La Navidad de Pemán, de José María Pemán

27 diciembre, 2021

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La editorial católica Edibesa, en su sección Grandes Firmas, ha venido reeditando la obra del gran escritor gaditano José María Pemán (1897-1981), casi en su totalidad. El volumen que hoy comentamos, La Navidad de Pemán (Edibesa, 1997), en edición de José Antonio Martínez Puche (1942), no es demasiado extenso, pero a cambio ofrece un texto verdaderamente primoroso, obra de un autor sencillo y antisolemne, como se nos aclara en la introducción. Manuel Machado (1874-1947) lo consideraba un poeta en su totalidad, es decir, sempiterno poeta, aun cuando ejercía otros muy distintos géneros. Francisco Umbral (1932-2007), a su vez, no duda en catalogarlo de postmoderno y uno de mis grandes maestros (Íd.).

Articulista, novelista, comediógrafo, poeta, guionista para la televisión, José María Pemán es un pensador y escritor que perdurará más allá de los infortunios del totalitarismo ideológico actual, el mismo que propone a secuestradoras como modelos para la sociedad, inunda los institutos con charlas sectarias o destruye las clases medias al tiempo que achaca la mala gestión a los virus.

(Por cierto, bravo por los alumnos y tutores legales que ya no se callan).


Gran parte de la obra de José María Pemán ha sido rescatada por la citada editorial en 1997, pero aún se encuentra disponible. El presente no es el único texto que ha de ver con lo religioso, un motivo que se completa con los volúmenes La Pasión según Pemán, A la luz del Misterio y otros escritos sobre Dios, la Iglesia, el hombre y la vida; Los testigos de Jesús, personajes que cambiaron la historia, y Lo que María guardaba en su corazón y otros escritos marianos. Frente a sus espléndidos ensayos y resto de artículos, que recomiendo vivamente, no son estos títulos los que más me interesan, pero de este primer volumen de su obra, dedicado a la Navidad, destaca sin paliativos el excelente Reportaje del Nacimiento.

Lo encabeza, en primera persona, un reportero romano en Judea, del que no conocemos su nombre, pero sí su cometido: ayudar a las difíciles tareas del empadronamiento general ordenado por Augusto (27. a. C. – 14 d. C.). Y recoger de paso las impresiones que le depara el viaje.

En la novela o relato histórico es común, por no decir primordial, la identificación personal con uno de los protagonistas, y el testimonio narrativo de este hilo conductor. Pemán es consciente de ello y con eso cuenta al presentar a su personaje -y a sí mismo, en doble función de dicha primera persona-, no solo como si estuviera allí -lo que puede ser típico-, sino como si oliera, viera y escuchara con la misma intensidad. Es un paso más en su percepción y genio literario. Palpando el ambiente de una crónica que, milagrosamente, no se ha perdido o evaporado en el tiempo, como tantas otras, y que bien conservada, literariamente, llega hasta nuestros días.

Pero, aunque se tenga por tal, este cronista no es exclusivamente un funcionario romano, y menos el protagonista esencial del relato (lo es el misterioso y reverenciado Niño), sino un personaje de carne y hueso, vivo, con sentimientos propios y proyección psicológica, que da notica de aquello que percibe. Un romano con ojos de poeta, sin duda, con curiosidad por las gentes y tierras del Imperio, aunque no las comprenda (ni podía), espoleada su curiosidad por unos pastores alucinados que se acercan a un pesebre como quien se asoma a un precipicio.

De recursos estilísticos y simbólicos inagotables, José María Pemán se nos muestra como difusor de inteligentes contenidos que transmitir. Ello conforma el talante de un escritor, como se solía decir antes, de raza. Todo cuanto he visto esta noche es una paradoja, pero hilada con justeza racional, asume nuestro asombrado comentarista.

No en vano, las circunstancias históricas no quedan establecidas hasta que somos muy conscientes de esa misma entidad, cuando echamos la vista atrás y comprendemos su significado. Quién puede determinar cuándo estamos viviendo uno de esos momentos históricos, más allá del transcurrir meramente discursivo que, como seres vivos, nos acompaña. En el momento en que no disponemos del asidero de dicha historia y nos hallamos inmersos en el presente, ¿quién puede asegurar que atravesamos una de esas encrucijadas donde nada va a volver a ser lo mismo? Puede que nos lo señale la percepción intuitiva, pero lo tendrá que determinar la gente e historiografía del futuro (dejando aparte marcados conflictos bélicos y belicosas pandemias).

El resto de los artículos del ligero volumen devienen más convencionales. Se trata de apreciaciones sobre asuntos más puntuales, como la “función” de los seres angélicos, su beatitud y ministerio, poniendo por caso el ángel-espía agitador, descendido del Cielo, o la presencia de los pastores. Prevalece el misterio del nacimiento en sí, como un acontecimiento sumamente especial y como espacio sujeto a una puesta en escena, con su mula y su buey. El animal que sea, recalca Pemán: lo característico y universal es la presencia de los animales en torno al pesebre.

Lo que da la impresión es que siempre andamos los humanos metidos en líos, que toda la historia hay que recomenzarla desde el principio (parece que no ha transcurrido el tiempo por estos escritos, más allá de la forma de expresión característica). Lo digo por los conflictos atemporales y casi eternos que subyacen, y quedan de manifiesto en textos como La paz de Augusto y la paz de Cristo.

A los que se suman El humanismo de la Navidad, La sangre de la circuncisión, Belén y Encarnación, o la narración alegórica de La Nochebuena de María y José, pero donde también destaca el bonito y divertido ¿Hacía frío en Belén? Y un delicioso diálogo en el estupendo Pesadilla de Navidad, que de nuevo asume el formato de cuento (breve, eso sí: la mayoría de estos escritos estaban destinados a una extensión concreta en la prensa).

Nacimiento
Otro aspecto se nos muestra llamativo en los presentes textos. El hecho de que el autor, pese a su acendrado catolicismo, no niega la parte mágica, mistérica y pagana. Sabe de dónde viene y a dónde quiere llegar (tanto él como la Navidad). Pese a tener por verídicos algunos capítulos por esclarecer, como el de la Matanza de los Inocentes, José María Pemán nos habla de asimilación e integración en sus elaboraciones.

Esa unificación con la tradición pagana, que no reniega de ninguna raíz, antigua o más reciente, se manifiesta en artículos como el ya citado El humanismo de la Navidad o Andalucía en Nochebuena. Es para el autor un recurso habitual. Aunque, como digo, se trata de algo más que un mero recurso. Del mismo modo que Pemán saborea retahílas como la de paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad…, que reaparece en muchas de estas composiciones.

Siguiendo en esta línea, interesante resulta Los magos de oriente, aparte de por el sentido antes señalado, por hacerse eco de que la proporción numérica responde a la cuantía de ofrendas ofrecidas al Niño, y no al conjunto de oferentes. Y por catalogarlos de sabios de la disciplina de Zoroastro (la astrología). Los sabios de oriente vieron en la Estrella el signo de ese advenimiento que esperaban.

Otro semblante estimulante es el que, de nuevo, trata de integrar, de forma ecuménica y humana, los dos hemisferios culturales, con frecuencia separados por motivos demasiado interesados. Ahora que el mundo se achica, estamos ante el problema de entender oriente y entendernos con él. Huyendo de los extremos, José María Pemán se conduce de modo contrario al de sus detractores de argumentación totalitaria. Esta tensión de caricaturas o prejuicios entre oriente-occidente nunca tiene menos sentido que en este momento.

El escueto volumen se completa con una selección de poemas de tema navideño, y con una crónica periodística de un viaje a Tierra Santa, con motivo de la visita del papa Pablo VI (1897-1978) a los Santos Lugares, en la Navidad de 1963. Las dos últimas citas pertenecen a dicha crónica, al igual que la estimación de un Israel como obra maestra del racionalismo organizativo.

Santo Sepulcro en Jerusalén
Podemos considerar que José María Pemán es uno de los pertenecientes a aquella “vegetación del páramo”, que en tan acertadas y conocedoras palabras supo describir y reivindicar Julián Marías (1914-2005).

Un apunte más llama mi atención. Como se puede comprobar desde el título de este libro, y en gozosa intervención en el programa Biografía (1967) de TVE, a José María Pemán no solo le gustaba jugar literariamente con el recurso de la primera persona, sino también con la tercera, referida a su propia figura. Algo así como le sucedía a Poirot, el originalísimo y astuto personaje de Agatha Christie (1890-1976). Al estilo de este último, en el caso de José María Pemán, la añagaza se sostiene de forma bienhumorada, ajena a lo grandilocuente y apartada de lo presuntuoso, adscrita a la bonhomía literaria más vitalista.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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