El autocine (XCIV): La isla del tesoro (1972), de Andrew White, y Ashanti (Ébano), de Richard Fleischer

12 febrero, 2022

| | |

Probablemente no sea la que me dispongo a comentar la más glamurosa traslación del clásico de Robert Louis Stevenson (1850-1894), La isla del tesoro (Treasure Island, 1883; Anaya Tus Libros, 1981-2004), pero encaja perfectamente en nuestra sección de El autocine, además de traerme recuerdos muy especiales tras su pase por TVE. Pese a sus carencias, La isla del tesoro (Treasure Island, National General Pictures – Warner Bros., 1972) cuenta con dos bazas importantes, una fiel y resuelta condensación de la novela, y la interpretación de Orson Welles (1915-1985) como Long John Silver, el aparentemente fatigado pero temible pirata, que ha vivido mejores tiempos. Lo que, de algún modo, está marcado en el rostro del actor.

De igual modo, el ambiente queda muy bien captado en esta sintetizada pero cariñosa adaptación, una coproducción entre España, Italia, Inglaterra, Francia y Alemania, orquestada por Andrés Vicente Gómez (1943) y guionizada por Hubert Frank (1925), Anthony (Antonio) Margheretti (1930-2002) y Bautista de la Calle (-). En el guión también intervino el propio Welles. Podemos añadir a lo dicho la correcta fotografía de Cecilio Paniagua (1911-1979) y los cuidados decorados de José María Alarcón (1926).

Me da la sensación de que la presencia de Orson Welles en esta coproducción se debía en buena medida a su búsqueda de financiación para el que iba a ser su inmediato proyecto, Al otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 1973-2018), que quedó inconcluso hasta que recientemente se ha podido restaurar el material, con desiguales resultados en lo que se refiere al montaje.

La dirección de La isla del tesoro corrió a cargo de Andrew White, un seudónimo de Andrea Bianchi (1925-2013), realizador italiano que resuelve las imágenes sin especial personalidad o sentido de lo memorable, entresacando algún que otro destello, proporcionado más bien por las relumbrantes monedas que configuran la oculta fortuna que aguarda en la isla. Así mismo, parece que en la dirección pudo intervenir el realizador inglés John Hough (1941), mucho más capacitado para la puesta en escena. Lástima que no filmara él la película en su totalidad. Pese a todo, los resultados visuales son aceptables, aún por discretos.


Como ya sabemos, o deberíamos saber, la acción de la novela y, por consiguiente, de la película, arranca con los recuerdos de un adulto Jim Hawkins (Kim Burfield), que recuerda su infancia en los tiempos en que su madre regentaba la posada del Almirante Benbow, cerca de Bristol (Inglaterra). Allí se va a ver en la necesidad de atender a un huésped problemático, Billy Bones, que se hace llamar Capitán (el característico Lionel Stander). Forma parte de una camarilla de filibusteros, como pronto va a averiguar el joven Jim. Uno de ellos responde a otro apodo, “Perro Negro” (Adolfo Thous), que porta una gran cicatriz. La encomienda de Jim es mantener los ojos bien abiertos, es decir, vigilar por si aparece un marinero con una sola pierna, llamado Pew (Paul Muller), que además es ciego (lo que no impide su peligrosidad; ya comprobaremos que, a lo largo de la narración, el estar impedido no es sinónimo de no poder atacar o saber defenderse).

La evocadora voz en off del muchacho jalona las partes del relato donde la elipsis del montaje lo hace necesario. Resulta bastante útil en determinados segmentos, como el correspondiente al viaje inicial de la goleta Española, al mando del capitán Smollett (Rik Battaglia, otro buen secundario), rumbo a la Isla del Tesoro.

A la poco fiable tripulación se ha unido el doctor Ben Livesey (Ángel del Pozo), conocido de la familia Hawkins, y el noble magistrado, señor Trelawney (estupendo Walter Slezak), quien ha procurado los medios.

Otro protagonista, por descontado, es el tesoro. Ese bien codiciado que, a lo largo del relato, destaca más por su leyenda que por su realidad, hasta que finalmente se materializa, en glorioso esplendor dorado. A este ambiente entre lo pesadillesco y lo fabuloso contribuye el mito del fenecido capitán Flint (Pedernal), el más sanguinario bucanero que surcó los mares, con su correspondiente tesoro ad hoc, y que es una continua referencia para los marinos aventureros y forajidos (los hay de las dos vertientes). Irascibles, lenguaraces, supersticiosos, embusteros y, por supuesto, ambiciosos, poco sitio parece quedar para la honestidad. Esta la pone el pequeño Jim Hawkins, impelido a una madurez precoz; o al menos, a una infancia menos atontada, en cuanto a imaginación se refiere, como la que muchos pimpollos “gozan” en el presente, apegados a una pantalla (no de cine).


Huelga decir que el grueso dramático lo establece la relación entre el viejo pirata curtido y Jim, que necesariamente queda rota desde el momento en que el chico, oculto tras unos matorrales, contempla atónito el asesinato del tripulante Tom (José Jaspe) a manos de Long John. El sustituto a partir de entonces será el náufrago Ben Gunn (Jean Lefebvre), pero eso no quiere decir que la relación previa quede exenta de cierto rescoldo de respeto. Si el primero no ha hecho más que comenzar su andadura por el mundo de los adultos, de forma algo abrupta, el baqueteado pirata aún no ha librado su última batalla. A la vejez viruelas, y alguna que otra Mancha Negra.

Guionistas, realizador y, por encima de todo, actor, confieren al personaje de Long John Silver una campechana aureola de misterio, conducta despiadada cuando es preciso (el antedicho asesinato), y calidez humana, en lo que podemos considerar que es, tras Flint, otra leyenda que, pese a estar en su ocaso, nace. Al igual que el ciego Pew, el impedimento de una pata de palo no lo será para saber conducirse en aguas turbulentas.

Estas se nos muestran infestadas de viejos y nuevos compañeros de mar, bregando entre la poética de las olas, o destinatarios de la temida Mancha Negra, una sentencia de muerte dispuesta con antelación. Si la recibes estás perdido. Estos antiguos combatientes del mar, que no dan ni su brazo ni su pierna a torcer, se alimentan de sus antiguas historias. Reales o imaginarias. El versátil y superviviente nato Long John será reclutado en su taberna portuaria, la Posada del catalejo. Welles es ejemplo de lo que se puede hacer con una poderosa presencia, unos gestos escuetos, y el mapa de un tesoro esculpido en la cara. Aunque tal vez no el que él busca. Su imagen a través del citado catalejo de bronce, o su figura recortada sobre un acantilado, define todo un género. Un modo de vivir... y de morir.

Ante el asalto de los piratas, la tripulación de la Española busca refugio en un antiguo fortín de la isla. Al grupo se ha unido Abraham Gray (Miguel Pedregosa), otro de los tripulantes. Tras la inevitable lucha en el fortín, Jim tomará su propia iniciativa tratando de ayudar a sus amigos.


Las casualidades de la vida han querido que muy recientemente se haya recuperado la atractiva banda sonora de esta película, compuesta por Natale Massara (1943), gracias, una vez más, a la infatigable labor del sello español Quartet (a ver si por fin se hiciera lo mismo con Firefox). La música incorpora incipientes sonoridades electrónicas, muy en boga entonces, y el rasgueo melódico de una guitarra evocadora.

Relato de iniciación por excelencia, esta versión precisa y desenvuelta de La isla del tesoro forma parte, como antes adelantaba, de mis recuerdos de infancia. Junto a Viaje al centro de la tierra (Journey to the Centre of the Earth, Henry Levin, 1959), El amo del mundo (Master of the World, William Witney, 1961; con el doblaje original, por lo que más quieran), El Dorado (Íd., Howard Hawks, 1966), La ciudad de oro del Capitán Nemo (Captain Nemo and the Underwater City, James Hill, 1969), Melody (Íd., Waris Hussein, 1971), Silbar un poco (Jen si tak trochu pisknout, Karel Smyczek, 1981), Naves misteriosas (Silent Running, Douglas Trumbull, 1972), El hombre de Mackintosh (The Mackintosh Man, John Huston, 1973), 1941 (Íd., Steven Spielberg, 1979), El pequeño lord (Little Lord Fauntleroy, Jack Gold, 1980), El imperio contraataca (The Empire Strikes Back, Irvin Kershner, 1980), o series como Valle Secreto (Secret Valley, ABC, 1980) y Dentro del laberinto (Into the Labyrinth, HTV, 1980-1982), además de otros títulos sugestivos de diversa plasmación cinematográfica. En resumen, esta traducción no carente de sentido del humor y del presupuesto, es una muy digna adaptación del ya inmortal clásico de aventuras del escocés Robert Louis Stevenson. Quedan momentos de grata inquietud, como la imagen de uno de los cuerpos de los acompañantes del legendario Flint, dispuesto sobre la piel de la isla como una brújula que señala el camino hacia los doblones. Una de las ideas más brillantes del libro. O esa voz etérea del capitán Flint que resuena en el interior de la cueva del tesoro. Allí donde Ben Gunn demuestra que quien ríe el último, ríe mejor (en la novela la voz se manifiesta en un pinar).

Y ya que andamos con recuerdos personales, me van a permitir que complete este artículo trayendo a colación otra película interesante. Menospreciada como la anterior, aunque con mayor fuste cinematográfico. El autor español en que se basa el contenido, Alberto Vázquez Figueroa (1936), es un apreciable novelista, y hasta inventor, al que recordamos por sus libros y su labor periodística. Sirva este comentario, entonces, para rendir tributo a uno de esos españoles conocidos tanto fuera como dentro, el referido escritor canario y ocasionalmente director.

Cuando el excelente realizador Richard Fleischer (1916-2006) se hizo cargo de la producción, que ya había sido comenzada a ser rodada, exigió la reescritura del guión de Stephen Geller (1940) al competente George MacDonald Fraser (1925-2008), el mismo que se hizo cargo de las dinámicas y divertidas versiones de los mosqueteros de Richard Lester (1932), aunque aquí quedó sin acreditar. Los resultados, sin duda, mejoraron. La película continuó su proceso con la reestructuración del reparto, y los frutos son bastante buenos. No merece el desprecio con que se encadena.


Según se nos narra en los prolegómenos de Ashanti (Ébano) (Ashanti, Columbia Pictures, 1979), la esclavitud aún existe. Miles de personas desaparecen en África todos los años.

Dos doctores auspiciados por las Naciones Unidas llegan hasta un poblado indígena en pleno corazón de la semi domesticada África. Ellos son David Linderby (Michael Caine) y su esposa, nativa de aquel lugar, pero educada en Inglaterra, Anansa (la bella modelo Beverly Johnson). Dos médicos ingleses sin fronteras que pronto descubrirán que han de atravesarlas a la fuerza. La razón es que Anansa va a ser raptada por negreros, con lo que el marido emprende la tortuosa búsqueda a través de las ardientes arenas del desierto, poblaciones desvencijadas con espejismos de modernidad, y algún oasis.

Uno de los problemas a los que se enfrenta David es que las autoridades no reconocen la existencia de los mercaderes de esclavos. Pero estos existen. Como existe la llamada Ruta de los Esclavos, a lo largo del desierto del Sahara hasta desembocar en el Mar Rojo. Por lo que, en principio, David se verá forzado a actuar solo, contando más tarde con la ayuda del miembro de la Sociedad Anti Esclavitud, Brian Walker (el magnífico Rex Harrison), que le pone en contacto con el piloto de helicópteros Jim Sanders (William Holden), y con el guía tuareg Malik (Kabir Bedi), con quien culminará la traumática experiencia, en pos de la pista que les conduzca hasta Suleiman (el siempre eficaz Peter Ustinov), peligroso líder de la banda de secuestradores. Debe usted aprender a confiar en la gente, le aconseja Walker a un David muy a la defensiva, pues en poco tiempo ha aprendido a no fiarse de nadie. Ciertamente, Michael Caine (1933) se nos muestra algo acartonado y desapegado, aunque el personaje lo asimila (en cualquier caso, no basta con echar luego la culpa a los vaivenes de la producción, se ha de ser profesional en todas las circunstancias).

Malik perdió a su familia y vive apartado de su tribu. Como un solitario penado. La causa de su ruina es Suleiman, quien comenta que el presente va ser su último viaje, en compañía de una cohorte de fieles y zalameros secuaces. Hasta alcanzar el bien traído desenlace, con su alteza serenísima, el príncipe Hassan (Omar Shariff), epítome de la esclavitud de la más alta alcurnia.


El formato en scope se hace imprescindible en una narración de estas características visuales. Richard Fleischer, pionero de esta dimensión, resuelve las situaciones con innegable oficio, tanto las de acción como las íntimamente dramáticas, que son bastantes, como corresponde a un relato focalizado en la “trata de seres humanos”. La suya es una puesta en escena diáfana, serena, cinematográficamente hablando.

Un sobrecogedor conflicto dentro de un escenario que es, en sí mismo, una vasta inmensidad. Algo de lo que sabe sacar partido la fotografía del veterano Aldo Tonti (1910-1988), y que se condensa en unas conmovedoras escenas, como la liberación de una caravana de niños cautivos, el letal ritual de magia vudú, efectuado por el esclavo Dongoro (Tyrone Jackson), la posterior subasta, también de niños, o el sacrifico final de quien lo ha perdido todo. Así mismo, quisiera destacar la buena labor, personal al menos, del estupendo arreglista y pianista, aquí compositor, Michael Melvoin (1937-2012). Otra atractiva partitura a rescatar.

Fleischer ya había ofrecido un logrado y duro drama con trasfondo de esclavitud en Mandingo (Íd., Paramount Pictures, 1975), ambientado en el sur norteamericano. Su Ashanti (Ébano) es un buen ejemplo de relato bien filmado, en su combinación de drama y aventura, pese a las dificultades por las que atravesó la producción. Las localizaciones corresponden a Kenia, Israel y Sicilia.


Respecto a la novela, Ébano (Plaza & Janés, 1975; Círculo de lectores, 1979), me llaman la atención algunos cambios, que honestamente creo que mejoran el original. Por ejemplo, en los diálogos. Estos muestran una mayor garra, incluso romanticismo, en la adaptación. En la novela resultan más directos y concisos, secos -en el buen sentido-, dispuestos en capítulos breves, o mejor habría que decir apartados, al carecer estos de epígrafes, ni siquiera numéricos, pero que casi podemos equiparar con escenas cinematográficas. Los diálogos de la película, por el contrario, son portadores de una mayor picardía, digámoslo así. De igual modo, el personaje del piloto, un mero funcionario de escaso éxito y envergadura (salvo para demostrar la maldad de los raptores), pasa a ser un mercenario con bastante más consistencia en la película, entre otras cosas, por venir interpretado por William Holden (1918-1981; uno de mis actores favoritos, por cierto). Y sin necesidad de “cargar las tintas”: con dos pinceladas, a través, una vez más, de la plática. En la versión cinematográfica, su final ha de ver más con la mala suerte que con la maldad de las personas que busca.

Los médicos no lo son en la novela. David es fotógrafo de revistas, y su esposa, llamada Nadia, una mera acompañante tras dos meses de casados. Es oriunda de Costa de Marfil, y raptada en Camerún. El tráfico humano que articula la novela lo es también sexual, de una forma más explícita. Por su parte, Brian Walker, miembro de la Comisión de las Naciones Unidas para la Abolición de la Esclavitud, es una mujer, Miranda Brehm, que lidera una asociación de compromisarios, el Grupo Ébano.

Aunque lo que más varía es el final del mercader de esclavos, interpretado con igual convicción y sinuosidad por el gran Peter Ustinov (1921-2004). No debo desvelar más, pero me parece mucho mejor el desenlace expuesto en la película, más denso y original. Menos previsible. Así ocurre también con el personaje de Malik, encarnado por Kabir Bedi (1946), sin apenas presencia en el libro, pero con una dignidad ante la pantalla incontestable.

Escrito por Javier Comino Aguilera


0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717