Akron es una bonita ciudad. Se halla situada en el estado de Ohio, EEUU, y tiene el aspecto de un pueblo apacible y cordial. Sin embargo, aquí sucedió una tragedia tiempo atrás. Un chico de unos ocho años estaba peligrosamente sentado sobre la calzada cuando fue atropellado y muerto. Los productores y realizadores, Sasha King (-) y Brian O’Donnell (-), planifican la escena dejando claro que la conductora, Carol Welling (Amy da Luz), no lo vio, y poco pudo hacer por evitarlo. Se trata de un momento crucial, correctamente resuelto por medio de la imagen.
Por supuesto que todo esto es pura ficción. O tal vez no. Una de las cosas que más llaman la atención en la bonita película Akron (Ídem, Wolfe Releasing, 2015), es cómo una serie de detalles que pudieran parecer anecdóticos, devienen significativos y conducen a pensar que la historia que se va a desarrollar sucedió realmente (con las características que fuera respecto a la pareja protagonista). Más tarde haré referencia a algunos de ellos (aprovecho para pedir excusas por anticipar algunos aspectos de las sucesivas tramas, pero es que si no, no hay forma de abordar un comentario. Trataré, no obstante, de no desvelar las conclusiones definitivas).
Ha transcurrido el tiempo, y el joven Benny Cruz (Matthew Frías), residente en Akron y con origen mexicano, acude a un partido de fútbol para suplir a un jugador ausente. Allí conoce a Christopher Welling (Edmund Donovan), un colega por el que se siente atraído. Después del partido, Benny le pide su número de teléfono y ambos inician una relación.
De regreso al pasado, los realizadores fijaron la atención de lo sucedido a través del punto de vista del pequeño Christopher, el ocupante más pequeño del vehículo involucrado en el accidente. En el presente, el Christopher adulto tendrá algunos flashes de estas confusas imágenes de la niñez, hasta que la contemplación de una fotografía en casa de los Cruz le hará comprender lo acontecido: su madre atropelló al hermano de Benny.
A pesar de todo, Christopher desea permanecer al lado de Benny, por lo que ambos emprenden un viaje hacia Jacksonville, Florida, donde reside ahora la madre del primero, con objeto de pasar unos días de asueto y presentarle a su pareja. La verdad también queda desvelada para Benny, con lo que la relación entre los chicos corre serio peligro.
Uno de los aspectos más curiosos, por no decir dramáticos, es que los padres de Benny, Leonora (Andrea Burns) y David (Joseph Meléndez), aceptan con toda normalidad la identidad sexual de su hijo, mostrándose sumamente -y con toda lógica- trastornados en lo tocante al accidente. Tan abiertos y francos para unas cosas y tan cerrados para otras. En realidad, el proceso de maduración que se expone en Akron, que bien podría haberse titulado cuando el destino nos alcance, se refiere más a los padres (a todos) que a los hijos (también, pero en grado menos severo). Los detalles realistas a los que me refería antes muestran a Benny llamando a sus padres tras la revelación, para ver qué tal se encuentran (francamente bien, por cierto), o se centran en la reacción de estos a posteriori.
En efecto, el bloqueo emocional que supone el descubrimiento será más de Leonora que de Benny. Cuando los muchachos deciden seguir unidos, tras una breve y penosa ruptura, habrán de demostrar(se) la fortaleza de su relación, comenzando por la asistencia a una representación de Arsénico y encaje antiguo (Arsenic and Old Lacey, 1941), de Joseph Kesselring (1902-1967), obra teatral en la que interviene la hermana de Benny, Becca (Isabel Machado).
Pero será este un proceso dificultoso. Especialmente dolorosa es la conversación que Benny sostiene con su padre, cuando este le asegura que debe abandonar a Chris, ya que se elige por los que te aman (refiriéndose a la familia), echando mano a tópicos como que ya se pasará el dolor por la separación. A lo que añade la frase envenenada de solo queremos lo mejor para ti, y esperamos que desees lo mejor para nosotros.
Más tarde, la propia madre espeta a Benny que lo acontecido en el pasado todavía está sucediendo, a lo que el hijo replica que yo estoy aquí ahora (no en el pasado).
Pero alegrémonos por Benny y Christopher, que han decidido seguir juntos contra viento y marea. La tensión que desprende Akron convive con otras simpáticas situaciones, como la razón que impide a Christopher salir inmediatamente del coche de Benny. La forma en que ambos chicos se conocen tampoco es traumática, sino completamente natural, y eso también está bien contemplado.
Respecto a la película suiza Mario (Ídem, Triluna – Carac – SRF Films, 2018), es fácil advertir una deuda argumental con la reciente Llámame por tu nombre (Call Me By Your Name, Luca Guadagnino, 2017), pero esto no debe persuadirnos a la hora de apreciar todo lo que la película ofrece, que es muy interesante y está resuelto con eficacia.
Sucede que Mario Lüthi (Max Hubacher) inicia una relación con el nuevo jugador de su equipo de fútbol, Leon Saldo (Aaron Altaras). Ambos tienen la posibilidad de una carrera futbolística en primera división. Salvo que se descubra dicha relación.
La inseguridad que acucia a Mario queda bien patente en el lapso de tiempo que transcurre hasta que le devuelve a Leon el beso con el que anteriormente este le había sorprendido; o en la triste imagen -que certifica todo lo que vendrá a continuación-, en que el atribulado Mario regresa al coche de su representante, el asesor de jugadores Peter Gehrling (Andreas Matti), segundos después de haber sido literalmente expulsado del mismo. Entre la familia y los patrocinadores, apenas dejan a Mario que tenga voluntad (como en la novela de Azorín [1873-1967], ciertamente). Todo resulta que es por su bien, por cuidar de sus intereses, por su provenir. El “su” de Mario es el “yo” de los demás.
Lo peor para ambos muchachos está por llegar, y lo hace en forma de comisión de investigación debido a un rumor de homosexualidad (desconozco el tipo de mundillo que se describe y en qué medida resulta extrapolable, pero es el que muestra la historia). El caso es que Gehrling no se indigna por que los chicos hayan sido espiados y acusados, y sí porque tal rumor supone una difamación. Y aunque tiene razón al quejarse de que el cargo es anónimo (luego se sabrá quién es el responsable), el representante de la comisión del club deportivo deja otra perla al explicar que sea verdad o mentira no importa, nadie en el comité tiene un problema personal con el asunto, pero están preocupados por los patrocinadores, la afición y el club, que encarna una cierta imagen en el exterior. Aparte de los problemas que causaría al equipo semejante contrariedad.
Más tarde, Gehrling insistirá en que algunas cosas son tabú, como las drogas, el sexo con menores y las cosas gays (sic), que no se hacen siendo jugador (equiparando, por lo tanto, todos estos comportamientos, y dando fe, de paso, acerca de quiénes son los auténticos enfermos). Para terminar de arreglarlo, Peter Gehrling alentará a Mario a desahogarse, como es propio de la edad, pero en modo alguno a mantener una relación de pareja. El mundo al revés. En cuanto a Leon, su asesor no se queda corto al reprenderle diciendo que con tus compañeros (en plural) no te acuestas, no es profesional.
Estos personajes, cercanos a una (realista) película de terror, insisten en que hay que saber elegir entre querer ser un profesional o divertirse (sic).
De este modo abrupto, y más debido a las provocaciones de los jugadores (para nada compañeros) del equipo, que por la comisión, Leon y Mario se ven obligados a negar las acusaciones y a conducirse como heteros, hasta que Leon no puede soportarlo más y renuncia al cargo (deportivo), y Mario decide permanecer en el armario, sometiéndose a una operación de imagen heterosexual. Solo contará con el apoyo de su madre, Evelyn (Doro Müggler), pero este es más moral que efectivo, aparte de con la inestimable ayuda de su amiga de la infancia, Jessy Moravec (Jenny Odermatt), que se hará pasar por su novia de cara a la galería.
Desalentado, Mario convierte los impedimentos en obstáculos. Cuando al fin se da cuenta, por desgracia, el tren ya ha pasado. No en vano, aunque a veces no seamos capaces de llegar, lo importante es ir. Un viaje que Mario ha decidido no emprender, sin duda con la ayuda impositiva de quiénes lo rodean (o lo cercan).
Pero no olvidemos que son dos los protagonistas. Para Leon, la decepción es tan aguda, que no contesta a las cartas y mensajes que, según comenta Mario, le envió.
La realización de Marcel Gisler (1960) es bastante correcta, pudiendo destacar algunos momentos de puesta en escena especialmente tensos, como he tratado de referir.
Sin ir más lejos, las conversaciones con los progenitores son desmoralizadoras. Especialmente, con el padre de Mario, Daniel Lüthi (Jürg Pluss). Ya es aterrador comprobar cómo existen muchos papás y mamás que se limitan a procrear, porque para educar a los hijos ya están los institutos, en lugar de para aprender. No es el caso de las películas que nos ocupan, desde luego. Aquí lo que ocurre, sencillamente, es que los padres no están preparados para que sus descendientes sean individualmente emancipados respecto a la identidad sexual, allende los cánones que tildan de normalidad.
Con el cine de temática gay suele suceder, además, que la mayoría de las veces nos narran la misma historia, más o menos alterada. Es decir, las vivencias personales, por lo general, del realizador, compartidas en forma de película (y hay testimonios verdaderamente desasosegantes). Ahora que una filmación se ha hecho relativamente accesible, con la suficiente financiación, esta forma de expresión se ha convertido en algo bastante común. Lo cual ni es bueno ni es malo, todo dependerá de los resultados que arroje la película en tanto producto cinematográfico (que argumentos aparte, también es el aspecto que aquí nos interesa resaltar).
Tanto Akron como Mario son dos buenos relatos, narrados no ya con honestidad argumental, sino con eficiencia cinematográfica (que no todos la muestran, ni por asomo).
Total, que cuando no es la egoísta incomprensión de los padres, que creen que los hijos han de estar hechos a su imagen y semejanza (no hablo solo de transmitir unos determinados valores), es la burla de los compañeros (por llamarlos de alguna forma), o la tiranía de las circunstancias socioculturales, o los distintos cinturones de la Biblia o el Corán, o la decepción emocional que producen quiénes tan solo desean aprovechar el tirón para desahogarse (heteros u homos), o incluso iniciar una relación para después no mostrar el menor interés por llevarla a buen término. El caso es que, sea por una razón u otra, parece que siempre nos ha de coger el toro. Pese a todo, ánimo y a la plaza.
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