La Elena real que tenía delante, (…) fumaba, hablaba y leía (…) Lo primero que llamaba la atención era la fragilidad y exquisitez de su figura. ¡Qué poco cuerpo para tanta alma! No habló mucho aquel día Elena en la tertulia del desaparecido Café Granada.
Francisco Gil Craviotto.
Elena Martín Vivaldi (1907-1998) fue la voz de lo cotidiano, que nada tiene que ver con lo manido o lo ramplón, sino con la esencia de un periplo vital transmisible, asequible y no oscurecido por ropajes vanguardistas. Su voz era la de la claridad y sencillez, porque lejos de los recursos más alambicados, Martín Vivaldi hablaba para el que era como ella, y en un lenguaje en el que pudiera sentirse reconocido. Era la voz que canta al interior con la apariencia del vecino modesto de cualquier rellano.
Elena Martín Vivaldi, que curiosamente pasó su infancia en la casa que había pertenecido a Francisco Ayala, en la calle Canales, junto a la Carretera de la Sierra y la Acequia Gorda, fue una mujer culta y de talante liberal, con un carácter independiente (¡horror!) y formas elegantes y educadas. Difícilmente una mujer de su tiempo, pero imbricada en él pese a todo, proponiendo una alternativa personal al concepto femenino tradicional y también al moderno, con una acusada sensibilidad y un privilegiado acceso (e interés, claro) a la literatura. Con semejantes mimbres, el ostracismo estaba casi asegurado. Por fortuna seguían existiendo reuniones y tertulias culturales en las que poder expresarse, pero el desengaño amoroso era solo cuestión de tiempo.
Antigua ubicación de la estatua de Colón, en el Paseo del Salón (fotografía de Rafael Garzón) |
Tras la Guerra, obtuvo Vivaldi plaza en el llamado Cuerpo de Bibliotecas, Archivos y Museos, dedicando parte de su tiempo al oficio de archivera. Siendo una de las primeras mujeres universitarias de la provincia, tras un periplo inicial por Huelva y Sevilla, Elena se establece definitivamente en Granada, en 1948, donde ejerció de profesora de latín. Son muy representativos de esta etapa los poemarios Escalera de luna (1945), el primero que escribió, y El alma desvelada (1953), que ha sido unánimemente aclamado.
Con Bécquer y Juan Ramón al fondo, Elena Martín Vivaldi propone un mosaico de solitarias teselas existenciales, a veces tristes, a veces gozosas (que se ha exagerado su angustia por el anhelo maternal: una mujer que asume su deriva, nunca derrota, saltándose conscientemente determinados roles, no puede sentirse tan insatisfecha). La soledad, que nada tiene que ver con el pesimismo, y sí más con la auténtica conciencia del mundo, acompañó a la poeta junto con su amor por la naturaleza, expresado a través del color amarillo, que es el color de lo armónico, de la fusión de la persona con el entorno.
Una última etapa de corte romántico y contemporáneo brota en Durante este tiempo (1972), y se ratifica con la aparición de Nocturno (1981). Son los setenta y ochenta los años de una reconocida madurez artística. La jubilación (funcionarial) en 1977 no puso fin a la producción vital, que no se ralentizó hasta mediados de la década de los ochenta.
Una característica importante de su obra es la incorporación de patrones métricos clásicos: heptasílabos y endecasílabos, sobre todo sonetos, estrofas de base redondeada y poemas de versos libres. Esto ilustra bien el carácter e intención de su obra, cercana al viandante y no sobrepasada por estériles artificios. Es cierto que a veces el fruto, como veremos en el poema que hemos seleccionado, es punteado por medio de pausas y encabalgamientos. Pero la cercanía, su franqueza consigo misma, es lo que confiere valor a Elena Martín Vivaldi como poetisa. Por eso merece la pena acercarse y reconocerse en su obra.
Escultura de J. A. Castro Moreno en el Bulevar de Granadinos Ilustres (Av. Constitución, Granada) |
Ginkgo Biloba (Árbol milenario)
Un árbol. Bien. Amarillo
de otoño. Y esplendoroso
se abre al cielo, codicioso
de más luz. Grita su brillo
hacia el jardín. Y sencillo,
libre, su color derrama
frente al azul. Como llama
crece, arde, se ilumina
su sangre antigua. Domina
todo el aire rama a rama.
Todo el aire, rama a rama,
se enciende por la amarilla
plenitud del árbol. Brilla
lo que, sólo azul, se inflama
de un fuego de oro: oriflama.
No bandera. Alegre fuente
de color: Clava ascendente
su áureo mástil hacia el cielo.
De tantos siglos su anhelo
nos alcanza. Luz de oriente.
Amarillo. Aún no imagina
el viento, la desbandada
de sus hojas, ya apagada
su claridad. Se avecina
la tarde gris. Ni adivina
su soledad, esa tristeza
de sus ramas.
Fue certeza,
alegría – ¡otoño ! - . Faro
de abierta luz.
Desamparo
después. ¿Dónde tu belleza?
Paseo de Ginkgos |
Un simposio internacional celebrado en 2008 rindió merecido homenaje a Elena Martín Vivaldi, poeta de Granada. La Granada del Café Suizo y el amarillo de los otoños.
Escrito por Javier C. Aguilera
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