Lo hemos repetido en varias ocasiones, pero viene al caso recordar que las obras de ficción, incluso las más fantásticas, suelen remitir a alguna condición humana que se refleja en nuestra realidad, tan solo que, a veces, estas se enfrentan a situaciones más extremas. Sucede así con los superhéroes, reflejos no solo espectaculares de nuestras ensoñaciones, sino también de las particularidades del ser humano, ahondando en cuestiones como la identidad, la justicia, la cordura, la amistad, la familia, la traición o la pérdida. Cuestiones que impactan con mayor fuerza cuando sucede en un ámbito donde el protagonista se siente invencible y donde sus seguidores también lo consideran así.
Uno de los elementos tópicos en las historietas de superhéroes ha sido el compañero, generalmente más joven, incluso niño, que bien podían funcionar como contrapunto, bien como enlace con el público objetivo. Con el paso del tiempo fueron ganando personalidad hasta llegar a independizarse de sus mentores, algo que en DC ocurrió con Los Jóvenes Titanes (Teen Titans), versión juvenil de la Liga de la Justicia que ha tenido diversos nombres a lo largo del tiempo. Estos personajes se dedicaron, como sus maestros, a resolver crímenes, detener villanos y enriquecerse personalmente con la convivencia y el trato con iguales.
Como en toda saga de aventuras, podemos encontrar cierta tendencia a la repetición, a las tramas autoconclusivas o a un avance insignificante en la evolución de sus personajes, a fin de que puedan asumir una y otra vez reflexiones sobre las mismas temáticas. Sin embargo, también suele ser usual que haya un punto de inflexión o momentos álgidos de creatividad en el que encontremos cómo las aventuras dan un paso hacia adelante. En el caso de estos personajes, podemos cerciorarnos de que uno de sus puntos clave se produjo en los años ochenta, cuando se llamaba Nuevos Titanes, lucían con el colorido dibujo de George Pérez y vivían unas construidas y más sentidas aventuras creadas por Marv Wolfman, ambos recién llegados a DC Comics tras trabajar para Marvel. Se llamó El contrato de Judas (1984).
Después de reformular a los Jóvenes Titanes como los Nuevos Titanes para hacer frente a nuevas amenazas en el mundo, nos encontramos con un grupo formado por Robin, el antiguo compañero de Batman, Wonder Girl, huérfana rescatada por Wonder Woman y criada por las amazonas, Kid Flash, un joven protegido de Flash también con supervelocidad, Raven, la hija medio humana del villano Trigon, que trata de encontrar su espacio dentro del grupo y alejada de la oscuridad, Cíborg, convertido en una máquina viviente por su padre tras un grave accidente, Starfire, una princesa alienígena, y Changeling o Chico Bestia, capaz de transformarse en cualquier animal tras un experimental tratamiento de emergencia. A ellos se unirá Tara Markov, alias Terra, capaz de manipular la tierra, tras ser rescatada por nuestros protagonistas de unos terroristas.
Como en todas las agrupaciones, existen discrepancias, pero sobre todo cuando los componentes son jóvenes adolescentes cuyas personalidades pueden llegar a chocar, con poderes que a veces no controlan del todo y viviendo crisis personales, romances y pruebas que se salen de lo normal. Esta aventura cerraba un ciclo y encaminaba a estos personajes para enfrentarse posteriormente al macroevento editorial que fue Crisis en Tierras Infinitas, pero funcionaba a la perfección dentro del desarrollo de sus personajes por una buena planificación y un giro argumental que otorgaba cierta madurez a la saga. El contrato de Judas nos sitúa en un momento de crisis y evolución de los Jóvenes Titanes. Algunos de ellos se replantean continuar con el equipo o con sus identidades secretas hasta el momento, debido principalmente a que han madurado o a que no se identifican con lo que eran. Será el caso del líder de los Titanes, Robin, antaño el chico maravilla de Batman, que siente que debe dar un paso en otra dirección, alejarse de ese rol que lleva ejerciendo desde niño. También de Kid Flash, que abandonará a los Titanes por no haber encontrado entre ellos su espacio.
En este sentido, aparte de las aventuras en contra del villano de turno, en este caso el Hermano Sangre, que de forma superficial plantea la cuestión de las sectas y también de las luchas de poder y corrupción dentro de un país, se van desarrollando las relaciones entre los protagonistas, incluidas las románticas, como la que existe entre Robin y Starfire, o la que parece empezar a surgir entre Changeling y Terra, además de profundizar en su psique: son personajes que maduran, es decir, se les permite crecer como no se había hecho antes. Incluso reflexionan sobre el sentido de su identidad y, sobre todo, sobre el sentido de la amistad, la traición y la vida. No en vano, la gran villana de El contrato de Judas será la incomprensión, el muro infranqueable de una persona inestable que, afectada por los sucesos de su vida, se ha convertido en una psicópata que siente fútil a la bondad y que todos la han traicionado.
Resulta evidente que el cómic presenta coloridas aventuras que no rehuyen los tópicos usuales del género, como los discursos de villanos, la presentación de los poderes, el tono humorístico de ciertos personajes o los combates desnivelados, en ocasiones algo confusos. Sin embargo, entre acto y acto, se presiente la traición y el culmen llegará cuando los Titanes sean secuestrados y Dick, anteriormente Robin, deba afrontar la situación y encontrar su nueva identidad. Nos introduciremos entonces en una trama detectivesca en el que veremos al personaje de Dick dentro de una estética noir y descubriendo la verdad de lo sucedido. Además, se presenta al villano Deathstroke como un mercenario dual, dado que tras narrarnos su historia, se nos mostrará capaz de redimirse como de mostrar su lado más sanguinario y frío.
Como aspectos positivos, la capacidad de crear un personaje malvado con matices, bastante enriquecido por su confluencia con otros personajes, especialmente su familia. La reconversión de Dick en Nightwing, aunque su estética, como sucede con Jericó, haya quedado bastante desfasada, que nos presenta a un personaje maduro y diferente al Robin de antaño. También la forma en que el narrador se despide de la villana nos muestra una reflexión bastante digna para cerrar, acompañando a las decisiones que adoptan los Titantes durante el entierro. En conjunto, supone un punto álgido de crisis y cambio para los personajes, de evolución y madurez por enfrentarse tanto a la traición como a una indeseada muerte.
De forma más negativa, en ocasiones la estética general no combina bien con el tono de la historia, a pesar del estupendo dibujo de George Pérez. La presencia de ciertos personajes está descompensada con la trama, dada la cantidad de componentes de los Titanes, saliendo favorecidos sobre todo Dick, el Chico Bestia o, en menor medida, Wonder Girl y Raven. La ausencia de cierta lógica en los planes de los malvados de turno o la sensación de que el tramo final, aunque emocionante y lleno de acción, puede resultar confuso.
En definitiva, El contrato de Judas supone la conclusión de un primer ciclo de los Nuevos Titanes marcando un paso definitivo en la evolución de sus personajes. Una evolución que no se determina tan solo por la despedida o el cambio estético de algunos de ellos, sino sobre todo por la forma en que deben afrontar una dificultad tan relevante como es la traición de una persona a la que consideraban de confianza. Una historia distinta y madura que cambia el tono habitual de estas aventuras más juveniles.
Escrito por Luis J. del Castillo
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