No hay novedad en el horizonte. Desde hace siglos, el ser humano repite las mismas historias con distintos disfraces. Resulta difícil salir de nuestros moldes narrativos, casi imposible no ver los ecos de todos los que nos anteceden, y solo nos queda el refugio de la forma, del disfraz de esa historia. Han tratado de sorprendernos con giros, con retruécanos, con saltos mortales y fuegos artificiales, incluso con automatismos, onirismo e inconsciencia, pero al final siempre volvemos a las historias de siempre. Porque disfrutamos de ellas por muchos factores. Y la industria, que suele pensar más en el bolsillo que en el arte, lo sabe y lo exprime cuanto puede. Es más, ni siquiera estas palabras mías son originales, también son el eco de reflexiones leídas y de lugares comunes.
Pero lo cierto es que en los últimos años, a través del factor de la nostalgia, que es bastante rentable, podemos encontrar secuelas, reinicios, remakes o revisiones de títulos ya consagrados y queridos por el público, como forma de conseguir la atracción del público, más cómodo en terreno conocido. A veces, este tipo de estrategias acaban socavando a los creadores originales. Por ello, no nos debe de extrañar la manera en que Lana Wachowski (1965) afrontó la dirección de Matrix Resurrections (The Matrix Resurrections, 2021). Suponía resucitar, valga la redundancia, la saga que había catapultado a la fama a las hermanas Wachowski con aquel gran éxito que fue Matrix (The Matrix, 1999), pero sin haber sido una opción personal. Lo cierto es que con revisar la trilogía, como hicimos recientemente al repasar también las secuelas de manera conjunta, se percibe claramente que la historia de Neo estaba cerrada y concluida, incluyendo no solo una primera entrega de acción espectacular con trasfondo filosófico platónico, sino también dos continuaciones que proponían tanto una deconstrucción de la primera película como una aventura de tintes épicos y mesiánicos.
No obstante, Matrix fue una saga que, pese a sus polémicas continuaciones, generó expectación y beneficio. Tanto es así, que resucitarla tras más de quince años para aprovechar el factor de la nostalgia era una oportunidad que Warner Bros. no parecía dispuesta a desperdiciar. Una de las creadoras originales accedió a dirigirla y encargarse del proyecto, aunque como descubriremos en la propia película, es evidente que le repudiaba la idea, pero que solo siendo quien se encargara podría, al menos, plantear su crítica a este sistema de reciclaje innecesario.
En la actualidad, Thomas Anderson (Keanu Reeves) es un desarrollador de videojuegos que se hizo famoso por crear Matrix, un videojuego que narraría la historia de la trilogía de películas. Se plantea así un quiebre con la realidad: ¿todo lo que vimos en las entregas anteriores es real o solo fue un videojuego? ¿Es esta otra simulación de Matrix? A excepción del prólogo, que ya nos arroja luz sobre estos interrogantes posteriores, el primer tramo aborda la apatía y depresión de Thomas, que acude a un terapeuta (Neil Patrick Harris) para abordar su dificultad para distinguir realidad y ficción. En este primer tramo, se le encarga hacer una secuela de su videojuego más célebre, para lo que cuenta con un equipo dedicado al desarrollo de ideas. Es en ese momento cuando Lana Wachowski descarga una serie de mensajes directos y críticos hacia la tendencia actual del mercado audiovisual, más preocupada en exprimir sus licencias que en plantearse los deseos de sus creadores o la búsqueda de nuevas ideas y horizontes. A través de las conversaciones entre el equipo de Thomas se va mostrando cómo puede llegar a retorcerse una licencia para tratar de conseguir beneficios, cayendo además en un bucle que hastía a nuestro protagonista.
En realidad, la búsqueda en la que nos embarcamos para satisfacer nuestra nostalgia es el deseo de reproducir aquella sensación de fascinación que algo nos causó. Un espectador puede esperar que Matrix vuelva a producirle aquella sorpresa que le causó en 1999, pero esa ocasión ya pasó y la película se puede visitar de nuevo sabiendo que el tiempo ha pasado y que no será lo mismo. El descubrimiento de algo nuevo nos vendrá con las películas más inesperadas, sean de la época que sean, siempre que para nosotros signifiquen una primera vez. El ansia de esperar que una película nueva resguardada bajo un título antiguo nos vaya a producir las mismas sensaciones es una nostalgia malinterpretada.
Pero esto es una continuación de Matrix, por lo que hay que romper con esta realidad ficticia. Un equipo del mundo real trata de llegar hasta Neo, pero en esta ocasión le cuesta más aceptar esa división entre el mundo creado por las máquinas y el mundo real en que debería estar, luego se desarrollará el por qué. En el mundo real, las cosas han cambiado porque tanto máquinas como humanos han mejorado en su ausencia. En este sentido, la película emplea una considerable cantidad de autorreferencias, no solo siendo consciente de las mismas o para que el espectador las descubra por análisis, sino subrayándolas en varias ocasiones con cortes de las películas anteriores, especialmente de la primera entrega, calcando diálogos y tratando de exponer a nuestro protagonista a situaciones similares para logar que despierte.
Sin embargo, también se sabotea, pues le han hecho creer que no sabe distinguir entre el mundo que creó en los videojuegos y la realidad, por lo que trata de rechazar lo que el nuevo Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II) y Bugs (Jessica Henwick) le muestran, como la píldora roja o los espejos alterados; aunque también Lana aprovecha a estos personajes para cuestionar decisiones que se tomaron en la creación de las películas anteriores, mostrando también cómo la evolución de nuestro mundo afecta a la consideración que se tiene de un producto ya finalizado y, en ocasiones, mitificado. En su contra juega el Analista, que es el nuevo programa que dirige Matrix en sustitución del Arquitecto.
Así, se sigue ahondando en la parte filosófica de Matrix. En esta ocasión, el Analista recurre a las emociones, a la aceptación humana de su infelicidad, tratando de acercarse a la mentalidad humana en lugar de encerrarla u ofrecerle perfección. En lugar del destino y de un nuevo Elegido que dé esperanza, proporciona deseos insatisfechos, deseos que por temor las personas no alcanzan a conseguir porque la realidad, que es una ficción, se lo impide. Por ejemplo, Neo ha coincidido con Tiffany/Trinity (Carry-Anne Moss) en varias ocasiones, pero ha preferido amarla en secreto y en distancia que enturbiar la vida feliz de una mujer casada y con dos hijos, aunque tampoco ella, como descubriremos después, vive satisfecha.
Ahora bien, cuanto más avanza Matrix Resurrections en su trama, más se nota la desgana de su propia creación. No podemos considerar que lo sucedido no tenga una justificación, como el hecho de que Trinity ahora tenga los mismos poderes que el Elegido, dado que esta nueva versión de Matrix fue creada a partir de Neo y Trinity, siendo ambos el código fuente que alimentaba al sistema. Pero otras decisiones, como que Niobe (Jada Pinkeet Smith) cambie de parecer y les permita ir al rescate de Trinity cuando se estaba negando por completo, o que el Analista, pudiendo tener todo bajo su control sin necesidad de aceptar la petición de Neo, acepte unas condiciones que ponen en riesgo su control sobre Matrix. La acción no es más que un refrito de lo ya visto en la saga, incluso con cierta apatía, y la aparición de un nuevo agente Smith (Jonathan Groff) que actúa de nuevo por su cuenta es, cuanto menos, innecesario.
Podríamos concluir, por tanto, con que Matrix Resurrections subraya todo lo que ya se había dicho anteriormente en la franquicia, pero otorga un happy ending a sus protagonistas, Neo y Trinity, que no pudieron tener al final de la trilogía. Es una obra basada puramente en las referencias, que insulta su propia existencia (hasta en la escena postcréditos), que reivindica la aceptación de la diversidad y el rol de Trinity así como su historia de amor con Neo como vínculo necesario para la saga, ya que sigue la estela de lo visto en Matrix Reloaded y Matrix Revolutions: Neo antepone a Trinity a todo lo demás. Y, además, sirve como epílogo para mostrar qué ocurrió tras el fin de la guerra con las máquinas, mostrando cómo los programas informáticos han tomado conciencia y capacidad de decisión para escindirse de Matrix, y cómo los humanos abogan ahora por una paz sostenida y sostenible que por una guerra continua y autodestructiva. Seguramente, una ruptura con las expectativas que tendría cualquier secuela.
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