Adaptaciones (VII): Sherlock Holmes (II) B. Rathbone y la etapa Universal 1942-46

04 noviembre, 2012

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La etapa de Basil Rathbone como Sherlock Holmes en Universal constituye uno de los ciclos más disfrutables para los fans, por ambientación, ideas y puesta en escena. Salvo en la primera entrega (no tan desechable como se pregona), el mérito corresponde al realizador irlandés Roy William Neill, fallecido en 1946, poco después de finalizar la que sería la última película de la serie, lo que junto con las ganas de probar otros aires, dieron por finalizada la misma. Neill no solo se limitó a las tareas de dirección, sino que también ejerció como productor y coguionista.

Roy William Neill
Es decir, estuvo realmente involucrado en todo el proceso de hacer volver a la vida a Holmes, y eso repercute en el excelente resultado final. Junto a ello, la presencia de maravillosos -a la par de entrañables, por qué no-, característicos ingleses (en Hollywood, no olvidemos que estas películas se filmaron en EEUU, en los estudios Universal), como la escocesa Mary Gordon (la Sra. Hudson), que repite papel tras la etapa Fox; el inglés Dennis Hoey, como un eficaz y humano inspector Lestrade; los irrepetibles Lionel Atwill, George Zucco y Henry Daniell, más Paul Cavanagh, Hillary Brooke, Ian Wolfe y Gerald Hamer. Repasaremos los doce títulos, y si bien nos extenderemos algo más en aquellos imprescindibles, logrados me parecen todos. El primero de ellos se estrenó en septiembre de 1942, en plena contienda bélica.

Sherlock Holmes y la voz del terror (Universal, 1942)

La nueva carta de presentación de Sherlock Holmes al público trasladaba la acción una vez más a la época actual, en base a un Holmes “atemporal e inmutable”, como rezaba el cartel explicativo al inicio de los primeros filmes de la serie. Pero el personaje no se desnaturaliza en absoluto, muy al contrario, permanece lo más victoriano posible, si bien con un atuendo y un peinado modernos. Me lo prometió, Holmes, dice el doctor Watson cuando Holmes hace amago de coger su atuendo habitual.


Estos primeros films son más obras de espionaje que de misterio, propiamente dicho, pero no por ello dejan de resultar estimulantes. Holmes sigue siendo la mente metódica e implacable que conocemos. Y tan resolutivo como de costumbre, por ejemplo en el eficaz golpe de efecto para evitarse los típicos conflictos y trámites gubernamentales: Holmes decide acudir antes a Downing Street (la acción se nos dice, aunque no se muestra, para preservar la sorpresa de la posterior llamada telefónica). Un Holmes metódico a su manera, por supuesto (basta con echar un vistazo al batiburrillo de libros en las estanterías de la salita).

Un par de apuntes interesantes, aunque solo esbozados, son el cariño (más doloroso por la traición) que parece sentir el criminal (Tomás Gómez) por la muchacha de la calle, así como la existencia de toda una red de túneles bajo Londres, se dice que de antes de la reina Victoria. El desenlace cuenta con una localización espléndida, la iglesia en ruinas sobre el acantilado.

Sherlock Holmes y el arma secreta (Universal, 1943)

Moriarty: Un hombre inteligente el señor Holmes, lástima que sea honrado.

Sherlock Holmes y el arma secreta da comienzo con un Holmes en plena acción, disfrazado y ayudando al profesor Tobel (William Post Jr.) a escapar de una Suiza infestada de espías nazis. El joven profesor es el inventor de un nuevo y eficaz visor de bombardeo.


Sherlock Holmes y el arma secreta es una magnífica película plagada de magníficos momentos e ideas de guión (en efecto, Roy William Neill ya había desembarcado en la serie). Destaquemos varias de ellas: el hecho de que Tobel divida su invento en cuatro partes (y en referencia a la Aventura de los monigotes), el rastro de la pintura luminosa sobre el pavimento, la referencia de Holmes a La carta robada de Poe, Holmes dormitando en el avión de vuelta a Londres -un Londres cubierto de escombros-; la guasa a costa de Watson cuando el detective aparece en la salita disfrazado junto a Tobel, hasta que entra la señora Hudson, que sí le reconoce; las letras VR (Victoria Regina) grabadas a balazos en la pared, junto al Watson vigilante, o Tobel borrando las huellas de carmín de sus labios (aunque le sirva de poco), antes de su frustrado secuestro en las calles (cuando finalmente acontece la temida desaparición, esta se produce en off).

Otro detalle que me gusta: al inicio Holmes desvela su identidad ante el público (aunque este lo haya intuido), antes de quitarse el disfraz, lo que ya denota su estrecha relación con Tobel. El desenlace en la guarida (o fortaleza) de Moriarty es ejemplar. El espíritu original sigue estando presente. De hecho, la gorra de cazador permanece colgada en el perchero.

Sherlock Holmes en Washington (Universal, 1943)


Una nueva y bien urdida intriga se desarrolla en Sherlock Holmes en Washington, ciudad a la que, obvio es decirlo, Holmes y Watson deben acudir, además de para estrechar lazos, con el fin de resolver un nuevo enigma. La inteligente planificación de Neill se hace notar por ejemplo cuando el espía inglés Grayson (Gerald Hamer), objeto de la búsqueda de Holmes, descubre que ha sido descubierto a través de las miradas cruzadas, en el tren que le lleva camino a Washington. O durante la llegada de Holmes a la mansión señorial, con la presencia de los secuestradores al fondo del encuadre (sin él saberlo).

Otra idea magnífica es el recorrido de la caja de cerillas durante la recepción, que va pasando de mano en mano sin que nadie, salvo el espectador, sepa qué contiene. Además, algunas de las diferencias culturales sobre el habla y el entretenimiento, que tanto asombran a Watson, son muy divertidas. El desenlace tendrá como escenario una tienda de antigüedades, tapadera donde opera el criminal (el gran Lionel Atwill again), curiosamente, un respetable pilar de la comunidad de Washington.

Sherlock Holmes frente a la muerte (AKA Desafiando a la muerte) (Universal, 1943)

En Sherlock Holmes frente a la muerte se aprovecha más la obra de Doyle propiamente dicha, aunque sea mediante pasajes sueltos o simples pinceladas. La historia, por mediación de Watson, emplaza a Holmes a la ancestral mansión Musgrave (el cartel de la entrada recuerda que existe desde 1518), convertida ahora, como muchos caserones durante la guerra, en hospital para oficiales convalecientes (en general un grupo escogido que necesita de cuidados especiales). Una decrépita mansión, metáfora de la decadencia de una familia, solo al final redimida por la noble actitud de Sally (Hillary Brooke), la única heredera, y caserón que cuenta, como está mandado, con unos pasadizos secretos, una cripta oculta y un tenebroso jardín.


En la memoria de todos permanecerá el juego de ajedrez humano que Holmes establece con los habitantes de la casa, o la aparición del cuervo de la taberna. Y como mecanismo narrativo más que curioso, una (breve) narración mostrada en falso flashback, al igual que años después hiciera Hitchcock en Pánico en la escena (1950).

El título original hace referencia al enfrentamiento final entre detective y criminal, el cual acontece en la citada cripta de la mansión. En cuanto al reloj disfuncional que da trece campanadas cada vez que alguien va a morir, se nos hurta la explicación, aunque no deja de ser un apunte más que sugestivo.

Sherlock Holmes y la mujer araña (Universal, 1944)

Cuando Londres es asolada por la mayor oleada de crímenes desde Jack el destripador (Holmes dixit, ya van siete asesinatos inducidos), la gente se pregunta dónde está Sherlock Holmes (como ocurre con Batman). Y en este conocido título, como también suele decirse, Holmes encuentra la horma de su zapato, el asesino perfecto, la propia naturaleza. Y naturalmente, una fría mente criminal que la controla, en la figura de la enigmática Gale Sondergaard.

 
El inicio nos recuerda los relatos El problema final (con su equivalente fluvial de las cataratas de Reichenbach) y La casa vacía, hasta el punto de que Holmes se gana a pulso el golpe que le propina Watson (aunque sea antes de quitarse su disfraz). Y será el buen doctor quien de nuevo proporcione a Holmes la pista sobre el ejecutor material de los crímenes.

Del mismo modo se hace mención al veneno pie del diablo, que aparecía en el relato homónimo. El desenlace en la feria (con su Punch y Judy correspondientes, los famosos títeres de la cachiporra) es divertido aunque esté traído por los pelos (a esas alturas no importa). Otros detalles destacables son el regalo de la pipa a Lestrade, o incluso el poder comprobar el lugar destacado que ocupaba entonces la radio en los hogares (lugar que correspondió hasta hace poco a la tele, y le corresponde ahora al ordenador).

Sherlock Holmes y la garra escarlata (Universal, 1944)

Watson: Estas cosas no pasan en Baker Street.
Holmes: Si…, una pena. 

La garra escarlata es de nuevo un relato totalmente original, pero a diferencia de los anteriores su envoltorio es totalmente victoriano y pesadillesco. Hemos dicho en alguna ocasión que un buen relato de terror, misterio o ciencia ficción, se distingue principalmente por el tratamiento de su atmósfera, y en este sentido La garra escarlata es por derecho propio una obra maestra.

 
La historia se desarrolla esta vez en Canadá, y nos presenta a Holmes y a Watson en plena conferencia ocultista, donde se les plantea la curiosa circunstancia de aceptar el encargo de un muerto.La acción se traslada seguidamente a la aldea La Morte Rouge, un lugar envuelto en la neblina y la amenaza del pasado. Detalles simpáticos, como la cita de Chesterton por parte del versado Watson, o inquietantes, como lo es siempre el asesinato de un inocente, forman parte de un turbio relato, magníficamente ambientado, y a la postre, trasunto de las carencias de la llamada justicia. De hecho, Holmes acaba aceptando que la justicia haya venido “manu victimari”. La campana de la Iglesia a lo lejos, las marismas, la posada Joubert, la mansión Penrose, la casa del juez Brison, el viejo hotel abandonado junto al río… un inolvidable escenario que destila la fatalidad de lo ominoso.

Y un muy sentido homenaje a la special photography (como entonces se denominaban a los efectos especiales) a cargo del inmortal John P. Fulton (La momia, 1932, Karl Freund; El hombre invisible, 1933 y La novia de Frankenstein, 1935, ambas de James Whale; Luz en el alma, 1944, Robert Siodmak; Perversidad, 1945, Fritz Lang; La mujer del obispo, 1947, Henry Koster; Cuando ruge la marabunta, 1954 y La conquista del espacio, 1955, ambas de Byron Haskin; Sabrina, 1954, Billy Wilder; Navidades blancas, 1954, Michael Curtiz; Busca tu refugio, 1955, Nicholas Ray; La ventana indiscreta, 1954; Atrapa a un ladrón, 1955 y Vértigo, 1958, de Alfred Hitchcock; Los Diez Mandamientos, 1956, Cecil B. De Mille, trabajo apabullante por el que consiguió su segundo Oscar; El último tren de Gunn Hill, 1958, John Sturges; The space children, 1958, Jack Arnold; Perdidos en la gran ciudad, 1960, Robert Mulligan; El pistolero de Cheyenne, 1960, George Cukor; Desayuno con diamantes, 1961, Blake Edwards; El rostro impenetrable, 1961, Marlon Brando; El terror de las chicas, 1961, Jerry Lewis; Hatari, 1962, Howard Hawks; Comando, 1962, Don Siegel; Caso clínico en la clínica, 1964, Frank Tashlin, y un larguísimo etc. Ahí es nada la carrera de Fulton).

John P. Fulton
 Sherlock Holmes y la perla maldita (Universal, 1944)

Sobre la perla Borgia recae toda una maldición, y como ladrones de arte ha habido siempre, dos y dos vuelven a sumar cuatro. Pero el guión nos reserva una sorpresa que distingue la labor del escritor y del realizador, interesados en no ofrecer más de lo mismo: el golpe se produce debido a un descuido del propio Holmes.

Con el relato canónico de Los seis Napoleones en mente, La perla maldita es un nuevo y muy disfrutable relato en el que el detective se nos muestra como buen imitador de voces (curiosamente, en la posterior Persecución en Argel, Holmes será burlado empleando el mismo truco. Otra relación, ahora con la última película de la serie, es la primera edición del famoso diccionario del doctor Johnson).


Imposible de olvidar la presencia (al principio solo sugerida) del criminal apodado el reptil (the creep en el original), interpretado por el macrocéfalo Rondo Hatton, cuya aparición final causaba auténtica conmoción. Pero el momento más hilarante (y antológico) corresponde, de nuevo, al buen doctor Watson, aplicando los métodos deductivos de Holmes.

Sherlock Holmes en la casa del terror (AKA La casa del miedo) (Universal, 1945)

Holmes: ¿Qué tal una pipa antes de dormir?
Watson: ¿Dormir? No creo que pueda pegar ojo en esta casa siniestra.

Uno de los protagonistas de La casa del terror se deleita con la lectura de El asesinato considerado como una de las bellas artes, y algo del texto satírico de Thomas de Quincey impregna el presente relato, desde su guión a la atmósfera y la propia puesta en escena de Neill. Personajes entrando y saliendo serenamente, incapaces de evitar su fatal destino, parece que predeterminado e ineludible. Una plasmación de la belleza de lo horrendo.


Inspirado en el caso de Las cinco semillas de naranja (aquí pepitas, como recuerda Holmes), la historia sitúa al detective y al doctor en La casa del Acantilado, en Inverness, Escocia; caserón gótico azotado por un viento del demonio, y morada de un curioso grupo de inadaptados, los miembros del club de los buenos camaradas, hombres, se nos dice, sin familia.

Tras comprobar que también existe el humor escocés (muy particular, como Watson y Holmes descubren frente al estanco del pueblo, al ver pasar un cortejo fúnebre), nuestros protagonistas se trasladan a la casona, donde resulta ejemplar comprobar el aplomo del que hace gala Holmes (y también a su modo Watson) ante unos asesinatos particularmente cruentos. El decorado de la mansión es espléndido, y la película lega a la posteridad dos secuencias magníficas por desternillantes: el periplo nocturno de Watson por la casa, de noche y que acaba a tiro limpio, o su conversación con “Holmes” en el cementerio del pueblo.

Si tuviera que disfrutar de la serie otra vez, este sería el relato con el que la concluiría (visionando los restantes anteriormente), por el particular buen sabor de boca que deja.

El caso de los dedos cortados (AKA Sherlock Holmes y la mujer de verde) (Universal, 1945)


De nuevo nos hallamos en el neblinoso Londres, donde un maniaco anda suelto (todo un precedente del tristemente conocido Scorpio). La mujer de verde, como fue conocida la cinta en sus pases por televisión, emplea como punto de partida un argumento similar al de La mujer araña, aunque con un método diferente. Aquí la deliciosa Hillary Brooke y un adusto (y espléndido) Henry Daniell, sumergen a la pareja de detectives en el mundo de la hipnosis (puede que también de la sofrología), de la que se subraya, en un notable rasgo de modernidad, su valor terapéutico, durante la secuencia desarrollada en el Club Mesmer.

Resulta curioso el recurso narrativo de la voz en off del comisario Gregson (Matthew Boulton) para introducirnos en el relato. Además, Sherlock Holmes y la mujer de verde (me gusta más el título original, aunque la fotografía sea en blanco y negro), cuenta con otro acierto asombroso: los personajes no bromean con chistes sin gracia delante de los cadáveres en la morgue. De nuevo destacar la labor de John P. Fulton.

Persecución en Argel (AKA Sherlock Holmes y la persecución de los argelinos) (Universal, 1945)


La acción de Persecución en Argel (mucho más acertado el otro título) da comienzo con el particular periplo al que son sometidos Holmes y Watson, por las callejuelas de Londres, hasta acabar en un bar en el Soho. Cuando finalmente contactan con los misteriosos comunicantes, Roy William Neill ejecuta un fundido en negro, proporcionando una elipsis que solo entendemos plenamente al final del relato. Un relato dinámico y divertido, que nos traslada a bordo de un barco de pasajeros, en el que Watson se enfrenta, una vez más, a la desaparición de Holmes (aunque en este caso su angustia no durará más que unos minutos: Holmes le espera en su compartimento).

El relato de la rata gigante de Sumatra (que también se nombraba en La mujer araña) es narrado aquí por Watson con absoluta delectación.

Terror nocturno (Universal, 1946)

Watson: ¡Ah, está aquí Holmes…!
Holmes: Reconozca ese cadáver, Watson.


Al ser Terror nocturno un relato más lineal (el habitual whodunit, “quién lo hizo”), el guión se apoya más en ciertos giros argumentales, algún golpe de efecto, esporádicos toques de humor y naturalmente, la presencia de Holmes y Watson, acompañados de nuevo por el inspector Lestrade (Dennis Hoey). En este caso la joya en cuestión será la Estrella de Rhodesia y el lugar, un ferrocarril camino de Edimburgo.

Resaltar un buen apunte de planificación: cuando Lestrade se asoma por la ventanilla del compartimento, en primer plano emerge la caja de la joya vacía; de guión: la pistola que dispara dardos; y otros buenos momentos, como Watson ejerciendo de detective (con bastante peor fortuna que la vez anterior). A mí la idea del tren me resulta muy atractiva, se trata de ofrecer un escenario diferente, con un límite de tiempo, y donde cada compartimento parece albergar un secreto, una vida en definitiva.

Vestida para un asesinato (Universal, 1946)


Vestida para un asesinato, última película de la serie, presenta una forma curiosa de relato circular. El mismo comienza con una imagen congelada de la prisión de Dartmoor, y pasa a la acogedora salita del 221b en contrapicado (no será el único que proporcione el film), con Holmes tocando su violín y Watson comprobando el Strand, el periódico que acaba de publicar otra de las aventuras del detective narradas por el médico bon vivant: el famoso Un escándalo en Bohemia.

Y hablábamos de relato circular en parte porque Watson es burlado por la dama en cuestión, empleando el mismo truco que el doctor describía en su escrito. Cuando compungido lo comenta a Holmes, el detective tiene el detalle de confesar que él también ha sido engañado (cometió el error de acudir solo a la cita con la dama). Claro que al final, en la casa museo de Samuel Johnson (es Watson quien pone nuevamente a Holmes sobre la pista, como también averigua el nombre de la casa de subastas), “la mujer” (no Irene Adler) acabará siendo víctima de sus propios manejos.


Ideas excelentes jalonan esta aventura, como la misma de las cajas de música y sus variaciones en la melodía, el bar que reúne a los actores de la calle, el uso del gas tóxico (idea terrible), el travelling nocturno por la calle, a la salida de casa del amigo del doctor Watson (hay diferentes perspectivas o más cambios de ángulo de lo habitual en la cinta, tal vez intuyendo que se trataba de la última); más la presencia de las tiendas, casi las protagonistas del relato: la de subastas, la de juguetes y la de tabacos. Destacar además la buena labor de Ian Wolfe, aquí cómo un austero comisario.

Los aposentos de Baker Street (fotografía de Patomas)
En suma, muy disfrutable para los que, como a mí, nos fascinan las subastas (con predilección por las de Con la muerte en los talones (Alfred Hitchcock, 1959) y Bajo sospecha (Robert Benton, 1982). El mejor humor inglés comparece en esta la última película que reunió a Basil Rathbone como Sherlock Holmes y a Nigel Bruce como el doctor Watson.

Debemos resaltar finalmente que la serie al completo mereció las felicitaciones del hijo del autor, Denis (Conan Doyle), que no escatimaba elogios para los actores, concluyendo que eran de las mejores películas que se habían hecho jamás. No vamos a discutirlo.

Escrito por Javier Comino Aguilera


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