¡El mundo está desquiciado! ¡Vaya faena, haber nacido yo para tener que arreglarlo! (Hamlet, William Shakespeare)
Antonio Ribera |
Antonio Ribera (1920-2001) merecía ser el primer reseñado con un libro dentro de esta sección. Fue el primero y el mejor. Otros llegaron, pero no eran Antonio Ribera. Y no lo decimos por gratuidad, él fue el primer ufólogo español cuando en España ser ufólogo era una palabrota discordante. Se le ha llamado, con razón, el padre de la ufología en nuestro país, si bien él no pretendía paternidad alguna. Pero sí dejó una potente guía, un modelo de conducta. Tan solo le interesaba el trabajo bien hecho, serio, riguroso (se declaraba homo curiosus). Por ello cofundó en 1953 el CRIS, Centro de Recuperación e Investigaciones Submarinas, y en 1958 sacó adelante el CEI, Centro de Estudios Interplanetarios, ambas instituciones decanas en la investigación en España.
A bordo de su biscúter-batiscafo-nave portadora, recorrió mucho mundo, entrevistando a testigos y haciendo amigos importantes a este y al otro lado del charco, como el investigador y científico de la NASA Maurice Chatelain (1909-1995), los ufólogos Aimé Michel (1919-1992) y Fabio Zerpa (1928), y el imprescindible Joseph Allen Hynek (1910-1986), astrónomo y asesor científico para el ejército americano en el conocido Proyecto Libro Azul (hasta 1969, en que harto de injerencias decidió investigar por su cuenta), y que acuñó la no menos conocida terminología de los encuentros cercanos del primero, segundo y tercer tipo. Tal fue el prestigio de Antonio Ribera que fue el primer extranjero que habló en la Cámara de los Lores británica -sobre los no identificados-, en diciembre de 1979.
A bordo de su biscúter-batiscafo-nave portadora, recorrió mucho mundo, entrevistando a testigos y haciendo amigos importantes a este y al otro lado del charco, como el investigador y científico de la NASA Maurice Chatelain (1909-1995), los ufólogos Aimé Michel (1919-1992) y Fabio Zerpa (1928), y el imprescindible Joseph Allen Hynek (1910-1986), astrónomo y asesor científico para el ejército americano en el conocido Proyecto Libro Azul (hasta 1969, en que harto de injerencias decidió investigar por su cuenta), y que acuñó la no menos conocida terminología de los encuentros cercanos del primero, segundo y tercer tipo. Tal fue el prestigio de Antonio Ribera que fue el primer extranjero que habló en la Cámara de los Lores británica -sobre los no identificados-, en diciembre de 1979.
Antonio sabía muy bien que aquello que no se podía explicar no era necesariamente inexistente, y que el ser humano está llamado a ser ridiculizado por decir la verdad, mientras se debate en la totalidad de la conspiración. Pues nuestro adelantado explorador creía en lo bueno del hombre, en aquellos conocimientos adquiridos, luego perdidos, en lo que es una constante en el estudio del pasado. Como si las culturas se quintaesenciaran para luego conocer una severa etapa de anulación o manierismo. En lo que no creía era en una tecnología enfrentada al conocimiento, en el progreso tecnológico vacío y sin más (eso que todos denuncian pero todos practican).
Su fin no era el de convencer a nadie, sino el de aportar datos contrastados, si bien, al final de su trayectoria se permitió ofrecer sus propias conclusiones en una serie de libros temáticos que resumían toda su experiencia hasta la fecha (fueron los editados por Planeta, ya nos ocuparemos más adelante de ello), o como en el caso que nos ocupa, por medio de un compendio de sus fenómenos favoritos, entre los cuales figuran algunos de los casos más llamativos y recordados por el aficionado, como el sempiterno y simpático monstruo de lago Ness, durante décadas fuente de fascinación y misterio.
Su fin no era el de convencer a nadie, sino el de aportar datos contrastados, si bien, al final de su trayectoria se permitió ofrecer sus propias conclusiones en una serie de libros temáticos que resumían toda su experiencia hasta la fecha (fueron los editados por Planeta, ya nos ocuparemos más adelante de ello), o como en el caso que nos ocupa, por medio de un compendio de sus fenómenos favoritos, entre los cuales figuran algunos de los casos más llamativos y recordados por el aficionado, como el sempiterno y simpático monstruo de lago Ness, durante décadas fuente de fascinación y misterio.
Edición del libro |
En efecto, El envés de la trama (Plaza & Janés, col. Otros Horizontes, 1987), uno de los últimos títulos publicados por el autor (pese a fallecer en 2001; la década de los 90 fue más pródiga en artículos para revistas que en libros), puede ser una buena manera de acercarse a Antonio Ribera, precisamente por esa condición de vademécum, de grato resumen. La exposición es amena y diáfana, y al placer de la lectura y nostalgia por aquellas ediciones, se añade el íntimo diálogo con el lector. Conforman el envés del discurso dominante fenómenos como los sueños premonitorios, los objetos desconocidos en el cielo, la telergia (acción a distancia de la mente sobre la materia), los campos energéticos en el interior de la Gran Pirámide, y un sentido homenaje a San José Oriol (1650-1702), que incluye las manifestaciones paranormales en vida del santo, ya canonizado (su día en el santoral es el 23 de marzo), tales como un poltergeist, la sanación, la levitación, la telepatía, la bilocación o ubicuidad, y la precognición. Todo un personaje.
Un considerable bagaje que se ve fortalecido en un tiempo en que las publicaciones llamadas esotéricas en España se ven forzadas (vamos a decirlo así) a aparecer en el mercado una vez al mes. Lastre que a la larga conlleva un relativismo fatigoso donde los artículos acaban siendo más descriptivos que analíticos. Y demostración de que, ya que andamos con el ejercicio del escrutinio de los cielos, una parte importante de la ufología española murió con Antonio Ribera, sobre todo cuando los nuevos representantes se centraron más en los aspectos más subjetivos del fenómeno, que ya en su vertiente física resulta lo bastante apasionante (y comprometida).
Como el propio Antonio Ribera señalaba, el radar o el motor de un coche no acusan la influencia del inconsciente, y si dejan de funcionar es porque andan más sometidos a los fenómenos físicos. Dicho de otro modo, sin negar la impregnación subjetiva o la contaminación psíquica, para Antonio Ribera un fenómeno como el de los no identificados aporta suficientes pruebas físicas como tener que explicarlo siempre y en cada momento como un mero trastorno del psiquismo del individuo.
Como el propio Antonio Ribera señalaba, el radar o el motor de un coche no acusan la influencia del inconsciente, y si dejan de funcionar es porque andan más sometidos a los fenómenos físicos. Dicho de otro modo, sin negar la impregnación subjetiva o la contaminación psíquica, para Antonio Ribera un fenómeno como el de los no identificados aporta suficientes pruebas físicas como tener que explicarlo siempre y en cada momento como un mero trastorno del psiquismo del individuo.
El eco (Paul Delvaux) |
Algo se torció con la llamada segunda generación de investigadores, la de la explicación "especializada" en función de la profesión de cada cual, y se fastidió definitivamente con la tercera (fase), la de los comunicadores sin misterio. Una deriva de la que el propio Antonio Ribera se lamentaba amargamente al final de sus días. Pero, ¿hemos dicho definitivamente? No aún. Una cuarta hornada está volviendo a hacer acopio de pruebas materiales a través de las nuevas tecnologías, proponiendo interesantísimas teorías científicas. No en vano, seguimos inmersos en el país de las maravillas: la propia Tierra.
Escrito por Javier Comino Aguilera
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