A lo largo de las siglos, las diferentes sociedades se han visto obligadas a vivir para trabajar, dentro de un clima de precariedad y resignados a aceptar unas duras condiciones laborales. Sin embargo, en la actualidad, y sobre todo en los países occidentales, esas condiciones han mejorado considerablemente, especialmente en lo referente a las horas de trabajo, sobreesfuerzos físicos o condiciones ambientales; todo ello, traducido en avances tan importantes como la aparición de los sindicatos, el creciente interés por las relaciones y recursos humanos o el establecimiento del Estado del Bienestar, sobre todo a partir de la Segunda Guerra Mundial. Pero, probablemente, la mayor modificación se ha dado en el cambio del paradigma colectivo sobre la salud laboral, que ha dejado de ser un problema individual para convertirse en un problema que afecta a toda la sociedad y, principalmente, en un derecho del trabajador.
En ello se ha fijado el filósofo surcoreano, afincado en Alemania, Byung-Chul Han, que en su célebre ensayo La sociedad del cansancio (2010), que hoy comentamos, expone la relación que existe entre cada época con una enfermedad emblemática, estableciendo etapas en el desarrollo humano hasta alcanzar la actualidad, que tratará de describir como la época de las enfermedades neuronales. Así pues, tras atravesar una época bacterial, finalizada con la invención del antibiótico, y una época viral, reprimida gracias a la técnica inmunológica, nos encontraríamos en un panorama de enfermedades no infecciosas, de estados patológicos centrados en una dialéctica: la positividad excesiva. Así, proliferan enfermedades como la depresión o trastornos como el déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome del desgaste ocupacional (SDO). Pero, ¿a qué se debería esta propagación de enfermedades neuronales? El autor trata de responder a esta pregunta analizando a la sociedad actual.
Como exponíamos al principio, los avances logrados a lo largo de los últimos años en materia socioeconómica y laboral han supuesto la inmersión en una sociedad global real en la que posiblemente carecemos de elementos de control o instituciones eficaces para su gestión. Esta globalización, con su incesante flujo de comunicaciones a nivel mundial, ha llevado a una aculturalidad y a un cambio constante en nuestro estilo de vida. En esa masificación existiría la amenaza, como expresa Byung-Chul Han, dado que ha provocado un exceso de positividad en nuestra forma de vivir.
Byung-Chul Han |
Así, desde bien pequeños nos venden continuamente cómo hacer uso del pensamiento positivo con la premisa de que tenemos que ser felices en todo momento… y eso, paradójicamente, no es positivo. En efecto, a pesar de los numerosos gurús o de la cantidad abusiva de filosofía barata que invita a la felicidad, todas estas ideas acabarían siendo contraproducentes, porque en realidad tienden a plagar nuestra mente de frustración y tensiones. Esto se debe a que no somos capaces de asumir que en nuestra vida nos podemos sentir mal y necesitamos parar, detenernos, como si la sociedad no nos lo permitiera. Incluso, la solución al malestar pasa por recurrir de forma incesante a psicofármacos, buscando la inmediatez y la efectividad instantánea a ese cansancio social. Porque, aunque no estemos esclavizados social o laboralmente, como ocurría, por ejemplo, en la época de la Revolución Industrial, estamos atados individualmente. Como dice el autor, el ser humano es capaz de competir contra sí mismo hasta que se derrumba. Hasta que no puede más. De ahí el origen de esas enfermedades neuronales que mencionábamos anteriormente, pasando por estados de depresión, agotamiento emocional, despersonalización o una baja realización personal. Y todo ello por la incapacidad de alejarnos de un narcisismo que nos invade y amenaza desde todos los ámbitos, promovido también por los medios de masas y por el auge de las interacciones cibernéticas.
Precisamente, esto tendría importantes implicaciones en las relaciones con los demás y no solo en el propio individuo. El autor también incide en cómo estas relaciones se han visto influidos por la imagen de una sociedad tecnicista y mecanicista, que nos empuja a la competitividad y, por tanto, a la falta de empatía hacia el otro. En este sentido, parece que el imperativo que se nos marca desde cualquier ámbito de la sociedad pasa por un incesante afán por el rendimiento, forzándonos a un crecimiento exponencial para alcanzarlo y superarlo continuamente; una hiperactividad constante que se concibe como un signo positivo de la sociedad capitalista. Igual que en Captain Fantastic (Matt Ross, 2016) se planteaba que Estados Unidos vivía por y para los negocios, siempre en la compra y venta, el filósofo surcoreano señala que la sociedad parece habitar en unos grandes almacenes vacíos, donde todos somos vendedores en busca de clientes, enredados en relaciones comerciales que cada vez se parecen menos a relaciones humanas.
Esta desconexión de nosotros mismos con nuestra sociedad nos convierte en fragmentos realmente separados de nuestro entorno, alienándonos de la naturaleza y de nuestros semejantes. Sin duda, una plena decadencia para la humanidad cuya posible solución podría residir en volver a conectar con la base de la naturaleza, como también expuso el físico austriaco Fritjof Capra (1939) en su obra La trama de la vida (1996). Aunque como un paso intermedio, Byung-Chul Han propone la contemplación y la relajación como partes necesarias de nuestra vida y como motor de nuestro propio crecimiento personal e incluso de nuestra capacidad para innovar. Sin estos elementos, tan solo encontraremos un hastío interior que nos puede crear frustración y, en casos más graves, conducir a la depresión o a la ansiedad.
Esta desconexión de nosotros mismos con nuestra sociedad nos convierte en fragmentos realmente separados de nuestro entorno, alienándonos de la naturaleza y de nuestros semejantes. Sin duda, una plena decadencia para la humanidad cuya posible solución podría residir en volver a conectar con la base de la naturaleza, como también expuso el físico austriaco Fritjof Capra (1939) en su obra La trama de la vida (1996). Aunque como un paso intermedio, Byung-Chul Han propone la contemplación y la relajación como partes necesarias de nuestra vida y como motor de nuestro propio crecimiento personal e incluso de nuestra capacidad para innovar. Sin estos elementos, tan solo encontraremos un hastío interior que nos puede crear frustración y, en casos más graves, conducir a la depresión o a la ansiedad.
Imagen de Dyversions en Pixabay |
En definitiva, la pregunta que pende sobre la obra de Byung-Chul Han es si acaso el desarrollo socioeconómico del último siglo, las mejoras de las condiciones laborales y el incesante avance tecnológico nos han permitido convertirnos en una sociedad más libre, sana y trascendente. La respuesta del filósofo surcoreano inspira, cuanto menos, desasosiego y desamparo. Pero es necesaria.
Escrito por Mariela B. Ortega
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