Uno de los fenómenos más habituales dentro del aspecto comercial del arte es la reiteración de ciertas fórmulas o, directamente, la aparición de una multitud de obras similares a otra que ha sido un éxito en ventas o en público. Independientemente de la calidad de la obra madre, estas obras derivadas suelen tener de forma general una calidad inferior. La última legión (The Last Legion, Doug Lefler, 2007) trata de beber de diversas fuentes tanto exitosas como de calidad, pero acaba por ser un pastiche sin demasiada gracia ni acierto, uniéndose a esa lista de obras derivadas que tratan de aprovechar el camino abierto por otros.
Con una carrera centrada en el cine y las series de aventuras, generalmente de corte juvenil, Doug Lefler desarrolla en la pantalla un guión firmado por los hermanos Butterworth que adapta parcialmente la novela homónima del italiano Valerio Massimo Manfredi. Sin embargo, aunque no conozcamos las razones, el resultado final no es una obra compleja ni completa, sino una película de aventuras que podría calificarse de resultado infantil, a pesar de partir o tener momentos que pudieran hacernos pensar lo contrario en un primer momento.
La última legión se proyecta, en un inicio de voz en off y un montaje fantasioso, como la historia del origen de la espada Excalibur y del mito artúrico, uniendo ambas leyendas al Imperio Romano. Así, la obra parte del ocaso del Imperio Romano de Occidente presentándonos a un emperador niño, Rómulo Augusto (Thomas Brodie-Sangster), en lo que parece ser un péplum. Se incluyen aquí elementos diversos que trazan las primeras líneas argumentales: un niño heredero del legado del César que, sin embargo, no deja de ser un niño, un padre, Orestes (Iain Glen) obsesionado por el poder y la posición de su familia, una madre aún preocupada por la seguridad y el futuro de su hijo, un maestro filósofo cuyas ideas resultan contrarias a las del padre, y un comandante romano de prestigio que es convocado como protector de Rómulo. Se producen aquí las primeras amenazas y presagios de la invasión bárbara, incluyéndose además algunas escenas que recuerdan a los clásicos péplum, con ejemplos como el reencuentro del comandante con un senador amigo, Nestor (John Hannah), la mención a la dificultad de gobernar un Imperio tan vasto o las incesantes presiones bélicas. Sin embargo, la película toma un rumbo diferente y comienza la perversión de su idiosincrasia y del género.
Observando el final de este primer tramo de la película, resalta el hecho de que nos encontramos ante una película dirigida realmente a un público más juvenil, casi infantil, pero considerándolo poco inteligente. Conforme avanza la trama, estas sospechas se confirman. Comenzando por el péplum, después se nos presenta una obra de aventuras, comenzando por el rescate del joven emperador, la huida a Gran Bretaña y un tramo final que trata de establecer vínculos con la leyenda artúrica. Sin embargo, encontramos en esta travesía muy pocos aciertos y demasiados homenajes.
Entre los aciertos, por mencionar lo bueno, la huida de toda magia mostrando con claridad los trucos que en esta época se podían usar (ahí tenemos el adiestramiento del cuervo o las catapultas con fuego), escenas lamentablemente subrayadas para el espectador. Una cuestión esta que contradice la idea en la que se funda la trama, pues ¿acaso la espada Excalibur no tenía algún poder como se plantea al menos en tres ocasiones? Se puede destacar también algunas coreografías en batalla, la escena de la traición del senador, la ausencia de pudor a la hora de acabar con algunos personajes o incluso de herir al héroe, o la propuesta argumental, que trata de realizar un engarce histórico y legendario curioso, aunque con un resultado final extravagante y mal conducido.
En cuanto a los errores, podemos destacar la ausencia de personalidad y profundidad de los personajes, cuyas acciones y reacciones resultan incomprensibles, especialmente al referirnos a los villanos, totalmente maniqueos y pueriles. Incluso a pesar de presentar a Odoacro y otorgarle cierta inteligencia más allá de su barbarie, el personaje es ignorado posteriormente y ocuparán el puesto de villano uno de sus secuaces, Wulfila (Kevin McKidd), sin más propósito que acabar con el niño emperador por motivos infantiles, y el misterioso Vortgyn (Harry Van Gorkum), dictador britano, según define la película, cuya ambición es conseguir la espada Excalibur, pero cuya identidad real, procedencia y demás características son desconocidas. Ni siquiera podremos ver su rostro, oculto tras una máscara, igual que sucedía con Sauron de El señor de los anillos (Peter Jackson, 2001-2003).
Las semejanzas con la trilogía fantástica cinematográfica no acaban ahí: tenemos a Ambrosino (Ben Kingsley, de capa caída), que adquiere las características de Gandalf en esta película, funcionando como mentor, mago y hasta guerrero con bastón; el comandante Aurelio (Colin Firth, poco adecuado para el papel) que se asemeja a Aragorn, incluso en su afán y decisión de proteger al pequeño emperador. Se incluye también a cuatro guerreros que siguen a Aurelio, mostrando también la muerte de uno de ellos... ¡con flechas, igual que uno de los componentes de la Comunidad del Anillo! Hasta la forma exótica de la india guerrera Mira (Aishwarya Rai, de las pocas que parece creerse su papel) y su forma de combate recuerdan a las formas élficas. Lefler se complace incluso copiando una escena de La comunidad del anillo (2001) con la travesía por unas montañas nevadas.
Si Lefler y los guionistas se hubieran decidido por centrarse en un género y darle consistencia y verosimilitud a la historia podríamos encontrar una película de aventuras disfrutable; sin embargo, La última legión raya en el telefilme a pesar de su acabado visual y de contar con algunos actores conocidos, que tampoco llegan a aportar una interpretación digna, aunque es lógico dado el material. Por cierto, hasta cuatro actores del plantel (Owen Teale, Iain Glen, Thomas Brodie-Sangster y James Cosmo) regresaron a un mundo de cierta fantasía medieval en Juego de Tronos.
Desconocemos el contenido de la novela en que se basa la película, aunque vista la dedicación de su autor, podríamos deducir una mayor verosimilitud y documentación. La última legión podría haber sido tanto un péplum decente, según auguraba en su comienzo, como una película de aventuras familiar bien llevada, algo que logra ocasionalmente, pero se pierde en su falta de identidad. Además, no se trata de la primera propuesta similar, pues ahí tenemos El rey Arturo (Antoine Fuqua, 2004), del que también toma algunos elementos.
Aunque podamos considerarla adecuada como obra de aventuras menor y perfecta para ver con pequeños, incluyendo, por ejemplo, mensajes antibelicistas (¡No más guerras! podría ser la idea final explícita en el film, aunque resulte paradójica) y un ritmo narrativo adecuado, le falta pulso, épica, verosimilitud, originalidad y, sobre todo, ilusión. Un pastiche a medio camino de cualquiera de sus objetivos.
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