La poesía en España ha encontrado siempre voces en las que plasmarse incluso en los momentos más sombríos. Esa forma de captar mediante las palabras aquello que apenas se puede entender. Sin embargo, a veces hay épocas en que los poemas se convierten en materia de realidad social, en reclamo de derechos, de salida a la plaza, de unión. En nuestro país, esa época vino con la poesía social de los años cincuenta y atravesó las siguientes décadas de forma suavizada. Sin embargo, el precio a pagar fue, en muchas ocasiones, la pérdida de lirismo, la consigna por encima de la metáfora, la pérdida de una voz personal por la unión al coro. Y, en muchas casos, solo quedo asignado a una etapa de la vida de estos poetas.
Ángel González (1925-2008) estaba a la cabeza de una generación de niños de la guerra, como bien reflejó Luis García Montero (1958-) en aquella biografía ficcionada que fue Mañana no será lo que Dios quiera (2009). Un niño que vivió la represión a su alrededor, pero que también encontró refugio entre las palabras de su adolescencia, hasta ser capaz de adentrarse incluso en la poesía social como necesidad de reclamar un espacio de libertad y de justicia. Aunque, no nos equivoquemos, Ángel González, como tantos otros poetas de la época, acabaron por dejar esta dedicación a la poesía social para adentrarse en una poesía más personal y más lírica. Y la culminación y el paso de página de esta etapa la firmó en Grado elemental (1962), su último libro pleno de poesía social e invadido exclusivamente por uno de sus dos tonos poéticos: la voz crítica e irónica que contrastaba con su otra actitud, más melancólica y apasionada.
Una ironía que está presente ya desde el título, de evidente carácter académico, pero que pretende realizar un cambio en sus líneas de la educación reglada habitual, que conocía bien como maestro y descendiente de maestros. Precisamente, la obra se divide en dos partes que prosiguen exponiendo una metodología dispar con la que entender sus poemas: "Lecciones de cosas" y "Fábulas para animales", ambos con poesías introductorias que explican el carácter de sendas secciones, siendo la primera una muestra de cómo el universo, es decir, las cosas que nos rodean, tienen mucho que enseñar al ser humano, que no suele prestar atención a estas lecciones; mientras que la segunda es una inversión de las fábulas, enseñando a los animales el comportamiento del ser humano mediante una visión crítica e irónica que invita a reflexionar sobre nuestra realidad.
El poema que abre Grado elemental es "Lecciones de cosas", homónimo de la sección que introduce, y ya aquí González remite a las expresiones propias de la escuela, incluyendo, por ejemplo, ejercicios para el alumnado de forma irónica, dado que no se corresponde realmente con la lección que la naturaleza nos brinda: (Consúltense estos nombres en una enciclopedia: [...]). Mientras, va repasando la naturaleza que nos rodea desde lo mayor y más alejado, el universo y sus estrellas, la galaxia, hasta lo más cercano y menor, las briznas de hierba, las hormigas (que sirven de ejemplo de trabajadoras colectivas; la ideas comunistas estarán presentes en este poemario mediante imágenes similares). Este visionado nos invita a disfrutar de la vida, que es corta (hay reminiscencias de carpe diem, tempus fugit y memento mori), y que cambia de forma constante, tomando además la célebre imagen del río de Heráclito, que siempre es distinto. A partir de la mitad del poema, se dedica a describir al hombre, en representación del ser humano, mostrando a su vez que todo lo anteriormente nombrado es su entorno, un panorama antitético que puede ser hostil y sometido, / entregado y violento. Es aquí descrito el ser humano como un ente casual, invitado / del azar y de nadie (en muestra de ateísmo), que se corresponde con elementos negativos (inesperado [...] usurpador [...] fiera insaciable) y dominadores de esa realidad natural antes mencionados, una fuerza capaz de doblegar los elementos, algo que muestra el poeta con cierta imagen de posesión carnal, algo habitual también en este autor: sobre la tierra exhausta y arañada, / mordida, rota, transformada, dócil / como un cuerpo vencido o disfrutado. Sin embargo, como en tantos otros poemas de este libro, se incluye una conclusión, que en este caso revela cómo el ser humano no admite su lugar, miente al olvidar que lo descrito anteriormente es su realidad, al negar la lección que le da la naturaleza.
Este poema es fundamental para comprender la estructura de las demás poesías de esta sección. Precisamente, el siguiente, poema, "Nada es lo mismo", simplifica algunas de estas ideas imitando la organización, que incluye el siguiente colofón: Habrá palabras nuevas para la nueva historia / y es preciso encontrarlas antes de que sea tarde. Una invitación a hallar nuevas formas frente a las mentiras del ser humano, a mostrar que todo cambia (nada es lo mismo, se advierte ahora, igual que en el poema anterior se hablaba de este río / distinto cada instante). En el siguiente y largo poema, "Penúltima nostalgia", se hace un repaso del pasado mediante instrumentos metafóricos, desde la imagen del violín, nostálgico de una época en que la gasolina iniciaba su reinado / por las calles atónitas, pasando por la marimba, tras la muerte del violín, una época aún sencilla, pero invadida de una necesidad de caridad y limosna, de pobreza, hasta finalmente la apoteosis del metal, que rememoran instrumentos propios del jazz, como antes se habían recordado al tango o al blues. Sin embargo, todo forma parte de ese pasado que se recuerda, un pasado de modas musicales, de fiestas, que empañan la verdad, que se nos revela en las últimas estrofas del poema: Olvidamos, en cambio, / los cadáveres, / los campos de batalla, / las razones del hambre. Se finaliza entonces con una reivindicación clara: aparte de los recuerdos fútiles de las fiestas, las risas, la felicidad y el amor, también se deben recordar las muertes, identificar a los asesinos, recordar también las pistolas. En su conclusión aparece, por primera vez, el yo, frente al nosotros imperativo de los otros poemas, un yo nostálgico que no puede evitar haber sido testigo también de esas otras horas de muerte y dolor. Se trata de un poema de una importante impronta social que invita a no olvidar con una dolorosa confesión final.
Un paradigma similar sigue "Estío en Bidonville", que podríamos traducir como verano en las chabolas. Tras una primera estrofa que nos muestra una naturaleza, un entorno, hostil, lánguido, sucio, se presenta al ser humano, en este caso, a un niño que allí habita, que malvive, que es incapaz de ver las palomas pero sí siente el polvo, el destello súbito y violento del sol, los vidrios rotos. Una infancia capada, invadida de imágenes negativas. Este niño es solo el ejemplo de ese naufragio metafórico en que se convierte este barrio empobrecido, esta tierra desamparada cuyo porvenir queda supeditado a un tremendo esfuerzo, el que certifica ese rotundo verso final: Mañana es un mar hondo que hay que cruzar a nado. Muy distinto será el espíritu de "Prueba", que se centra en ironizar sobre la existencia de Dios a partir de la materialidad de la existencia del propio cuerpo, en este caso de una mano que, cual esclava, actúa bajo las demandas de la voz poética, desde meras acciones hasta pasar por el placer sexual y el crimen, como dos extremos de la moralidad del ser humano. En su conclusión, precisamente, se ironiza cómo esta capacidad corpórea permite sentirse dentro de un orden preestablecido y armónico, a pesar de que se hace referencia a cuestiones pecaminosas desde el punto de vista católico.
En "El momento este" encontramos un nuevo sarcasmo cuya clave se halla, al contrario que en otras casos, a mitad del poema con un paralelismo: No vamos a quejarnos por tan pequeña cosa. / No vamos a quejarnos desde ahora por nada. En efecto, tras reseñar como un periódico los terribles efectos climáticos que se viven en España, se señalan las auténticas desgracias, aquellas de las que el poeta se queja mediante la negación de que sea una queja (curiosa paradoja). Hay también cierto eco de cómo la acumulación de noticias tristes nos hace cada vez más insensibles. El siguiente poema, "Noticia", se asemeja a un grito en contra de la sumisión, en contra de las diferencias sociales que someten a los nadapoderosos, los mendigos, los débiles al papel que la prensa les asigna, es decir, el de celebrar sus propias cadenas, el de aceptar que haya quienes ostenten el poder, como un rey, siendo uno de los poemas más evidentemente reivindicativos.
En "Perla de las Antillas" encontramos a la voz más política del poemario, que recurre de nuevo a la ironía para arengar a impedir que se extienda la revolución cubana, aunque a su vez expone lo necesaria que es esta revolución comunista que sirva para liberar a los oprimidos. Obviamente, es una opción política a la que se afilia el poeta idealizándola y embelleciéndola (no en vano es una perla) para contraponerla al capitalismo o a la situación española (pero con ejemplos de otros países hispanoamericanos), sin valorar aquella revolución de forma crítica. Concluye esta sección con un poema muy sentido: "Camposanto en Colliure". Ante la tumba del innombrado, pero evidente por la referencia al pueblo francés en que yace, Antonio Machado (1875-1939), se reflexiona sobre dos términos: paz y gloria, que Ángel González reitera a lo largo del poema retorciéndolos hasta rechazarlos tal y como se entienden en el destino de Machado y, por extensión, de tantos muertos y exiliados de la guerra civil. Así sentencia: Se paga con la muerte / o con la vida, / pero se paga siempre una derrota.
Igual que en la primera sección, la segunda sección se introduce con un poema, "Introducción a las fábulas para animales", que explica cómo se van a desarrollar las siguientes poesías. Se trata de una especie de arte poética que contiene el espíritu de esta poesía social. Aquí se recurre de nueva a la ironía: el ser humano lleva mucho tiempo aprendiendo de los animales, y ahora hay que darle un giro para que los animales puedan aprender del ser humano mediante los ejemplos que González planteará en toda esta sección, ejemplos que serán también sarcásticos y que revelarán las aristas de la condición humana mediante modelos realmente negativos. Así veremos como "Elegido por aclamación" plantea a un hombre que se alza como Jefe de manera democrática tras haber liquidado a todos los disconformes, en una irónica confusión entre urnas y armas. El colofón es rotundo: Inmóvil mayoría de cadáveres / le dio el mando total del cementerio.
Tumba de Antonio Machado en Colliure |
En "El pensador", González invierte el cuento de la lechera por la cuenta del lechero para criticar el capitalismo que ha arrasado con el pensamiento y cualquier sueño del personaje del poema, que se queda sin posibilidad de obtener leche y teniendo que regresar otro día, como aquel protagonista del artículo de Larra (1809-1837), Vuelva usted mañana, aunque en vez de por burocracia, por presión económica. Prosigue esta sección con la "Nota necrológica", que sirve, utilizando un lenguaje también periodístico, propio de este tipo de textos, para reflejar una vida gris de un funcionario eficiente, una vida que el autor critica de forma irónica por haber sido un automatismo, incapaz de pensar, tan solo cumpliendo órdenes para, al final, encontrarse con una muerte que le iguala a cualquier otro cuya vida fue menos noble, menos eficiente, pero seguramente más fructífera y profunda. Sobre todo cuando la enumeración de recompensas que se ha recibido con su labor son un listado de ironías y paradojas con las que Ángel González enmarca el absurdo de esa vida de dedicación al trabajo.
Con el poema "Prohombre" se inicia la crítica al sector político, a los gobernantes, pero de forma indirecta, mediante quienes les rodean, sus ujieres. Se produce un símil con el reino animal y se observa cómo los ujieres examinan la meta a lograr, el pedigree del magnatario al que sirven, esa Arcadia de burocracia vacía que ansían para tener a su vez quién les sirva, ocupar por fin el escalafón más alto, si acaso lo consiguen. Más interesante se propone "Predicador injustamente perseguido", que realiza una contraposición entre dos personajes: el iracundo predicador que está dispuesto a revelar una verdad terrible o, aclarado después, una mentira mecanografiada, frente a un campesino fuerte. Ante la observación de la fuerza física, se opta por predicar a favor de la paz y se finaliza aquella pantomima para dejar al auténtico beatus ille, que se queda en soledad con la naturaleza, sonriendo, feliz.
No está carente de crueldad la ironía de Ángel González, como demuestra en "Muerte de máquina", en la que se describe de manera minuciosa los últimos estertores de la maquinaria como si se humanizara, mientras que los hombres presentes, víctimas seguramente de un accidente laboral, importan poco, son cosificados. Se cierra esta sección y el poemario con "Alocución a los veintitrés", que es una declaración de intenciones, en el que un yo poético se dirige a una clase alta burguesa para recriminarles haber mantenido mentiras convertidas en materia de fe, una fe que ha ocultado la verdad evidente a nuestros ojos. Se trata de una lección final en la que se invita a luchar por la verdad, por encontrar mediante la ciencia aquello que se pretende ocultar para mantener una fingida paz, en la que solo prosperan quienes apoyan su poder en estas mentiras.
Seguramente, Grado elemental tiene los defectos habituales en este tipo de poemarios de la época. Ha quedado ligado a una época y salvo cuando propone una visión atemporal de la realidad, como logra mejor en la segunda parte, "Fábulas para animales", crea sus mejores poemas. A ello se suma la frialdad de una lírica impersonal, que trata de llegar a un nosotros, pero que acaba siendo demasiado aleccionadora e, incluso, demasiado ilusa o maniquea. En ese sentido, cuando la obra se abre a una confesión de carácter más personal, gana en calidad y se asemeja a posteriores poemarios suyos; también he visto ciertas semejanzas con otros autores, en concreto con el libro La voz en pie (Gracia Morales, 2014). Y siguiendo con sus puntos fuertes, Ángel González despliega con brillantez la ironía en su poesía, algo habitual en toda su trayectoria. No entender este punto sarcástico podría suponer malinterpretar sus mensajes, aunque no se esfuerza mucho en ocultar cuál es su propósito real, sobre todo porque tiende a dejar las claves más reivindicativas hacia el final del poema, en forma de conclusión o colofón. En esos finales destaca la rotundidad y la fuerza de un autor que ha sabido crear en este poemario una obra bien estructurada, crítica especialmente con el estamento religioso, que apuesta por una mayor cercanía con la naturaleza, que reivindica la necesaria memoria y la lucha por mejorar nuestro presente y que recala en términos comunistas en varios de sus poemas.
Escrito por Luis J. del Castillo
Adoro a Ángel González, aunque este poemario no es de mis favoritos. Pero encuentro en su manera de contar algo que me hace entenderme. Es curioso. Podría decir que es mi poeta favorito. Unod e ellos, al menos.
ResponderEliminar¡Hola, Bettie!
EliminarHabía leído varios poemas de Ángel González sueltos, pero la verdad es que me da la sensación de que este libro no representa todo lo que él desarrolló, porque no he encontrado al mismo poeta en aquellos poemas sueltos y en este poemario. Tiene mucho que ver que esta tenga una intención social, mientras que otros son más personales, más intensos, como una confesión. Me alegro de que sea uno de tus poetas favoritos, por mi parte tengo que leer más de él para valorarlo mejor :)
¡Un saludo!