Imaginad, Miami año 85, la única casa del vecindario sin piscina; cuatro mujeres viven, ríen y comen; aman, lloran y comen; sueñan, esperan y comen, ¡se pasan la vida comiendo! Así retrataba Sofía (Estelle Getty) la vida en el 5161 de Richmond Street, en Miami (Florida). Las casa realmente existe, pero no en Miami, sino en Brentwood (Los Ángeles C.A.), concretamente en el 245 de North Saltair Avenue; fue tomada por Disney/Touchstone como modelo, reproduciéndola en los Disney Hollywood’s Studios de Los Ángeles, donde se filmó toda la serie y se recreó el fogoso y multicultural ambiente de Miami. Actualmente, existe una réplica de la casa en Disneyworld, Florida. Es importante hablar de ella porque resultó ser un personaje más, y no un mero decorado, en la vida de estas cuatro mujeres solas pero bien acompañadas.
Ellas son Blanche Devereaux, nacida Hollingsworth (Rue McClanahan), propietaria de la casa y empleada en un museo; Rose Nyland (Betty White), oriunda de Saint-Olaf, una antigua colonia noruega asentada en Minnesota, integrante del teléfono de la esperanza y finalmente trabajadora en una emisora local de televisión; Dorothy Zbornak, nacida Petrillo (Beatrice Arthur), recién divorciada y profesora de lengua y literatura, y su madre Sofía Petrillo, primero recluida en un asilo, Prados Soleados (Shady Pines), pero muy pronto formando parte de tan peculiar grupo. Pocas veces en una serie de televisión se ha reflejado mejor la vida, el carácter y el comportamiento de varios personajes disímiles, que no obstante, acabarán formando una auténtica familia más allá de lazos genéticos, mucho más volubles y menos agradecidos.
Ellas son Blanche Devereaux, nacida Hollingsworth (Rue McClanahan), propietaria de la casa y empleada en un museo; Rose Nyland (Betty White), oriunda de Saint-Olaf, una antigua colonia noruega asentada en Minnesota, integrante del teléfono de la esperanza y finalmente trabajadora en una emisora local de televisión; Dorothy Zbornak, nacida Petrillo (Beatrice Arthur), recién divorciada y profesora de lengua y literatura, y su madre Sofía Petrillo, primero recluida en un asilo, Prados Soleados (Shady Pines), pero muy pronto formando parte de tan peculiar grupo. Pocas veces en una serie de televisión se ha reflejado mejor la vida, el carácter y el comportamiento de varios personajes disímiles, que no obstante, acabarán formando una auténtica familia más allá de lazos genéticos, mucho más volubles y menos agradecidos.
Creada por Susan Harris, producida por Producciones Witt, Harris & Thomas, emitida por la cadena NBC (en España por la primera de TVE), Las chicas de oro comenzaba con la sintonía Thank you for being a friend (Gracias por ser un amigo), cantada por Cynthia Fee, y nació a raíz de un simpático anuncio de televisión de la cadena, en el cual dos ancianas hacían publicidad de la serie más exitosa de la casa, Corrupción en Miami (Miami Vice, 1984-1990).
El anuncio publicitario gustó tanto que se pensó en hacer una serie sobre mujeres maduras viviendo en Miami, en clave de comedia, lo que resultaba ciertamente arriesgado entonces, pues se trataba de un grupo demográfico “que nunca se había abordado” (de hecho, la cadena no quiso en un principio mujeres de 60, sino de solo 40). El título que se barajó fue Miami Nice, aunque luego se optó por el The golden girls que todos conocemos.
El anuncio publicitario gustó tanto que se pensó en hacer una serie sobre mujeres maduras viviendo en Miami, en clave de comedia, lo que resultaba ciertamente arriesgado entonces, pues se trataba de un grupo demográfico “que nunca se había abordado” (de hecho, la cadena no quiso en un principio mujeres de 60, sino de solo 40). El título que se barajó fue Miami Nice, aunque luego se optó por el The golden girls que todos conocemos.
Las chicas de oro consta de 180 episodios repartidos en siete temporadas, de 1985 a 1992. Recordemos algunos momentos dorados (¡no podemos repasarlos todos!): en Los días y las noches de Sofía Petrillo, Sofía sale una tarde de tormenta para, sin que el resto de las chicas lo sepa, trabajar como voluntaria en la recepción de un hospital o recaudar fondos para el mismo en pleno paseo marítimo, con la ayuda de varias colegas de asilo que tocan instrumentos. Entre tanto, Dorothy, Rose y Blanche se proponen mil tareas domésticas de las que siempre quedan pendientes, sin acometer ninguna, salvo la de sentarse a ver la tele o desvalijar la nevera. Las chicas no son exactamente así, pero este capítulo es un buen ejemplo de lo que la propia serie trataba de transmitir: el ánimo ante la madurez y el no dejarse llevar o comportarse como viejos.
En Tres en un sofá, todas visitan a un especialista para que les ayude a determinar dónde reside el problema de su convivencia. El doctor concluye que sus caracteres son demasiado diferentes como para poder vivir juntas, y les recomienda la separación. De esta conclusión empero, brotarán el respeto y la comprensión necesarios para poder seguir estando juntas. En Hay que tener esperanza (hope), Rose vive de un sueño que acabará convirtiéndose en realidad, la de imaginarse al padre que nunca tuvo (en este caso Bob Hope), aunque más adelante, Rose sí llegará conocer a su verdadero padre, el entrañable Don Ameche, en el episodio Érase una vez en Saint Olaf, aquel en el que Sofía promete no volver a levantar un coche de su sitio.
Amores de antaño y nuevos amores, fantasmas del pasado, celos y reconciliaciones, alumnos aventajados y ex profesores gorrones, familiares lejanos y cercanos… un cúmulo de situaciones acometidas con el desparpajo y el consejo amigo de las demás (simbiosis que hallamos en los estrambóticos relatos de la vieja Sicilia, narrados por Sofía). En suma, un modo diferente de afrontar el paso a la llamada “tercera edad”, lleno de colorido, algún sinsabor, pero mucho apoyo mutuo.
La serie no se hubiera convertido en el éxito morrocotudo que fue, sobre todo entre la gente joven (entre la que me incluyo) sin sus excelentes y frescos guiones -basados siempre en un bien dibujado retrato de cada personaje-, o el soporte de los esplendidos secundarios que fueron Herbert Edelman (Stan Zbornak, ex marido de Dorothy), Harold Gould (Miles Webber, pareja de Rose y profesor de literatura en la universidad, tal y como era antes de enfrentarse al pérfido gangster Moran “El Quesos”); Sid Melton (Salvatore, el difunto marido de Sofía, por tanto, siempre en flashback o en alguna que otra aparición celestial); e interpretando a los hermanos de Sofía, Nancy Walker y Bill Dana, Angela y Angelo.
Más toda una pléyade de artistas invitados, la mayoría bien conocidos por los telespectadores españoles (aunque no se recuerden todos los nombres, sus rostros sí permanecen en la memoria): Joseph Campanella, Burt Reynolds, Julio Iglesias, Bob Hope, Don Ameche, Robert Culp, un joven George Clooney, Anne Francis (sin Robby, el robot), Eddie Bracken, Peter Graves, Joe Seneca, Polly Holliday (sin gremlins), Jerry Orbach, Harry Shearer, Debbie Reynolds, Geraldine Fitzgerald, Lloyd Bochner, Ruby Dee, Sonny Bono, Milo O’Shea, Leslie Nielsen, Joe Regalbuto, David Wayne (interpretando al padre de Blanche tras Murray Hamilton), o los inolvidables Jack Gilford, Mickey Rooney, Dick Van Dyke y César Romero. Hasta Quentin Tarantino apareció disfrazado de Elvis (La boda de Sofía, 1º. Parte).
Herbert Edelman, como el ex marido de Dorothy |
Disfrutar de Las chicas de oro curiosamente rejuvenece, y como recordaba Woody Allen, levanta el ánimo tanto como volver a ver Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952).
NOTA BENE: Dorothy fue doblada al español por Amparo Soto, Rose por Julita Martínez, Blanche por Delia Luna, Sofía por la maravillosa Irene Guerrero de Luna y Stanley por el gran Claudio Rodríguez.