Clásicos Inolvidables (XLIII): París era una fiesta, de Ernest Hemingway

16 mayo, 2014

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Los cuadros, los pasteles y los aguardientes eran de verdadera maravilla (Hemingway).

Vienen de la Primera Guerra Mundial y son los años veinte. Éstas son las características formales que definieron aquello que la “exilada” y maestra de ceremonias Gertrude Stein -parece confirmado que por mediación de un mecánico de coches- (1874-1946), motejó de “Generación Perdida”, sintagma bastante preciso de las circunstancias de aquellos jóvenes expatriados.

En efecto, varias ciudades y países europeos -no conviene limitar el radio de acción solo a Francia-, se vieron salpicados por la vivaracha presencia de muchos aspirantes a artista. Ahora bien, París, como epicentro de ese gran oasis, por su ambiente y significación cultural, acogió personalmente a multitud de esos potenciales artistas, que con el talento necesario aunque a veces adormecido, pudieron ir desarrollando su creatividad; ¡a pesar de que siempre nos acordemos de los mismos! Y aunque a algunos no les sobrase el dinero, precisamente, para poder viajar, otros como Hemingway, ya casado y con un hijo pequeño, se encontraban más apurados económicamente, y a merced de sus artículos para la prensa.

En París era una fiesta (A moveable feast, Lumen, 2013; Contemporánea, 2014), el Nobel Ernest Hemingway (1899-1961) recuerda tanto a grandes figuras de hoy día, como a varios de esos otros artistas que no han trascendido o logrado dar forma a su potencial creativo, porque su “ensayo-memorístico” es un recorrido por aquellos años de búsquedas y encuentros, centrados en su estancia personal en la capital francesa, pero con escapadas a otros lugares de la vetusta e inspiradora Europa.

E inspirador fue para Ernest Hemingway el olor a tierra mojada, a castañas, a leña que llegaba en plena calle. Además, es el suyo un escrito sobre la juventud, que como las mejores aportaciones a esta fase de la vida, ha sido redactado por un adulto. Sobre la juventud y sobre el dolor de una ruptura, el haberse equivocado, y la soledad.

París en los años veinte
Hemos de tener en cuenta que estos escritores, venidos de otros puntos en conflicto, o en plena encrucijada social, caso de E.E.U.U., sentían que sus países de origen no estaban a la altura, literariamente hablando, respecto a lo que ellos habían vivido. Como señalábamos al principio, estos jóvenes eran la generación truncada por la devastación de una guerra terrible, y ante ellos se presentaba el futuro inmediato de una década de desahogo pero también de reubicación.

En estos casos, a la celebración del joie de vivre se sumó a la necesidad de crear, frente a una cultura madre reprimida. Lo corrobora el hecho de que, en su mayoría, estos autores no escriban acerca de París -Hemingway lo hará mucho después; de hecho, este libro se publica tras su muerte-, sino que lo hagan sobre la propia América. Lo que el ambiente de París les proporciona es una perspectiva que no era posible en el país de origen.

Como recuerda el joven escritor, entonces solo autor de algunos (muy notables) cuentos, se trataba de “competir con el arte y la literatura, y no con nadie en particular”. Y como también suele ocurrir, cuando él cambió, París se transformó: “uno cambiaba a medida que cambiaba la ciudad(pg. 268: la edición que manejo es la de Lumen).

Sylvia Beach frente a su librería Shakespare & Co.
Por las páginas de Hemingway desfilan, como se suele decir, los retratos de varios artistas, grandes o solo singulares, pero que más que el autor de las líneas, ha definido el tiempo: Ezra Pound, James Joyce, Sherwood Anderson, o Scott Fitzgerald y su tortuosa existencia al lado de esa locura revestida de maldad llamada Zelda. Relaciones más que amistades, y hasta un cameo del esotérico Aleister Crowly (pg. 91), junto al sentido recuerdo hacia todos aquellos que se quedaron en el intento.

Como queda dicho, el escrito se centra en su estancia prolongada en París, con visitas a otros lugares, y evidencia la prosa nítida y lacónica de Hemingway, tanto como su afición por lo arriesgado y el deporte (esquí, caballos, ciclismo…). Todo ello, salpicado por reflexiones acerca del proceso de escribir, como sucede en los añadidos Bocetos sobre París, esclarecedores en la intencionalidad y la propia naturaleza del texto. De estos últimos entresacamos otra reflexión: “Hemos estado en lugares extraños en momentos extraños(pg. 274).

Hemingway junto a Fitzgerald
Huraño, irascible, sardónico, desapacible, generoso, disciplinado en la escritura, huidor de la mayoría de salones de las damas adineradas, de los peligros de la adulación y el éxito a edades tempranas, pero consciente de la necesidad de independencia -de soledad en sociedad, en definitiva-, de casi todo escritor, Ernest Hemingway nos habla de sí mismo en este libro, del tiempo que le tocó vivir, y finalmente, de la ruptura auto infligida y consciente, la más dolorosa y duradera herida de batalla.

Su conocimiento de la naturaleza humana y la afición a la poco considerada literatura de género (Simenon es el autor tomado como ejemplo), encuentran hospedaje en París era una fiesta.

Escrito por Javier C. Aguilera



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