Hay determinados tópicos con los que cuesta combatir, demasiado generalizados y distribuidos incluso por quienes deberían tratar de eliminarlos y defender la realidad. Ya hemos hablado con anterioridad del hecho de que la animación esté intrínsecamente relacionada con la infancia es un error que nos impide acercarnos con madurez a un mercado tan amplio como el del anime japonés y lograr entenderlo de forma completa. Ya mostramos con La tumba de la luciérnagas (1988) o Recuerdos del ayer (1991) como de cruda, la primera, o reflexivamente realista, la segunda, podía ser una película de anime, pero a pesar de ello debemos incidir en un nuevo aspecto a tener en cuenta para entender este mundillo.
Cuando nos enfrentamos a la creación de una animación, nos encontramos ante un universo de posibilidades que no están circunscritas a la realidad y cuyos límites se nos escapan. Lo habitual en el anime es recurrir a un elemento fantástico o de ciencia ficción, es decir, a géneros algo denostados de forma general en las últimas décadas, a pesar de que en muchas ocasiones ya están revitalizados y defendidos por sectores consolidados. Suele pasar además que la mayoría de series célebres suelen tener como centro de interés esta magia, y podríamos citar numerosos ejemplos, desde la mítica (y tan maltratada) Dragon Ball (Akira Toriyama, 1986-9, Dragon Ball Z, 1989-1996), pasando por otros shonen como Naruto (2002-2006; Naruto Shippuden, 2007-) o Bleach (2004-2012), a incluso algunos shojo que han tenido cierto éxito en España, como Sakura, cazadora de cartas (CLAMP, 1998-2000).
Nos estamos refiriendo al hecho de que más allá de las series realistas de animación nipona, como pudieran serlo las películas antes mencionadas de Isao Takahata o incluso sus series Heidi (1974) y Marco (1976), hay toda una serie de obras que incidiendo en algún aspecto mágico, de género negro o de ciencia ficción pueden realizar una propuesta seria, adulta y muy interesante. Podríamos ahondar en diferentes nombres, con célebres casos como la mítica película Akira (Katsuhiro Ōtomo, 1988) o la serie Evangelion (Hideaki Anno, 1995-1996), pero hoy nos refugiamos en una obra reciente que ha conseguido cierta atención por parte del público: Boku dake ga Inai Machi, o bien Erased (2016), como nos referiremos de ahora en adelante (en España se ha traducido posteriormente como Desparecido, siendo licenciado y editado por Selecta Visión). Esta historia comenzó como un manga realizado por Kei Sanbe desde 2012 y finalizado en marzo de este año, aunque en nuestro análisis nos centraremos en la serie anime que se ha emitido en Japón entre el 8 de enero y el 26 de marzo de este mismo año, dirigido por Tomohiko Itō (que ha participado en series como Death Note [2006-7] y en películas como La chica que saltaba a través del tiempo [2006] o Summers Wars [2009]).
Erased parte de una premisa sencilla: el joven Satoru Fujinuma, de 29 años, tiene la habilidad especial de retroceder involuntariamente en el tiempo cuando va a suceder algo negativo, con el fin de poder evitarlo (provocando generalmente un nefasto resultado para sí mismo). Este es el aspecto mágico de la trama, pero en lugar de proponernos una serie procedimental, con capítulos autoconclusivos sobre esta habilidad, los doce episodios están enfocados en un único caso relacionado con la infancia del protagonista, cuyas repercusiones alcanzan a su presente de forma atroz.
Así, gracias a este misterioso poder, regresará a su yo niño del año 1988, cuando iba a quinto de Primaria, a la clase del maestro Yashiro junto a sus amigos Kenya, Hiromi, Osamu y Kazu, fecha en la que se sucedieron una serie de crímenes en torno al secuestro y asesinato de dos niñas (Kayo Hinazuki y Aya Nakanishi) y un niño (Sugita) que afectaron profundamente a Satoru. Con el fin de investigar qué sucedió, tratará de evitar esas muertes y reescribir de esa forma su vida.
Así, gracias a este misterioso poder, regresará a su yo niño del año 1988, cuando iba a quinto de Primaria, a la clase del maestro Yashiro junto a sus amigos Kenya, Hiromi, Osamu y Kazu, fecha en la que se sucedieron una serie de crímenes en torno al secuestro y asesinato de dos niñas (Kayo Hinazuki y Aya Nakanishi) y un niño (Sugita) que afectaron profundamente a Satoru. Con el fin de investigar qué sucedió, tratará de evitar esas muertes y reescribir de esa forma su vida.
En cierto sentido, no anda lejos esta propuesta de nuestro anterior Animando desde Oriente, Detective Conan (Gosho Aoyama, 1996-), dado que de nuevo se conjuga aquí un personaje niño con mente adulta y una trama de género negro, pero hay diferencias radicales entre ambas propuestas más allá de estas dos semejanzas evidentes.
Por una parte, la serie no cae en el error de convertir en infantil su contenido, ni que resulte tedioso la presencia de niños como personajes principal, dado que su papel está algo reducido y su aparición está ligada al argumental principal, sin establecer innecesarias y ridículas subtramas como suele ser habitual en estos casos. No obstante, también es cierto que en ocasiones se nota artificial, dado que se recrea en la mayoría de niños protagonistas (Satoru, Hinazuki o Kenya) un comportamiento de características más maduras. Por otra parte, la habilidad que tiene Satoru nos recuerda a otras películas como El efecto mariposa (Eric Bress y J. Mackye Gruber, 2004) o, de forma tenue, a las repeticiones del día de la marmota en Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993).
No se trata de una serie que resulte tediosa, dado que avanza tratando de solucionar pequeños problemas que están interrelacionados con el propósito final y quizás se puede percibir cierto desgaste cercano al tramo final, a pesar de que nos encontramos ante una cantidad breve de episodios, tan solo 12. En este juego de tira y afloja, cada capítulo ofrece al espectador nuevos datos a la par que plantea más dudas, concluyendo cada uno de ellos con un cliffhanger que o bien propone un giro a la trama y un nuevo reto al protagonista o bien plantea una situación de sospecha hacia algún personaje. Ahora bien, tampoco está centrada en exclusiva en la trama negra, sino que incorpora un deje nostálgico y una revisión del pasado.
Por una parte, la serie no cae en el error de convertir en infantil su contenido, ni que resulte tedioso la presencia de niños como personajes principal, dado que su papel está algo reducido y su aparición está ligada al argumental principal, sin establecer innecesarias y ridículas subtramas como suele ser habitual en estos casos. No obstante, también es cierto que en ocasiones se nota artificial, dado que se recrea en la mayoría de niños protagonistas (Satoru, Hinazuki o Kenya) un comportamiento de características más maduras. Por otra parte, la habilidad que tiene Satoru nos recuerda a otras películas como El efecto mariposa (Eric Bress y J. Mackye Gruber, 2004) o, de forma tenue, a las repeticiones del día de la marmota en Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993).
No se trata de una serie que resulte tediosa, dado que avanza tratando de solucionar pequeños problemas que están interrelacionados con el propósito final y quizás se puede percibir cierto desgaste cercano al tramo final, a pesar de que nos encontramos ante una cantidad breve de episodios, tan solo 12. En este juego de tira y afloja, cada capítulo ofrece al espectador nuevos datos a la par que plantea más dudas, concluyendo cada uno de ellos con un cliffhanger que o bien propone un giro a la trama y un nuevo reto al protagonista o bien plantea una situación de sospecha hacia algún personaje. Ahora bien, tampoco está centrada en exclusiva en la trama negra, sino que incorpora un deje nostálgico y una revisión del pasado.
Esta cuestión es notable en el desarrollo del protagonista. En principio, tenemos a un personaje apático, desilusionado y algo inexpresivo, un hombre antisocial de 29 años que ve con disgusto la vida, su trabajo, a quienes le rodean, y que considera su don una maldición. Sin embargo, el contacto, primero con Airi, su joven y entusiasta compañera de trabajo, y luego con su pasado, comenzará a moldear a una persona diferente, de cuya evolución seremos conscientes. Aunque gran parte de las reflexiones adultas se conservarán en su versión de niño, gracias a su mente, lo cierto es que ambas personalidades se solapan ocasionalmente.
Así tendremos a un niño que pretende simular serlo, sin poder evitar caer en los mismos errores que cometió cuando tenía esa edad, lo que demuestra que no ha cambiado tanto como pensaba. A su vez, se percatará de detalles de los que no era consciente entonces. En relación a esta cuestión, la serie invita al espectador a reflexionar de forma implícita sobre la cuestión del olvido, de esas lagunas mentales que ocupan nuestros recuerdos infantiles, en muchas ocasiones como flashes en medio de la memoria.
De esta manera, al principio, Satoru valorará detalles en la relación con su madre, Sachiko, que antes no recordaba, siendo consciente de todo lo que había perdido. El valor de la familia se reivindica a lo largo de los episodios, incluso en la influencia negativa que ciertas decisiones familiares pueden tener para el futuro de los hijos.
Por otra parte, Satoru también se percatará de cómo cosas que fueron importantes para él ya se le han olvidado (como la guarida secreta de su pandilla) o de cómo funcionaba el mundo adulto a su alrededor sin que él se percatara entonces (la forma de comportarse o hablar de un adulto de un nivel sociocultural menor, la actitud más protectora de su madre o cómo se ocultaron los crímenes con mentiras que los niños creyeron). En cierta forma, este reencuentro con el pasado de Satoru se convierte en una invitación a ahondar en aquello que ya no somos, pero que en cierta forma seguimos siendo. Y todo ello sin olvidar en ningún momento que nos encontramos con un thriller para evitar un crimen y conseguir desenmascarar al asesino, lo que es realmente meritorio.
Debemos mencionar, además, la importancia del presente, donde se desarrolla una subtrama de persecución policial (aunque siempre desde el punto de vista del perseguido), cuyo tema esencial es la confianza. El personaje más relevante de este tiempo es Airi Katagiri, a la que ya mencionamos, y que desde el capítulo 7 parece difuminarse del guión del anime a pesar de que para el protagonista era una persona importante al haber supuesto un choque de personalidades y la apertura a un nuevo Satoru.
Aunque la acción se sitúa principalmente en 1988, debíamos mencionar esta presencia ocasional de Airi, ya que funciona como sustento de un nuevo enfoque vital y posteriormente como un ancla para la memoria del protagonista. De la misma forma, hay hechos aún anteriores en el pasado de Satoru que sirven para motivar ciertas acciones, siendo especial el caso del héroe de anime que admiraba en su infancia y que le hace plantearse la forma en que un héroe debe comportarse, hasta que finalmente sea él la persona admirada como tal.
En cuanto a la estructura argumental, hay un arco principal que abarca hasta el capítulo 6, cuando se produce un intermedio, y se retoma hasta el episodio 9, momento del cierre donde más allá del tema principal, se solventa una trama en torno al maltrato infantil. A partir de ese momento, comienza el tramo final que resulta más flojo, dado que se desprende de uno de los personajes principales, Hinazuki (a pesar de que en el manga este personaje seguía estando presente). En realidad, seguramente el aspecto en el que el anime más erra es en el momento de concluir u otorgar una explicación convincente a todo lo desarrollado. Quizás se puedan encontrar las causas en la duración de la serie, aunque se podrían haber organizado mejor, o quizás en la excesiva cercanía entre la publicación del final del manga y del anime, dado que ello impedía realizar una adaptación más fiel. Aunque la resolución no varía, invitamos a quienes disfruten del anime, a acercarse al manga original para observar de forma más detallada algunas cuestiones que se obvian, dando una apariencia más superflua que desmerece en gran medida el resultado definitivo del anime.
Sucede este hecho tanto en el cierre del entramado de Hinazuki, donde se trata de otorgar de forma sutil una explicación a la situación familiar deleznable de la niña a partir de antecedentes, pero cuya justificación aún tratando de humanizar a un personaje oscuro, queda algo endeble. Incluso podríamos considerar la aparición de cierto personaje como un Deus ex machina frente a la elaborada estratagema de los personajes principales (la familia Fujinuma o el maestro Yashiro). No se desliga en este caso del manga, aunque su desarrollo es algo mayor y se comprende mejor en la obra de Sanbe. Destacamos aquí la importancia de Kayo Hinazuki que ostenta prácticamente el rol de co-protagonista en gran parte de la serie, siendo un personaje complejo por su situación, hecho por el cual su comportamiento, de talante desconfiado, dista mucho de corresponderse al de una niña. Este personaje nos regala momentos muy emotivos al encontrar el cariño y la confianza en la familia Fujinuma.
Distinta suerte corren el arco final entre los capítulos 10 y 12, momento en el que se trata de resolver la identidad del asesino, aunque curiosamente no se opta por encaminar al protagonista a ese objetivo, lo que redunda en una cuestión: la preocupación principal de Satoru ha sido y es la salvación de las víctimas, cualesquiera que sea, antes que la captura del criminal, que aún siendo relevante, pasa a un segundo plano. Por ello, quizás la serie tampoco se dedica a expandir u ofrecer posibles culpables, lo que conlleva que aunque pueda existir una sorpresa final con la identidad del secuestrador, resulte lógico dado el escaso plantel de personajes. Los dos últimos episodios juegan como espejo de ilusiones, aunque el final se desinfla como sucedía desde el capítulo 9, tratando de dar un golpe de efecto, pero con cierta ausencia de profundidad para comprender mejor al asesino (si acaso se puede entender a un psicópata), algo que se solventa en el manga dedicando un capítulo a su pasado.
Durante los episodios 11 y 12 se revaloriza la importancia de la amistad y se recalca cómo el compañerismo y esos pequeños actos de valentía y heroicidad pueden variar el rumbo de una vida, lo que, por otra parte, incide en un mensaje positivo de cercanía a los demás y de la expresión auténtica y sincera de uno mismo. Estas cuestiones, que ya se subrayaban al inicio de la serie gracias al retorno a la infancia y a la revalorización del pasado, consiguen cerrar un círculo que producen un cambio crucial en la vida del personaje. En este segmento, la serie cierra un círculo de forma acertada, a pesar de que la trama de carácter más negro haya perdido interés y no resulta tan redonda como se antojaba inicialmente. De esta forma, aunque es cierto que la intriga acompaña a toda la serie manteniendo el suspense, conforme avanzan los episodios y nos acercamos a los últimos, podemos tantear con acierto algunas respuestas, a pesar de lo cual el anime siempre trata de guardarse otro giro para sorprender.
Por otra parte, en tan pocos capítulos es normal que el desarrollo de ciertos personajes no haya sido el más adecuado, pero los principales destacan por su profundidad y los más estereotipados no deslucen demasiado, siendo fácilmente identificables, gracias especialmente al juego de la nostalgia por el pasado. A nivel técnico, la animación es bastante agradable visualmente, con algunas escenas bastante bellas y composiciones entre personajes solemnes y llenas de significado, incluyendo aquí también una mención al montaje.
En el dibujo paisajístico encontramos más defectos, salvo cuando la ocasión lo merece (como en la secuencia del árbol navideño), pero esto es frecuente en este tipo de producciones. La música resulta muy adecuada y destacamos la introducción (opening) de la serie. Ha gozado de un éxito considerable en Japón, donde se ha realizado también una película de acción real (tendencia habitual en el país nipón), estrenada en marzo de este año, y este próximo verano verá la luz en la revista Young Ace un manga spin-off. De momento, el anime no parece que vaya a cruzar la frontera, por lo que solo se puede disfrutar en versión original (o subtitulado por fans).
Quizás nuestro análisis haya podido desalentar parcialmente, pero la serie se disfruta con facilidad y mantiene en vilo hasta el final. Su brevedad es también un aliciente para acercarnos a ella si queremos algo más ligero que otras series televisivas mucho más extensas, siendo similar a lo que proponía en su origen Broadchurch, antes de decidir realizar una segunda y tercera temporada.
Por último, cabe destacar los mensajes positivos que alberga la serie y que se introducen hasta de forma humorística en ocasiones o incidiendo en cómo nos afecta aquello que nos marca personalmente, acciones fortuitas que pueden cambar el rumbo de toda una vida; en este caso concreto, podemos mencionar el encuentro con un ídolo durante la infancia, las palabras alentadoras de una desconocida en un momento crítico de nuestra vida o el sacrificio de un heroico amigo que trató siempre de salvarlos a todos.
Escrito por Luis J. del Castillo
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