En su refugio de Alaska, en pleno contacto con la naturaleza, el mayor Mitchell Gant (Clint Eastwood), realiza su caminata habitual para mantenerse en forma. Es un marco incomparable, como se suele decir, que pronto dará paso a unos espacios más atosigantes.
Retirado del ejército profesional, sigue siendo el mejor en su especialidad. Y no solo por el hecho de su condición de piloto, sino por conocer el idioma ruso y disponer de una constitución física similar a la de la persona a quien se le propone sustituir en el manejo de un avión sorprendente. El factor de peligro no va a delimitarse únicamente a la incursión en territorio soviético, sino a la neurosis de guerra que Gant padece desde su intervención en Vietnam. Esta se manifiesta principalmente en la vida civil, como se evidencia cuando, en pleno recorrido agreste, Gant confunde la llegada de unos militares en helicóptero con un ataque bélico.
El protagonista es, en efecto, un antiguo piloto de combate que fue hecho prisionero y que fue testigo de una matanza, lo que queda ilustrado mediante el correspondiente flashback. Lo que ahora le propone el gobierno de su país, en cooperación con el británico, es robar un avión de match cinco, tal vez seis, con control de armas por la mente. En aquel momento, el dispositivo letal y defensivo más perfeccionado. Lo cual lleva parejo un equipo anti-radar para evitar el ser detectado, más una transmisión en clave que lo pone en movimiento y determina la ruta de escape; y por consiguiente, el necesario reabastecimiento. Los impulsos cerebrales ponen en danza el armamento. Y lo que parece un vulgar transistor es, en realidad, un rumbo automático capaz de burlar la captación de las conexiones que salen al aire (haciéndose operativo a unas cien millas del citado punto de abastecimiento).
Como podemos comprobar, durante la primera parte de la película se nos pone en antecedentes de forma hábil y atractiva, sin grandes alharacas y mediante los diálogos justos, de todos estos aspectos. Gant es informado en primer lugar por el joven capitán Arthur Buckholz (David Huffman), en su refugio de las montañas, y luego por el británico Kenneth Aubrey (Freddie Jones), que compone una simpática mezcla de funcionario del Foreign Office y científico chiflado (o al menos despistado).
El perspicaz realizador Clint Eastwood (1930) propondrá a lo largo de buena parte de la narración una acción paralela, que acabará confluyendo en el enfrentamiento entre los dos aviones MIG-31, el Firefox y su homólogo, tan letal como el primer prototipo.
Este bien medido montaje alterno se concentra en el segmento último de la película, donde seguimos el trayecto del avión en pleno vuelo y las elucubraciones y decisiones del alto mando soviético. Lo que puede ser visto como un trasunto de la división del mundo entre soviéticos y americanos, o un a nivel incluso más global, entre orientales y occidentales, o poniéndonos más intelectuales, entre democracia y dictadura. División que hoy en día sigue teniendo su infortunada validez, pese a que la fuerza de ambos extremos parece haber cambiado de forma radical su polaridad.
De un modo parecido, Gant va mutando de identidad camino del hangar que alberga el Firefox; pasa a llamarse Leon Sprague, Michael Lewis y Boris Glazunov, progresivamente.
En su contacto con los aliados insurgentes, el traumatizado piloto se da cuenta de que la suya es una labor de equipo, aunque él sea el destinado a pilotar, si todo sale bien, el asombroso aparato. Entre tanto llega la cercanía física con el avión, constata que no es fácil mantener una red de espías, una resistencia.
Gant es advertido de que, en cierta medida, deberá fusionarse con esta lograda pieza de ingeniería aérea. El referido último segmento transcurre sobre los Urales, merced a los elaborados efectos visuales fotografiados por John Dykstra (1947), mientras se procede al juego inmemorial de la presa y el cazador. En este sentido, Firefox destaca por su capacidad técnica sin perder nunca de vista la cualidad humana de los personajes, puesta de manifiesto en los tramos anteriores, y la visión de puesta en escena del conjunto de los planos.
Ciertamente, Clint Eastwood aborda la planificación a la manera clásica, sin mareos o discontinuidades. En los prolegómenos informativos o la persecución final no fuerza ni rompe la consecución de dichos planos para tratar de proporcionar más acción a unas imágenes que hablan por sí mismas, y que encuadran a los dos contendientes dentro del paisaje. Una buena lección para algunos más recientes -que no modernos- cineastas adscritos al cine de acción.
Pero argumentalmente, las dificultades no tardan en presentarse. A Gant le siguen los pasos los hombres del coronel Kontarski (Kenneth Colley). Por suerte cuenta con la ayuda de Pavel Upenskoy (Warren Clarke), fundamental en su paso por la estación de Tupolev. Más tarde, será el doctor Baranovich (Nigel Hawthorne, espléndido), genio de la física teórica y disidente judío, y sus compañeros Natalia (Dimitra Arliss, esos actores que lo dicen todo con su rostro) y Smelovski (Ronald Lacey; el mismo de En busca del arca perdida [Raiders of the Lost Ark, Steven Spielberg, 1981]), los que le facilitarán su entrada y permanencia en el hangar.
En todos estos momentos de tensa intimidad, acción y reacción, brilla con oscuridad propia la fotografía del habitual y efectivo Bruce Surtees (1937-2012). Todos sus personajes se desenvuelven en una atmósfera tan triste, arisca y sombría como cabía esperar.
Una vez efectuada la sustracción, se pone en contacto con el piloto el Primer Secretario soviético (Stefan Schnabel), que será asesorado por el general Vladimirov (Klaus Lowitsch), y por otros miembros del alto mando ruso. Secretario al que, por cierto, se reserva un comentario sardónico, cuando se dirige a Gant a través de un micrófono diciendo que le habla al individuo que atenta contra la propiedad soviética.
Eastwood proporciona espacio a todos estos personajes de soporte. El más desapegado o maquinal es el teniente coronel Voskov (Kai Wulff), ya que su misión es únicamente la de tratar de dar caza al intruso.
El ritmo desplegado es ágil, sin dejar de constituir una inteligente y entretenida intriga. A ello contribuye la música de Maurice Jarre (1934-2009), que junto al tema marcial principal, compuesto con su acostumbrado acierto emotivo, incorpora sonoridades misteriosas y matices oscuros por vía de los sintetizadores, incipientes en las bandas sonoras de aquel momento (aunque no tanto en la música electrónica de le época, ya habituada a ellos).
Basada en una novela que desconozco (Firefox, 1977), del novelista galés Craig Thomas (1942-2011), y filmada en una bien ambientada Viena, la presente continúa siendo una película muy disfrutable. Clint Eastwood comenta en el documental que acompañó al DVD que lo que le movió en la elección de este material fue la posible combinación de acción, aventura y suspense, lo que queda logrado plenamente.
Por supuesto que la película fue en su día mal vista por los de costumbre. Esto es, por aquellos que siempre han justificado el color con que se mira a las dictaduras de la misma cuerda o, mejor dicho, soga ideológica, mientras sostienen ideas que además de ser muy peligrosas, por coercitivas, resultan harto lucrativas. Ante lo que se defiende Firefox por sí misma como un buen producto de género mixto. De hecho, frente a unos dirigentes políticos con serios trastornos y signos evidentes de incultura, una Nueva Unión Soviética invasora de Crimea y sustentadora de milicias extremistas asesinas, y una (Des)Unión Europea genuflexa e hipócrita, lo que sigue valiendo y permaneciendo incólume es el mito, la figura del héroe, con todas las fallas y miedos netamente humanos que ello conlleva. Sobre todo, el héroe de la calle; el que es discípulo de sí mismo, pasa desapercibido y no tiene la misión “divina” de cambiar el mundo alterando antes las mentes de sus semejantes.
En la actualidad, nuestro globo aún parece seguir dividido en bloques, mediante muros invisibles bastante consistentes e igual de dañinos (todo ataque a la libertad lo es); básicamente, insisto, entre quienes pretenden dominar la conducta y arbitrio de los demás en nombre de una igualdad homogeneizadora, y los que tratamos de vivir nuestras vidas en buena paz y armonía sin dar el latazo a nadie, y sin ínfulas redentoras.
Existen dos versiones de Firefox, el arma definitiva (Firefox, Warner Bros., 1982), la estrenada en salas comerciales, y que conserva íntegro el estupendo doblaje original (aquí al frente de Eastwood no está Constantino Romero [1947-2013], sino Javier Dotú [1943]), y otra más para video y pases televisivos, un poco más extendida en los diálogos, pero que no aporta demasiado, salvo, como digo, una mayor proximidad entre los actores de soporte.
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