Halloween, o La noche de Halloween, (Halloween, CIP, 1978), de John Carpenter, ha quedado como la película canónica del sub-género slasher, aquel que cuenta con un psicópata asesino y un grupo de adolescentes acechados y, finalmente, algo indispuestos. Las razones de este status son evidentes: está muy bien filmada. Y de nuevo hemos de hacer hincapié en el cine como un relato (bien) narrado a través de la imagen, alejado de predilecciones glamurosas y animadversiones.
Escrita por Debra Hill y el propio Carpenter, encargado además de la retentiva y ya clásica banda sonora, Halloween se benefició de las aportaciones de una serie de profesionales en ciernes, como el director de fotografía Dean Cundey. El slasher -o splatter, más gráfico aún-, con sus incongruencias (aquí, que el doctor permanezca esperando solo en la casa deshabitada, o que la chica no escape al mismo tiempo que lo hacen los niños), sus tiempos “muertos” y sus hormonas y feromonas, se institucionaliza en la presente película.
Aunque no fuera la primera, sí mostró mejor la ausencia de un sentido “moral”, con que se solía pervertir la idea de fondo. En la película de John Carpenter el mal es totalmente abstracto.
El preludio sitúa los hechos en un pueblo de Illinois llamado Haddonfield, durante la víspera de Todos los Santos de 1963. Es más que conocida la secuencia de apertura, en que la cámara adopta el punto de vista del asesino, cuya identidad sabremos al final de dicho segmento, proporcionando uno de los elementos gramaticales más característicos del género. El formato panorámico original, hace que el momento resulte mucho menos confuso que en las copias vistas hasta entonces.
Aunque cierta confusión “psíquica” (en un sentido positivo) sí que prevalece. Es a la que tratará de acercarse el doctor Loomis (Donald Pleasence), interesado en averiguar hasta qué punto es posible perder la condición de “humano” mediante un acto terrible, y en conocer, como se suele decir, la “mente criminal”. Loomis acabará refiriéndose al joven Michael Myers como a un “ser”, o más incorpóreo, “el mal” (que como curiosidad, aquí fue interpretado por el futuro realizador Nick Castle). Ello queda ilustrado en una de las dos secuencias descartadas (en este caso tristemente), en la reciente edición para formato DVD, pero que sí existían en las anteriores copias (comentaré la otra, menos relevante, al final). En ella, situada en mayo de 1964, el doctor Loomis advierte de que la catatonia del muchacho puede ser, hasta cierto punto, fingida, aunque es ninguneado por sus colegas médicos. La secuencia se completa con el psiquiatra acudiendo a la habitación donde se encuentra recluido Michael, y en la que, tras observarlo unos segundos, le dice “les has engañado a todos, pero a mí no”. La acción se traslada entonces al Día de Difuntos de 1978.
Las calles del actual Haddonfield parecen un intrincado y pesadillesco laberinto al aire libre. En efecto, el pueblo parece estar más muerto que vivo, apenas se ve gente por las calles (es un apunte inquietante, aunque venga marcado por las restricciones de la producción), y el hecho de pedir auxilio en plena calle y de noche, como lo toca hacer a Laurie (Jamie Lee Curtis), no hace sino despertar los recelos de sus convecinos.
Son recursos que forman parte de la simplicidad de la historia, pero no denotan simplismo. De hecho, “psicológicamente”, Halloween es más interesante de lo que aparenta. Tenemos a Laurie, que es descrita -de nuevo por medio de la imagen, no verbalmente- como una chica responsable, algo apocada, aunque resuelta. Por otro lado, también se muestra la crueldad de los niños “normales”, que acaban arrojando al suelo a Tommy (Brian Andrews), con su calabaza, y que hace que nos preguntemos por la familiaridad y contagio de la violencia. Y es que Tommy es diferente, tiene imaginación, aunque de momento tenga que esconder sus tebeos bajo el sofá (seguramente un apunte biográfico de Carpenter).
Un mal abstracto, que nunca muerte, es una idea atractiva que, desgraciadamente, fue explotada por la posterior saga ad nauseam, algo que Carpenter lamenta bastante en el audio que acompaña a la edición española en DVD de la película, ya que el sentido de los personajes y ese ritmo cadencioso que el realizador supo imprimir al relato, queda pervertido en favor de una violencia destinada a impresionar al espectador.
Y es que ritmo dilatado no es sinónimo de pérdida de tiempo. Se trata de una narración minimalista que transcurre en “tiempo real”. Un buen ejemplo lo proporciona ese momento en que la cámara se desliza a plena luz del día para mostrar a una segunda víctima, de hecho, la primera desde que Mayers escapa del psiquiátrico, pero que el buen doctor no ve.
Otro ejemplo lo encontramos cuando Laurie se dirige a la casa “de enfrente”: el contraplano es su propia mirada, solo cuando llega al porche la visión se “normaliza”. De hecho, John Carpenter ya demostraba que una cosa es ser esquemático y otra superficial. Así, Halloween es un relato eminentemente visual, de miradas, de tiempos sostenidos ¡pero no muertos!
Entre los instantes más memorables, los focos del coche que iluminan a los pacientes del psiquiátrico, sueltos por la instalación; los cristales empañados de otro coche, y ese momento genial por “irracional” de la lápida sobre el lecho… de muerte.
La segunda secuencia eliminada a la que hacía mención muestra a Laurie y su amiga Annie (Nancy Loomis) charlando en casa de la primera, y nos aclara por qué Laurie deja de pronto de parecer tan preocupada, ya que deciden tomar al extraño por un compañero de curso.
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