H. P. Lovecraft |
En las montañas de la locura (1931) tiene por escenario La Antártida, y sigue resultando muy estimulante su lectura por su capacidad fabuladora a través de los restos de una civilización perdida desde hace eones, anterior a la propia evolución humana. Una paráfrasis sobre nuestra difusa relación con el pasado más remoto, cuando el hombre, con los mismos dioses pero de distinto nombre, eran capaces de trasladar enormes bloques de piedra como si fueran de corcho por el solo placer (aparente) de hacerlo.
Juguetes en definitiva de los llamados “Primordiales”, que, según Lovecraft, poblaron la Tierra tiempo ha, procedentes del insondable y maquiavélico (también con b) espacio. Unos hombres, en fin, que fueron un mero entretenimiento moldeado por estos seres “superiores”, formas viscosas que se limitan a “replicar”, obviando toda consecuencia “moral”.
En las montañas es un relato punteado por los últimos avances científicos de su tiempo (la teoría de la deriva de los continentes, por ejemplo), junto a la imagen impasible, real, de las enigmáticas civilizaciones desperdigadas por el planeta. Subyace en todo momento un respeto por los mitos más arcaicos, que conforman un relato propio de un mundo y un tiempo en el que aun quedaban territorios por explorar.
El volumen que yo manejo (Alianza Editorial) se completa con dos relatos cortos: La casa maldita, en el que el sótano de una vetusta mansión esconde una presencia vampírica (y gelatinosa, claro, estamos en terreno Lovecraft). Resulta especialmente interesante por la descripción de su construcción y la genealogía del caserón, en el que un joven y su tío investigan los sucesos, con resultado feliz.
El segundo relato, Los sueños de la casa de la bruja, muestra otra casa aviesa, situada esta vez en la conocida aldea de Arkham. La presencia no-presencial persiste agazapada entre los extraños ángulos matemáticos de la casa y se aparece en sueños al joven estudiante Gilman. En definitiva, un secreto que ve “la luz” cuando al fin es derruida la casa.
El caso de Charles Dexter Ward (1928) nos presenta al joven Ward, de 26 años -trasunto del propio autor-, que siempre ha mostrado interés por el pasado y lo arcano, llegando al extremo de expulsar de su vida y su mente el mundo moderno que le rodea.
Le gustan los paseos contemplativos, las calles y barrios antiguos semiderruidos: a este respecto, resulta magnífica la exposición de su carácter tomada de hechos tan cotidianos como el deambular por la ciudad, con la proyección de sus impresiones, sus sensaciones. Y adentrándose en el aspecto de la maldición hereditaria, viene a superponerse la presencia de un antepasado venido de Salem, Joseph Curven, quien, revivido, se sirve del parecido físico que tiene con su descendiente.
Pero no se trata de un caso de posesión al uso, como comprende el lector a su debido tiempo. Curven a su vez, se enfrenta con el doctor Willett, cuyo origen también se remonta a la época indefinida de las antiguas creencias y los viejos mitos enfrentados al emergente cristianismo, ¡entre ruinas romanas! Fantástica en todos los sentidos la descripción de la cripta subterránea que visita el doctor Willett, situada bajo la casa-tapadera de Curven y Ward.
Y ya que estamos con Lovecraft, especialmente primordial es su ensayo El horror sobrenatural en la literatura, reeditado por Valdemar Gótica en una edición cuidada y bonita, como es habitual en esta editorial española, literalmente imprescindible, y de la que sin duda hablaremos en otras gozosas ocasiones.
Interesante artículo, muy ameno.
ResponderEliminarSaludos desde el blog: Radiotelescopio abandonado