Había una vez una melodía que me fascinaba siendo niño. Era la perteneciente a los títulos de crédito de la serie infantil y juvenil Valle Secreto (Secret Valley, Telecip-ABC-TVE, 1980), una de aquellas inolvidables creaciones con que la televisión nos obsequió a toda una generación de espectadores (en España se estrenó en el magnífico año de 1982). Poco más tarde averigüé que la música se correspondía con una versión vivaz y pegadiza de la célebre canción folclórica australiana Waltzing Matilda, compuesta por Andrew Barton Paterson (1864-1941) en 1895, varias veces propuesta como himno nacional de aquel país.
Creada y dirigida por Roger Mirams (1918-2004), la serie Valle Secreto ofrecía un entretenimiento en la línea de las divertidas y dinámicas propuestas para chicos de la Children’s Film Foundation, de tan grato recuerdo (de hecho, en mi memoria también se cuenta una de esas producciones programadas por televisión, La batalla de Billy [The Battle of Billy’s Pond, Harley Cokeliss, 1976]; otras se fueron fragmentando en el espacio para adolescentes 3, 2, 1 contacto [1982-1983]).
Los acontecimientos acontecen en las cercanías de una población australiana llamada Bildara. Allí, en medio de una amplia extensión de terreno, existe un campamento, propiedad del veterano Dan McCormack (Tom Farley), donde los chicos voluntarios se esfuerzan por sacar adelante el emplazamiento con fines educativos, evitando de ese modo que la superficie natural sea vendida a un especulador. Los residentes se encargan del parte meteorológico, conocen y exploran la orografía, reportan cualquier problema con la fauna, elaboran la Gaceta de Valle Secreto y reciben a turistas, otros muchachos que surgen de todos los rincones del mundo. Además, establecen puestos de vigilancia para observar los envites de sus adversarios y hasta son capaces de neutralizar un veneno que es vertido en el río. También aprenden a cocinar y, en definitiva, a respetar la naturaleza.
Ellos son Mike (Michael McGlinchey), Miles (Miles Buchanan) -los más adultos del grupo-, Marianne (Marianne Howard), Simone (Simone Buchanan), Rosa (Marcia Britos), cuyos padres poseen una finca cercana con caballos; la encargada de la radio Toshiro (Aki Slater), y los pequeños Beth (Beth Buchanan), Piet (Brett Jankoviak), Toby (Toby Churchill-Brown) y Lofty (David Manning), cuyo padre es el guardabosques del condado Carl Morgan (Paul Mason). No existe un cabecilla, todos van a una.
Pero no todo es color de rosa. El enfrentamiento viene de la mano del acaparador William Whopper (un Hugh Keays-Byrne recién salido -o casi, porque nadie lo diría- de Mad Max, salvajes de autopista [Mad Max, George Miller, 1979], y que antecede en gestos y aspavientos al inenarrable Bobcat Goldthwait [1962] de las Academias de Policía). A Whopper le chirría continuamente la mano izquierda, porque es artificial. La lleva enguantada, pero tiene que doler un buen sopapo. Es simpático el personaje, sin duda, por lo histriónico. Posee a su servicio al marido de su hermana Cecilia (Sheila Kennelly), Claude Cribbins (Max Cullen), que no por casualidad es concejal y, en virtud de su cargo, actúa al servicio del poder, en este caso, el “pérfido” terrateniente. Por su parte, Cecilia no entra en los planes rocambolescos de su marido y hermano, y sigue creyendo que ambos son honra y prez de la comunidad.
Whopper y el señor Cribbins suelen poner en marcha los mecanismos de ataque hacia los habitantes de Valle Secreto a través de la banda de jóvenes “facinerosos” liderada por el adolescente Mc Glurk, apodado Araña (Kelly Dingwall). También él tiene sus secuaces, que son Serpiente (Rodney Bell) y Gorrión (Troy Wilkinson). El grupo de “desalmados” está siempre abocado a dar al traste con todas sus maquinaciones.
La Banda de la Araña dispone de su propio enclave. Una cueva igualmente secreta, aunque al final casi todos conocen su paradero. Allí les entrega Cribbins las debidas instrucciones y, más de una vez, reciben su merecido. Tiene gracia como siempre andan tiznados estos tres. Es una buena forma de señalar su “desarraigo” y carácter “malote” (malos, stricto sensu, no hay). Como ya he señalado antes, a estos saboteadores les suelen salir al revés los planes para boicotear cada una de las iniciativas de Valle Secreto. Un buen ejemplo de ello son esos globos que transportan a unas temibles abejas por encima del campamento.
Son ocurrencias de tebeo, pero muy jocosas, como ocurría en aquella inolvidable Cactus Jack (The Villain, Hal Needham, 1979 -solo un pomposo puede sentirse ofendido por esta encantadora y eficaz comedia para niños, por cierto-). Aparte de que, escudriñar los movimientos e infiltrados de la Banda de la Araña, desde los puestos de observación, no es poca tarea.
Dicha banda conforma una graciosa patulea. Solo les mueve la (esporádica y nunca severa) antipatía hacia los ocupantes de Valle Secreto. Al contrario de estos, unidos por la camaradería. Claro que siempre hay lugar para las excepciones, como puede ser la amenaza común de un incendio. Así, mientras los chicos de Valle Secreto se lo pasan pipa jugando y trabajando, los integrantes de la Banda de la Araña no paran de columpiarse. El propio Cribbins es rastrero, pero por la vía caricaturesca, a modo de fantoche torpón y servil.
De este modo, lo que la serie nos brindaba era la ocasión de ser partícipes de unos muchachos comportándose como adultos, en el sentido más positivo, de ejercitar responsabilidades y asumir riesgos más o menos calculados, sin dejar por ello de ser niños; como demuestran esas retortas que contienen refrescos, en el episodio La escapada. Precisamente en este capítulo, los muchachos de Valle Secreto ayudan a un chaval llamado Jeff Dawson (-) que se ha escapado de su casa. A su vez, en La máquina mágica se enfrentan a las dificultades de no disponer de un generador de electricidad operativo, ya que este ha sido saboteado por Mc Glurk y sus esbirros. Pero los chicos de Valle Secreto poseen sus recursos, y no tardan mucho en acoplar una bomba de emergencia. No se detiene ahí la cosa, puesto que también hay que destacar el invento del detector de “arañas” que funciona a pilas, y que en realidad es un curiosísimo electroimán.
Las comunicaciones internas por radio funcionan de manera eficaz, en una época sin móviles pero con walkie-talkies. Lo que les permite estar informados en todo momento y llevar la administración del centro al dedillo. También hay espacio para la celebración de un concurso internacional, acorde con la voluntariedad de estas aventuras en coproducción. Los moradores de Valle Secreto participan con su “ciclostomóvil”, una especie de cohete ciclomotor, en una competición de alcance mundial. A caballo o en motocicleta -en singular competición motorizada-, Mike, Miles, Marianne y los demás, sabrán vérselas con todo tipo de vientos y mareas; por ejemplo, poniendo punto final al contrabando de aves liderado por Crancher Moose (Vincent Gil; y es que Keays-Byrne no es el único actor que podemos entresacar de la mítica Mad Max, aquí tenemos nada menos que al Jinete Nocturno, ¡conduciéndose con igual alevosía!). En Salvemos la naturaleza, el secuaz Crancher se las ve con la naturalista Paula Belheim (Karen Petersen), buena aliada de los muchachos. ¡Y qué decir del astuto y pequeño mafioso Pee Wee (Miguel López), el espabilado primo de Araña, que decide hacerles una visita y ponerles al día en cuestiones de extorsión! (Araña encuentra su rival).
Demostrando su valía, ahí están los integrantes de este Valle Secreto, a los sones de los arreglos musicales de Bob Young (1923), cuya letra principal corrió a cargo de David Phillips, un seudónimo del propio Roger Mirams. Si como nos recordaba William Wordsworth (1770-1850), en Mi corazón salta, un poema también conocido como El arcoíris (1807), el niño es el padre del hombre, frase de la que se han apropiado muchos, (como aquella de la infancia es la patria del hombre, que tampoco estará mal recordar aquí), podemos aseverar que el hombre que somos ahora siempre dispondrá de un hijo propio en forma de nuestros recuerdos.
En efecto, para la mayoría de nosotros, el mundo de la infancia siempre será distintivo y un espacio grato al que poder regresar. Por eso, cada vez que cruzamos el umbral de los contornos de Valle Secreto, sus habitantes nos dan la bienvenida.
Nota bene: Siento no disponer de mejores imágenes para este artículo. Para cuando una buena edición de Valle Secreto, siquiera en inglés, solo el cielo lo sabe, como diría Douglas Sirk (1897-1987).
Próximamente: Hollywood
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