Hay un tipo de riqueza que va más allá de lo material, pero que desde una visión mercantilista, tienen poco valor. Una visión incapaz de apreciar aquello que nos aporta lo que no es útil, es decir, aquello que defendía Ordine en su ensayo La utilidad de lo inútil (2013): el arte, ese arte al que siempre hemos tratado de justificar, cuando quizás su existencia es la propia justificación. Dentro de este panorama, es fácil caer en el idealismo y en la fantasía a la hora de defender el valor del arte. Pero la opción de Yesterday (Danny Boyle, 2019) es hacerlo desde la nostalgia por algo que en la realidad no se ha perdido, pero que lástima sería que no existiera, qué gran pérdida.
La propuesta es interesante y divertida, e incluso alcanza cotas en la que asoma cierta profundidad sobre lo que hablábamos en el párrafo anterior: ¿y si un día te despertaras y esa cultura que conocías tan bien hubiera cambiado, habiendo desaparecido grupos, libros o productos para siempre? En este caso, nos encontramos con la historia de Jack Malik (Himesh Patel), un joven músico que no logra ganarse la vida con sus canciones, pero que al sufrir un accidente durante un apagón eléctrico mundial, se encontrará con que su realidad ha cambiado y la célebre banda de Liverpool, los Beatles, ha dejado de existir. Sin embargo, él sigue recordándola junto a todas sus canciones. La oportunidad está a su alcance y pronto iniciará una fulgurante carrera gracias a los grandes éxitos del cuarteto británico.
Este es tan solo el planteamiento de una historia que permite desarrollar dos conflictos. El primero, y más evidente, es el conflicto en torno a la música, que se divide en varias cuestiones. Por una parte, Jack despega como cantante de éxito, pero sabiendo que no es honesto. Durante toda la película, de forma creciente, sufrirá un síndrome del impostor frente al resto de personajes que desconocen la realidad por la que está pasando. El conflicto que subyace es si debe revelar la verdad o seguir con la pantomima, pero la realidad es que no existen esas canciones, ni ha existido ese grupo, por lo que en su mundo actual no se trata de un plagio. Aún así, el personaje parece sufrir una paranoia persecutoria, un miedo a ser descubierto y que todo se desmorone. Pero, en parte, también lo desea, porque está entrando en una vorágine que no puede asumir, sintiendo la presión de un mundo discográfico hipercapitalista.
Esa es, precisamente, la otra parte del conflicto. La película presenta un panorama satírico de la industria discográfica que resulta esperpéntico, hiperbólico y poco creíble. La representante Debra Hammer (Kate McKinnon) resulta idónea en esta imagen tan distorsionada, mostrando a una mujer despiadada en su trato con los artistas, llegando incluso a despreciar a su otro cliente en alguna escena o a declarar abiertamente su obsesión por ganar dinero. Entra aquí el propio Ed Sheeran, que interpreta a una versión de sí mismo más pueril, arrogante ocasionalmente, pero al que aún así se le permiten momentos de redención, por ejemplo, es capaz de reconocer la grandeza de las letras de los Beatles, en este caso representados por Jack, frente a sus letras, a pesar de ser reconocido por ser un buen compositor en el actual panorama musical.
No obstante, toda este apartado está supeditado a un dilema habitual: la vida sencilla frente a la fama, la honestidad de su fracaso frente al éxito de sus mentiras. Y en ese dilema, el otro gran apartado será la gran representante de esa vida sencilla, que no es otra que su interés romántico y antigua representante, Ellie (Lily James). El problema radica en que el conflicto amoroso es incomprensible. Desde el principio, se plantea una barrera entre ambos conforme él logre ascender en la fama, pero nunca se explican los motivos reales para que exista esa distancia. Hay múltiples escenas en los que ella demuestra no comprender la realidad de Jack, pero él nunca se atreve a corregir esa visión errónea en la que incluso se hablará de otros intereses amorosos por la mala interpretación de que las canciones de Jack, originalmente de los Beatles, hablan de otras mujeres a las que el músico ama. Esta separación entre ambos irá en aumento a lo largo de la película a pesar de que nunca se muestra un hecho convincente que impida a Ellie estar junto a Jack más allá del propio hecho de que el protagonista no se sienta sincero con su vida.
Yesterday logra sentirse cercana y honesta cuando deambula por lo sutil más que por lo evidente. Especialmente bello es el viaje por Liverpool en busca de los referentes que dieron forma a las canciones de los Beatles. Como cierto personaje comentará, es imposible escribir sobre lo que no se ha visto o vivido y de ello es consciente Jack cuando no logra recordar las letras de los míticos temas del grupo. Hay secuencias propias de videoclip que funcionan bastante bien para acompañar ese trayecto por esas canciones. De la misma forma que la conclusión del conflicto del síndrome del impostor es resuelto con emotividad, gracia y acierto, con un giro argumental frente a las expectativas que el propio personaje y que el espectador podrían tener. También la crítica al sistema discográfico funciona también mejor en una escena más activa como aquella en la que se elige el diseño del disco de Jack que en todo el trato que recibe el protagonista por parte de su nueva representante, consistente más en palabras que en hechos.
Ahora bien, esos momentos tan íntimos son mínimos en la película, algo que se nota incluso en la forma de disfrutar de las canciones, siendo la más lograda en este caso la que da título a la película, Yesterday. Sin duda, la obra pretende ser una comedia, pero lo hace con un humor cargante o demasiado evidente, planteando situaciones ilógicas gracias a unos personajes insoportables y poco creíbles, como es el conjunto de amigos del protagonista o su propia familia. Al final, resulta más graciosa cuando los personajes no pretenden serlo o cuando recurre a algunos gags repetidos, pero insertados en momentos inesperados, como la desaparición de otros elementos culturales y su consiguiente búsqueda en internet.
En conclusión, la propuesta parecía ser más divertida y robusta de lo que al final ha sido. Obviamente, hay un error claro de ritmo y una narrativa que se basa en un conflicto principal incomprensible por la forma en que se plantea. El retrato de la industria discográfico es ridículo y no permite otra cosa que elegir la opción contraria para lograr la ansiada felicidad del protagonista. No obstante, cabe destacar que tiene algunos aciertos, que puede llegar a ser tierna, aunque esté muy por debajo de otros guiones de Richard Curtis, como Love Actually (2003) o Una cuestión de tiempo (2013), y que abre la puerta a una reflexión enriquecedora, pero breve en su desarrollo dentro de la película: la importancia y el valor de esa cultura inmaterial que reside en nuestra memoria.
Escrito por Luis J. del Castillo
Tengo ganas de verla, pero he escuchado tantas cosas negativas de ella... Se me están quitando un poco las ganas. Supongo que la veré más adelante, más libre de expectativas.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Hola, Bettie! Como siempre, recomiendo verla para sacar conclusiones. En mi caso, no iba con muchas expectativas y aún así no me convenció. Es una pena porque tenía potencial para ser, al menos, una película entrañable.
EliminarUn saludo.
Hola!! Cuando salió, estábamos deseando verla, nos encanta el grupo y tenía una pinta estupenda. A los pocos días fuimos leyendo y escuchando opiniones que coinciden con la tuya, así que nos fuimos apagando un poco.
ResponderEliminarNo sabemos si al final la veremos directamente en casa más adelante.
Gracias por contarnos.
Besos