Fundido a negro (Fade to black, 1980, American Cinema) se ha convertido en lo que suele llamarse una película “de culto”, al margen de sus cualidades fílmicas, un tanto raquíticas, o de su condición de film off-Hollywood (etiqueta que conviene matizar bastante).
Poca cosa sabemos de su realizador, Vernon Zimmerman, como comprobamos en la IMDb, documentalista anecdótico, realizador escaso y escritor dicharachero, como atestiguan sus comedias de acción The unholy rollers (1972) o Deadhead miles (1973), donde actuaba Alan Arkin. Y pese a todo, Fundido a negro es una película altamente disfrutable, ideal para estos días festivos que se aproximan o para nuestros sábados nocturnos (o si se sale el sábado, pues el viernes…).
Poca cosa sabemos de su realizador, Vernon Zimmerman, como comprobamos en la IMDb, documentalista anecdótico, realizador escaso y escritor dicharachero, como atestiguan sus comedias de acción The unholy rollers (1972) o Deadhead miles (1973), donde actuaba Alan Arkin. Y pese a todo, Fundido a negro es una película altamente disfrutable, ideal para estos días festivos que se aproximan o para nuestros sábados nocturnos (o si se sale el sábado, pues el viernes…).
Para el joven Eric Bingam (Dennis Christopher) la cinefilia es una patología. Vive con su (presunta) tía Stella (Eve Brent), que está paralítica (lo que anticipa uno de los múltiples guiños cinematográficos que asaltan el relato; es fácil suponer cual), y que para colmo de males le recrimina que no viva “en la realidad”, como hacen “los demás” (lo que presupone la normalidad de ese ente abstracto que son “los otros”).
De hecho, a Eric le fastidia de modo supino la ignorancia cinéfila, ya que para él, el cine se encuentra al mismo nivel que otros datos computables, históricos o geográficos, que generalmente se dan por sabidos. Es decir, incorpora el cine con mayúsculas al grueso de la cultura como la mejor y más genuina manifestación artística que definió el siglo XX, y no únicamente (que también), para evadirse de la grisura de la cotidianidad que le envuelve como una losa.
Tenemos entonces: un chico que busca consuelo de todo lo que le rodea en las películas, mucho más reales para él que su entorno físico, que cuenta con un refugio propio, su habitación-sala de cine, y que no puede relacionarse “con los demás” como establecen los cánones sociales, aunque lo intenta. Así, Eric Bingam es el epígono de un particular tipo de filosofía: la que ve la vida como una película y trata de modificar el entorno que le rodea actuando en consecuencia.
Tras cosechar una decepción tras otra, amorosa, laboral… Eric opta por adoptar la máscara del actor, física (el maquillaje) y finalmente, psíquica, con lo que se completará su particular asimilación de la ficción-realidad, el pináculo de su psicopatía. Es decir, Eric dejará de creerse un determinado personaje cuando se ducha, y que se olvida al salir de casa, para pasar a la acción. Su partidista impartición de la justicia puede ser tan justa o injusta como los comportamientos de algunos de los personajes de sus películas favoritas.
En este sentido, las referencias cinéfilas son numerosas, pero no solo por medio de insertos, esos “momentos estelares” del cine, sino porque Eric se ha convertido ya en un personaje más, con múltiples facetas.
El relato especular abunda en humorismos cáusticos, como la desprejuiciada tesis de que los abusos a Eric y el desequilibrio familiar son los responsables de su comportamiento psicótico, o que el motor de sus actos sea reflejo de una delincuencia mostrada antes por el cine, pero que ya encuentra buen acomodo en la televisión.
En el caso de Eric, el entorno asfixiante y un primer “accidente premeditado”, le hacen descubrir el placer de la emulación, último jalón de su perspicaz vesania que lo convierte en una metonimia física, en movimiento. A partir de ahí, no queda más que el trágico mutis del antihéroe.
Fundido a negro es una gozosa rechifla sardónica, una ditirámbica miscelánea de malsana sorna, auténtico “ofni” (objeto fílmico no identificado), sostenido por el buen hacer de Dennis Christopher, poco antes de convertirse en Brian, soldado de primera clase (Don’t cry, it’s only thuner, 1982, Peter Werner).
Escrito por Javier C. Aguilera "Patomas"
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