Cartel |
Hay que ver cómo se contagian los lugares comunes. Parece que al magnífico realizador aún no se le ha perdonado que el tono y el escenario de Family plot (La trama) (Family plot, Universal, 1976) sea total y conscientemente distinto al de su obra inmediatamente anterior -y magnífica, incluyendo la también denostada Topaz (Íd., Universal, 1969)-, mucho me temo que más por inercia parlanchina que por ajustada tarea crítica. Y no es que La trama, como la hemos conocido antes de que el mercado español abusara del sustantivo para re-titular otras producciones, sea una obra maestra, pero lo cierto es que ni pretende serlo ni está carente de méritos, al margen de que no estuviera en la mente del realizador que fuera su último trabajo tras las cámaras.
De hecho, el tono referido entronca directamente, y salvando las distancias que se quieran, con otras películas de la etapa inglesa, tales como 39 escalones (Thirty nine steps, Gaumont, 1935) o Inocencia y juventud (Young and innocent, Gaumont, 1937), que comparten su carácter fresco, juguetón y de (contenida) road-movie.
La trama es una película altamente disfrutable -tal y como persiguió Hitchcock-, que tomó como pretexto la novela The Rainbird pattern del prolífico Victor Canning (1911-1986), ambientada en la campiña inglesa y con una vidente que fallecía al final de la misma. Se ha señalado que el cruce entre las dos parejas de la historia fue lo que en principio atrajo la atención del realizador, para el que, a partir de entonces, la protagonista salvaría la vida, y como “hilo conductor”, crearía la ilusión de que es espiritista.
Foto del rodaje |
Llama la atención como los planos de La trama respiran, personaje y objetos se encuentran recogidos en ellos gracias a la planificación media, ya desde la primera secuencia, en la que la falsa espiritista Blanche (Barbara Harris) tiene una sesión con Julia Rainbird (Kathleen Nesbitt). Blanche es una hábil embaucadora, pero “luminosa”, carece del talante maligno que muestra el objeto de sus pesquisas, Arthur Adamson (William Devane), que ejerce como joyero.
Habilidades no le faltan, no obstante. Con la ayuda de su espíritu “Henry”, recorre los más recónditos anhelos de sus clientes; no es mal pago por sus servicios. Su compañero es George Lumley (Bruce Dern), que según reconoce él mismo, ahora ejerce como taxista.
De este modo, lo sobrenatural, vertiente superchería, se encamina a aliviar no solo el escaso peculio de la pareja, sino que proporciona alivio a las necesidades, más afectivas que otra cosa, de dichos clientes. En el caso de la familia Rainbird, se trata de un secreto de familia largamente guardado, la entrega en adopción de un hijo ilegitimo hace cuarenta años. El propósito de la única superviviente de la saga es restituirlo a la familia.
Por su parte, Arthur Adamson se muestra resabiado con los ricos pese a ser un adinerado experto en joyas. La decisión de una joven Julia Rainbird incidió, al menos en parte, en el devenir de Arthur, que desarrollará –y esto es mérito suyo- un carácter… inflamable. Resulta inevitable pensar en qué hubiera sido de él de haber permanecido dentro de la familia; tal vez, se habría convertido en un sutil y aristocrático ladrón de guante blanco, en lugar de un superviviente letal de guante negro. El recorrido inicial por la casa de los Adamson tendrá su relevancia durante el último tercio, como espacio dramático de la “trama”.
Naturalmente, el humor también está presente. La investigación que emprende George, primero tras la pista del chófer de la adinerada familia Rainbird, después tras la pista del propio Harry Shoebridge / Arthur Adamson, es otro segmento bien sostenido. Hitchcock proporciona un ritmo cadencioso al relato cuando lo precisa.
Decíamos que el decorado (labor de Henry Bumstead), forma parte del plano medio. Cuando Arthur y su esposa y compinche Fran (Karen Black), retoman sus planes criminales, o cuando estos se complican, ambos quedan definitivamente separados del plano, aunque se encuentren dentro de un mismo espacio, un coche o la joyería. Pero cuando recuperan el dinero del primer y del último rescate esto no es exactamente así, Hitchcock aún los muestra compartiendo un mismo plano. La razón es que el eslabón más débil, Fran, aún no ha dejado de confiar del todo en su marido. Del mismo modo, aquí la cámara no se dirige hacia ninguna llave, pongo por caso, sino hacia un diamante; el realizador sigue fiel a su gramática.
El otro elemento distintivo es el plano cenital, con grúa, a la salida de la mansión Rainbird, durante el funeral de Joseph Maloney (Ed Lauter), en las escaleras de los Adamson, por la carretera secundaria, o en la catedral llamada de San Anselmo (la Grace Cathedral de San Francisco: el director eliminó toda referencia a una ciudad en concreto).
Hitchcock, como otros muchos realizadores, se rodeaba de colaboradores con los que se sentía cómodo. En cuanto al equipo técnico, La trama contó con el vestuario de Edith Head (1897-1981), la resplandeciente música de John Williams (1932), un espléndido diseño de producción del citado Henry Bumstead (1915-2006), los trucajes de Albert Whitlock (1915-1999), otro “viejo conocido”, y naturalmente, la escritura de Ernest Lehman (1915-2005), que ya había elaborado el guión de Con la muerte en los talones (North by northwest, MGM, 1959).
Blanche asegura al inicio de la película que “al final, habrá felicidad”. Hitchcock se las apaña para que esto se cumpla a lo largo de todo el metraje.
Habilidades no le faltan, no obstante. Con la ayuda de su espíritu “Henry”, recorre los más recónditos anhelos de sus clientes; no es mal pago por sus servicios. Su compañero es George Lumley (Bruce Dern), que según reconoce él mismo, ahora ejerce como taxista.
De este modo, lo sobrenatural, vertiente superchería, se encamina a aliviar no solo el escaso peculio de la pareja, sino que proporciona alivio a las necesidades, más afectivas que otra cosa, de dichos clientes. En el caso de la familia Rainbird, se trata de un secreto de familia largamente guardado, la entrega en adopción de un hijo ilegitimo hace cuarenta años. El propósito de la única superviviente de la saga es restituirlo a la familia.
Por su parte, Arthur Adamson se muestra resabiado con los ricos pese a ser un adinerado experto en joyas. La decisión de una joven Julia Rainbird incidió, al menos en parte, en el devenir de Arthur, que desarrollará –y esto es mérito suyo- un carácter… inflamable. Resulta inevitable pensar en qué hubiera sido de él de haber permanecido dentro de la familia; tal vez, se habría convertido en un sutil y aristocrático ladrón de guante blanco, en lugar de un superviviente letal de guante negro. El recorrido inicial por la casa de los Adamson tendrá su relevancia durante el último tercio, como espacio dramático de la “trama”.
Naturalmente, el humor también está presente. La investigación que emprende George, primero tras la pista del chófer de la adinerada familia Rainbird, después tras la pista del propio Harry Shoebridge / Arthur Adamson, es otro segmento bien sostenido. Hitchcock proporciona un ritmo cadencioso al relato cuando lo precisa.
Decíamos que el decorado (labor de Henry Bumstead), forma parte del plano medio. Cuando Arthur y su esposa y compinche Fran (Karen Black), retoman sus planes criminales, o cuando estos se complican, ambos quedan definitivamente separados del plano, aunque se encuentren dentro de un mismo espacio, un coche o la joyería. Pero cuando recuperan el dinero del primer y del último rescate esto no es exactamente así, Hitchcock aún los muestra compartiendo un mismo plano. La razón es que el eslabón más débil, Fran, aún no ha dejado de confiar del todo en su marido. Del mismo modo, aquí la cámara no se dirige hacia ninguna llave, pongo por caso, sino hacia un diamante; el realizador sigue fiel a su gramática.
El otro elemento distintivo es el plano cenital, con grúa, a la salida de la mansión Rainbird, durante el funeral de Joseph Maloney (Ed Lauter), en las escaleras de los Adamson, por la carretera secundaria, o en la catedral llamada de San Anselmo (la Grace Cathedral de San Francisco: el director eliminó toda referencia a una ciudad en concreto).
Hitchcock, como otros muchos realizadores, se rodeaba de colaboradores con los que se sentía cómodo. En cuanto al equipo técnico, La trama contó con el vestuario de Edith Head (1897-1981), la resplandeciente música de John Williams (1932), un espléndido diseño de producción del citado Henry Bumstead (1915-2006), los trucajes de Albert Whitlock (1915-1999), otro “viejo conocido”, y naturalmente, la escritura de Ernest Lehman (1915-2005), que ya había elaborado el guión de Con la muerte en los talones (North by northwest, MGM, 1959).
Blanche asegura al inicio de la película que “al final, habrá felicidad”. Hitchcock se las apaña para que esto se cumpla a lo largo de todo el metraje.
Escrito por Javier C. Aguilera
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