Música Inolvidable (XLVI): The Alan Parsons Project

22 febrero, 2022

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Musicalmente hablando, ¿quién quiere vivir en 2021, si se puede hacer en los ochenta? 1980 People: The Future is Going to Be Great; 2021 People: Let’s Go Back to the 80’s. Tengo 14 y creo que nací en el año equivocado, porque esto es genial. Imagine living in a year when turning on a radio means you have a 99% chance of hearing a timeless masterpiece.


Son algunos de los comentarios, mayoritariamente de gente joven, que puedo leer en la plataforma Youtube. Esto me lleva a una conclusión lógica: en el arte (música, cine, pintura, literatura, etc.), lo recomendable no es identificarse únicamente con la actualidad, sino hacer tuyos todos los presentes que nos proporcionan las manifestaciones artísticas que nos han sido legadas; es una cuestión de sensibilidad y de educación (tampoco yo viví la década de los cincuenta o tuve oportunidad de contemplar a Mozart [1756-1791] en directo, y no por eso dejo de disfrutarlos). Por otra parte, ya estoy más que harto de la mecanizada y cansina expresión musical actual, anti efervescente, impersonal, con las mismas voces y arreglos, las mismas letras (o mejor dicho, peores letras), como estoy hasta la coronilla de niños haciendo bailecitos. No crean que en los años ochenta todo fue jauja, hubo droga, enfermedad y terrorismo, pero en lo cultural, que es lo que nos interesa destacar aquí, se alcanzó un pico de intensidad referencial y heterogéneo que no se ha vuelto a dar. Hablamos, entonces, del conocimiento de estas manifestaciones artísticas, y en esencia, del aspecto musical, definidor de una época, o épocas, y por extensión, capaz de impregnar las subsiguientes, con el adecuado nivel de exigencia y calidad.


Alan Parsons y Eric Woolfson

En una galaxia cada vez más lejana, cuando la música te sorprendía con grupos, solitas y otras manifestaciones (como el video-clip), existió un grupo llamado The Alan Parsons Project. El nombre principal correspondía a uno de los integrantes, principal líder y fundador, el compositor, ingeniero y productor inglés Alan Parsons (1948). Su compañero fue Eric Woolfson (1945-2009), también compositor y ocasionalmente vocalista. Ambos conformaban un dúo que contaba con el apoyo “itinerante” de otros profesionales, instrumentistas y cantantes, entre los que sobresalía el productor, arreglista y compositor Andrew Powell (1949), también inglés. En solitario, Powell compuso la partitura para Lady Halcón (Lady Hawke, Richard Donner, 1985).


El primer trabajo del Project en materializarse fue Tales of Mystery and Imagination (1976), en el sello 20th Century, adquirido más tarde por PolyGram-Mercury. En 1987 el dúo abordó una remezcla que incorporaba la voz de Orson Welles (1915-1985), previamente grabada en casete. Una idea que se remontaba a la fecha del lanzamiento de este primer disco. Existe una edición con ambas versiones. Precisamente, en el segundo parlamento, que encabeza la sección The Fall of House of Usher, se enlaza música con poesía, un deseo ya expresado por el propio Edgar Allan Poe (1809-1849).


Este trabajo inaugural resulta sumamente atrayente en los pasajes instrumentales, A Dream withing a Dream y la citada The Fall of House of Usher, especialmente atmosférica e inquietante, merced a las tonalidades empleadas, en total sintonía con la obertura de la ópera inacabada de Claude Debussy (1862-1918) dedicada al relato homónimo. Una suite instrumental en cinco partes. Además, el álbum se nutre de poemas (The Raven) y otros materiales narrativos del celebrado autor norteamericano. Es lo que se llama, un álbum conceptual. Las orquestaciones, de corte épico, que van a ser característica del conjunto, se manifiestan claramente en este empeño inicial, una magnífica carta de presentación o declaración de intenciones. Aparecen en el tema The Cask of Amontillado. También podemos apreciar que The Alan Parsons Project se posicionaba como un singular referente del nuevo rock progresivo, alternando con el mejor pop, al estilo de lo que estaban haciendo otros conjuntos como Camel, Saga, Rush o Queen. En efecto, con la incorporación y exploración de novedosos sintetizadores, el álbum resulta un eficaz ejemplo de fusión rock y tecno, evocador, estimulante y con contenido, alejado de la reiteración, blandura o agresividad (según el caso) de otros coetáneos genéricos. Los coros vocales son así mismo sugestivos e insinuantes en el tema final, To One in Paradise.



Tales of Mystery and Imagination es un importante y logrado álbum, que ha ido ganando fieles adeptos con el tiempo. No obstante, podemos asegurar que el impacto del grupo, el éxito comercial si lo prefieren, se derivó de su siguiente álbum, el magistral I Robot (1977), para la nueva compañía que acompañaría a la formación el resto de su trayectoria, Arista Records, una división de Sony Music en la actualidad, junto a Columbia o Epic.


En este nuevo caso, la referencia culta corresponde al prestigioso escritor y divulgador Isaac Asimov (1920-1992). La introducción del tema homónimo inicial es excelente. El sintetizador Moog expande sus texturas y apuntala la composición. La relación entre robots e inteligencias artificiales con el ser humano, es el leitmotiv. Un espectro que se amplía con la incorporación de la voz humana filtrada por el vocoder. En su vertiente más roquera, sobresale Breakdown, que concluye con un segmento vocal arreglado por Andrew Powell. Junto a las tomas múltiples que proporcionan dinamismo y expresividad a los arreglos, resulta imperecedera la unión de sonidos sintetizados y la música clásica (instrumentos acústicos, pasajes vocales), bajo el signo de la armonía. Lo que dota a algunas máquinas de voz… y alma. Sumamente setentero y grato es The Voice.


Como curiosidad, en el último de los temas, se añade un versículo más al Génesis, el treinta y dos. El segundo instrumental, tras el que da título al disco, es Nucleus. Junto a una sorprendente pieza deudora del Ligeti (1923-2006) o Penderecki (1933-2020) de 2001, Total Eclipse. O la mencionada Génesis ch. 1, v. 32, con la que se completa la rica gama de temas instrumentales del disco.


Aprovecho para señalar la excelente labor que se hacía entonces con las portadas de los discos, donde se mezclaba fotografía e ilustración (como el serigrafiado) en un orden simbólico e imaginativo sin parangón. El tamaño del vinilo era el idóneo para jugar con imágenes de todo tipo, muchas de las cuales ya han pasado a la historia de la iconografía. Qué bellas y estimulantes dichas imágenes (en portadas, libretos y contraportadas), definidoras de aquella época. Otra de tantas cosas que han acabado por sucumbir.



Un nuevo e inspirado tema instrumental, Voyager, abre el nuevo álbum Pyramid (Arista, 1978), enfocado hacia el destino, personal y común, dentro de la globalidad del universo. Incide en los vocales masculinos. El segundo instrumental es In the Lap of the Gods, y el tercero, Hyper Gamma Spaces, sugerente reinterpretación del citado tema de apertura, con incorporación de aires greco-egipcios y coros en consonancia.


Eve (Arista, 1979) contiene el muy conocido tema instrumental Lucifer. Un Lucifer electrónico, de nuestros días. Las relaciones afectivas entre hombre y mujer, y la especial fortaleza de estas últimas, articula el engranaje argumental de este trabajo. Temas de corte rock conviven con baladas, como You Won’t Be There. Damned If I Do es una destacable pieza vocal. Y como curiosidad, Secret Garden combina el instrumental con un tarareo, o scat ligero.


The Alan Parsons Project emprendió la nueva década con The Turn of a Friendly Card (Arista, 1980). El motivo argumental de este nuevo álbum conceptual es el de las apuestas y los (peligrosos y muy actuales) juegos de azar. Al Proyecto se incorpora la orquesta de cámara de Munich, para los arreglos de May Be a Price to Pay. Sobresale la balada Time, interpretada por el propio Woolfson, y como siempre, el resto de inspirados instrumentales, en este caso The Gold Bug y The Ace of Swords. Personalmente me gusta mucho I Don’t Wanna Go Home y, por supuesto, la composición que da nombre al disco.


Tras un merecido descanso, el Proyecto abordó el que probablemente sea su trabajo más conocido en los años ochenta, Eye in the Sky (Arista, 1982). De claro contenido pop-rock, el álbum se abre con la pieza breve Sirius, instrumental que sirve de apertura al celebérrimo Eye in the Sky vocal, junto a la formidable balada The Silence and I, casi diría que épica. El instrumental que brilla con luz propia es el fenomenal Mammagamma. Qué inventiva la de esta época, Dios bendito. Otra balada sobresaliente es la preciosa Old and Wise.


El ambiente del Egipto arcaico se desborda a través de las letras y compases de este álbum ya milenario (y millonario), cuyo Ojo de Horus es el que todo lo ve.



Si famoso fue Eye in the Sky, no le anduvo a la zaga Ammonia Avenue (Arista, 1983). No quiero ponerme tétrico, pero si tuviera que escoger seis canciones antes de morir (lo siento, pero no puedo quitar más), una sería Don’t Answer Me, perteneciente a este álbum, e indeleble desde el momento que la oí (que fue en el momento de su estreno). En fin, esto tiene que ver con la infancia y adolescencia que me tocó vivir. Así que perdonen la digresión y volvamos al séptimo álbum de estudio de The Alan Parsons Project, convertido en referente y éxito desde su publicación, en diciembre de 1983. Le siguen en importancia You Don’t Believe y la balada homónima con que se cierra el trabajo. El instrumental es Pipeline, con saxo jazzístico, pero sin perder el sentido del pop.


El irresistible aunque doble filado mundo de la ciencia es el leitmotiv de esta Avenida del Amoniaco, de perspicaz y llamativa portada, y mira que entonces las había buenas.


Sin llegar a la altura de los anteriores trabajos, vuelto a oír Vulture Culture (Arista, 1984), no merece ninguneo alguno. El nivel de las canciones pop-rock sigue siendo estupendo. Destacan melodías de fuste como Separate Lives, Sooner or Later y Days Are Numbers, el instrumental Hawkeye, y el uróboros de la portada con cabeza de buitre.


Stereotomy (Arista, 1985) es un juego de palabras o acrónimo acerca de la popularidad. Posee un buen comienzo, el propio Streotomy, siendo una de las mejores piezas del álbum Limelight. Mantiene el nivel del precedente, e incluye, como antaño, nada menos que tres instrumentales, con lo que puede formar una suerte de combo con el trabajo previo. Estos son Urbania, Where’s the Walrus y el breve Chinese Whispers. Más roquero el primero.


Stereotomy me va gustando más conforme lo vuelvo a escuchar, a pesar de los comentarios desdeñosos al uso. A veces conviene huir de los repertorios más trillados, ya que se pueden descubrir muchas gemas escondidas.



El último álbum antes de la inevitable (por frecuente) disolución, fue Gaudí (Arista, 1987), huelga decir que dedicado a la figura internacional del reconocido arquitecto español Antonio Gaudí (1852-1926). Si modernistas eran su formas y estilo, modernas son las composiciones que, de seguro, le habrán agradado. 


Parece que la repercusión del grupo ya había dado sus mejores frutos, pero es injusto considerar este trabajo como secundario. Por el contrario, se trata de un digno colofón a la trayectoria del Proyecto, que para entonces abarcaba más de una década.


Lo mejor, para mi gusto, reside en el tema inicial, La Sagrada Familia, Standing on Higher Ground y el instrumental, ejecutado a la guitarra española, Paseo de Gracia. A día de redactarse este artículo, puedo leer en Wikipedia que alguien ha escrito que el álbum generó cierta controversia por la inclusión de instrumentos poco frecuentes en la tradición cultural catalana, como las castañuelas o la (referida) guitarra española. Lo que como gilipollez, seguramente cierta, es difícilmente superable (no me sorprende que a veces no seamos capaces de llegar a ninguna parte). Andrew Powell, incombustible, queda nuevamente al mando de los excelentes arreglos orquestales de ese citado primer tema.


Grabado en tres días y publicado en 2014, coincidiendo con la reedición y remasterización de la discografía del grupo, salió a la luz The Sicilian Defence (Arista – Legacy, 1979). Enteramente instrumental, estamos ante un contenido bastante sugestivo, tanto en su vertiente electrónica como acústica. En este último aspecto, aludo a los temas interpretados a piano solo (el dos, cinco, siete y nueve; aunque principalmente, destacaría los dos primeros). El compendio es un esbozo, que pese a todo sabe crear un buen ambiente contemplativo (a lo Brian Eno [1948]) y sintonía, salvo, tal vez, en el último tema, que parece la banda sonora de muy bajo presupuesto de un film con sintetizadores algo cutre. Lo cual puede tener su gracia. El título hace referencia a la apertura del juego de ajedrez. Las denominaciones de las canciones responden a diversas posiciones de las piezas sobre el tablero de juego. Hay lugar para la improvisación, pese a que, bajo presión contractual, el contenido fue archivado casi al mismo tiempo de haber sido ejecutado.



Siguiendo con nuestra costumbre, y a objeto de adornar este artículo musical, he seleccionado tres composiciones del grupo que paso a ofrecerles. Por descontado que la elección es subjetiva, pero puede servir a quiénes no conozcan el trabajo de la agrupación o a quienes deseen rememorar tres de sus principales éxitos (invito a ampliar el espectro).


Comenzamos con el imperecedero instrumental I Robot (1977), aunque la interpretación que propongo tiene la particularidad de poder ver a Alan Parsons en vivo (por desgracia, ya fallecido Eric Woolfson). También en directo es una de las más reconocibles baladas y mejores temas de una década que contó con muchos, Eye in the Sky (1982, grabación de 2004 con subtítulos en español), con su introducción Sirius, y entonada por el propio Parsons. Por último, el video oficial de Don’t Answer Me (1983), que ya forma parte de toda una generación. Y que la música nos acompañe.


Escrito por Javier Comino Aguilera


I Robot (1977; Live in Colombia, 2013)


Sirius / Eye in the Sky (1982; Live in Madrid, 2004)


Don't Answer Me (1983)



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