Animando desde Oriente (XII): La chica que saltaba a través del tiempo, de Mamoru Hosoda

08 mayo, 2017

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El paso de la infancia a la madurez está marcado por la toma de conciencia de varias circunstancias que solíamos ignorar o no comprender desde nuestra mirada pueril. Una de las más relevantes es descubrir que nuestros actos ganan cada vez más importancia y que ello se debe a la nueva comprensión que le damos a las consecuencias. Porque cuando descubrimos que hay circunstancias sin retorno, comenzamos a comprender que no todo es tan fácil como parece y que equivocarnos puede suponer que no seamos capaces de enmendar nunca nuestro error. A pesar de lo cual, debemos vivir asumiendo como adultos las decisiones que tomamos.

La obra más personal de Mamoru Hosoda (1967), aquella que no venía derivada de fenómenos como Digimon o One Piece, ha prestado siempre atención a la relación entre la infancia y la madurez, aunque desde distintos prismas. Por ejemplo, aunque Summer Wars (2009) sea una comedia a medio camino entre la aventura, semejante a Digimon, y el romance, podemos constatar la confluencia de personajes de distintas edades que acabarán compartiendo una dualidad entre ser adultos o aceptar el caos provocado por un juego de ordenador de una manera jovial, casi aniñada.

Más seria se plantea Los niños lobo (2012), donde el foco se centra en la mirada desde la maternidad, observando el cambio de los hijos hasta su pubertad, o El niño y la bestia (2015), donde se nos narra la historia de aprendizaje del niño protagonista. Todas ellas marcadas por el cruce entre un elemento fantástico o irreal con lo cotidiano. No es de extrañar, por tanto, que la primera película que dirigió fuera de las franquicias mencionadas también ahondara en esta cuestión: La chica que saltaba a través del tiempo (2006).

La joven Makoto disfruta de su tiempo como estudiante en el instituto con una vida tranquila y afable, aplazando aún las decisiones sobre su futuro y tratando de pasar el máximo tiempo posible con sus amigos, Chiaki y Kosuoko. En uno de esos días, toda una serie de sucesos fatídicos le permitirán descubrir que es capaz de viajar atrás en el tiempo dando grandes saltos. Y a partir de entonces, comenzará la auténtica diversión. O al menos eso pensaba ella.


Como sucediera en Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993), seremos testigos de las diferentes acciones de Makoto para experimentar con su nuevo e inesperado don, incluyendo múltiples vistas a un mismo hecho. A lo largo de la aventura, dedicará sus saltos temporales principalmente a satisfacer ciertos antojos pueriles o a tratar de tener una vida perfecta, como hiciera Tim Lake en Una cuestión de tiempo (Richard Curtis, 2013). Sin embargo, su actitud infantil y caprichosa la llevarán a alterar los acontecimientos tan solo para evitar enfrentarse a ciertos sucesos que le exigen un paso adelante, sobre todo en el plano del amor. Ahora bien, todas sus decisiones conllevan consecuencias, como le advertirá su tía Kazuko, que sirve de guía para la protagonista. Y por ello, llegará el momento en que deba asumirlas sin poder dar marcha atrás.

De esta forma, La chica que saltaba a través del tiempo aúna la comedia ligera con cierta reflexión sobre las consecuencias de nuestros actos, ahondando en la actitud más infantil de Makoto frente a la nueva actitud que tendrá que adoptar cuando las consecuencias sean inevitables. No obstante, el principal fallo de la película se encuentra en su tramo final, cuando se ofrezca un giro de los acontecimientos que se siente artificial, tanto en forma, otorgándole demasiada seriedad y dramatismo, como en contenido, dado que parece surgir de la nada. Es cierto que se deja entrever algunas interrogantes, como quién era la persona que Makoto no llegó a ver el día en que obtuvo su don o la figura que visitaba el cuadro que su tía estaba restaurando; sin embargo, Hosoda no le otorga ninguna relevancia ni permite que la resolución del guión fluya de manera natural.


Sin duda, esto es debido a que el enfoque de la obra se centre en Makoto, por lo que el resto de personajes acaban por sentirse muy desdibujados y planos, obviándose el trasfondo de personajes secundarios como Chiaki o Kosuke, sus mejores amigos, o incluso planteando a su tía como una evidente maestra, sospechosamente crédula, excesivamente sabia. Hasta la importancia que adquiere el cuadro en la película acaba por resultar ridículo al no haberle dado apenas un sentido narrativo. Y si bien podemos observar cómo la protagonista se enfrenta a un punto de no retorno, a un abismo en el que parece haber fracaso, la resolución del mismo se nos antoja como un deus ex machina. Tan solo el clímax que se le otorga a su relación con Chiaki nos proporciona cierta satisfacción, a pesar de sentir que no nos otorga un auténtico cierre a la totalidad de la obra, algo que sí conseguiría en obras posteriores, como la mencionada Los niños lobo.

Por otra parte, como suele ser habitual en este tipo de obras, encontramos ciertos momentos de contemplación, aunque no llega a contener tanta calidad visual como otras obras del mismo director o de otros semejantes, como el director Makoto Shinkai. La mayor parte del dibujo no nos ofrece sensación de gran calidad, incluso se reutilizan dibujos de manera evidente subrayando en exceso ciertas acciones, sobre todo los saltos. Precisamente, esta repetición de escenas trata de provocar una reacción humorística que puede acabar por resultar cansina, al perder la gracia de manera progresiva. No obstante, por otra parte, su trazo algo vago proporciona una sensación desenfadada que encaja con el carácter cómico de la película y se nota un considerable trabajo en la iluminación y el dibujo de varios fondos.


A pesar de lo mencionado, La chica que saltaba a través del tiempo logra arrojarnos momentos muy divertidos, desde algunas oportunas reacciones a las caídas de Makoto tras sus saltos hasta las distintas fórmulas que la protagonista plantea para conseguir cumplir sus deseos, y secuencias bastante atractivas tanto narrativa como visualmente. Siendo anime, no se aleja en exceso de un entorno realista, incluso podemos considerar que llega a ofrecernos más sensación de ciencia ficción que de fantasía en su conclusión. A fin de cuentas, el detalle de los saltos en el tiempo funciona como excusa para reflexionar sobre los efectos colaterales de nuestras decisiones y sobre aprovechar el tiempo, porque incluso Makoto tiene un número limitado de saltos. Todo ello mientras nos muestran toda una colección de escenas graciosas derivadas de las acciones de la protagonista.

En definitiva, una invitación a aprovechar el tiempo, pero también a mediar nuestros actos. Con todas sus virtudes, acaba por plantear un final que se siente precipitado y que parece alejar el sentido general de la obra por un camino distinto, con ciertas lagunas y dudas que oscurecen su conclusión. Por suerte, el plano final logra arrojar esperanza y ensueño, la mirada de una Makoto que ya nunca volverá a ser la misma. 


Escrito por Luis J. del Castillo



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