El hombre del norte, de Robert Eggers

20 julio, 2023

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Los mitos y las ensoñaciones de la infancia calan e impregnan nuestra vida adulta, a veces porque marcan nuestra brújula moral, a veces porque los hemos destrozado. El hombre del norte (Robert Eggers, 2022) realiza ambas propuestas de manera simultánea. Lo que también provoca que haya dos películas en una.

Estamos ante una historia de venganza, de esas que copan las películas de acción más virulentas. Y esta no es la excepción. Parte de un esquema narrativo clásico y muy reconocible: un niño príncipe es testigo del asesinato de su padre para hacerse con la corona. Desterrado a la fuerza para evitar su propio asesinato, se repite una promesa incesante: vengar a su padre (Ethan Hawke), rescatar a su madre (Nicole Kidman) y matar al asesino, Fjölnir (Claes Bang). Efectivamente, es Hamlet (William Shakespeare, 1601), es El rey león (Rob Minkoff, Roger Allers, 1994). Es más, el inicio es muy similar a la película de Disney en los sucesos de la trama, incluyendo el elemento místico. Los distancia la ambientación nórdica y la extrema violencia de El hombre del norte. También el quiebre que se da durante el nudo de la historia, que, sin duda, supone la parte más interesante de la propuesta junto con el final, por lo de conseguir desmitificar este tipo de argumento.


Así pues, aunque la obra contenga una división interna marcada por rótulos, podemos agruparla en tres fases. La primera es el planteamiento ya adelantado: un relato infantil en el que los personajes actúan de manera teatralizada. Hay cierto aire de fingimiento, que a tenor de la información que nos proporciona después la historia, puede tener dos interpretaciones: es la visión infantil del protagonista o es la demostración de una pantomima que se rompe. Ambas suponen un añadido a esta primera parte que la significa y dignifica, pues de lo contrario, encontramos actuaciones rígidas y un inicio poco original.

Tras los hechos iniciales, hay una elipsis necesaria que nos permite ver a un protagonista ya crecido convertido en un poderoso guerrero vikingo: violento, fuerte, indómito, pero con el eco de un pasado que le alcanza. Amleth (Alexander Skarsgård) se asemeja en su comportamiento al personaje Kratos, de la saga de videojuegos God of War; también el inicio nos puede rememorar a la versión cinematográfica de Conan, el bárbaro (John Millius, 1982). La ambientación en torno a la mitología nórdica así como los usos y costumbres vikingos están bien abordados y nos proporciona también una visión menos fantasiosa de esta sociedad de lo que estamos acostumbrados en la ficción. Pero, a la vez, su estética nos recuerda, por el uso de la luz y de la corporalidad de los actores, a la estética más clásica, propia de las esculturas, como vemos en el cuerpo del protagonista. 


Como decíamos, el pasado siempre resurge y nuestro protagonista tiene la oportunidad de encontrarse con el asesino de su padre haciéndose pasar por esclavo. Como sucediera en Gladiator (Ridley Scott, 2000), empezará a destacar en sus tareas para afianzarse en una posición de poder cercana a su señor, a quien desea asesinar, y también a su madre, nueva esposa y madre de otro vástago, medio hermano del protagonista. En este tramo, la película nos ofrece un tono más pausado, bajando la revolución alcanzada hasta el momento, para plantearnos secuencias cercanas al género del espionaje, pero con ambientación vikinga. 

Hay, además, un importante elemento mitológico y fantasioso que aparece ocasionalmente en la película y que permite vincularla a la épica clásica, destacando, por ejemplo, la espada mágica y la forma de obtenerla, la presencia de una profecía destinada por las Nornas o la presencia de los cuervos. También vuelve a haber una reminiscencia a El rey león con el recordatorio al protagonista de su identidad y, por tanto, de su promesa de niño. Este ambiente clásico al que hacíamos referencia por los cuerpos esculturales reside también en el tema del destino profetizado, en el que el protagonista comienza a creer y adorar hasta el punto de esperar a que se cumplan los puntos clave de tal profecía con tal de conseguir su venganza, incluso aunque haya ocasiones previas en que pudo llevarla a cabo.

De manera paralela, se va desarrollando una intensa relación con Olga (Anya Taylor-Joy), que será también motivo de dudas y riesgos para nuestro protagonista.


Mientras Amleth lleva a cabo su venganza con lentitud, recreándose en ocasiones en la sed de sangre y dejándonos alguna escena bastante cruenta y dura, cercana al gore (aunque el director lo expone de soslayo), se da la ocasión de dar un giro a la trama rompiendo la ilusión que se había generado el protagonista. Hay una ruptura, un quiebro, que supone eliminar el matiz infantil del que partía esta historia y dar otra perspectiva al tropo recurrido de la venganza. Se le da un sentido más adulto, no en la violencia, sino al destruir la imagen idealizada que el protagonista tenía de su infancia y de sus padres, rompiendo a su vez con la imagen de la profecía. No me resulta ajeno, pues recuerdo otros giros que perseguían cambios similares para lograr estas desmitificaciones, pero en esta ocasión encaja muy bien con la propuesta y con lo visto en el primer tramo, tanto en contenido como en forma.

Así entramos en la recta final, cuando Amleth debe tomar la decisión definitiva sobre su venganza teniendo en cuenta también su futuro y tomando una decisión más consciente que sigue, en parte, entrelazada con el poder de las palabras. La conclusión es coherente y está rodada de manera formidable, con un combate que propone a los dos adversarios de manera poderosa, como si fuesen superiores a un ser humano corriente. Supone una evolución a lo que planteaba también el enfrentamiento entre Simba y Scar al final de la película animada.


La propuesta del director es fascinante en el apartado visual. Desde el plano onírico y mitológico que está presente en múltiples ocasiones, destacando el rito de iniciación entre padre e hijo que se da en el primer tercio de la película, hasta algunas decisiones procedimentales, como el excelente plano secuencia del asalto a un poblado con que inicia el segundo capítulo de la película o el rodaje de la última secuencia, con el contraste del fuego, la oscuridad y el humo.

No obstante, el conjunto es algo irregular. Presenta altibajos, es desmitificador, pero a la vez recurre a elementos mitológicos inexplicables, sobre los que incluso mete alguna burla (un soldado no puede desenvainar la espada del protagonista porque es de día), logra grandes secuencias, pero el ritmo pausado del tramo central se siente demasiado pesaroso, además de tener que ceder a la incredulidad de que no detecten con facilidad al protagonista teniendo en cuenta el reducido número de habitantes del lugar que habitan.

En conclusión, El hombre del norte nos proporciona una buena y nueva historia épica de buena ambientación nórdica, visualmente potente, capaz de partir de esquemas ya conocidos y retorcerlos, y sin miedo a resultar desagradable en los momentos oportunos. Una propuesta que se sale de lo habitual gracias a su estética, su carácter desmitificador y su relato ficcional en una buena ambientación histórica y mitológica.

Escrito por Luis J. del Castillo



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