Más allá del ancho Misuri, de Bernard DeVoto, y adaptación de William A. Wellman

22 agosto, 2021

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Al igual que en mi otra sección Otros Mundos me ocupo de los aspectos más sugestivos y cautivadoramente ocultos del existir humano, he venido dedicando con regularidad un espacio a la literatura del oeste, porque hablando de literatura, esta contiene los mismos méritos artísticos que cualquier otra forma narrativa. Y precisamente, respecto a sus valores literarios, el presente género, por sus fundamentos universales, nos afecta a todos (a todos los auténticos lectores de obras literarias).

El libro que esta vez traigo a colación no es una novela o una recopilación de cuentos, sino un ensayo. Más allá del ancho Misuri (Across the Wide Missouri, 1947; Valdemar Frontera, 2017) fue acreedor del Premio Pulitzer en 1948, y su autor es uno de los grandes exponentes de la historia -la mítica- norteamericana, Bernard de Voto (1897-1955). Trabajo de toda una vida, que refleja otras muchas.

El contenido abarca una cronología de 1833 a 1838, y nos ayuda a comprender con todo lujo de detalles la vida de aquellos pioneros y comunidades que se fueron abriendo camino por entre las dificultades de la incesante trayectoria exploradora hacia el oeste de los Estados Unidos. Una senda donde arraigan todo tipo de detalles humanos, es decir, cualidades negativas y positivas. Época de tramperos y las llamadas tribus de las grandes llanuras. Sioux, cheyennes, apaches, pawnees, crows, delawares, shoshones… A los que pronto se sumarán comerciantes, exploradores, oportunistas y diestros aventureros.

El volumen contiene un álbum de ilustraciones pictóricas de los mismos autores con los que se acompaña a lo largo del recorrido. Veremos alguno más adelante. Además, incorpora un dramatis personae tras el prefacio, útil para ponernos en antecedentes o en seguimiento de los actantes principales y los nombres de las compañías de comercio más relevantes que se van a dar cita en la frondosidad del relato. Una historia bien documentada, pero no por ello alejada de la leyenda o lo fabulesco. ¡Qué sería la historia antigua -perdón por el pleonasmo- sin estos acicates!

Me sigue maravillando, más en los tiempos que vivimos, el hecho de que las aristas e inconveniencias típicamente humanas de la historia no sacrifican en De Voto la visión global de respeto y entendimiento hacia tales pioneros, y la conformación de un espíritu nacional y patrimonio cultural. Es decir, lo que ha de ser un historiador que se precie y precie a los demás, y no una correa de transmisión de oportunistas consignas contra su país.

Bernard de Voto
Ensayo narrativo en su forma, y coral en su fondo, Más allá del ancho Misuri se vertebra a través del comercio de pieles, sobre todo de búfalo y castor, y las industrias emergentes relacionadas con los curtidos, la carne y la madera, hasta que la aparición de otros tejidos y nuevas leyes, dieron al fin descanso -casi eterno- a estos sufridos animales.

Garrett Mattingly (1960-1962), el historiador y profesor a quien va dedicado el libro, comenta en el primero de los capítulos que el devenir estadounidense como pueblo es la historia de la transición de una fase del Atlántico a una fase del Pacífico (I). En esto tienen un papel importantísimo los llamados hombres de montaña (Mountain Men), incluso, lo que De Voto bautiza con propiedad como periodismo evangélico (Íd.). Respecto a los primeros, la soledad les había dado el regalo inigualable de la amistad (Íd.). Era una buena vida para aquellos que estuvieran hechos a ella (Íd.). De los segundos se ocupa in extenso más adelante. Lo que queda claro es que el oeste es también una cuestión de carácter. Lo imprime y lo cede a los demás, de forma voluntaria.

De hecho, el territorio era más hostil que los propios indios (II). Es el escenario de unas historias de supervivencia que han perpetuado sus nombres, como el del irlandés Tom Fitzpatrick (1799-1854), junto a las llamativas nuevas formas de enfrentarse al ente de la cultura tribal. En este sentido, las tribus de las llanuras variaban mucho en cuestiones de cultura, costumbres, conocimientos y personalidad (V). Siendo así, que había berdaches (homosexuales y travestidos) en todas las tribus (Íd.). El robo era un honor para los crows (II). Aquí entran en liza las relaciones del hombre blanco con las squaws (mujeres indias que se amancebaban con otras razas; III-IV), un aspecto también abordado por A. B. Gutrie Jr. (1901-1991) en Bajo cielos inmensos (The Big Sky, 1947; Valdemar Frontera, 2014).

Y como suele ocurrir, frente a la libertad individual del pionero, los funcionarios del gobierno utilizaban la prohibición (del alcohol) para sacarles sobornos a los comerciantes (V). Un tope para los abusos lo constituían los portaestandartes de la civilización como Fort Laramie (XII) o la importancia de las misiones españolas, cuya aportación no se oculta (VI).

Hombre de montaña, pintura de Ken Laager
Entre esos clanes autóctonos destacan dentro de la narración ensayística los pies negros (VI), la afable y bien avenida tribu de los nez perces (IX), o los sioux, los indios más atractivos (XII). En sus tipis se arremolinan la leyenda de los osos negros (VII) y un sinfín de cuentos y mitos de la naturaleza. Hay muchas zonas en el oeste en las que los seres sobrenaturales han lanzado un encantamiento (XIII). Por si acaso, mejor estar prevenido.

Ya he anticipado que no se oculta la participación de los misioneros. Los había de toda índole. Los EEUU estaban viviendo una explosión de fervor por la salvación de las almas de tierras lejanas (VIII). Clérigos congregacionales como Samuel Parker (1779-1866), o Marcus Whitman (1802-1847), médico presbiteriano (IX), conviven con botánicos como David Douglas (1799-1834) o exploradores de la firmeza de Kit Carson (1809-1868), Jim Clyman (1792-1881) (XIII) y John C. Frémont (1813-1890), posterior senador de los Estados Unidos; incluso con capitanes convertidos en novelistas, como William Drummond Stewart (1795-1871), del ejército británico. El general James Dickson (1738-1822) era un chiflado desquiciado (X), además de botánico y micólogo escocés. Teniendo mucho que decir con sus pinceles anduvo también el británico Alfred Jacob Miller (1810-1874), contratado por Stewart para retratar el oeste. Miller lo contemplaba todo con una mezcla de Buffalo Bill (1846-1917) y el Louvre (XII). Todos ellos, son personajes que, según De Voto, alivian el tedio que supone la labor diaria del historiador (X).

No podía dudarse de la sinceridad del deseo de aquellos indios por recibir instrucción religiosa (nez perces, flatheads, IX). En espléndida máxima -se sea creyente o no-, la religión (el cristianismo, católico o protestante), es definida como el majestuoso poema en el que el hombre occidental ha encarnado su comprensión de cómo funciona el destino (IX). Por otra parte, muchos aludidos y agraviados por la historia se reciclaron en escritores para poder vengarse (defenderse a veces) por vía de la ficción novelesca (V). En cada uno de estos hombres, en sus distintas profesiones y ejercicios, prevalece una notable fuerza de voluntad que supera lo muscular (en absoluto desdeñable) (X).

The Lost Greenhorn, de Alfed Jacob Miller

Pero donde hay humanos estamos en tierra de reyertas, puestos fronterizos, riscos agrestes y… pandemias (IX), con sus correspondientes negacionistas (de la enfermedad y la vacuna). Es curioso cómo la historia se repite sin que aprendamos apenas nada; sobre todo, los que no atienden a dicha historia o su objetivo es tergiversarla. En esta época acontece la que es considerada como la peor pandemia humana desde la Peste Negra (Íd.). Procedente de India, hacia 1816, acompañó todo desplazamiento humano (Íd.).

No fue la única. Hubo otro virulento azote de viruela (XI). La epidemia cambió los equilibrios de poder (Íd.). En 1837, tan solo cinco años después de la anterior. Entre tanto, los imperios francés y británico habían estado luchado en sucesivas guerras por el comercio de las pieles (Íd.). Antes de que la responsabilidad legal fuera posible en el oeste, primero fue necesario colonizar el oeste (XI). Una de las más atractivas conclusiones esgrimidas por el autor es, precisamente, el hecho de que el oeste estaba en bancarrota y en pleno auge a un mismo tiempo… y eso es lo que caracterizaría al oeste a partir de este momento (XII).

Todo un mosaico de individualidades que van aportando su tesela al mosaico. Labor de Bernard de Voto es que todo quede bien engarzado. Esto lo logra advirtiendo algo que muchos suelen olvidar de manera intencionada, y sobre lo que hemos llamado la atención muchas veces aquí: no se puede juzgar con los parámetros de la actualidad la historia de nuestro pasado (XI). Una de las perspectivas historicistas más sensatas y, por ello, más vulneradas. Pensamiento a posteriori que corrompe la historia (Íd.).

Por ejemplo, al anotar que fue mucho mejor que las piadosas mujeres blancas no dominaran aún el idioma, ¡ya que los comentarios críticos de los indios no son nada inhibidos (X)! O al abordar la expedición contra los pies negros del trampero, guía y explorador Jim Bridger (1804-1881) y su cronista, Osborne Russell (1814-1892) (XII).

El excelente realizador William A. Wellman (1896-1975) fue el encargado de crear una atmósfera y poner en escena una panorámica visual del libro, puesto que la traslación ad litteram es imposible. Más allá del Missouri (Across the Wide Missouri, MGM, 1950; estrenada al año siguiente), cuenta además con la música de David Raksin (1912-2004) y los decorados de Cedric Gibbons (1893-1960) y James Basevi (1890-1962). Fue una adaptación, o como digo, recreación, a cargo de Talbot Jennings (1894-1985) y Frank Cavett (1905-1973), responsables, el primero, de una película que me sorprendió gratamente cuando la vi, María Antonieta (Marie Antoinette, W. S. Van Dyke, 1938), o Paso al noroeste (Northwest Passage, King Vidor, 1940), y el segundo, de Siguiendo mi camino (Going My Way, Leo McCarey, 1944).

En apenas ochenta minutos se condensa esta impronta del libro de De Voto. Eso y la voz en off, en el original correspondiente a Howard Keel (1919-2004) y en español a Rafael Navarro (1912-1993), que de vez en cuando jalona el relato cinematográfico (y que se corresponde al descendiente del protagonista, que recuerda la memoria y avatares de su padre), me hacen pensar en un montaje muy ajustado, alejado de la intención inicial, a manos de John Dunning (1916-1991) y, en última instancia, el estudio, Metro Goldwyn Mayer, para el que el resultado carecía de cohesión narrativa. Una fuerza conductora intrínseca que no se supo ver, y que trató de paliarse con la antedicha voz en off. No debieron darse cuenta -tras uno de esos peligrosísimos pases o preview- de que la estructura de la película radicaba en la acción dramatizada de las vidas que se retrataban, tal y como sucede en el libro. Un espíritu que William Wellman respetó. En el estupendo volumen de Frank T. Thompson (1952) dedicado al director (William A. Wellman, 1983; Festival Internacional de Cine de San Sebastián-Filmoteca Española, 1993) se aclara este extremo. Según Thompson, la película original era probablemente mucho mejor que la versión actual, ya que además de la espléndida fotografía estaba la magnífica actuación de un reparto compuesto por algunos de los actores favoritos de Wellman. En palabras del propio realizador, lo que esos bastardos hicieron fue eliminar toda la acción y emplear una narración para rellenar los huecos (Íd.). Como reconoce el director, la acción (narrativa) estaba presente de forma muy moderna.


Sea como fuere, tenemos que conformarnos con lo que hay, que no es poco. La película arranca y se desarrolla -diríamos que respira- en extraordinarios escenarios naturales, fotografiados por el experimentado William Mellor (1903-1963) en rutilante tecnicolor. Esta es mi tierra, comenta esa voz en off a la que hacíamos referencia, que comprime la acción y que se corresponde al hijo de Flint Mitchell (Clark Gable), nuestro protagonista.

Los montañeses se reencuentran cada verano en lo que denominan una rendez-vous, debido a la presencia de muchos francófonos entre los pioneros. Es decir, en un ambiente de abierta francachela, que incluye la posterior celebración de la Navidad (trágicamente sesgada). Mitchell se ocupa del comercio con castores. Se dirige, con otro grupo de conocidos, al territorio de los peligrosos pies negros. A estos les interesa el negocio de pieles, porque conlleva otros complementos.

Además de este aspecto, la adaptación cinematográfica extrae -sabe transmitir- del libro el poder telúrico del paisaje, la capacidad de alcanzar la inmortalidad casi desde el anonimato, cuando uno ayuda a cimentar las raíces de un país; y episodios tan bien descritos como el robo de caballos por parte de algunas tribus indias, como un acto meritorio, o la amalgama de nacionalidades que -junto a la española- ayudaron a dicha cimentación; entre ellos, los figurines escoceses representados por el capitán Humberstone Lyon (Alan Napier) y el explorador y cazador Brecan (John Hodiak), que hacen alarde de sus costumbres. Una nómina que se completa con el freelance francés y traductor (con los indios) Pierre Alphonse (el veterano Adolphe menjou), y un cantinero de la misma nacionalidad, Monsieur Chennault (Henri Letondal). Asimismo, el capitán Lyons se hace acompañar de un fiel escudero, que pintaba lo que veía, en la figura de Gowie (George Chandler). De este modo se atiende a otro de los aspectos subrepticios más interesantes del libro, que se refiere a la camaradería y franca intimidad entre hombres. Lo de pintar viene por añadidura, al tomar este personaje (Gowie) elementos del pintor Miller.

Falta otro personaje vital, el de Kamiah (María Elena Marqués). La joven india posee determinación e iniciativa, como demuestra en su paso por el desfiladero nevado, al que se adentra como avanzadilla. No es una mera pieza decorativa, ya que su presencia primordial, como sucede en la mayoría de westerns, nada tiene que ver con el protagonismo principal establecido en minutos, sino con la esencia emanante del personaje.


En un tiempo en que Montana e Idaho eran aún parajes innominados, la narración fílmica marca bien la frontera que diferencia las escaramuzas viriles afines al género del odio desatado y apegado a la tierra, como bien saben los líderes Zorro Azul (Looking Glass: J. Carrol Naish), de los nez perce; Oso Fuerte (Bear Ghost: Jack Holt), abuelo de la muchacha, y el jovenzuelo pies negros, mucho más belicoso, Corazón de Hierro (Ironshirt: Ricardo Montalbán). Sin embargo, es Kamiah la que tiene la potestad de escoger marido (a Mitchell). El encargo del abuelo al comerciante y futuro esposo será devolverla a su tribu. Un camino arduo para la partida de mercantes. Del ambiente festivo de la rendez-vouz, Wellman pasa a la cósmica y engañosa placidez de la montaña. Pues ningún lugar es seguro. Así cada año, hasta el siguiente. Pero ya nada será lo mismo. Nunca lo es.

La película no ataja las injusticias que se dan por ambas partes: la muerte de Oso Fuerte es un momento sumamente agrio en la vida de Flint Mitchell. Luego vendrán otros. Al igual que en el libro, Más allá del Misuri es, por encima de todo, un elogioso canto a los pioneros, y una vibrante y vitalista, en todo su sentido, muestra de respeto y agradecimiento. Parte integrante de nuestra historia, como reclama la voz en off.

Más aún cuando para la voluntad del buen entendimiento entre los hombres nunca falta un lenguaje, aunque sea el de signos, común a todos; lo que resulta incluso más llamativo ahora que algunos pretenden diferenciarse a través de la lengua. Nada más ridículo y anti histórico.

Escrito por Javier Comino Aguilera

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