Animando desde Oriente (XXI): El niño y la bestia, de Mamoru Hosoda

05 agosto, 2021

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Hay un punto de fragilidad en las personas durante su desarrollo personal desde la infancia hasta la adultez. De ese punto suele depender la futura personalidad de la persona, incluyendo todo el dolor que pueda arrastrar hacia el adulto en que se va a convertir. Y en ese punto es crucial las relaciones que se crean con los primeros modelos de nuestra vida, una socialización que se inicia con la familia y proseguirá con las primeras amistades. Un quiebre en esas circunstancias suele provocar personas heridas y traumatizadas, que arrastrarán un dolor perenne en sus vidas que se puede traducir de múltiples formas.

Mamoru Hosoda (1967) se ha erigido en un director de animación a tener muy en cuenta. Sobre todo, porque ha desarrollado un estilo personal en el que sabe combinar elementos fantásticos potentes, pero tratados de forma sutil, con tramas de desarrollo personal, de evolución y crecimiento. Para mí, su mejor obra hasta el momento ha sido Los niños lobo (Wolf Children, Ōkami Kodomo no Ame to Yuki , 2012), en el que partía de la licantropía para contarnos, en realidad, una historia sobre la maternidad y, en segundo lugar, sobre la adolescencia. De la misma forma que los viajes en el tiempo le dio la excusa en La chica que saltaba a través del tiempo (Toki o Kakeru Shôjo, 2006) para lanzar un mensaje de carpe diem a los jóvenes. 

No obstante, conforme ha avanzado el tiempo, ha quedado en evidencia que uno de sus centros de interés son las relaciones familiares. Ya mencionábamos antes la maternidad, pero también abordó la relación entre hermanos en Mirai, mi hermana pequeña (Mirai, 2018) y la paternidad, con sentimiento de orfandad, en El niño y la bestia (Bakemono no Ko, 2015), que hoy comentamos. Aunque, por cierto, parece que vuelve a esta temática en su reciente Belle (2021), que también recupera el tema de los espacios virtuales que abordó en Summer Wars (Sama Wozu, 2009). Es decir, una obra coherente en tópicos, pero abordados desde varias perspectivas.


El niño y la bestia mezcla mitología, concretada desde el inicio con un breve prólogo, con la fragilidad de la infancia que mencionábamos antes. Ren acaba de perder a su madre, que era toda su familia, dado que su padre, tras el divorcio, pareció desaparecer. Solo y sintiéndose abandonado, Ren deambulará por las calles de Tokio, en concreto, de Shibuya, huyendo de sus nuevos tutores legales y sintiéndose no solo abandonado, sino también enfadado, acumulando ira y odio en su interior por una situación que no logra comprender. En un mundo paralelo, el de las bestias, Kumatetsu es un candidato a sustituir al Venerable, el líder de su zona, pero al contrario que su rival, Iôzen, no tiene seguidores ni familia, se encuentra solo por su carácter arrogante y su impaciencia con cualquier aprendiz. Los caminos de Ren y Kumatetsu se unen de forma inesperada. El niño acabará viviendo en la ciudad de las bestias cuando llegue a ella huyendo de la policía, en un cruce de mundos que nos recuerda tanto a Alicia en el país de las maravillas (Alice's Adventures in Wonderland, Lewis Carroll, 1865) como, y de forma más cercana a Hosoda, a El viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no kamikakushiHayao Miyazaki, 2001). En ese nuevo mundo se convertirá en un aprendiz de Kumatetsu, intentando ser un guerrero.

Como resulta evidente, la bestia y el niño son tal para cual: cabezotas, algo arrogantes, decididos e irascibles. A pesar de que durante toda la película mantienen continuas discusiones a gritos, se forjará un cariño entre ambos que incluso acabará en una relación en la que se necesitan mutuamente. Para Ren, Kumatetsu acabará ocupando el papel de padre que nunca tuvo, pero también le dará valor y arrojo para crecer y atreverse con todo. No obstante, no será un camino fácil, porque les costará mucho entender los sentimientos del otro; incluso Kumatetsu le quita toda rastro de su pasado al llamarlo Kyuta por sus nueve años, algo que es comprensible dado que el niño no quiere decirle su nombre. Además, su relación será mal vista por otras bestias, dado que los humanos son considerados peligrosos por contener en su interior el Vacío, una oscuridad interior, que es reflejo de la depresión, el dolor y las heridas psicológicas que arrastramos, que puede devorarlos y acabar con la estabilidad del mundo de las bestias. Como el espectador sabe, nuestro protagonista es un firme candidato a desarrollar este Vacío, pero este no será el punto determinante de la trama.


Sin duda, todo el primer tramo está acertado en su narración. La relación entre Kumatetsu y Ren se desarrolla con total naturalidad y son personajes creíbles. Incluso podemos resaltar la profundidad del muchacho frente a una bestia algo más plana. Aunque se intente explorar levemente el pasado de Kumatetsu, está claro que la película se enfoca en narrarnos la vida del niño como centro y protagonista. Por ejemplo, llegado cierto punto de la historia, volverá a explorar el mundo humano tras una bella elipsis temporal y empezará a interesarse en aprender todo aquello que no ha podido por vivir en ese mundo paralelo; como curiosidad, será Moby Dick (Herman Melville, 1851) el punto de partida de ese interés. Ahí conocerá a Kaede, que será su primer vínculo en su retorno al mundo humano, siendo también quien lo impulse a aprender y a intentar recuperar a su padre. Sin embargo, el tramo final resultará, aunque espectacular, más pesado, por ser reiterativo. Se jugará con alguna revelación sorpresa, que para los espectadores avispados no habrá pasado desapercibido, y se afianzará de manera definitiva la relación entre Ren y Kumatetsu, pero se alarga demasiado para llegar a una conclusión algo previsible que se podría haber adelantado porque no añade nada nuevo. En este sentido, Hosoda fue más preciso en obras anteriores.

Como punto negativo, seguramente la sensación de que la relación entre ambos protagonistas no avanza a pesar del tiempo, salvo por momentos concretos. Por ejemplo, en el primer combate entre Kumatetsu e Iôzen, Ren actuará de la misma forma que en el combate final, las discusiones se repiten de forma constante y hasta absurda, como reconocen otros personajes, y a veces se puede sentir que faltan algunas escenas intermedias donde mantengan alguna conversación más cercana. A pesar de eso, el vínculo es bastante convincente y emotivo, como demuestra la conclusión del segundo combate contra Iôzen, tanto por cómo finaliza como por el golpe de efecto que le aplica Hosoda de manera acertada.


Por otra parte, las dudas y reticencias de Ren en su regreso al mundo humano están muy bien tratadas, teniendo en cuenta que se trata de un huérfano que no ha tenido contacto con otros humanos desde que tenía nueve años. Incluso sorprende la facilidad con la que se desenvuelve, aunque resulta evidente que es una muestra de su evolución conviviendo también en el mundo de las bestias. En este sentido, la forma en que conoce a Kaede resulta impecable y se atiene a la propia lógica del personaje. Su subtrama conecta bastante bien con el desarrollo del protagonista en su adolescencia y permite también añadir un nuevo factor a una historia que podría caer en la repetición. Como sucedía en Los niños lobo, los niños cambian, crecen y acaban teniendo intereses distintos a los de su infancia, algo que Hosoda retrata con buena mano. De la misma forma que sabe proporcionar personajes secundarios con un rol determinado, pero preciso y justo. Todos se sienten únicos, pero necesarios en la trama, como los amigos de Kumatetsu, que parecen reflejar dos perspectivas distintas, así como el gracioso Venerable, que ejercerá también como una especie de guía espiritual u oráculo, viendo en los personajes más de los que ellos ven en sí mismos. Incluso Iôzen, que podría resultar insulso, acaba siendo un personaje con aristas. Algo más irregular es el desarrollo de su hijo Ichirôhiko.

En conclusión, El niño y la bestia es una acertada película de Mamoru Hosoda, que logra aunar el entretenimiento, gracias sobre todo al terreno de los combates y el entrenamiento, casi al más puro estilo Karate Kid (John G. Avildsen, 1984), con un desarrollo de personajes muy bien realizado, y seguramente lo más destacable en este director. Su animación es estupenda, con un trazo más ligero a lo habitual, pero que ya es habitual y característico en su trayectoria, y que nos deja con personajes bastante expresivos y reconocibles, pero sencillos. Quizás su principal defecto es que se siente algo larga y repetitiva en su tramo final, con demasiado subrayado, aunque sea precisamente su tramo más espectacular. A pesar de eso, un bonito relato sobre el significado de la paternidad, de los modelos a seguir y de cómo aprendemos los unos de los otros a pesar de nuestras diferencias.

Escrito por Luis J. del Castillo

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