Hay obras puntuales que confieren entidad a todo un género y, aunque puedan ser superadas, siempre serán tanto imprescindibles como creaciones de culto, pese al tiempo que pueda pasar, como un evidente ejemplo de lo que fue, o sigue siendo, una corriente artística o un género. En el caso del cine, el séptimo arte cuenta con una historia reciente, por lo que es fácil abarcar y ahondar en estas estrellas que marcaron, aunque a veces no se las reconozca.
En el cine de animación, Walt Disney (1901-1966) marcó desde Estados Unidos unas pautas muy claras con su archiconocida empresa. Pero el cine de animación japonesa también ha marcado una personalidad propia distante de los cánones occidentales gracias a obras como la colosal Akira (1988).
El adjetivo no es azaroso. La producción de Akira fue posible gracias a dos factores vitales. Por una parte, el empeño personal y artístico de su creador, Katsuhiro Otomo (1954-), quien estaba realizando el manga que finalizaría más tarde, en 1990 (iniciado en 1982), con un nivel de profundización y variantes en la resolución como solo le permitía el mundo del cómic, superando las dos mil páginas.
Y por otra parte, la conjunción de un conglomerado de diversas empresas que crearon el Comité Akira para sacar adelante la película de animación más cara de la historia hasta el momento. El resultado de este trabajo ha sido considerado una obra de culto y un clásico del anime desde su estreno. Por estas razones, Akira no podía faltar en nuestra sección.
No obstante, no nos dejemos caer en la complicidad. Con toda su grandeza, Akira se relaciona más con películas de gran complejidad y sutileza que con fenómenos de masas, aunque en su momento supo unir a ambos campos. Resulta fácil encontrar críticas al argumento y a su desarrollo, incluso hay quienes comentan que la admiración que levanta esta obra se debe a que es confusa y entra así dentro de una moda intelectualoide. Una opinión fácil que arrastran también otras obras similares. Con todo, no está exenta de cierta razón en la existencia de agujeros argumentales o en la ausencia de cierta profundización, pero la película se desarrolla de una forma centrada y deja al espectador espacio para la interpretación.
Así pues, debemos comenzar diciendo que Akira es, ante todo, una película de ciencia ficción fantástica por méritos propios, ambientada en una época futura post-nuclear, más que post-apocalíptica, cuyo contenido y desarrollo puede resultar confuso, complejo y difícil de entender. El panorama que nos presenta la película es el de un mundo degradado y de estética ciberpunk, similar a, por ejemplo, Blade Runner (Ridley Scott, 1982), con una gran metrópoli, Neo-Tokyo, infectada de violencia, drogas, sexo, terrorismo, inestabilidad política, secretos militares y hasta sectas que esperan el regreso de Akira, aquello que destruyó la anterior ciudad. La explosión de, lo que se supone, un nuevo tipo de bomba experimental en el área metropolitana de Tokyo marcó el inicio de la Tercera Guerra Mundial hace 38 años, situándose la acción en 2019, en la ciudad erigida sobre las ruinas de la capital japonesa. Así observamos al inicio de la película, que después nos mostrará la degradación social a través de los que podemos considerar sus protagonistas.
Una panda de motoristas, Cápsulas, liderada por Shotaro Kaneda, vive al límite de la ley enfrentándose con bandas rivales, como los Payasos, sin atender a sus responsabilidades, abandonados realmente por el sistema, como se nos mostrará al enseñar un instituto desvalijado y sin ninguna autoridad real. Sin embargo, de forma paralela, se produce una persecución por parte del ejército de un sujeto que huye con un niño de apariencia extraña, llamado Takashi.
Ambos hechos se entrecruzan por casualidad, provocando un accidente en el que se ve involucrado Tetsuo Shima, el mejor amigo de Kaneda, aunque también quien recibía mayores burlas del resto de la panda. El ejército, liderado por el coronel Shikishima, se lleva al niño y a Tetsuo, mientras que la banda es arrestada junto a Kei, una joven componente del grupo revolucionario que trataba de rescatar al niño. Cuando el doctor Onishi, investigador del ejército, descubre en Tetsuo habilidades especiales semejantes a quien él denomina Akira, comenzará la pesadilla para todos.
Escrito por Luis J. del CastilloEn el cine de animación, Walt Disney (1901-1966) marcó desde Estados Unidos unas pautas muy claras con su archiconocida empresa. Pero el cine de animación japonesa también ha marcado una personalidad propia distante de los cánones occidentales gracias a obras como la colosal Akira (1988).
El adjetivo no es azaroso. La producción de Akira fue posible gracias a dos factores vitales. Por una parte, el empeño personal y artístico de su creador, Katsuhiro Otomo (1954-), quien estaba realizando el manga que finalizaría más tarde, en 1990 (iniciado en 1982), con un nivel de profundización y variantes en la resolución como solo le permitía el mundo del cómic, superando las dos mil páginas.
Y por otra parte, la conjunción de un conglomerado de diversas empresas que crearon el Comité Akira para sacar adelante la película de animación más cara de la historia hasta el momento. El resultado de este trabajo ha sido considerado una obra de culto y un clásico del anime desde su estreno. Por estas razones, Akira no podía faltar en nuestra sección.
No obstante, no nos dejemos caer en la complicidad. Con toda su grandeza, Akira se relaciona más con películas de gran complejidad y sutileza que con fenómenos de masas, aunque en su momento supo unir a ambos campos. Resulta fácil encontrar críticas al argumento y a su desarrollo, incluso hay quienes comentan que la admiración que levanta esta obra se debe a que es confusa y entra así dentro de una moda intelectualoide. Una opinión fácil que arrastran también otras obras similares. Con todo, no está exenta de cierta razón en la existencia de agujeros argumentales o en la ausencia de cierta profundización, pero la película se desarrolla de una forma centrada y deja al espectador espacio para la interpretación.
Una panda de motoristas, Cápsulas, liderada por Shotaro Kaneda, vive al límite de la ley enfrentándose con bandas rivales, como los Payasos, sin atender a sus responsabilidades, abandonados realmente por el sistema, como se nos mostrará al enseñar un instituto desvalijado y sin ninguna autoridad real. Sin embargo, de forma paralela, se produce una persecución por parte del ejército de un sujeto que huye con un niño de apariencia extraña, llamado Takashi.
Ambos hechos se entrecruzan por casualidad, provocando un accidente en el que se ve involucrado Tetsuo Shima, el mejor amigo de Kaneda, aunque también quien recibía mayores burlas del resto de la panda. El ejército, liderado por el coronel Shikishima, se lleva al niño y a Tetsuo, mientras que la banda es arrestada junto a Kei, una joven componente del grupo revolucionario que trataba de rescatar al niño. Cuando el doctor Onishi, investigador del ejército, descubre en Tetsuo habilidades especiales semejantes a quien él denomina Akira, comenzará la pesadilla para todos.
No obstante, aunque este sea el argumento base, podemos señalar que en Akira el héroe está ausente como tal figura. Incluso el papel protagonista está dividido entre dos personajes, Tetsuo y Kaneda, a pesar de que la balanza se acabe declinando por mostrarnos o hacernos a Kaneda, ese joven rebelde y motero, como el adalid del bien, pese a que no existen en verdad polos maniqueos en esta obra. En este sentido, se ahonda en la relación entre ambos personajes de forma sutil. Incluso podemos advertir que debajo de la historia de ciencia ficción que se nos narra, que la he considerado fantástica porque realmente no se sumerge en ofrecernos explicaciones de lo que sucede, hay una historia sobre la amistad, una amistad de supervivencia (la encontramos en este dúo, pero también en otros personajes, como la relación de Kei con la resistencia o en la historia del cuarteto de niños del que forma parte Takashi).
A su vez, contra la corriente generalizada de otros animes de dibujar, nunca mejor dicho, a la amistad como la solución de los problemas de los protagonistas, aquí se muestra con ambas caras: la colaboración mutua, el apoyo, incluso como salvación ante la soledad y el abuso, pero también con los celos, la desconfianza o la relación desigual. Destaca en este caso cómo Tetsuo manifiesta a lo largo de la película su sentimiento de inferioridad frente a Kaneda, que en un principio parecía admiración y que acaba tiñéndose de desprecio. Pese a todo, llegado cierto momento, tan solo se le ocurrirá gritar el nombre de su mejor amigo cuando no sepa cómo afrontar la situación.
Sin duda, Tetsuo es el personaje más dramático y seguramente con quien más se pueda llegar a sentir empatía, pese a que opte por la violencia desmedida e inhumana. Su venganza, que irá en escala, nos remite también al sentimiento de impotencia que sienten quienes han sufrido abusos de cualquier tipo. Por ello, si bien no podemos compartir sus acciones, no podemos verlo como un villano. De la misma forma que Kaneda no es un héroe al uso. De forma contraria a Tetsuo, Kaneda apenas cuenta con un desarrollo tan evidente, pero sí encontramos en él a un rebelde sin causa cuya auténtica personalidad, escondida bajo esa fachada de triunfador, irradia más nobleza de la que se espera de un pandillero.
El resto del personajes encajan en los clichés que el director pretendía realizar tras beber del cine americano como modelo del que servirse para representar sus preocupaciones (tanto personales como las derivadas de su nación). Ahí tenemos al militar al mando, serio, frío y escéptico, quien en principio puede ser considerado como el antagonista; al científico más interesado en el descubrimiento o en resolver sus dudas que en la seguridad, sea la suya o la nacional; incluso tenemos un gobierno y una resistencia que son la cara de una misma moneda, un grupo de políticos que ignoran la importancia de lo que sucede o de los efectos de sus decisiones y una resistencia terrorista que a pesar de tratar de cambiar las cosas, tiene un fondo manchado por la corrupción y la manipulación, como se nos mostrará con el personaje de Nezu, usando a personas involucradas de verdad en la causa, como Ryu o Kei; o, finalmente, a las dos pandillas, seguramente la compuesta por personajes más planos, rebeldes que se dedican al vandalismo y a las carreras de motos luchando entre sí y vengándose, como cuando tratan de violar a Kaori, la novia de Tetsuo.
Pero, como decíamos, estamos ante una obra que sabe con lo que trabaja y consigue darle entidad y personalidad a sus personajes más relevantes a pesar de los clichés. Para ello, no recurre de forma necesaria a excesivos diálogos, sino que lo remarca mostrando, dejando que de forma sutil o evidente, dependiendo del caso, sea el espectador quien capte lo que sucede. No daremos mayor explicación para no involucrar aún más la trama, pero baste señalar que las personalidades de los personajes, como el coronel Shikishima, Tetsuo, Kaneda o Nezu se ven realmente descritas con sus acciones más que con sus palabras.
Como curiosidad, y dejando espacio a la interpretación, el aspecto por el que opta Tetsuo cuando emplea su poder se asemeja al de un niño que se haya puesto una capa para jugar, lo que se relaciona, por ejemplo, con esa liberación de la responsabilidad adulta frente a la inocencia bestial de la infancia o, incluso, remitiendo a la represión que Tetsuo aguanta sobre sí mismo desde que era un niño. Incluso el uso del flashback en dos momentos puntuales suponen todo un acierto tanto para ganar en comprensión acerca de la verdad en torno a Akira como para descubrir la fuerza de la amistad de Kaneda y Tetsuo.
Pero, como decíamos, estamos ante una obra que sabe con lo que trabaja y consigue darle entidad y personalidad a sus personajes más relevantes a pesar de los clichés. Para ello, no recurre de forma necesaria a excesivos diálogos, sino que lo remarca mostrando, dejando que de forma sutil o evidente, dependiendo del caso, sea el espectador quien capte lo que sucede. No daremos mayor explicación para no involucrar aún más la trama, pero baste señalar que las personalidades de los personajes, como el coronel Shikishima, Tetsuo, Kaneda o Nezu se ven realmente descritas con sus acciones más que con sus palabras.
Como curiosidad, y dejando espacio a la interpretación, el aspecto por el que opta Tetsuo cuando emplea su poder se asemeja al de un niño que se haya puesto una capa para jugar, lo que se relaciona, por ejemplo, con esa liberación de la responsabilidad adulta frente a la inocencia bestial de la infancia o, incluso, remitiendo a la represión que Tetsuo aguanta sobre sí mismo desde que era un niño. Incluso el uso del flashback en dos momentos puntuales suponen todo un acierto tanto para ganar en comprensión acerca de la verdad en torno a Akira como para descubrir la fuerza de la amistad de Kaneda y Tetsuo.
El final de Akira puede provocar diversos debates en torno al significado de la película. El prisma de posibilidades es amplio dada la ambigüedad de sus propios personajes, destacando aquí el de los niños especiales. No obstante, la conclusión parcial de esta obra me parece una invitación abierta a un futuro misterioso, pero que, después de todo, versa sobre volver a empezar tras haber aprendido de lo vivido. Algo similar a lo que sucede con otra obra culmen en el género del anime, como es La princesa Mononoke (Hayao Miyazaki, 1997).
A nivel artístico, aunque sin duda han pasado varios años, estamos ante una obra maestra de la animación, cuidada al máximo detalle, con un gran realismo en sus fondos y paisajes, en los movimientos de sus personajes y sus expresiones. No en vano se invirtió un gran esfuerzo económico y humano en desarrollar una animación original y cuidada para cada secuencia, con la dificultad añadida de que la mayor parte de la película transcurre de noche, lo que supuso un trabajo más elaborado en el uso de los colores. La estética ciberpunk se encuentra perfectamente representada a través de los diferentes planos de la metrópoli, que junto a sus ciudadanos anónimos, conforma un personaje más de la película. La música de Shoji Yamashiro (alias de Tsutomu Ohashi) cuenta sobre todo con una percusión muy medida colaborando con un órgano y generalmente incorporando voces corísticas; este conjunto se relaciona bastante bien con la estética ciberpunk y le otorga una gran personalidad a la película.
En conclusión, Akira es una película que sorprende. Sin duda, tiene una reputación merecida y está en el lugar que se merece, aunque hay que advertir que es una película que exige la atención del espectador y que, pese a ello, puede plantear bastantes interrogantes. Lo cual, dicho sea de paso, es algo que toda obra artística debería hacer. No decimos que sea una experiencia digerible, pero dentro del anime es imprescindible.
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