Otros mundos (VIII): La conexión cósmica, de Carl Sagan

30 mayo, 2014

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No fue el primer científico mediático, pero sí aquel cuyo recuerdo ha permanecido más vivo, al menos para varias generaciones de lectores y telespectadores, por cercanía tanto temporal como afectiva. Al igual que Albert Einstein (1879-1955), o en su día, Johannes Kepler (1571-1630), Carl Edward Sagan (1934-1996), acercó el universo a la vida cotidiana de la gente, recordando lo extraordinario al común de los habitantes del tercer planeta del sistema solar. 

Su vida fue la era de la Expo de 1939 en Nueva York –el primer gran recuerdo infantil-, de la eclosión de la ciencia ficción –a la que siempre agradeció su interés por la ciencia-del Sputnik, la Luna, Marte…

Con respecto al Planeta Rojo, Sagan ya estuvo implicado en la consecución de las sondas exploradoras Viking, que arribaron al planeta en 1976, mostrando una faz inesperadamente árida y desilusionante del mundo vecino. 

Ese “enfado”, esa decepción o desconcierto –a Marte hay que sumar el infierno de Venus, asunto sobre el que versó su tesis, cuando la ficción de Edgar Rice Burroughs (1875-1950) y otros, había conjeturado un entorno más exuberante-, explica muchas actitudes ambivalentes y cíclicas con respecto a la posibilidad del contacto con otras formas de vida (además, en pleno marasmo del fenómeno de los no identificados, casi como “hecho religioso” –el “casi” es para salvaguardar la dignidad de algunos investigadores y divulgadores, además de la del fenómeno mismo).

De la importancia de esta labor divulgativa se percató –y apropió- Carl Sagan, asumiendo la necesidad de trascender el ámbito de las revistas científicas. El astrónomo se dio cuenta de la ineludible importancia de la televisión, como demostró en su magnífica serie documental Cosmos (1980), auténtico precedente de otras afamadas producciones posteriores como El Universo (2007-2012), y germen él mismo de otros “científicos-estrella” recientes.

Pero lentamente, Marte iría desvelando una más que interesante vida geológica, aunque todavía entonces, al logro técnico se unió la decepción de un sistema solar, ya casi con toda seguridad, despoblado. Es decir, la asunción de la paradoja de Enrico Fermi (1901-1954), o las “cósmicas puñetas” del añorado Fernando Jiménez del Oso, (1941-2005), a las que mandó a los visitantes por no manifestarse de forma más rotunda. Y el estancamiento de la exploración espacial: escasez de presupuestos y de ilusión en general.


Hasta que poco a poco, el factor especulativo resurgió en Carl Sagan (junto al auto perdón por la desbaratada vida familiar). Con La conexión cósmica (The cosmic connection, 1973; Plaza & Janés, Otros Mundos, 1978), el autor acometía por segunda vez en solitario la empresa de acercar la ciencia, con sus misterios y maravillas, al lector de la calle.

El libro está fraccionado en tres partes, Perspectivas cósmicas, donde hace hincapié en “la exploración espacial como empresa humana”; El sistema solar, y Más allá del sistema solar.


Frente al chauvinismo del carbono, cuyo principal problema es “extender los avances tecnológicos a la vez que se mantiene la diversidad cultural”, recuerda Sagan que el primer intento serio que hizo la humanidad por comunicarse con civilizaciones extraterrestres tuvo lugar el tres de marzo de 1972, con el lanzamiento del Pioneer 10, portador de la famosa placa con grabados del ser humano y otros datos (aún faltaban unos años para el disco con los sonidos de la Tierra del Voyager, proyecto en el que también intervino activamente el astrofísico). A este logro sin paliativos hay que sumar nuestro primer intento de escuchar emisiones extraterrestres (el Proyecto Ozma) (pg. 207).

Entre otras ideas desplegadas en La conexión cósmica, destaca el hecho de que la naturaleza se sirva de mutaciones o variaciones bruscas, favorecidas por los rayos cósmicos que penetran en la atmósfera. O los inconvenientes y ventajas de captar señales en el espacio (capítulos XXIX y XXX), o la posibilidad de inteligencias extraterrestres -e indirectamente, la intrusión del testimonio psicológico, situado por encima del físico, en el cómputo de evidencias de los OVNIS (pg. 213)

La placa del Pioneer 10
Como es su costumbre, el cosmólogo nos propone -nos sigue proponiendo- un apasionado y esclarecedor viaje por nebulosas, nuestro sol, o el sistema terciario donde mora Alfa Centauro, la estrella más cercana a la Tierra, desde la cual, observa un ubicuo Sagan, no hay manera de distinguir planetas girando alrededor del sol, o más concretamente, que en el tercero haya formas de vida.

El recorrido cósmico nos explica la muerte de las estrellas más pesadas en forma de supernova, que podrían proporcionar los medios para atravesar los actuales límites del espacio y el tiempo, o los efectos Rayleigh e “Invernadero” sobre Venus, los pulsars -estrellas de neutrón provenientes de supernovas-, la posibilidad de que las lunas de Marte, Deimos y Phobos, puedan ser artificiales, el terramorphing (terraformación), y last but not least, el origen del hierro, calcio y carbono que nos compone.

Pulsar
Un científico mediático es diferente a un científico convertido en noticia -hasta podemos incluir alguna oveja.

Carl Sagan ayudó mucho a humanizar la ciencia y hacerla más accesible y popular. Sus perfecciones e imperfecciones rubricaron que, realmente, estamos hechos de materia estelar.

Escrito por Javier C. Aguilera



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