Pese a no estar en un principio demasiado valorada por la crítica, 1941 (1979), por contra, cosechó desde el día de su estreno (14 de diciembre de 1979) una indudable querencia popular (no era la primera vez que crítica y público disentían, en este caso a favor del público). Y aunque entonces 1941 no llegó a recuperar el espectacular presupuesto invertido (35 millones de dólares, que pese a todo, resplandecen en cada plano), se trata de una película fresca, vitalista y totalmente artesanal, que se disfruta más cuanto más se conoce del pasado americano (a nivel de historia sigue siendo el gran desconocido, más allá de cuatro tópicos), puesto que el disparatado guión (obra de Robert Zemeckis y Bob Gale) está plagado de guiños que más que parodiar, en el sentido vulgar que se le concede al término, satiriza e incluso homenajea aquellos momentos y sus gentes, y tiene que ver bastante con la historia de la expansión de un estado como el de California tras la Segunda Guerra Mundial.
El telón de fondo sobre el que bascula 1941 es el temor (real) de los habitantes del país a ser atacados impunemente tras la masacre de Pearl Harbor (7 de diciembre de 1941), temor que queda magníficamente condensado en ese plano general que muestra los fogonazos luminosos sobre la ciudad vistos desde el bosque (seguramente el Los Ángeles National Forest). Así sucede con la necesidad de mantener todas las luces apagadas ante la inminencia de dicho ataque.
General Joseph W. Stilwell |
Pero también aparecen otros detalles divertidos, como el acento del fundador de la RKO Films (que como tantos inmigrantes extranjeros, contribuyeron a crear los grandes estudios de cine), el auto chiste a costa de Tiburón (Steven Spielberg, 1975), la puesta en escena de los eventos retransmitidos por radio o el derrumbe de las letras Hollywoodland (La tierra de la madera de acebo) que dieron paso al conocido Hollywood.
Pero también los disturbios callejeros, la implantación de un cañón en el jardín de un vecino (otro hecho real, pero sucedido en la costa de Maine), el estreno de DUMBO (1941), que se saldó con un sonoro fracaso por el hecho de haberse estrenado en tan malas circunstancias (otra película que fue ganando con el tiempo), cuando no la aparición de otros personajes disparatados, siendo el más centrado de la función, por digno, el general Joseph W. Stilwell (un magnífico Robert Stack).
Pero también los disturbios callejeros, la implantación de un cañón en el jardín de un vecino (otro hecho real, pero sucedido en la costa de Maine), el estreno de DUMBO (1941), que se saldó con un sonoro fracaso por el hecho de haberse estrenado en tan malas circunstancias (otra película que fue ganando con el tiempo), cuando no la aparición de otros personajes disparatados, siendo el más centrado de la función, por digno, el general Joseph W. Stilwell (un magnífico Robert Stack).
La que fue saludada como la comedia más espectacular de todos tiempos lo sigue siendo, pero no la traemos a colación en condición de tal -o por traernos multitud de recuerdos, a mí me trae muchos-, sino por, huelga decirlo, tratarse de una obra magníficamente filmada, por la extraordinaria música de John Williams (incluyendo su maravilloso empleo diegético), la impecable labor del cinematographer William A. Fraker y naturalmente, por su desprejuiciado desparpajo, que la acabaron convirtiendo desde temprano en toda una película de culto.
Escena del comienzo del baile, con Joe Flaherty y las hermanas Andrews |
Un claro ejemplo de realización lo tenemos en la extraordinaria secuencia del baile donde dirección, música y coreografía se funden en una escena que forma parte de lo mejor filmado por Spielberg (el movimiento no afecta solo al baile, sino a la particular caza del gato y el ratón que se establece entre Stretch -Treat Williams- y el desdichado Wally –Bobby DiCicco). Más guiños: cuando se produce la pelea entre marines e infantería, Williams intercala el leit-motiv de Los rastrillos de malva, el conocido tema “pugilístico” de El hombre tranquilo (John Ford, 1952), compuesto por Víctor Young. Y algo del dicharachero Innisfree fordiano, salvando todas las distancias que se quieran, se halla presente en 1941.
Últimamente me interesa la intrahistoria de los que vivieron anteriormente, y algo de ello encuentro en 1941, donde también se reflejan indirectamente esos nuevos cambios sociales o de valores: subyace un reconocimiento la historia de los que les (nos) precedieron y a los que se deben -algo muy presente en la mentalidad americana- los logros del presente. Lo hallamos, por ejemplo, en el emparejamiento entre el pobre chico de barrio y pisaverde con la muchacha bonita de clase media, personajes no por desinhibidos carentes de integridad.
Slim Pickens y el espíritu americano |
Murray Hamilton, Eddie Deezen y el Muñeco parlanchín |
Cabe recordar que la nómina de actores era más que notable: Toshiro Mifune (su inglés era auténtico), Christopher Lee (que en la película habla alemán sin ser doblado), el entrañable Ned Beatty, Warren Oates (divertidísimo personaje, reverso de los que interpretó para Peckimpah), Dan Aykroyd, Nancy Allen, el no menos entrañable Murray Hamilton, el genial Robert Stack, a los que se suman los menos conocidos pero igualmente eficaces Treat Williams, Lorraine Gary, Tim Matheson, Bobby Di Cicco, Joe Flaherty, Eddie Deezen (y su muñeco), además de maravillosos secundarios como Slim Pickens, Lionel Stander o Elisha Cook Jr., y por supuesto, los malogrados y excelentes John Belushi (Buffalo Bill Kelso) y Wendie Jo Sperber (Maxine). Y en roles muy secundarios o cameos Mickey Rourke, John Candy o los realizadores John Landis y Sam Fuller.
Escrito por Javier C. Aguilera
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