Baúl del Castillo: balance de 2016

31 diciembre, 2016

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Sierra Nevada (Fotografía de LJ & MB)
Concluimos otro año más siguiendo con este proyecto que vio la luz en 2011. Han sido hasta la fecha cinco años donde hemos evolucionado, pero conservando siempre un mismo afán por compartir con todos nuestros lectores la cultura que conocemos, desde la crítica a obras y los diferentes artículos temáticos. Y como siempre, tratando de no perder un ritmo constante de publicaciones. Como es habitual, haremos un repaso de los números de este año, donde hemos logrado 930000 visitas, sumando 146000 más que en 2015, creciendo sobre todo en estos últimos meses, con el otoño y ahora con la llegada del invierno.

En las plataformas también hemos seguido creciendo, aunque de forma desigual. Blogger ha conservado los 166 seguidores que alcanzamos el año pasado después de que a lo largo de 2016 ese número haya bajado por la eliminación de cuentas que no fueran de Google. Por su parte, en nuestra página de Facebook llegamos a 174 me gustas, 7 más desde el año pasado, y nuestro perfil de Twitter es el que más ha crecido, con 605, 54 más que cuando concluimos el año anterior. Seguidores que llegan desde distintos países del mundo. Como somos un blog de España, nuestras visitantes mayoritarios proceden de este país, pero en números siguen de cerca tanto los mejicanos como los estadounidenses, seguidos por argentinos, colombianos, alemanes, chilenos, peruanos, rusos y franceses. Procedáis del país que sea, bienvenidos siempre a nuestro blog para compartir este espacio de cultura digital.


Gracias sobre todo a los lectores que nos habéis manifestado vuestra opinión bien a través de alguno de los 50 comentarios que hemos recibido a lo largo de 2016 en el blog como de los diferentes tuits en la respectiva red social o en nuestra página de Facebook o a través de Google+. Nos alegramos no solo de conocer vuestras opiniones, sino también descubrir vuestros proyectos culturales, como otros blogs de reseñas o similares. Como cada año y en cada oportunidad que tenemos, os invitamos a comentarnos, a mostrarnos vuestra visión de las obras que reseñamos o, incluso, a participar en este proyecto con nuestra nueva sección, aún a estrenar, Huésped.

Todos los contenidos de Baúl del Castillo se deben al trabajo desinteresado de nuestros redactores, a los que quiero agradecer cada uno de los minutos que dedican a la escritura para este blog, cada uno en la medida de sus posibilidades. Gracias a ellos, Mariela B. Ortega y Javier C. Aguilera, hemos alcanzado 164 entradas este año, sin llegar a alcanzar la cifra del año anterior, pero tratando siempre de mantener nuestra calidad.

Gracias a toda esta labor hemos logrado que en este 2016 alcancemos las 967 entradas publicadas desde 2011, acercándonos a las mil, con más 930000 visitas orientándonos hacia el millón a alcanzar este próximo año, 446 comentarios en total y toda una serie de artículos sobre literatura, con más de cien clásicos literarios e incluyendo cómicscine, con más de sesenta adaptacionesmúsicapublicidadpsicologíaseries y videojuegos.


A lo largo de 2016 hemos traído varias obras y artistas que queremos recordar hoy porque han cumplido aniversario en este año que dejamos atrás. Entre ellos, debemos mencionar en primer lugar los cuatro siglos transcurridos desde el fallecimiento del gran Miguel de Cervantes (1547-1616), a quien recordamos a través de la miniserie Cervantes y sus Novelas ejemplares. En fecha cercana tenemos la publicación de La vida del Buscón, obra de Quevedo (1580-1645) que cumple 390 años. Pero también hemos tenido varios aniversarios redondos del séptimo arte, como los ochenta años que cumplen películas como Tiempos modernos, La vida futura o San Francisco, los setenta de El sueño eterno y Qué bello es vivir, los sesenta de Planeta prohibido, La gran prueba o Mi tío Jacinto, así como los cuarenta que han cumplido Carrie, Todos los hombres del presidente, La profecía, El fuera de ley Nickelodeon (Así empezó Hollywood) y los treinta adquiridos por la serie Tristeza de amor. Más recientes son los quince años de Una mente maravillosa o la década desde que se estrenó El laberinto del fauno.

En estos doce meses también hemos sufrido la pérdida de varios artistas a los que queremos recordar en estas líneas. El mundo de la música ha perdido a grandes referentes de la talla de David Bowie, Leonard Cohen, Prince, George Michael, Juan Gabriel o, en terreno nacional, Manolo Tena. Las letras estuvieron de luto por los fallecimientos de Umberto Eco y Harper Lee.

En el séptimo arte hemos perdido tanto directores, como Ettore Scola, Garry Marshall o Guy Hamilton, así como actores como Alan Rickman, Alan Young, Peter Vaughan, Alan Thicke, Kenny Baker, Bud Spencer, Zsa Zsa Gabor, Gene Wilder o las recientes pérdidas que han supuesto Carrie Fisher y su madre Debbie Reynolds. Que todos ellos descansen en paz. Seguiremos recordándolos con el arte que nos legaron.

Junto a estas efemérides, queremos recomendar, como hacemos anualmente, una entrada por cada mes:
El año termina, pero la vida sigue en un 2017 donde seguiremos recordando, analizando y comentando obras artísticas de todos los tiempos. Allí os esperamos.

Un estimable saludo, el administrador, 
L.J.

PD: Para concluir este balance anual que siempre se sitúa en fechas navideñas, hemos elegido esta canción de George Michael con el grupo Wham!, de forma que lo recordemos y despidamos con él este año 2016. Os deseamos un gran 2017.



"Una gran filosofía no es la que instala la verdad definitiva, es la que produce una inquietud."

-Charles Péguy




Qué bello es vivir, de Frank Capra

29 diciembre, 2016

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La primera idea interesante desarrollada en Qué bello es vivir (It’s a wonderful life, Liberty-RKO, 1946) por Frank Capra (1897-1991) y sus principales coguionistas, Frances Goodrich (1890-1984) y Albert Hackett (1900-1995), en torno al relato The Greatest Gift (1943) de Philip Van Doren Stern (1900-1984), reside en establecer la narración desde un punto de vista trascendente, más allá de la mundanidad de los personajes. La acción se sitúa tanto a ras del suelo (en el tercer planeta a partir del Sol) como en las alturas (el cosmos: el realizador tiene el acierto de no mostrar una estereotipada y forzosamente imperfecta imagen del “cielo”, para ofrecer a cambio un entorno más indefinido, aunque no necesariamente más abstracto).

Y ya que estamos en esta línea argumentativa, tal vez convendría recordar como toda creencia religiosa se fundamenta en aspectos tanto de doctrina esotérica (un cuerpo de enseñanzas que conducen al conocimiento) como exotérica (sustentada por el culto y las distintas relaciones sociales). Según esta perspectiva, el camino evolutivo de las almas conlleva la salvación por medio de los actos, una ley de naturaleza universal, que es el punto de partida de nuestro relato.

De tal modo que los posicionamientos religioso-filosóficos tratan de ajustarse al razonamiento estrictamente científico, que ya no contempla conceptos como el de la referida alma solo en función de una mera superstición (el producto de la incapacidad para enfrentarse a la realidad de la muerte). Y aunque muchas cosas aún quedan fuera del alcance de la verificación -o la negación- científica (una condenación apriorística), el hecho es que la ciencia actual ha venido demostrando que, aunque la muerte se haya producido, la vida no ha cesado totalmente.


Razón por la que la propia ciencia médica duda de la auténtica muerte clínica del sujeto. Un fenómeno que, si bien no prueba la existencia de otra vida, tal cual la conocemos, sí nos advierte de la existencia de otra energía, cuyas leyes aún ignoramos. En cualquier caso, la ciencia, en su vertiente más integradora, nos ha proporcionado sobrados motivos para sentirnos orgullosos, al margen de que cada uno sea libre -o debiera ser libre- de poder escoger la “explicación” religiosa que más atractiva le resulte, como forma de querer comprender lo que nos rodea, y a pesar de que la necesidad trascendente no pocas veces ha sido sofocada, cuando no organizada o copada, precisamente por unívocas interpretaciones religiosas. 

Unas exégesis válidas antropológica e históricamente (algo que no hay por qué pretender demoler o despreciar), pero que, en cualquier caso, no deben hacernos constreñir todo nuestro campo de visión. Al fin y al cabo, ¿quién puede asegurar que la psiquis desaparece cuando el organismo muere? Materia peligrosa, sin duda, desde el momento en que para algunos queda justificado el aniquilamiento de otros seres humanos con el presunto objetivo de acercarse o congraciarse con la Divinidad (o la imagen que tienen de ella).


Sirva este prólogo para descender finalmente a Bedford Falls, el lugar donde acontece la acción de Qué bello es vivir (dejando al margen las “alturas”). Insistía en estos aspectos sacro-científicos, ya que el punto de arranque del relato nos muestra una serie de imágenes del pueblo en cuestión, como postales animadas aunque detenidas en el tiempo, a las que se superponen las plegarias de los amigos y familiares del oriundo George Bailey (James Stewart). Incluso el plano ascendente desde una casa nos indica que estas se elevan hasta los estratos superiores y que, por lo tanto, van a ser atendidas. Como, en efecto, sucede cuando le es concedida a Bailey la ayuda solicitada, por mediación de un ángel de segunda clase llamado Clarence (Henry Travers), un alma terrestre de más de doscientos años destinada al servicio angélico. Pese a que todo pueda estar predeterminado, tal condición no excluye la intercesión de lo maravilloso.

No en vano, se nos asegura que peor que estar enfermo es estar desesperado, y George Bailey lo está desde el aciago momento en que ha extraviado el capital de sus clientes. Tras sus inicios en una compañía de empréstitos, George se ha convertido en un puntal imprescindible y muy respetado de la comunidad de Bedford Falls, justamente gracias a su humanidad, capaz de generar la debida confianza, ya que su naturaleza es bien conocida por todos. Por eso, antes de “descender” a la Tierra, a Clarence se le muestran algunas imágenes de la vida de Bailey (hasta el punto de llegar a congelarlas: una sencilla manipulación que bien puede indicar la no existencia del tiempo y el espacio, de nuevo, tal y como los entendemos).


George Bailey es el contrapunto del banquero Mr. Potter (Lionel Barrymore), cuya riqueza material es proporcional a su pobreza de espíritu. Se trata de uno de esos plutócratas incapaces de generar riqueza salvo para sí mismos (y con la característica de no disfrazar hipócritamente tal condición). Si bien, pese a lo que en un principio pudiera parecer, Capra logra escapar una vez más a las fuerzas centrífugas del maniqueísmo más confortable y bobalicón, para ofrecer las dos caras de una misma materia; en este caso, las del buen y el mal banquero, tal cual sucede en la vida (el estereotipo es sorteado desde el momento en que existe dicho contrapeso, primero en la figura del padre de George [Samuel S. Hinds], y después en George mismo).

Al contrario de Potter, del que el progenitor de su opuesto duda, precisamente, de que tenga un alma, George sí atesora proyectos e ilusiones, como ver mundo y dedicarse a la arquitectura. Por descontado que muchas de estas esperanzas se frustran debido a las circunstancias, pero otras ocupan su lugar, como su matrimonio con Mary (Donna Reed) y la formación de una familia. Cambios pese a los cuales, George seguirá siendo honesto, franco, vitalista, locuaz y portador de un evidente liderazgo, similar en nobleza aunque de diferente práctica al de su hermano Harry (Todd Karns).


Por ello, el guión no solo resulta emocionante, sino también ingenioso y vivaz. De alguna manera, George Bailey siente que ha sacrificado su yo más íntimo en favor de la comunidad, pero esta sabrá estar -en gran medida- a la altura de las eventualidades, incluso en plena época de la Depresión. No era la primera vez que Frank Capra tomaba justo partido por la figura del buen banquero, baste recordar la excelente La locura del dólar (American Madness, 1932), que no olvidaba que los empleados de la banca son también personas.

Tras la Depresión, Potter trata de comprar a Bailey igualmente, incluso comerciando a modo de Mefistófeles con lo más parecido a su designación como heredero (a diferencia de George, el millonario casi ha cumplido su ciclo vital y parece carecer de una familia). El precio de tal privilegio es, naturalmente, la pérdida de la independencia y el sometimiento a los criterios de Potter (en sí mismo, un estado en miniatura). En efecto, como en tantas obras de Capra, aunque de forma aún más evidente, los elementos fantásticos o “irreales” no enmascaran el realismo, incluso la crudeza, de algunas de las situaciones. Así sucede cuando Bailey regresa a casa tras su déficit, o cuando Potter asegura a este que gracias a su póliza de vida vale más muerto que vivo.

Aspecto último que no es baladí, pues el suicidio es contemplado, no ya como un pecado, sino como el impedimento para poder ir ascendiendo espiritualmente, tal y como se contempla en la película. En este sentido, resulta ciertamente aterrador el momento en que Clarence muestra a George un universo alternativo donde él no ha existido. Pese a lo cual, hay que advertir una vez más que la presencia angélica no es una solución deux ex machina o punitiva: el dinero desaparecido no es hallado (aunque el espectador sabe muy bien dónde se encuentra), y en última instancia, las resoluciones últimas pertenecen a George.


Esta receptividad espiritual es la que finalmente pone al protagonista en disposición de comunicarse de forma más eficaz, no tan solo con los ausentes, sino consigo mismo y con las personas que le rodean. El saludo final a Potter a través de una helada cristalera es su anímica victoria. Una historia que para Frank Capra era la que había estado buscando toda mi vida. Una pequeña ciudad. Un hombre. Un buen hombre, ambicioso. Pero tan atareado ayudando a los demás que la vida parece pasar por su lado sin rozarle (capítulo XIX de Frank Capra, the name above the title, 1971; Frank Capra, el nombre delante del título, autobiografía, T&B Editores, 1999).

Lo cierto es que tras la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), también Hollywood se vio obligado a reacondicionarse, surgiendo un nuevo grupo de productores independientes que, aún sin dejar de mantener acuerdos de distribución con los grandes estudios, anhelaban un mejor control de sus producciones. En el caso de Frank Capra esto se tradujo, junto a sus socios William Wyler (1902-1981) y George Stevens (1904-1975), en la creación de la compañía Liberty Films, en un momento en que la industria no aseguraba tal autonomía respecto al producto final.

La idea de Liberty Films había nacido en el ejército: productores-directores unidos al servicio de una unión independiente de cineastas independientes. Además, Capra explica la esencia narrativa de la que fue su primera película tras la conflagración, del siguiente modo: las catastróficas consecuencias de la guerra -hambre, enfermedad, desesperación-, alimentaban remordientes dudas en el hombre. ¿Por qué mi esposa y mis hijos tienen que saltar en pedazos? ¿Dónde está Dios ahora? Sin obviar el peligro que esto entrañaba: si no hay Dios, ni libertad, ni democracia, todo son mentiras. Por lo tanto, ven al Gran Hermano. Él te alimentará, te protegerá y te dará la paz. El viejo canto de sirena de los dictadores (Ibíd.).


Para Qué bello es vivir, el realizador contó con Dimitri Tiomkin (1894-1979) como director musical, William Hornbeck (1901-1983) como editor, la fotografía compartida de Joseph Walker (1892-1985), Joseph Biroc (1903-1996) y Victor Milner (1893-1972), la dirección artística de Jack Okey (1889-1963) y William Cameron Menzies (1896-1957), los decorados de Emile Kuri (1907-2000) y unos efectos especiales coordinados por Russell A. Cully (1901-1990).

Con Frank Capra la fábula y el realismo cinematográficos alcanzan su plenitud. En Qué bello es vivir, concretamente, mostrando cómo una vida en apariencia insignificante es capaz de incidir sobre otras muchas vidas. Así se lo propuso el guionista y director desde un principio. Mis filmes explorarán el corazón no con lógica, sino con compasión (…) Si matas a un hombre, estás asesinando a la Divinidad (Ibíd.)

Escrito por Javier C. Aguilera


Noticias: El universo de Harry Potter sigue creciendo

28 diciembre, 2016

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INOCENTADA DE 2016 

Vivimos en la época de las grandes franquicias. Desde que inauguramos el siglo XXI y, sobre todo, durante esta década, hemos visto surgir o recuperar sagas para crear historias fragmentadas o divididas entre varias obras. Con esta estrategia hemos visto desde las adaptaciones de la épica obra de Tolkien con la trilogía de El señor de los anillos o la división también en trilogía del breve tomo de El hobbit, hasta la creación del universo cinematográfico de Marvel, que se ha erigido como una de las más rentables. Entre todas ellas, inauguró el siglo gracias al éxito de los libros en el último tercio de los noventa la saga del joven mago Harry Potter. Y aunque parecía que habíamos dejado atrás ese universo en cuanto a novedades tras Harry Potter y las Reliquias de la Muerte - Parte 2 (David Yates, 2011), este último año nos ha devuelto su magia en múltiples formas.


No solo ha sido la llegada de la obra teatral Harry Potter y el legado maldito o la película Animales fantásticos y dónde encontrarlos (David Yates, 2016), sino el anuncio de todo lo que está por venir, conformando una nueva saga y nuevas aventuras dentro del universo mágico bajo la atenta mirada de su creadora, J. K. Rowling, quien también ha anunciado otros proyectos literarios. Nos espera mucha magia bajo el sello de Animales fantásticos, aunque no todo será como se espera. Recientemente pudimos saber que los personajes que nos han acompañado en esta primera película no volverán a las secuelas, a excepción del protagonista. Sin embargo, dado el carisma de algunos de esos personajes, como es el caso de Jacob Kowalski, y cómo han gustado entre el público, se han optado por tantear otros proyectos que hoy mismo se han anunciado en fase de preproducción.

Así, a pesar de que no volveremos a ver a nuestro pastelero no-maj favorito en las secuelas de Animales fantásticos y dónde encontrarlos, se está trabajando en torno a la idea de crear una serie televisiva spin off sobre la pastelería de Kowalski y cómo evoluciona su relación con Queenie. Una oportunidad única para conocer más sobre la sociedad mágica estadounidense y la lucha por mantener una relación prohibida. Se ha plantaedo como una sitcom que siga la huella de las recientes Como conocí a vuestra madre y The Big Bang Theory, aumentando el núcleo de personajes con algunos amigos de ambos protagonistas y con alguna aparición estelar, como la de Newt Scamander o, en un futuro, Dumbledore y otros personajes célebres de la saga de Harry Potter.


Por otra parte, en cuanto al contenido de las próximas películas, la sociedad estadounidense no será la única que se descubra en esta nueva saga del universo mágico. Rowling ha señalado que la amenaza de Grindelwald se extenderá por otros países y, gracias a ello, recuperaremos la conexión con otras zonas mágicas que ya han aparecido en la franquicia original, como los búlgaros o los franceses. No obstante, es posible que también veamos una sociedad mágica asiática y, quién sabe, una hispana. También se ha señalado que se ahondará en la carrera de Dumbledore y en su tragedia familiar, a pesar de que es posible que hacia el final de la saga vislumbremos más versiones juveniles de algunos personajes relevantes en la saga original. Quizás incluso la última película opte por mostrarnos una trama sobre los Merodeadores o el surgimiento de Voldemort.

Y dejando atrás la franquicia creada en torno a Scamander, parece que aún queda hueco para Potter. En este sentido, a pesar de que después de la obra teatral que ha continuado la historia de Harry Potter, Rowling parecía descartar una continuación en torno al personaje, sigue vigente la idea de ahondar en su pasado conviviendo con los Dursley. Sobre este proyecto, parece que la orientación que está adquiriendo es la de un musical que abra el abanico de narraciones no solo a la infancia del niño que sobrevivió, que parece ser un contenido más bien escaso, sino también a la historia de algunos personajes conocidos de la saga desde el fin de la guerra mágica hasta los eventos que ya conocemos. Por ejemplo, podremos ser testigos del enfrentamiento entre Peter y Sirius, con una actuación músical trágica en el arresto a Azkaban del padrino de Potter, o una historia romántica pasada de McGonagall, que nos hará comprender mejor su buena relación con Dumbledore.


Al final, no quedarán secretos que descubrir sobre este mundo mágico. Es más, debemos recordar que ya se ha mencionado al mago Merlín dentro de la saga, por lo que sería lógico esperar que tras esta aventura por el siglo XX nos adentremos en otros parajes más lejanos, ¿qué os parecería una visión de la historia del Rey Arturo y el mago Merlín desde la óptica de este universo? Como demuestra esta reciente entrevista a J. K. Rowling, podría ser una realidad en unos pocos años.




Clásicos Inolvidables (CXVII): El viento en los sauces, de Kenneth Grahame

26 diciembre, 2016

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El escritor escocés Kenneth Grahame (1859-1932) hizo de las vicisitudes de su vida, virtud en forma de narraciones, de entre las que pronto sobresalió El viento en los sauces (The Wind in the Willows, 1908; Valdemar Avatares, 2003; existen múltiples ediciones, también en Valdemar Club Diógenes). Hasta el punto de que hasta hoy no han dejado de leerse las aventuras descritas en este clásico infantil y adulto, con traducción de Juan Antonio Santos (-) para el referido libro de Valdemar. Una edición que se completa con las ilustraciones originales de Ernest H. Shepard (1879-1976) y Arthur Rackham (1867-1939) y que incorpora un mapa de los lugares donde se desarrollan las historias, incluyendo la mansión de Sapo, el Bosque Salvaje, la casa de Tejón, etc.

Junto a poemas y ensayos, Grahame atesoraba un carácter retraído y solitario, lo que probablemente contribuyó a su cuidado estilo poético en prosa, sobre todo teniendo en cuenta que hubo de sobrellevar un matrimonio mal avenido y un tedioso trabajo en la banca. Por lo que no resulta extraño que aflore el cariño hacia valores como el hogar (aún para personas que viven solitariamente pero no aisladas) o la agradecida visión tanto lírica como nostálgica de la naturaleza y la amistad. Aunque lo que idealiza sea un mundo de solteros despreocupados, leales a sus amigos y amantes de la buena vida: algo así como un club inglés (pg. 12).

Por ello, encontramos en El viento en los sauces estupendos pasajes como el descubrimiento de Topito de la vida que proporciona el río y, de este mismo, como un organismo felizmente vivo (Capitulo I). Lo cual le permitirá tomar contacto por primera vez con otros seres singulares. Entre ellos, el Ratón de agua, aficionado a escribir versos, y con el que conocerá los límites de ese mundo idílico (y por extensión, de todo mundo imaginario). 

A ello se suma la preciosista descripción de la casa de Tejón, un animal que, a diferencia de los demás, siente un vivo y profundo interés por el pasado y el futuro (IV). Precisamente, su vivienda recupera, en buena parte, las ruinas de una vieja ciudad subterránea, abandonada en el tiempo.

Otro de los más bellos fragmentos lo hallamos cuando la casa de Topito “le llama” (V). Se prepararon para el último largo trecho de la jornada, el trecho que les llevaría a casa; ese que sabemos que tiene que acabar en algún momento con el ruido del cerrojo al abrirse, la repentina luz del fuego y la vista de los objetos familiares que nos saludan como a viajeros que regresan del lejano ultramar tras una larga ausencia.


Lo que acontece sin pasar por alto los momentos de humor, como el encontronazo de Sapo con los vehículos a motor, origen de un sinfín de atolladeros y contratiempos para el hacendado más caprichoso e innovador de todo el contorno (II, VI, VIII, X). Unas dificultades que culminarán con el asalto a su propia mansión, que en su ausencia ha sido tomada por los armiños y las comadrejas. Con tal propósito, Sapo contará con la inapreciable ayuda de sus amigos Topito, Tejón y Ratón (XI, XII). Pero más allá de la característica narrativa que confiere a los animales comportamientos e idiosincrasias netamente humanas, lo cierto es que en El viento en los sauces animales y humanos coexisten aunque no suelan compartir los mismos espacios (VI y VIII).

Una naturalidad que incluso se expande fabulosa y fabulescamente, con el inesperado encuentro de Topito y Ratón con el dios Pan, que ayuda a los animales antes de hacerles olvidar su presencia (aunque no del todo). El muy terrenal dios de pastores y rebaños se convierte así en la mítica “personificación” del viento y de otros elementos de la naturaleza… (VII), en un entorno natural donde se manifiesta sensiblemente la llegada del otoño y la llamada del sur, como se especifica al inicio del capítulo IX. De este modo, hasta el instinto animal queda sometido a un intenso sentimiento poético. Como le sucederá a Ratón tras conversar con un congénere viajero; circunstancia que pone de manifiesto el valor de los recuerdos que cada uno se fabrica.


Lo bueno de ir haciéndose mayor es que tan solo lo adecuado y precioso permanece. El tiempo tiene otro valor y se atemperan los excesos. Lo que antes nos parecía irrelevante ahora se convierte en placentero, y al revés, haciéndonos esbozar una sonrisa y ajustar nuestros puntos de vista. Un estado que, a su vez, nos permite remitirnos a los recuerdos imborrables que proporciona la niñez. Desde la cual, basta con asomarse al exterior adulto para sentirse defraudado por la total falta de madura responsabilidad de la mayoría de mayores, que parecen no haber aprendido nada o estar dispuestos a olvidarlo todo.

Es por ello que los más atrevidos están siempre dispuestos a regresar al mundo de la infancia; no por ser este un mero refugio o una fuente de ingenua evasión, sino por constituir una forma de vida de una pureza y sabiduría perennes.

Escrito por Javier C. Aguilera


Animando desde Oriente (X): Tokyo Godfathers, de Satoshi Kon y Shôgo Furuya

24 diciembre, 2016

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En el ser humano hay espacio para el peor acto de maldad y para el mejor acto de bondad. La cara y la cruz del ser humano se presenta en las formas más inesperadas y nos golpea de forma constante, tanto para bien como para mal. Con el tiempo, nos hemos ido acostumbrando a las malas noticias, a lo desagradable, a una brutalidad que aceptamos con normalidad. Y así nos rodean las historias de asesinatos, guerras y demás locuras ejercidas por la mano de una persona igual que nosotros. Nos podemos hacer los sorprendidos, pero al cabo de los días tan solo será una página más del periódico que tirar. Como la acción anónima de quienes deciden actuar en favor de los demás.

En fechas navideñas resulta sencillo envolvernos de cierta calidez sustraída de la nostalgia de una época más inocente de nuestra vida y del deseo de recrearlo con quienes nos rodean. También parece convertirse en el momento propicio para querer un cambio de rumbo en la vida, de cara al año que está por nacer. Una ocasión idónea para realizar examen de conciencia, repasar nuestro pasado para evitar repetir en el futuro los mismos errores. Y tratar a la vez de conseguir algún acto que nos reconforte como tan solo lo hacen las buenas acciones.

Quizás por todo ello, y a pesar de las excepciones existentes, la Navidad es también un buen terreno para la ficción tierna, conmovedora y catártica. Para los cuentos con los que reconfortarnos de toda la crueldad que ha hecho mella en nosotros a lo largo del año, aún cuando creemos que la ignoramos.


El malogrado Satoshi Kon (1963-2010), cuya trayectoria vital y profesional fue cercenada por un cáncer de páncreas, dejó en sus últimas palabras publicadas una única mención a una de sus películas y era, precisamente, la que hoy comentamos: Tokyo Godfathers (2003). Acertaba a mencionar el director que en la vida no parecen producirse milagros tan casuales como los que acontecen en la trama, pero que, por su propia experiencia, incluso en nuestra realidad hay espacio para esas maravillosas coincidencias. Este hecho resulta curioso, dado que en la carrera de Kon, esta obra se podría considerar una pieza menor al compararlas con la complejidad de otras películas como Perfect Blue (1997) o Paprika (2006). Incluso que seguramente sea la menos personal, a pesar de basarse en una de sus historias y haber coescrito el guion con Keiko Nobumoto,  dado que no estuvo solo en la dirección, sino que compartió ese puesto con Shôgo Furuya, habitual animador de Ghibli cuya incursión como codirector en esta cinta ha sido la única de su carrera hasta el momento.

Viajamos hasta una Navidad indeterminada en Tokio, que empieza a estar cubierta por la nieve. Allí conoceremos a tres vagabundos que conforman un peculiar grupo: el gruñón Gin, un hombre adusto, con demasiado gusto por el alcohol, pero de buen corazón, el travesti Hana, dada a los excesos dramáticos y con ilusiones maternales truncadas, y la adolescente Miyuki, que huyó de su hogar y mantiene una actitud incrédula y poco afectiva. Los tres malviven como pueden, recibiendo ayuda de asociaciones religiosas, como se nos muestra en el prólogo con una organización cristiana, o rebuscando en la basura. Será en una de esas incursiones, mientras discuten entre ellos, cuando descubran a un bebé abandonado. Tras debatir la situación, los tres emprenderán la búsqueda de sus padres, una búsqueda que les llevará también a desvelarse a sí mismos.


El argumento nos puede recordar a Tres padrinos (John Ford, 1948), aunque si bien hay quien ha observado esta relación, considerándola casi como una adaptación, ambas obras tienen un carácter personal e independiente, a pesar de sus semejanzas. Precisamente, Tokyo Godfathers sabe erigirse como un cuento navideño al estilo de algunas obras reconocibles bajo este género, como Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946). El hecho que origina la trama es considerado desde el inicio por los personajes como un crimen horrendo, el abandono de una vida inocente a la muerte. Uno de esos acontecimientos que encabezan ocasionalmente el telediario y que nos sobrecoge y sorprende siempre. Y aunque lo lógico, como se remarca en varias ocasiones a lo largo de la película, hubiera sido acudir a la policía, nuestros protagonistas deciden buscar una respuesta a la pregunta clave: ¿por qué?

Esa será la pregunta que sobrevuela toda la narración. No debemos olvidar que estamos ante tres vagabundos que representan por sí mismos motivos de rechazo para la sociedad, como también se encargarán de recordarnos ciertas escenas, incluyendo las llamadas de atención por su mal olor. La cuestión será descubrir cómo acabaron así y enfrentarse por tanto a su pasado como no lo habían hecho antes, todo a raíz de una decisión que altera sus vidas cotidianas. Las casualidades también se prestarán para que se produzcan los reencuentros necesarios, incluyendo actos sorprendentes de los que logran salir ilesos, como un atentado contra un miembro de la yakuza, un camión estrellándose en una tienda o una alocada persecución por la ciudad que aumenta la emoción y la intensidad del último tramo.


No obstante, la calidad de Tokyo Godfathers no reside tanto en lo que podríamos esperar de cualquier cuento navideño, como el examen de conciencia, la buena suerte o el final redentor, sino también en cómo muestra las relaciones de sus personajes y el otro lado de la sociedad que esperábamos ver, un lado oscuro, de rechazo y hasta de violencia sin sentido. En este sentido, no hay polarización entre buenos y malos, sino personas que se equivocan, pero que tienen la oportunidad de rectificar. El mejor ejemplo de ello será Gin, que comenzará tratando de exponer una versión trágica de su vida para engañar a Hana, pero en el fondo para tratar de salvarse, de evitar recordar que tomó decisiones que le llevaron a la autodestrucción.

El momento determinante será cuando se enfrente a una representación de su futuro, como si acaso se hubiera encontrado con el fantasma de las navidades futuras de la célebre obra de Dickens. Por su parte, la actitud melodramática de Hana le sirve para ocultar sus verdaderos sentimientos, sentimientos que no requieren de exageración, sino de intimidad. Por último, Miyuki se enfrentará de forma continua a lo que significan las relaciones entre padres e hijos, no solo en lo que significa ser una hija y sentirse defraudada por su padre, sino también en lo que significa el amor hacia la descendencia, a pesar de cualquier diferencia. Los tres se convierten en los sorprendentes héroes de una historia que atraviesa momentos poco creíbles, pero que entran dentro de la lógica de los milagros que no comprendemos. Y que hasta nos hacen sonreír por su candidez.


Aunque el dibujo no resulte tan agradable como resultan, por ejemplo, las películas del estudio Ghibli, siendo en este sentido más cercano al de Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), no le falta calidad; al contrario, brilla en este apartado. Para empezar, la recreación de la ciudad de Tokio es sorprendente, sabiendo no solo mostrarnos su paisaje urbano, sino también sus diferentes ambientes vitales. Por otra parte, la expresividad de sus personajes, que pueden llegar a resultar grotescos sobre todo en el caso de Hana, pero que logra adaptar a la perfección aquello que quieren transmitir en cada momento.

En conclusión, un viaje que pretende regocijarnos, pero sin ocultarnos los lados más ásperos de nuestro mundo. Se erige así como un prisma de posibilidades con el que es casi imposible no llegar a sentir cierta empatía. Uno de esos cuentos para adultos ideales para esta época que, sin llegar a buscar la trascendencia o la profundidad de otras obras, optan a quedarse como un referente en su género y en nuestra memoria.

Escrito por Luis J. del Castillo





Música Inolvidable (XXXII): Connie Francis y Dean Martin

22 diciembre, 2016

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A lo largo de nuestras simpáticas y muy sintomáticas cuatro estaciones, hay asuntos, o topics, como algunos se empeñan en decir ahora, que resultan cíclicos, pues se repiten anualmente casi desde que el mundo es mundo. En primavera, el florecimiento de los consejos para sobrellevar las alergias y la subsiguiente alteración de la sangre. En verano, época muy provechosa en este sentido, la inmersión en todo lo relacionado con los chapuzones y la digestión, los aires acondicionados, las quemaduras solares, las perseidas, el beber mucha agua y el descenso del paro, efecto curiosísimo y oportuno que solo parece producirse con la llegada del calor.

Pero además, la canícula nos invita a sobrellevar la palurdez de quienes intoxican el aire, hasta entonces libre, al elevar hasta el máximo el volumen de sus obras maestras musicales; que para eso ellos están en su derecho, como el resto lo estamos de tener que dejar de leer, actividad que, como es sabido, es tarea pasada de moda. Lo curioso del caso es que ni la música es escuchada ni los tertulianos en cuestión son capaces de poder conversar con semejante alboroto, salvo alzando la voz, en un interminable círculo ruidoso.


Además, según algunos medios de comunicación, últimamente se ha puesto de moda el no saber qué hacer con los hijos durante el periodo vacacional. Como mascotas desvalidas, estos se enfrentan a la creciente memez de sus progenitores. Y si no, para eso están el colegio o las otras actividades extraescolares, que permiten quitarse el problema de encima (en verdad parece que algunos solo procrean con el único objetivo de legar al mundo una discutible herencia genética, de la cual pasan a desentenderse a continuación).

En otoño, se dejan caer el síndrome post-vacacional, el caduco libro de autoayuda sobre la vejez y la identidad, o la llamada “astenia otoñal”, es decir, el cambio de hora, primo hermano de la pesadumbre ante el desprendimiento de la hoja… Por lo visto, debo ser de los pocos españoles que no se deprime obligatoriamente con la llegada del otoño.

Y en fin, en invierno, los patinazos sobre el uso “racional” de la calefacción y el sempiterno sonsonete acerca del consumismo: también debo ser de los pocos españoles a los que, según parece, aún no han obligado a entrar en ningún comercio a punta de pistola para obligarme a comprar algo que no deseara.

En definitiva, un conjunto de constantes y periódicas paparruchas. Pero volviendo a la estación que nos ocupa, si existe una época del año en la que, además de poder reflexionar, nos lo podemos pasar bien (si no nos chafan la festividad), celebrando el solsticio sin necesidad de renunciar o sustituir el resto de tradiciones culturales (se sea creyente o no), esa es, sin duda, la Navidad.

Así pues, pongamos remedio a tanto desatino recurrente trayendo a colación a otros dos intérpretes clásicos para recordar, en compañía de nuestros lectores, lo más granado de los grandes temas navideños.


A pesar de una vida tanto de éxitos profesionales como de fracasos personales, la cantante norteamericana Connie Francis (1938) sigue siendo una de las voces más paradigmáticas de las décadas de los cincuenta y sesenta. Su álbum navideño se tituló Christmas in my heart (MGM, 1959) y se inicia con toda una explosión de alegría gracias a O come all ye faithful (Adeste fideles), cantada en inglés y en latín; a la que le siguen otros temas igualmente conocidos por todos, bien acompasados por los coros y la orquesta (no consignaré los nombres de los compositores y letristas por haberlo hecho en repetidas ocasiones en artículos anteriores, salvo para autores que no recuerde haber citado hasta ahora).

Una especial melancolía desprende la interpretación del célebre Have yourself a merry little Christmas, a modo de canción de cuna. Estilo intimista al que se suman Silent Night, The First Noel, I’ll be home for Christmas, O little town of Bethlehem, The Christmas Song, The Lord’s Prayer (tema poco difundido de Albert Hay Malotte [1895-1964]), The Twelfth Night, Winter Wonderland y, por supuesto, White Christmas.

Una voz sensacional para una inolvidable -en el mejor de los casos, cosa que deseamos- época del año, que, además, culmina con una de las mejores versiones del Ave María de Franz Schubert (1797-1828) que servidor haya escuchado nunca, y conozco algunas. Otra asombrosa es la de Barbra Streisand (1942), en su álbum de Navidad de 2001; aunque como curiosidad complementaria, The Lord’s Prayer es igualmente interpretada por la gran cantante en el que fuera el primero de sus álbumes de navidad: Christmas Album (CBS, 1967). Volviendo a Christmas in my heart, este Ave María ofrece la claridad de timbre de la voz suprema de Francis, más una perfecta dicción, a la que supongo ayuda su ascendencia latina (su María no es “Marría”, gracias a Dios).

Ave María (Connie Francis, 1959)

A Marshmallow World (Dean Martin, 1966)

El otro intérprete al que nos referiremos esta Navidad es el cantante y actor Dean Martin (1917-1995). Buen actor y buen cantante, cabría subrayar. Y prueba de lo segundo es su álbum de Navidad. La intimidad de las versiones de Connie Francis encuentra un complemento ideal en las cantarinas y ágiles orquestaciones del Christmas Album (Reprise, 1966) de Martin. Como muestra, las melódicas I’ll be home for Christmas, Jingle Bells, Blue Christmas, Silent Night, White Christmas o Baby, it’s cold outside, de Frank Loesser (1910-1969).

Perteneciente al celebérrimo y desaforado Brat Pack, en pertinente definición de Lauren Bacall (1924-2014), según fuentes bien informadas, Martin hace uso de sus dotes como crooner para ofrecer sus animadas versiones de temas como Let it snow, Winter Wonderland, Jingle Bells, Rudolph, the Red-Nosed Reindeer, o de los menos conocidos aunque agradecidos I’ve got my love to keep me warm de Irving Berlin (1888-1989), Marshmallow World, de Peter De Rose (1900-1953) y Carl Sigman (1909-2000), A Winter Romance, de Sammy Cahn (1913-1993) y Ken Lane (1912-1996) y The Christmas Blues, de Cahn y David Holt (1927-2003); muchos de ellos incorporados a la moderna edición en CD del primer disco navideño del cantante, A Winter Romance (Capitol, 1959).

Espléndido balance para quien falleció, tal vez por justicia poética, un 25 de diciembre. Y con Connie Francis (también nacida en diciembre) y Dean Martin, les deseamos a todos los lectores de Baúl del Castillo una feliz Navidad, que es como nos gusta denominar estas fiestas.

Escrito por Javier C. Aguilera


Men in Black (Hombres de Negro), de Barry Sonnenfeld

19 diciembre, 2016

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A pesar de todo lo que creemos conocer, tan solo la seguridad en nuestros conocimientos nos ofrece un mundo de certezas que pueden ser destruidas cuanto más confiemos en ellas. La auténtica ignorancia radica en la falta de duda, en el exceso de confianza en lo que creemos conocer. La prueba más simple de esta afirmación la encontramos en la propia historia, en la confianza que demostraban nuestros antepasados en hechos que hoy consideraríamos ridículos e infantiles. Ahora bien, el exceso de celo, de incredulidad, también nos lleva al miedo, a la incertidumbre y a la búsqueda incauta de explicaciones no solo poco satisfactorias, sino temerarias.

Sirvan estas palabras para adentrarnos en el siempre entretenido debate sobre la soledad del ser humano en el universo y cómo esta particular idea nos ha proporcionado centenares de historias de todos los formatos, desde aquellas que surgieron solo para nuestro ocio hasta aquellas que sirvieron para reflejar nuestras virtudes y defectos, para plantear un mundo entero de hipótesis y posibilidades. Aunque hoy, no hablaremos de una obra que se incluya entre estas últimas, sino más bien en una comedia que decide ofrecer respuestas paródicas al mundo del conspiracionismo: Men in Black (Hombres de Negro) (Barry Sonnenfeld, 1997).


Partiendo de la figura de los hombres de negro, personajes habitualmente referenciados en las teorías de la conspiración como parte de una organización gubernamental que se encarga de eliminar las evidencias de fenómenos paranormales, incluyendo la llegada de extraterrestres, Lowell Cunningham creó una serie de cómics bajo el sello de Marvel. Una obra de tono oscuro y escabroso, que no retrataba a sus protagonistas como una entidad bondadosa, sino como agentes que rozaban y a veces superaban los límites morales en sus métodos. Aspectos del argumento original que se limaron al extremo en la adaptación dirigida por Barry Sonnenfeld (1953), antiguo director de fotografía de los hermanos Coen que cuenta en su filmografía, aparte de la trilogía iniciada con esta película, con La familia Addams (1991) o la vapuleada Wild Wild West (1999).

En el inicio de la película somos testigos de la aparición de dos agentes de los Hombres de Negro en la frontera entre México y Estados Unidos a la caza de un alienígena, momento en que uno de ellos decide retirarse por su avanzada edad. Posteriormente, el policía James Edwards (el siempre carismático Will Smith) persigue a un delincuente que resulta ser un extraterrestre. Tal encuentro provoca el interés de la organización por James, sobre todo del agente K (un solvente Tommy Lee Jones), que apuesta por él para ser su compañero al haber conocido sus habilidades, a pesar de la actitud rebelde e informal del que será conocido como agente J. A través de los ojos del policía, conoceremos mejor el funcionamiento de la organización de los Hombres de Negro, ajena a cualquier gobierno y encargada del control de los extraterrestres en la Tierra. En su primera misión, deberán dar caza a un Insecto (Vincent D'Onofrio) cuyas acciones ponen en peligro al planeta entero.


Ya advertimos a raíz de nuestro comentario de Los cazafantasmas (1984) que aquella era una película que, a pesar de presentar un argumento de aventura fantástica, en esencia era más una comedia. Sucede lo mismo con Men in Black, que podríamos encajar en el perfil de una buddy movie, o el subgénero conocido como buddy cop, dos agentes que tienen que combatir el crimen, en este caso alienígena, aunque ambos tengan una personalidad distante. Por una parte, tenemos al meticuloso, estricto, frío y serio agente K, que ejerce su labor de la forma más profesional posible y sin meditar sus acciones más allá de para obtener el fin deseado. Por otra, el novato agente J, inexperto ansioso e indisciplinado que no mide las consecuencias de sus actos, pero valiente y atrevido incluso en las situaciones más peligrosas. 

Esta combinación provoca el resultado cómico al comparar de forma continua las interferencias entre ambas formas de ser: las continuas sorpresas y meteduras de pata de J en un mundo que le resulta novedoso, ahí tenemos el gag del desastre causado en la oficina por usar un objeto extraterrestre o el potente efecto inverosímil que tiene su diminuta pistola, frente a la tranquilidad y calma con la que K actúa incluso aunque sus acciones puedan resultar ridículas a simple vista; por ejemplo, cuando comienza a zarandear a un perro para interrogarlo. Aunque a su vez, ambos se afectan mutuamente. Como descubriremos, K tiene un matiz melancólico relacionado con la forma en que entró a los Hombres de Negro y, a pesar de su frialdad, la humanidad de J le hará recapacitar, aunque a regañadientes, de su actitud en ciertas ocasiones, como la reescritura de la memoria con el neuralizador. Conforme avance la película, J se habrá adaptado a este nuevo mundo habiendo aprendido las lecciones de K para ser el agente que debiera.


Por otra aparte, aunque volveremos a algunos puntos de la comedia, la película también tiene momentos puntuales de seriedad, como uno de los diálogos entre J y K deriva en una crítica hacia el sistema, mostrando la visión de la masa como un ente peligroso por encima de la individualidad (por cierto, una escena que, a pesar de gustarnos, nos parece introducida con calzador dentro del montaje). Tampoco falta dentro del humor la crítica al gobierno como incapaz o entrometido así como un último gag que trata de transmitir que a pesar de nuestra sensación de grandeza, ocupamos un espacio ínfimo en la inmensidad del cosmos.

Retornando al mundo de la parodia, el argumento principal es la persecución de un villano extraterrestre con el fin de evitar que cumpla su objetivo. Para ello, se nos ofrecerá tanto aspectos de la investigación de los Hombres de Negro, incluyendo la visita a distintos personajes extravagantes sobre los que la organización mantiene su vigilancia, como el camino que recorre el Insecto desde su accidentada llegada a la Tierra hasta su enfrentamiento con los protagonistas. En todo este proceso, encontramos un apartado cercano a lo asqueroso. Por un lado, se recurre con facilidad a chistes basados en el uso de mucosidad, por otro, se sobreexplota la repulsión que transmiten los insectos, sobre todo las cucarachas. Precisamente, uno de los puntos fuertes de Men in Black es su trabajo en el maquillaje y en los efectos especiales, logrando que el Insecto resulte asqueroso en su forma humana o que los distintos extraterrestres logren resultar creíbles.


Cabe mencionar que el humano poseído por el Insecto se encuadra dentro del típico retrato del granjero borracho, un perfil habitual dentro de los que avistan los OVNI y suelen ser cuestionados por ello, aparte de, como se evidencia, la relación nefasta y machista con su esposa. Que este tipo de personaje acabe por convertirse en un involuntario parásito o invasor de la Tierra encaja a la perfección. Por otra parte, es necesario nombrar a otros dos personajes del plantel, empezando de forma necesaria por Laurel Weaver (Linda Fiorentino), forense que reaparecerá de forma continua en la película, siendo una de las principales afectadas por la aventura. En ella se producen varios tópicos: se convierte en el interés amoroso de J, se erige como una dama en apuros aunque más avispada que el protagonista y, a la vez, logra convertirse en una heroína que también lucha y salva a los demás. Por último, una mención al jefe Z (Rip Torn), cuyo rol es ofrecer una voz con autoridad dentro de la impersonal organización.

En otros apartados, la música está bien llevada por el habitual compositor de Tim Burton, Danny Elfman, que junto a aspectos como la dirección artística o el maquillaje le valió la triple nominación a los Óscar, alzándose ganadora del último. En cuanto al ritmo y al montaje, a pesar de nuestras apreciaciones, la película tiene momentos bajos, que pueden causar desinterés, incluso con algunos gags que se notan forzados y otros que pueden resultar demasiado infantiles. También se repiten varias situaciones que pierden la fuerza humorística inicial e incluso hay un exceso en el retorno a los mismos escenarios, como es el caso de la morgue. Por último, la película transita entre diferentes tonos sin decidirse por uno en concreto, desde cierto ámbito gamberro hasta ocasiones ácidas.


Si bien es cierto que sabe unir sus detalles argumentales, que cuenta con momentos divertidos, incluso algunas escenas icónicas, con efectos logrados y espectaculares y con referencias y guiños a algunos de esos grandes mitos conspiracionistas, Men in Black no tiene la entereza suficiente para llegar a ser una gran película. Aunque no le falte carisma para ser una comedia atractiva de ciencia ficción con la que poder entretenerse cualquier tarde aburrida.

Escrito por Luis J. del Castillo





Animales fantásticos y dónde encontrarlos, de David Yates

17 diciembre, 2016

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Hay creadores que acaban atados a sus creaciones de por vida, incluso aunque en principio pudieran considerar que era tan solo un camino temporal. Este hecho no es negativo per se, pero acaba teniendo consecuencias. La autora británica J. K. Rowling (1965) es uno de estos ejemplos más evidentes en las últimas décadas. A pesar de que culminó la saga de Harry Potter con la séptima entrega en 2007, dejando aparte obras spin off surgidas para enriquecer la ambientación al ser libros dentro de la propia historia narrada, como Los cuentos de Beedle el bardo (2008), no solo ha seguido ligada al mundo mágico que creó, sino que según ha transcurrido el tiempo, se ha ido sumergiendo cada vez más en él, alejándose del nuevo perfil que estaba tanteando con resultados dispares. 

No obstante, que la ya célebre escritora retorne a su particular creación no tiene por qué derivar en un regreso triunfal. Es más, a veces ni siquiera dependerá de sus esfuerzos. Ahí tenemos, por una parte, la obra teatral Harry Potter y el legado maldito (Harry Potter and the Cursed Child, 2016; el autor es Jack Thorne basándose en una historia creada entre Rowling, el director John Tiffany y él mismo) y, por otra parte, el inicio de una nueva saga que ahonda en otros aspectos del mismo mundo: Animales fantásticos y dónde encontrarlos (Fantastic Beasts and Where to Find Them, David Yates, 2016).


A partir de la obra homónima, un manual sobre las criaturas mágicas del universo ficticio de Harry Potter, a la par que una obra que aparece mencionada en la saga, J. K. Rowling se erige como guionista de la historia para mostrarnos las andanzas en el primer tercio del siglo XX del mago Newt Scamander (Eddie Redmayne). Este particular personaje se dedica a la investigación de las criaturas mágicas que pueblan el mundo, tratando tanto de conocerlas como de protegerlas, sobre todo de los prejuicios de sus compañeros magos. Ambientada algo más de medio siglo antes del nacimiento de Potter, no se trata de una precuela de sus aventuras, sino de otras historias ambientadas en este universo y relativas a personajes nuevos o, bien, a secundarios o mencionados en la saga original, como lo fueron Albus Dumbledore o Gellert Grindelwald.

De esta forma, seguimos a Newt a través de sus andanzas en la Nueva York de los años veinte, en un momento de cierta represión mágica por parte del MACUSA, o lo que es lo mismo, el Congreso Mágico de Estados Unidos, con el fin de evitar enfrentamientos directos con las personas no mágicas, que deben seguir ignorando su existencia. Sin embargo, Newt lleva consigo una maleta llena de criaturas mágicas, cuya propiedad en la ciudad están prohibidas, y no tardará mucho tiempo en meterse en líos, descubriendo la magia al muggle o no-maj, según el término estadounidense, Jacob Kowalski (Dan Fogler) y siendo arrestado por Tina Goldstien (Katherine Waterston). Tras una confusión digna de una comedia de enredos, varias criaturas de la maletín de Newt acabarán libres por la ciudad y dependerá de este particular grupo, Newt, Jacob, Tina y su hermana Queenie (Alison Sudol) devolverlos al maletín e impedir que afecten a la delicada situación de los magos.


A la vez, un grupo de no-maj liderados por Mary Lou Barebone (Samantha Morton) componen la Sociedad Filantrópica de Nuevo Salem, tratando de exponer a los magos para quemarlos en la hoguera, sin demasiado éxito. Junto a ella, su apocopado hijo adoptivo Credence (Ezra Miller) busca por orden del auror Percival Graves (Colin Farrell) a un niño con un gran poder mágico oculto, aunque sus intenciones son inciertas. Mientras, la amenaza del mago oscuro Grindelwald (Johnny Depp), tratando de instigar un enfrentamiento entre magos y muggles, pendula sobre Nueva York.

Como podemos apreciar, hay dos líneas narrativas, con sus múltiples matices en cuanto a caminos derivados, que no acaban por congeniar, aunque acaben entrelazados. Para empezar, encontramos una introducción que nos sitúa como amenaza principal del mundo mágico al mago oscuro Grindelwald, potenciando la idea de que hay cierto afán por emigrar para evitar a este villano. Sin embargo, esta introducción que emplea un montaje de titulares de periódicos, no sirve para transmitirnos el miedo que debería crearse en torno a este personaje. Es más, no se logrará en toda la película, dado que acabará pasando como un tema menor, salvando un hecho del tramo final que tan solo sirve para justificar las acciones de cierto personaje, pero sin haber creado nunca la sensación de auténtico peligro que debería derivarse de este tipo de magos. Si bien el plan cobrará sentido hacia el final de la película, no se ha profundizado en las motivaciones ni de una parte, ni de otra.


En este sentido, resulta bastante curiosa que detrás de Animales fantásticos y dónde encontrarlos esté el mismo equipo creativo de la franquicia de Harry Potter, incluyendo a la autora original. Señalamos esta cuestión porque muchos de los elementos que funcionaban y estaban bien engarzados y desarrollados en la saga del joven mago, aquí resultan bastos, indefinidos o sin fuerza. Por señalar un par de ejemplos, si en Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001) nos encontrábamos con un villano final poco evidente en principio junto a un Voldemort como figura que, a pesar de estar supuestamente muerto, seguía atemorizando a los magos corrientes o en Harry Potter y el prisionero de Azkaban (Alfonso Cuarón, 2004) se sembraban las dudas en torno a la inocencia o la culpabilidad de Sirius Black, aquí la sorpresa final en torno al villano está carente de fuerza y el intento de erigir a un antagonista ambiguo no se consigue, todo debido a un clímax demasiado brusco, tanto para el Obscurus como para lo relativo a Grindelwald.

Hay un exceso de confianza en rellenar huecos bien a posteriori, con las próximas entregas, como en la información que el fan puede conocer. Por una parte, es positivo, dado que no se da espacio para neófitos a la hora de afrontar este universo. En efecto, el mundo mágico ya no necesita apenas explicación y esto se evidencia en el uso de hechizos y elementos con celeridad en la historia, desde el principio; así, tal y como sucede con otras franquicias, al estilo de Star Wars, el espectador ya debería saber qué va a encontrar con respecto al mundo creado por Rowling. Sin embargo, si en la saga original con las aventuras de Harry Potter, tanto escrita como cinematográfica, dejaban un tiempo para la presentación de nuevos personajes y cuestiones de interés para la trama, aquí todo queda bastante reducido, partiendo del protagonista y culminando en el apartado ya mencionado del villano.


Siguiendo precisamente por la línea de las criaturas mágicas, nos encontramos con Newt, un personaje demasiado difuso para el espectador, con una personalidad introvertida que envuelve la actuación de Redmayne de una sutilidad que roza la inexpresividad. El problema no reside en este tipo de personaje, que hasta nos puede llegar a hacer dudar de cierto autismo o Asperger, incluyendo su obsesión con las criaturas mágicas, sino que nunca se nos abre, ni de forma directa, por sí mismo, ni indirecta. Hay una escena junto a Queenie donde se insinúa parte de su pasado y, como ya se ha hecho público por parte del director, será algo que se explore en próximas películas, pero en esta primera entrega no es suficiente. No se trata de que el personaje pueda resultar plano, sino que es falsamente profundo, falsamente porque su profundidad es debida más a incógnitas que a aquello que hemos podido ver en pantalla. Debido a este vacío, existe una desconexión entre público y protagonista.

En parte esa indefinición se extiende a otros personajes, como Tina, cuya situación en el MACUSA es comprensible y encontramos en ella a una persona honorable y leal a sus ideales, tan recta que acaba por ir incluso en su contra, pero con una evolución de altibajos. Tampoco se comprende su relación con Percival Graves, que parece estar muy pendiente de ella según se nos insinúa por varios planos, aunque nunca sabremos los motivos. Este auror es un misterio de por sí, retratado más bien por su cargo y por unas características mínimas que por informarnos de quién es realmente. Sus motivaciones las comprenderemos mejor al final, aunque la película nos ofrece varias pistas para los más avispados y seguidores de la franquicia, pero para ello habremos atravesado algunas escenas confusas en un doble juego entre el MACUSA y su extraña relación con Credence que apenas se entiende. En relación a este personaje, no se ofrece explicación alguna a por qué Newt sospecha sobre su identidad en su último encuentro.


Siguiendo con la construcción de personajes, la subtrama de Nuevo Salem es confusa, con personajes que pululan por escena sin mayor definición. Tan solo la presidenta de la Sociedad, Mary Lou, está definida por su fanatismo e intolerancia, aparte de una rigidez que la lleva a maltratar a sus hijos adoptivos, con especial fijación por Credence (un personaje poco atinado a la hora de intentar compadecernos de él). Junto a ellos, sus intentos por tratar de sacar a la luz a los magos nos lleva hasta un periódico con otra subtrama de una familia no mágica: magnate dueño del periódico con dos hijos, uno el deseado político y otro la oveja negra tratando de encontrar su espacio y lograr la admiración de su padre. Curiosamente, esto tendría relación en el tramo final con el miedo a la rebelión y el enfrentamiento entre el mundo mágico y el no mágico, pero esa amenaza ni siquiera se representa más que con la sorpresa de los segundos, disipándose todo interés en estos personajes y, por supuesto, resultando innecesarios. Al otro lado, el MACUSA, con su presidenta (Carmen Ejogo) al frente, representa los mismos valores negativos que el Ministerio de Magia en la saga original: secretismo, rigidez y negación de la realidad que les rodea, hasta que resulta demasiado tarde.

Por contra, salen ganando Queenie y Jacob por ser personajes muy bien definidos con pocas características. La aparente frivolidad unida a la inocencia y el uso de la legeremancia, o lectura de la mente, de Queenie no le aportan ningún trasfondo, pero logran erigir a un personaje adecuado tanto como desahogo cómico junto a Jacob, como contraparte del interés por la magia del no-maj, así como receptora de la tristeza o los pensamientos de Newt, en una de las escenas donde mejor se nos muestra la personalidad oculta, de tipo más melancólico, del protagonista. Jacob, por su parte, es un personaje agradable por su humor blanco, debido sobre todo a su torpeza dentro del mundo mágico como a su sorpresa y su capacidad para maravillarse de lo que descubre junto a Newt, Tina y Queenie. Prácticamente encontramos en él a una representación de los seguidores de la saga que la viven con ilusión, una ilusión propia de las cosas de la infancia y que logra que se erija como un personaje carismático. El hecho de que la historia de Jacob y Queenie parezca tener un cierre satisfactorio nos da una idea de cómo de bien ha funcionado su subtrama en un argumento general que, sin embargo, no lo ha logrado.


En definitiva, una cantidad de personajes cuyas historias se pierden y que no parece que vayan a ser relevantes en un futuro. Todo ambientado con una estupenda estética de los años 20 que sienta bastante bien al mundo mágico, con elementos muy reconocibles de la franquicia anterior junto a nuevas incorporaciones, sobre todo en el apartado de animales fantásticos, destacando el nuevo concepto de Obscurus. Esta cuestión es bastante interesante, dado que se incorpora a la idiosincrasia de Harry Potter con bastante acierto, como símbolo mágico de la depresión, la represión o el maltrato (aquí, igual que sucedió en X-Men 2 [Bryan Singer, 2003], hay quienes han observado cierto paralelismo entre la represión de la homosexualidad con la represión de la magia, y la depresión que puede derivarse de la misma, que incluso podría llevar al final fatal del suicidio; una interesante correlación de la que me gustaría dejar constancia). Además, puede ser un elemento recurrente en esta saga que comienza. El resto de criaturas resaltan por tener características tan particulares, que las individualizan y las hacen sentirse únicas. Sin duda, componen el apartado más espectacular de la película y, por momentos, de los más entretenidos, a pesar de que por sí mismos no ofrezcan un argumento de interés. Por cierto, buen rescate de elementos ya habituales en este universo como la poca fiabilidad que se puede tener en los duendes, incluyendo el interesante bar clandestino, o la esclavitud de los elfos domésticos

En Animales fantásticos y dónde encontrarlos existe una apuesta firme por tocar temas sociales de forma abierta, algo que sucedía en la anterior saga a veces de forma más sutil. Por la pantalla podemos notar desde la defensa del medio ambiente, en contrato la defensa animalista a través de las criaturas mágicas que protege y cría Newt, como críticas a la intolerancia, al fanatismo o al odio a lo diferente, representado sobre todo en las relaciones tensas, prohibidas y ocultas entre magos y no-maj, sin olvidar la aparición, crítica, de la pena de muerte como otra diferencia entre Estados Unidos e Inglaterra.


Sin embargo, como ya advertíamos, uno de los principales problemas de la película es la existencia de dos tramas que tratan de unirse, pero que tienen ritmos y profundidades distantes. Los animales fantásticos parecían ser el centro de la atención de la historia, pero casi llegan a convertirse en una distracción de una trama más oscura y potencialmente más interesante que no se desarrolla para seguir dándole espacio a las criaturas de Newt. En la indecisión por apostar entre una historia y otra, se logra un resultado desigual y desiquilibrado en ambas mientras que tratan de ocultar esas carencias con una espectacularidad innegable que, a veces, puede llegar a rozar la confusión visual.

Parece que al final no logra alcanzar su espacio, entre la comedia de enredos mágica, la búsqueda de criaturas mágicas al estilo buddy movie, el drama social o la aventura de consonancias más épicas. Las amenazas no se sienten como tales, apenas hay conexión con los personajes y tan solo la magia parece desplegarse sin miedo en una película que, como ya sucediera con la explosión de hechicería de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte - Parte 2 (2011), se permite toda la espectacularidad. En efecto, es ese universo, tiene ante sí todo un apartado único que explotar, pero carece de algo fundamental: alma, interés, fuerza dramática y catártica. Mueve sus temas, mueve a sus personajes y nos logra entretener incluso con tramos más aburridos, pero al final uno acaba quedando con sensación de vacío. Y no hay nada peor que plantearse si ha servido de algo recorrer el camino cuando lo has concluido. Habrá que esperar por si las próximas entregas remontan el vuelo.


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