Adaptaciones (XIX): Sherlock Holmes (VI) La vida privada de Sherlock Holmes

02 octubre, 2013

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Como muchos aficionados saben, La vida privada de Sherlock Holmes (The private life of Sherlock Holmes, United Artist, 1970), escrita por el tándem Billy Wilder e I.A.L. Diamond, es una obra mutilada. Pero advirtamos desde el comienzo que lo que se ha conservado es espléndido. Se trataba de una apuesta personal de su realizador, Billy Wilder (1906-2002), confeso “sherlockiano”, y de una producción de cierta envergadura y logística, que el estudio decidió acortar poco antes de su estreno comercial. Podemos aventurar una hipótesis y decir que La vida privada de Sherlock Holmes es la última gran película clásica de un estudio, junto con El Padrino (The godfather, 1972) de Coppola. Y empleo el término “clásica” no como sinónimo de “antigüedad” o de producto “pasado de moda”, sino de aquello que se revaloriza con el tiempo, pese a los estragos que las efímeras modas pudieron infligirle.

Parece ser que los descartes incluían una aventura en un transatlántico, el llamado “suceso de la habitación patas arriba”, e incluso un flashback de la época universitaria de Holmes. De estos, solo se ha conservado o bien la imagen sin el sonido, o viceversa. En cualquier caso, insisto en que lo que ha permanecido nos proporciona una gran película y una espléndida labor de realización de Billy Wilder.

La vida privada de Sherlock Holmes da comienzo cuando los recuerdos contenidos en una caja, guardada en la cámara acorazada de un banco londinense, “salen a la luz”, y cual caja de pandora literaria, ofrecen relatos y detalles inéditos, todos muy definitorios de la personalidad del genio de Baker Street. Esta idea de los manuscritos “perdidos”, magnífica de por sí, es el preludio de la recreación de la idiosincrasia del Holmes más íntimo, descritas con innegable gracia aunque con absoluta fidelidad y respeto hacia la obra de Conan Doyle y la estampa tradicional del detective. Ya en esas primeras imágenes, correspondientes a los bellos títulos de crédito, podemos percatarnos de la foto de “ella” en un reloj. Por supuesto, serán los legajos de este nuevo “archivo”, escritos por el doctor Watson, los que procuren la puesta en imágenes que se va a desarrollar. El espectador pocas veces se sintió tan voyeur.


Sherlock Holmes (Robert Stephens) se encuentra a la espera de un caso digno de atención, decepcionado con el mundo en general, y con el criminal en particular. Escasean los retos que pongan en funcionamiento los mecanismos deductivos y científicos del detective (para este, la deducción es una ciencia, considerando el conjunto como una de las bellas artes), en definitiva, aquello que constituye sus mejores armas contra la injusticia. 

Por fortuna, estos desafíos no tardan en presentarse, para alivio de su amigo y colega el doctor John H. Watson (Colin Blakely), situándose la acción en el periodo de 1887 a 1888. Una acción en clave de sorna pero con los pies en la tierra, es decir, irónica con la imagen establecida pero sin desnaturalizar a los personajes; por ejemplo, cuando el detective recrimina a su entusiasta biógrafo toda una serie de “licencias literarias”.

Sin desvelar demasiado acerca de la trama (en atención a quienes desconozcan el film y deseen acercarse a él), diremos que estos asuntos se refieren al embarazoso “episodio del ballet”, junto al caso, que ocupará el resto del metraje, de la desaparición de un ingeniero belga, coincidente con la aparición de su amnésica esposa Gabrielle (Genevieve Page); extenso relato del que también formará parte el hermano de Holmes, Mycroft (espléndido Christopher Lee), todo un epítome del poder en la sombra.


El relato escrito por Wilder y Diamond hace que nos planteemos cuestiones muy sugerentes, como el simpático juego con las identidades sexuales (que queda abierto), para qué pueden requerirse los servicios específicos de alguien tan popular como Sherlock Holmes (además de para resolver un intrincado caso, desde luego) o ¿qué es lo que da pie a muchas de las leyendas esparcidas por el globo? En cuanto al aspecto psicológico, “privado” del personaje, queda patente que a Holmes solo le interesa “lo extraordinario”, lo que se sale de lo común. Stephens compone un Holmes espléndido, elegante, afectado y falible. Una atención al detalle que también se traduce en apuntes bien cuidados, como la marca (real) que presenta Gabrielle en la cabeza, a consecuencia del golpe (irreal) que le ha provocado la amnesia…

Por su parte, este Watson mundano también es avispado (por ejemplo, en su descripción de la situación en que se halla la huésped). Su condición caballerosa, “victoriana”, proporciona algún detalle visual divertido: ese estetoscopio que surge de improviso del sombrero del médico, cual chistera de un mago, durante su encuentro en el tren con los -a su vez- falsos trapenses.

Billy Wilder saca en todo momento un espléndido rendimiento expresivo del formato en scope (ancho). Un buen ejemplo en la composición del plano, se da durante la entrevista de Holmes con la bailarina en el camerino: la puerta por la que aparece un Watson entusiasmado queda estratégicamente en medio; o durante el accidentado baile con las bailarinas del ballet, que van tornándose en bailarines. Otros buenos apuntes abarcan la peripecia completa, la aventura no hace sino confirmar la opinión de Holmes acerca del bello sexo, destacando un momento muy hermoso, el que muestra al detective entrando en el dormitorio donde descansa Gabrielle.


Como en toda obra extraordinaria, resultan indispensables los aportes de otros profesionales, como en este caso, la fotografía de Christopher Challis (1919-2012), la inspirada y nostálgica partitura de Miklós Rózsa (1907-1995), en realidad, su Concierto para violín y Orquesta, op. 24, y la labor del diseñador de producción y escenógrafo Alexandre Trauner (1906-1993): las dependencias de Holmes y Watson son maravillosas hasta el más mínimo detalle. Junto a la labor de Billy Wilder, logran fijar en el tiempo una de las películas más melancólicas, sugestivas y románticas del séptimo arte. 

El amor es contrariado, la visión de los seres humanos pesimista (¿realista?), y muy particularmente, se refiere a la soledad como pilar fundamental del sujeto romántico (aspecto no solo adscrito al espacio temporal en que eclosionó); y aún así o precisamente por ello, es La vida privada de Sherlock Holmes una de las más hermosas películas de toda la filmografía de Billy Wilder y repito, del cine en general. Si la película no es una obra maestra -por incompleta que esté-, se le parece bastante. De hecho, frente a las vanguardias fílmicas, de las que ya pocos se acuerdan, o si se acuerdan a pocos importan, a La vida privada de Sherlosk Holmes, el tiempo le ha acabado dando la razón.

Escrito por Javier C. Aguilera


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