¿Conocen a algún estudiante de arquitectura que no haya estudiado a Palladio? ¿O que no le suene el nombre de Pedro Machuca? Y sin embargo en cine es lo más habitual del mundo mostrar un absoluto desinterés por todo el arte precedente. Naturalmente, esto no es así para los realmente interesados en este arte (y no solo en ver películas), pero no deja de ser una pena que el aficionado en ciernes de hoy no tenga acceso directo (esto es, en cines o por televisión) a todo lo que el cine supone, es decir, obras que abarcan ya más de cien años. ¿Cómo conocer entonces su existencia? Hoy resulta relativamente asequible el visionado de obras, antes casi invisibles, a través de la red, pero la cuestión es que solo se busca lo que se sabe que existe.
Para el aficionado medio es una satisfacción el descubrimiento -o revisionado- de películas como la que nos ocupa. Felizmente ubicado en el puesto que le corresponde, el realizador de films tan notables como El ladrón de cadáveres (1945), Ultimátum a la tierra (1951) o La ley de la horca (1956), abordó prácticamente todo el cine de género, y todo lo tocó bien. Prueba de ello es el melodrama que hoy traemos a colación, La torre de los ambiciosos (Executive suite, 1953), escrito por Ernest Lehman y resuelto por Robert Wise con enorme talento tras las cámaras.
Robert Wise |
Tres ejemplos: el deceso inicial, que da paso a la consiguiente trama, está filmado con cámara subjetiva, elemento narrativo sobredimensionado en la actualidad por su valor estético, pero como vemos, empleado hace décadas con un contenido narrativo significante. La cámara hace de los ojos del infortunado, que sale de un céntrico edificio de oficinas (luego sabremos que de su propiedad, la famosa “torre”), y encuentra la parca sobre la acera, al parecer por fallo cardiaco. En este fragmento y por su relación con los demás, Wise deja clara la relevancia del personaje, que a partir de entonces actuará in absentia, exactamente igual que lo hacía Drácula, como vimos en los anteriores comentarios.
Barbara Stanwyck como Julia |
Esto sucede sin diálogo, pues queda reflejado en el rostro del actor, aunque el espectador aún no sepa muy bien el motivo de su resolución (pronto confirmará sus sospechas, pero el hecho es que la decisión fue mostrada antes).
Y tercero, cuando Julia (Barbara Stanwyck), la hija del fundador y esposa del fallecido, intenta arrojarse al vacío, o al menos hace el amago, Wise evita insertar el consabido plano del fondo de la calle con el tráfico rodado (años de montador le enseñaron a desechar todo subrayado y huir de lo innecesario).
Película de impecable elenco (cómo no recordar a las dos secretarias encarnadas con mayúsculas por Nina Foch y Shelley Winters), La torre de los ambiciosos es la viva demostración de que por más años que atesore una obra, esta puede seguir siendo tanto o más moderna que las producidas en la actualidad. Resulta reconfortante, y más en los tiempos que corren (que se atropellan más bien), una obra meditada, con su poso amargo (el tema es la ambición por un cargo), pero en suma optimista, como la presente. Nuestra más calurosa recomendación (y perdón por lo de calurosa en pleno mes de agosto).
Escrito por Javier C. Aguilera
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