La idea de que las películas de superhéroes aprovechan su gran acogida para desarrollar una franquicia no es nueva, como tampoco lo es el hecho de que a cada nueva entrega se puede sufrir el deterioro de su calidad con respecto a un buen producto inicial, que pudiera contar con un equipo interesado y unas ideas claras, frente a las simples ansias de hacer caja sin demasiado contenido, sin un auténtico fondo que alimente lo que se pretende crear. La historia de los mutantes, al contener un considerable número de personajes, ha sido bastante rica en los cómics, su fuente original, y no tuvo un mal inicio en sus primeras adaptaciones, pero el desgaste ya se comenzó a notar con X-Men: la decisión final (2006, Brett Ratner), cuyos problemas ya los comentamos con anterioridad. Sin embargo, la recaudación no iba mal y seguía siendo rentable continuar con la franquicia, especialmente con el personaje más carismático para el público: Lobezno, interpretado por Hugh Jackman, que como otros actores con sus respectivos papeles, consigue mimetizarse con el rol que le ha tocado y que, a su vez, le ha proporcionado fama.
La historia que progresaba en las tres primeras entregas quedó en un hilo muy delgado en el último film, con tantas bajas en los puestos principales que obligaba a tomar un nuevo camino; si se quería proseguir con los mismos personajes, era ahondar en el pasado de alguno de ellos, o bien idear alguna buena estrategia para retomar el futuro de la saga aunque desde otra perspectiva. Esta segunda opción es la que parece haber tomado Bryan Singer con X-Men: días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014), o incluso Lobezno inmortal (X-Men: Wolverine 2, 2013, James Mangold), que supone la continuación de este spin-off y de X-Men: la decisión final en cuanto a la historia particular de este personaje, sin tener en cuenta al resto del equipo X. La primera fue la que se siguió para el film que comentamos hoy y también para X-Men: primera generación (X-Men: First Class, 2011, Matthew Vaughn).
Gavin Hood |
Para esta tarea, se contó con un nuevo director en la franquicia, Gavin Hood, que llegó a Hollywood tras Tsotsi (2005) y que, tras dirigir Rendition (2007), acabaría por tomar las riendas de esta entrega de X-Men, quizás sin demasiada experiencia en este campo. Su última película es una adaptación de ciencia ficción, El juego de Ender (Ender's Game, 2013). El problema del trabajo de Hood no versa simplemente en la posiblemente mala adaptación de los cómics, cuestión sobre la que no puedo hablar, sino en una incapacidad de contar una buena historia, sustituyéndola por una mezcla de acción, efectos especiales, clichés de géneros y una vorágine de mutantes.
La anterior descripción sirve perfectamente para el film sobre Lobezno, aunque contase con un argumento que hubiera sido explotable desde otra perspectiva. Si a los espectadores no nos había quedado claro el pasado de este mutante en X-Men 2 (2003, Brian Synger), donde se dieron pinceladas para su esqueleto de adamantium, aquí veremos las razones que llevaron a Logan a una operación tan arriesgada como imposible en un humano corriente.
Aunque también se nos muestran otros hechos importantes en su vida: un fragmento decisivo en su infancia, aquel que determinó que desarrollara sus poderes mutantes, las guerras en las que participó, su incorporación y posterior salida del Equipo X, del que derivaría el proyecto del adamantium y del Arma X, dando sentido a la trama del film, y la primera relación amorosa importante del protagonista que entra dentro del género del drama romántico.
No encontramos un ápice de alguna propuesta que vaya más allá del cine de acción, ni siquiera una cuestión moral o social compleja, como se pudiera ver en las entregas anteriores; tan solo hay una división establecida en dos personajes principales: Lobezno (Hugh Jackman) y Víctor Creed, alias Dientes de sable (Liev Shreiber).
Hermanos mutantes que se diferencian por el ansia asesina e instintiva y que desarrollan, seguramente, el mejor dúo de la película, especialmente al ser Creed un personaje con evolución, aunque esta sea previsible y su actitud resulte forzada en el tramo final; es interpretado con soltura por Shreiber, quien borra la caricatura que fue este personaje en X-Men, entendiendo además que no son la misma persona. Esta última cuestión es también un problema que se planteó en la tercera entrega: la falta de fundamento en los mutantes, cuyos poderes vemos repetidos en otros, sin plantear, igual que en la historia original, que cada uno de ellos es único y diferente a los demás.
El hecho de romper con esta realidad nos ofrece la posibilidad de no atender a las incongruencias existentes en la franquicia, aunque algunas no tengan razón de ser, como el profesor X sin su silla característica en una época en la que ya estaba inválido, cuestión que también estuvo presente en un flashback de la tercera entrega. De esta forma, y en líneas generales, X-Men Orígenes: Lobezno prosigue en los defectos que tenía X-Men: la decisión final, desviándose aún más por la muestra de unos efectos especiales deficientes para lo visto anteriormente en la franquicia, incluso en cuestiones tan básicas como las garras de Lobezno, que resultan más artificiales. Tan solo podemos rescatar la escena de las cartas de Gambito en cuestión de una escena efectista que está justificada y bien realizada.
Además, para colmo del asunto, todo ese despliegue se justifica por un reparto exageradamente grande que sirve para mostrar mutantes variopintos, con nulo desarrollo y que incluso suponen una parodia de sí mismos, como la aparición del mutante Blob (Kevin Durand), una mole de masa cuya escena con Lobezno es absurda e innecesaria para la cinta, o la de un joven Scott Summers, alias Cíclope, interpretado por Tim Pocock y prosiguiendo con la tónica de la franquicia en maltratar a este personaje. Hay, además, un afán de drama shakesperiano por acabar con los personajes secundarios, otra tónica heredada de aquella tercera entrega; hagamos recopilación de nombres, de los cuales el espectador apenas se enterará, que desfilan por la pantalla: Spectre (Will.i.am, como curiosidad es miembro de The Black Eyed Peas), Bolt (Dominic Monaghan), Maverick (Daniel Henney), Emma Silverfox (Tahyna Tozzi), Deadpool (Ryan Reynolds), Gambito (Taylor Kitsch), Silver Fox (Lynn Collins), Arma XI (Scott Adkins) y otros mutantes que no tienen ni siquiera la suerte de tener algún diálogo, incluyendo el cameo de Patrick Stewart como Charles Xavier.
Todo ello sin contar la parte humana, mayoritariamente anónima, encabezada por William Stryker, malvado rescatado y rejuvenecido de X-Men 2 (2003), que, con la interpretación de Danny Huston, resulta convincente e incluso más frio y sanguinario que su otra versión, pese a que esta película se esfuerce en no mostrar sangre ni siquiera en las garras o espadas. Stryker y Víctor Creed componen un binomio que podría haber dado resultados sin necesidad de añadir al Arma XI, cuyo potencial se anunciaba mayor de lo que finalmente resulta ser, aparte de estar vacío de contenido, historia y desarrollo.
Por otra parte, podríamos hacer una mención también a la novia de Lobezno, cuyo origen desconocemos, así como las razones por las que acabaron siendo pareja, tan solo nos dejará algunas imágenes de familia feliz y apartada del mundo, así como la lección de que el pasado siempre nos persigue, para nuestra desgracia. A través de este personaje se pretende dar un punto dramático al film, que podría haber resultado más convincente de lo que realmente es, como sucede también con la pareja de granjeros que acogen a Logan hacia la mitad del film y que resultan también innecesarios.
En definitiva, un refrito de película de acción con tintes dramáticos que parece un desfile de efectos especiales sin una justificación sólida, por puro entretenimiento, lo que impide un verdadero desarrollo de la trama y de los personajes que podrían haber resultado más interesantes y atractivos. Unas deficiencias que la saga arrastra de forma generalizada, especialmente por la cantidad de personajes con los que cuenta, pero que se agravan más en una película que debería haberse destinado para complementar, ampliar y ahondar mejor en la historia de uno de los personajes más queridos por el público de la franquicia, especialmente en una época donde se estaban realizando buenas apuestas cinematográficas para superhéroes.
Al Lobezno del film le faltaba una pizca de humor y, a la vez, de seriedad. Los mismos elementos que deberían haberse unido para crear algo más profundo que una película entretenida, aunque de ritmo muy irregular cuando no estaban explotando helicópteros, coches, casas o bases militares.
Escrito por Luis J. del Castillo
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