A MODO DE MANIFIESTO BLOGAL
Unas palabras previas si me permite el amable lector -pero que naturalmente puede evitarse, simplemente pasando al siguiente epígrafe-.
Cuando hace dos años Luis J. del Castillo me ofreció la posibilidad de colaborar en el blog que había fundado junto a su compañera Mariela B. Ortega, me interesó, además de volver a ejercitarme escribiendo, la posibilidad de poder ponerte en “comunicación” con un público tan disperso (en sentido espacial) como afín, porque significaba volver a actuar como –modesto- divulgador de aquellos asuntos y obras que particularmente nos gustan, a través de textos razonados –aunque no siempre se esté de acuerdo-, que focalizaran su esfuerzo no solo en el material literario, sino también en el musical o cinematográfico, aspecto último que, guste o no –que otra cosa es el desconocimiento que se tiene de él-, y pese a seguir siendo objeto de multitud de tópicos y toda (mala) suerte de lugares comunes, ha sido el arte definidor del pasado siglo XX por excelencia (del XXI aún no estoy seguro, aunque humildemente creo que, con toda probabilidad, no será el cine, que ya dio sobradamente lo mejor de sí, con todas las excepciones que se puedan sumar).
En segundo lugar, y creo poder hablar por los tres componentes del blog, nos anima el hecho de ofrecer un tipo de propuestas de análisis, acertados o no, pero personales, no de oídas; es decir, habiendo leído el libro (¡y no solo las solapillas!) y visto –o revisado por enésima vez- la película. Algo que puede parecer muy obvio…
En tercer lugar, y teniendo muy presente que la nuestra no tiene intención de convertirse en “la última palabra” de nada, está esa posibilidad de poder acceder a un buen número de aficionados, porque yo sí creo que –tristemente y todo lo que se quiera-, en estos momentos, lo que no aparezca en la red apenas si existe. Con todo lo injusto que esto pueda parecer para el material con soporte físico ya editado, de los que cada vez se acuerda menos gente (es la triste realidad que constato), y con todo el peligro que supone el quedar “perdido” entre el maremágnum de información que se encuentra en internet. Pese a ello, pensamos que merece la pena, y si no aspiramos a estar de acuerdo siempre con todo el mundo, si al menos a que nuestras opiniones sean respetadas; con eso nos damos por muy satisfechos.
(Dicho lo cual, en el Baúl somos un grupito de privilegiados que sigue gastando su escaso peculio en libros, como valiosos objetos físicos; de hecho, algunas de nuestras secciones glosan ediciones pasadas: el mercado del libro usado también representa a un determinado tipo de lector).
Cuarto, como no nos gusta el reduccionismo que presuponen los listados -al estilo de “¡Las cien mejores películas de no sé qué!” ó “¡El mejor poeta hispanoamericano!”-, nos hemos propuesto, en la medida que el tiempo y nuestras posibilidades lo permitan, abordar con respeto todo género artístico, siempre que la obra presente una mínima dignidad creativa. Esto es, no nos resulta menos loable un film de serie B, si está bien filmado -como sucede en la mayoría de casos-, que una superproducción, del mismo modo que una superproducción no es menos “cinematográfica” por el hecho de haber requerido más dinero, frente a un producto “prefabricadamente alternativo”, pongo por caso. Nos interesan los resultados, el saldo objetivo de una obra, no su adscripción o conveniencia ideológica; del mismo modo que no se nos caen los anillos si una gran obra de la literatura comparte cercanía con nuestra jolgoriosa y más desinhibida sección de Otros Mundos.
Granada al atardecer (fotografía de Mariela B. Ortega) |
Quinto. Personalmente, y dejando al margen las novedades literarias o cinematográficas, que requieren de un tratamiento crítico pleno, a estas alturas he decidido no montar una jeremiada de aquellos productos que me decepcionan o disgustan; al contrario de lo que han venido pensando algunos críticos poco clementes, creo que con evitar hablar del asunto, solucionado -de nuevo dicho lo cual, ello no excluye algún que otro tirón de orejas, más que a determinadas obras, hacia determinadas actitudes, como el lector tendrá ocasión de comprobar algo más abajo, cuando aborde el “estado de la cuestión” de la ciencia ficción; además de que, por descontado, ¡aún quedan infinidad de obras que quisiera reseñar en este blog!
En último lugar, reitero mi agradecimiento a Luis, al que cariñosamente he venido en apodar “mi editor”, pues es quien se las apaña con las fotos y el material escrito que le envío para componer y “colgar” los textos, muchos de ellos redactados con bastante anterioridad, sobre todo en aquellas épocas de más trabajo. Quiero decir con esto, y nuevamente creo hablar por los tres, que si seguimos haciendo Baúl del castillo es, sencillamente, porque nos gusta y pensamos que merece la pena. Esperamos que el lector esté de acuerdo y siga favoreciéndonos con su compañía, para nosotros siempre personal, y sirvan estas palabras como anticipo a la nueva sección que inauguramos hoy en Baúl del Castillo, y que ya paso a detallar (a partir de la segunda imagen, en compañía del ilustrador Virgil Finlay, 1914-1971, del que también se cumplen cien años de su nacimiento).
A MODO DE MANIFIESTO FANTACIENTÍFICO
Imagen de Bruce Kaiser (2007) |
A finales de los noventa aparecieron algunos documentales dedicados al cine clásico de terror y ciencia ficción de resultados bastante decepcionantes, no solo por desperdiciar a un maestro de ceremonias del talento de Christopher Lee, sino también por perpetuar el tópico más rancio. Cual engendro de Frankenstein, se trataba del típico producto túrmix, que amalgamaba un batiburrillo de imágenes -extraídas de los trailers, principalmente-, más apresurados que meditados, y paupérrimamente sazonados con el comentario de alguna que otra “estrella” en su ocaso.
Como comentamos en su día en la presentación de la sección Otros Mundos, el tópico se resiste a perpetuarse, instalándose servilmente en las conciencias. Hasta he llegado a escuchar recientemente que la ciencia ficción es “eso que gusta a los de ciencias” (¡arrea!) -en este caso flaco favor les hacía a las mismas, habida cuenta del mal empleo que hacía del idioma; la conclusión inevitable fue que “mola mucho” (sic)-.
En la medida de lo posible, y sin tener que renunciar a un tono cercano y cómplice, trataremos de evitar ese “colegueo” que parece ser la única forma de aproximarse a estos asuntos, según ese complejo de inferioridad que aún hoy detentan libros y películas de ciencia ficción (aunque las malas también existan, naturalmente), y que acaba por estropear programas y escritos que, a priori, podrían haber sido muy enriquecedores para el oyente o el lector común.
Al contrario de lo que se ha señalado a veces, yo no creo que el género de ciencia ficción careciera de identidad antes de los años cincuenta. Aunque dicha entidad no estuviera aún totalmente definida o consolidada, no puede minimizarse el papel de las revistas pulp, o de historietas tan influyentes en la imaginación y la cultura popular como Flash Gordon (de Alex Raymond), Superman (de Jerry Siegel y Joe Shuster) o Buck Rogers (mi favorito, de Philip Francis). De igual modo, quisiera recordar aquí la imprescindible colección de cómics de la E.C., al mando de Bill Gaines, que me temo, proporcionaría más de un sobresalto a los detentadores de la “originalidad” fílmico-literaria moderna.
Pero es que además, se da el caso de que el género fantástico fue una importante fuente de recursos narrativos y estéticos ya desde la época del cine mudo; baste recordar los nombres de Murnau, Protazanov, Lang o Harry O. Hoyt y Willis O’Brien (también espero que haya ocasión de reseñar alguno de estos títulos, ¡en el colmo de la gamberrada bloguera!).
Así mismo, pienso que no debemos caer en el error –tan atractivo parece, a algunos- de reducir el contexto social y cultural en que se desarrollaron buena parte de estas obras –me refiero a la década de los cincuenta-, a una mera “maniobra ideológica”. En cualquier caso, fue la interacción con otros géneros (cine negro, melodrama, comedia…) lo que enriqueció a la ciencia ficción. El hecho de que estas películas participen de estos, no quiere decir que estén exentas de entidad, porque la ciencia ficción sí llego a poseer un lenguaje propio: el cinematográfico.
El daño de cierta crítica intelectualoide ha sido proverbial (por ejemplo, con respecto al cine español de décadas pasadas), más interesada en criticar desde un punto de vista ideológico o antojadizo todo lo que se moviera -en la pantalla- (luego se quejan de ostracismo). Desde luego que el esquematismo fílmico existe, pero también la historiografía cinematográfica bajo unos parámetros anquilosados, adornada con unos comentarios que ya nacieron envejecidos.
Son posicionamientos excluyentes que considero absurdos: lo mismo podemos entresacar un valor positivo del periodo de la Ilustración, que de un ensayista que no comulgue –empleo el término no solo en sentido religioso- con nuestras ideas. Sin esta visión ecléctica, la labor de un historiador, de un filólogo o del simple aficionado, carece de sentido. En lugar de sumar lo mejor que cada arte y tendencia ofrecen, corremos el riesgo de caer en -por poner un ejemplo- el aluvión de estudios literarios, todos excluyentes entre sí, que surgieron a raíz del positivismo.
Se objeta, así mismo, que el papel de la ciencia en muchas de estas películas –no necesariamente las más malas-, es irrisorio, lo que no resulta rebatible, pero bien pudo despertar en multitud de jóvenes su interés por la auténtica ciencia y la investigación; al margen de que emplear esta argumentación denota cierta estrechez. Pero es verdad el aforismo que dice que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio…
La década de los cincuenta proporcionó nuevos argumentos en base al desarrollo científico y técnico que se prolongaría hasta las décadas siguientes, nutriéndose, es cierto, del temor a lo desconocido, o del pánico a una invasión más de este mundo que del de más allá.
Pero conviene recordar que al otro lado sucedía lo mismo, fomentándose el recelo o el resentimiento más abyecto (aunque rara vez trascendiera: privilegio de los totalitarismos).
Otro punto se refiere a los grandes estudios cinematográficos, para los que el género de ficción estuvo relativamente desatendido, lo que no es totalmente cierto, modas aparte, pues constituía una nada desdeñable fuente de ingresos extras. Otra cosa es que se pensara que su producción debía ceñirse a la estructura de una modesta serie B (en el mejor de los casos). Unos logros que a nivel argumental, solo se atribuyen a determinados autores hispanoamericanos –magníficos escritores, por otra parte-, cuando es evidente que se sustentan en buena medida en el auge desplegado por esta “cultura popular”, a la que ellos sí se acercan sin resquemor, y que ya comienza a romper los márgenes genéricos y los límites narrativos (suele suceder en poblaciones con escaso conocimiento histórico-cinematográfico).
Con el género fantástico puede ocurrir de todo, la anormalidad se agazapa entre las situaciones más ordinarias, surgen monstruosidades físicas y psicológicas (no, no hemos pasado a hablar de política), se concreta la experimentación de lo sobrenatural, esa manipulación de las llamadas leyes naturales -también de forma aleatoria, debido a un “accidente”, por ejemplo-; símbolos de los anhelos más desatados (entonces, hoy casi nada está reprimido), representan el desorden de lo establecido, y no solo la fría respuesta a un mundo dividido en bloques.
De hecho, tan racista no debió de ser, sino toda, buena parte de la sociedad americana y la industria del cine en particular, cuando acogió a tantos profesionales foráneos, huidos de países con regímenes dictatoriales (la lista de personajes es inmensa).
Tampoco está de más recordar que “ciencia-ficción” fue un término acuñado por el ingeniero y editor de las Amazing Stories, Wonder Stories y Astounding Stories, el luxemburgués Hugo Gernsback (1884-1967), quien además ha dado nombre a uno de los más prestigiosos galardones para las novelas del género.
Por otro lado, no descubro nada si recuerdo que solo se pone en valor lo reciente, aquello que nos es contemporáneo, salvo tal vez, y no siempre, en el ámbito de nuestra propia especialidad. Por eso tendrá cabida en este apartado desde la imaginería gótico-romántica de las producciones de los años treinta, la eclosión de los cincuenta, y otras especulaciones posteriores, ya se trate de ciencia-ficción per se o de “fantaciencia” (que no excluye elementos más definidores del fantástico).
Con la liberación del átomo cambió la visión que de lo científico y lo humano se tenía, y pronto, el optimismo dio paso al cuestionamiento. Estos cambios van parejos a la madurez del género de la ciencia-ficción, tanto en lo literario como en lo fílmico. De modo que tendremos ocasión de disfrutar de una serie de diálogos tan “sujetos a derecho” como acientíficos, estos últimos, proporcionados por el desprejuiciado escenario paralelo de unas producciones irrepetibles.
Por descontado, está de más recordar que no todo lo legado tiene un mismo valor, ni siquiera que tenga algún valor. Dentro de sus posibilidades, exiguas en muchos casos (pero no vamos a llegar a tanto), disfrutaremos de películas con sonados hallazgos imaginativos, visuales y conceptuales. Y si es cierto que el tiempo determina, no es menos cierto que también hace caer en el olvido –o en el tópico reduccionista-, por lo que pienso que no está de más finalizar esta presentación, loando esa característica que no suele citarse a la hora de abordar estos productos: su capacidad, tanto entonces como ahora, para desarrollar la imaginación.
El arranque oficial tendrá lugar pronto. Desde luego, no todos los títulos serán lo que entendemos por “obras maestras”, pero la diversión está asegurada.
Escrito por Javier C. Aguilera
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