Estoy
seguro de que muchos de ustedes recuerdan bien la anécdota de la magdalena que,
a modo de recurso literario, empleaba Marcel Proust (1871-1922) en su primer
volumen de la serie En busca del tiempo
perdido (À la recherche du temps
perdu, 1908-1922; De Bolsillo, 2022),
Por el camino de Swann (Du côté de chez Swann, 1913). Un fenómeno
memorístico capaz de hacernos evocar multitud de recuerdos y sensaciones, por
medio de percepciones como el sabor, el olor, y otros sentidos.
Curiosa manera
de viajar, ir por la calle, por el campo, o estando en casa, y recordar de
repente una serie de situaciones personales que creíamos adormecidas, gracias a
la intervención de tal o cual olor o sabor.
El escritor
japonés Hisashi Kashiwai (1952) no ha sido el primero en seguir la estela
marcada por Proust al re-emplear dicho recurso, pero sí que lo ha convertido en
el nudo gordiano de su gustoso libro Los
misterios de la taberna Kamogawa (Kamogawa
shokudo, 2013; Salamandra, 2023).
No obstante, Kashiwai lo formula ad
contrarium. La vivencia ya se ha producido en algunos de los visitantes de
la citada taberna, con lo que ahora, se hallan en pos del alimento que, de una forma
segura, les afiance esos recuerdos tan preciados.
El
escenario es la antigua capital de Japón, un invierno en Kioto, pues tanto
valor da Kashiwai a lo geográfico como a lo atmosférico, a lo material y lo
espiritual. El restaurante Kamogawa no es nada glamuroso. Sobre todo, de puertas para fuera. Lo regentan el
cocinero Nagare Kamogawa y su hija Koishi. Con la esporádica compañía del gato
Hirune, que ha de permanecer fuera del local las más de las veces. Trasladado al
español -dato que la traducción no ofrece-, la mascota responde al apelativo de
Siesta. Muy oportuno para este felino
que va, viene y dormita perezoso, como muchos de los transeúntes. Incidiendo en
la fachada, que es la puerta de acceso “engañosa” a lo que dentro se cuece, la
taberna Kamogawa es un establecimiento
deslucido y sin actividad aparente (capítulo
II).
Nagare es
viudo, pero dispone de un pequeño altar privado en las dependencias, con el que
impedir el olvido o azuzar el recuerdo de su difunta esposa. Esto va a ser una
constante que hilvane la trastienda argumental: el deseo, o la necesidad moral,
de no olvidar a los fallecidos, en un país donde ya es costumbre rendir tributo
a quienes nos precedieron (aquí lo que prolifera es el afeamiento religioso y
la conveniencia o no del recuerdo, en función de la ideología política que
profesaran los finados).
Pues total,
que en la taberna en cuestión se ponen ciegos
de platos exquisitos. A buen precio. Porque, a diferencia de la renombrada y desfallecida
nouvelle cuisine, allí se ofrecen
platos elaborados y dichosos sin la pátina pija y estéticamente minimalista con
la que uno se puede morir de hambre por cien euros. No queremos saber nada de gourmets, críticos gastronómicos ni nada
parecido, especifica Kioshi (III).
Es decir, se pretende la individualidad del local frente a la colectividad de
lo organizado, estabulado y publicitado.
Una visita
del “tío” Kuboyama pone en marcha todo el engranaje narrativo. La cocina donde
se dan la mano el pasado y el presente. Kuboyama desea que Nagare le ayude a
recomponer un plato que, hasta ahora, le ha sido imposible reproducir o
encontrar en otro establecimiento. Para ello tan solo cuenta con sus
impresiones acerca de las circunstancias que rodearon el episodio gastronómico.
Todo un rompecabezas. Incluso habrá un futuro cliente que no recuerde para nada
el sabor del plato que anhela (VI).
En esta
novela, que sabe no alargarse en exceso (si bien, cuenta con algunas continuaciones
que, me figuro, se acabarán traduciendo al español), los personajes quedan bien
caracterizados por vía de los diálogos. Kioshi es franca y directa. Su padre,
prudente y experimentado. Y no solo por razones meramente biológicas; esto es, por
ser de mayor edad, sino por carácter natal. Nagare se pregunta en determinado
momento si la vida hubiera podido ser distinta (II).
Un tema que me retrotrae a la película de Edgar Neville
(1899-1967) La vida en un hilo (CEA,
1945). Al fin y al cabo, a -casi- todos nos preocupa el transcurrir del tiempo,
y si ese tiempo hubiera podido bifurcarse.
Entre los
clientes está lo que consideramos gente normal, y hasta un Primer Ministro (III),
pues el abanico social abarca a todos los sectores.
Clientes destinados a encontrarnos, tal y como lo
expresa Nagare (IV). Dado que
la taberna no se anuncia de forma ordinaria por la plétora de redes llamadas
sociales, el destino, como en la pieza maestra de Neville, es condimento sustancial
para esta degustación literaria. De la que participan unos comensales
dispuestos, en momentos muy específicos de sus recorridos vitales, a contar con
el tiempo necesario para meditar delante de un buen plato cocinado.
Seis son
los capítulos que estructuran todos estos conceptos, a partir de una estructura
que se repite (pero no se reitera): junto a los escasos clientes habituales,
están los visitantes que, tras localizar no sin dificultad el establecimiento,
buscan el reencuentro con esas partes de sus vidas que se relacionan con un
plato en concreto. A veces, solo cuentan con la denominación, y un vago sabor
retenido en la memoria. Esos seis capítulos corresponden a sendos guisos; a
saber, naveyaki-udon (sopón con multitud
de tropezones), estofado de ternera, sushi
de caballa, tonkatsu (cerdo
empanado), espaguetis napolitan, y nikujaga (guiso de carne y patatas). A
guiso por capítulo… y caso. En un estricto orden cronológico, dictado por las
estaciones. Del periodo invernal al primaveral (de 2012 a 2013). Ello no obsta
para que se pueda alterar el orden de lectura de los distintos capítulos.
Aunque esto no dejaría de ser una alteración aleatoria.
De este
modo, Nagare y Kioshi ejercen de muy particulares detectives privados, cuyas
mejores armas son el paladar y las pistas que les proporcionan tales clientes entre dimes y diretes, dando una nueva
dimensión al pan pan, y al vino vino,
a la hora de recrear para estas personas el plato que tanto significaba, o
significa en estos momentos.
El aspecto
psicológico de los distintos comensales está muy bien trabajado, gracias a sus
comentarios en la taberna. Los hay más expansivos y menos simpáticos. Adultos y
jóvenes, como Asuka, que desea rememorar en toda su amplitud el viaje que hizo
con su abuelo, siendo una niña (V).
Más allá de sus circunstancias personales, todos ellos comparten el pleno agradecimiento,
no ya por la comida, sino por la recreación del plato en cuestión. En un lugar
con nombre, pero sin cartel para anunciarse.
En su
formidable Historia de la gastronomía
(1988 Plaza & Janés;
Debate, 2019), el excelente
escritor gastronómico, novelista y periodista Néstor Luján (1922-1995),
recordaba en su prólogo que la historia
de la alimentación va ligada prácticamente a toda la evolución de la vida del
hombre. Y que la falta de comida nos consume mucho antes de saber sentarnos
y dejar constancia de nuestra hambre por escrito.
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