceguera (V), que se tomará su tiempo en “sanar”. El periplo vital no es solo suyo, sino también de Pedro (Denis Quilley) o del extremista Caleb (Chris Humphreys), cuyas vivencias se alternan junto a ilustraciones más literales o discutibles, como la licencia del rezo del Padrenuestro tal cual lo conocemos en la actualidad (XII), o la “llamativa” venida del Espíritu Santo a los Apóstoles, custodios del legado de Jesús (aunque la secuencia se alterna, acertadamente, con el desfile de los primeros mártires que marchan a la crucifixión).
De los citados debates teológicos que acontecen en el Templo de Salomón y también en los hogares (III, IV), emergen algunos judíos que, ante la opresión, toman partido por las armas (IV), en la línea de los referidos órficos, que desobedecen la Torá y están al margen de los eventos más destacados de la comunidad, como la aparición de los siete primeros diáconos de la Fe.
Para estos escindidos, ¿son los cristianos representación del auténtico Dios, o solo una secta de hombres? Lo cierto es que los seres humanos muchas veces han encontrado más razones para destruir que para crear, sobre todo cuando entran en liza conceptos trascendentes o, sencillamente, que resultan desconocidos. De este modo y en un principio, los catalogados como herejes (los primeros cristianos) han de ser “salvados” por ellos mismos más que con la ayuda de nadie (y menos del Sanedrín, la asamblea suprema del pueblo de Israel y consejo para asuntos religiosos). Tal será el caso del propio Saulo, que de perseguidor pasa a ser menospreciado –más que perseguido-, en un complejo retrato de expiación por los abusos cometidos (como su implicación en la lapidación de Marcelo –Roderick Horn-).
Entre tanto, en Roma prosigue la debacle. Las esperanzas puestas en Calígula (12-41 D.C.; John McEnery), en un principio apreciado por el ejército, pronto se ven frustradas. Pese a todo, el soldado romano Valerio (Neil Dickson), representante de lo mejor del imperio, no tendrá reparo en enamorarse de la joven hebrea Sarah (Amanda Pays). Un bonito momento es aquel que muestra a ambos charlando bajo la lluvia.
Posteriormente, la relación entre Valerio y Mesalina (Jennifer O’Neill), forzada por la segunda, también resulta menos convencional -o “superficial”- de lo que en un principio la tradición otorga (IX), pese a que se trata de un tira y afloja entre el deseo, como sustento del poder, y el destino, que se empeña en destruir lo mejor que Roma puede ofrecer (y ofreció).
También podemos destacar el plano de las cicatrices en las manos del peregrino que acompaña a Cleofás y Zaqueo (Tom Durham y Anthony Pedley) en su camino a Emaús (I), o el personaje del militar Cormelio (Paul Freeman), que en tanto asume la nueva creencia, elude parte de su responsabilidad al cuestionar el arte de gobernar (VI). Todos ellos son personajes puestos a prueba en una red de relaciones tan novedosa como antigua, muchas veces apoyada por la elipsis, por la que cobra gran importancia aquello que ha sido referido, el “boca-oído”.
Coproducción anglo-italiana, A.D. completó su espléndido reparto con Ava Gardner, John Houseman, Anthony Zerbe, Colleen Dewhurst, Richard Kiley, David Hedison, Richard Roundtree, Susan Sarandon, Ian McShane y Fernando Rey como Séneca (4 A.C. – 65 D.C.).
Según parece, la edición española disponible en formato DVD, prescinde de buena parte del material y tampoco respeta el orden por capítulos (mi comentario se basa en una modesta grabación de TVE en video). Esperemos que en futuras ocasiones pueda ofertarse una correcta edición de esta apreciable mini serie.
Escrito por Javier C. Aguilera
A las ediciones en dvd actuales, al menos la española, si no me equivoco le han quitado prácticamente TODA parte que incumba a la visión romana de esa época. Osea que se quedan solo las partes judias y cristianas destrozando el bonito mosaico que creo esta serie. A mi entender, lo mejor que tiene es, que no intenta convencer a nadie de nada (no como su remake que hace todo lo contrario).
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