Clásicos Inolvidables (LXXX): Zalacaín el aventurero, de Pío Baroja

22 noviembre, 2015

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Hay tiempos propicios para la aparición de los denominados héroes típicos, esos líderes que logran hazañas memorables y que merecen un registro en la historia mayúscula, a veces tan tergiversada o poco exhaustiva. Otros héroes, sin embargo, se forman en el anonimato o entre las letras de la ficción. Conforme el tiempo ha avanzado, la figura del valeroso guerrero se ha ido diluyendo, salvando precisas excepciones que incluyen géneros concretos, y ha dado lugar a otro tipo de personajes más dados a la acción que a la fama de las armas. Así nos encontramos con vidas peculiares inmersas en la aventura. Zalacaín el aventurero (1909), de Pío Baroja, es una de esas historias.

Pese a que la obra más reconocida de Baroja sea El árbol de la ciencia (1911), no debemos ignorar el conjunto de una trayectoria más extensa que le ha concedido el honor de ser considerado uno de los mejores narradores españoles del siglo XX. Para el autor vasco, la novela era un género que podía dar cabida a todas las temáticas, por ello encontramos una diferencia evidente en la forma en que enfoca, por ejemplo, El árbol de la ciencia, que cuenta con una carga autobiográfica, filosófica y pesimista profunda, con respecto a lo que podemos hallar en otros de sus escritos, como Las inquietudes de Shanti Andía (1911) o la ya nombrada Zalacaín el aventurero, ambas consideradas novelas de aventuras.

Editada por primera vez en 1909 con el largo título de Zalacaín el aventurero (Historia de las buenas andanzas y fortunas de Martín Zalacaín, el aventurero), esta breve novela tuvo un considerable éxito y fue objeto de varias reediciones, apareciendo con el título actual en 1919. Se estructura en tres partes, denominadas libros (La infancia de Zalacaín, Andanzas y correrías, Las últimas aventuras), que se dividen en torno a la vida del protagonista, Martín Zalacaín, desde su infancia hasta su muerte, precedidos de un prólogo que nos describe la ficticia Urbía. 

Desde su infancia, Zalacaín destaca por su forma de ser inquieta, desinteresado por el orden institucional o por la educación, asalvajado en el sentido en que solo los niños inquietos lo son; lo que ocasiona algún quebradero de cabeza a su madre. Sin embargo, esta forma de ser, en busca constante de la acción, no se detendrá en la infancia, sino que seguirá presente aún cuando, ya siendo mayor, se encuentre en medio de la guerra carlista y se dedique a trabajar como mensajero o contrabandista.

Pío Baroja
Hay hombres para quienes la vida es de una facilidad extraordinaria. Son algo así como una esfera que rueda por un plano inclinado, sin tropiezo, sin dificultad alguna. ¿Es talento, es instinto o es suerte? Los propios interesados aseguran ser instinto o talento; sus enemigos dicen casualidad, suerte, y esto es más probable que lo otro, porque hay hombres excelentemente dispuestos para la vida, inteligentes, enérgicos, fuertes, y que, sin embargo, no hacen más que detenerse y tropezar con todo. (pg. 43)

Podemos percibir distintos planos que se interrelacionan en la obra. Para empezar, podemos hablar de una novela de formación, en tanto que somos testigos del crecimiento y la educación de Martín Zalacaín durante su infancia. Resulta aquí imprescindible la influencia de su tío abuelo Tellagorri, hombre cínico y estrafalario cuyas lecciones perdurarán en Zalacaín, incluyendo además una especie de profecía, venida del pasado (en ese devenir cíclico de la historia), que añade cierto carácter épico a la historia. Coincide este plano básicamente con la primera parte de la novela, que fija algunos elementos recurrentes en la novela: la relación con la familia noble de Urbía, los Ohando, incluyendo el amor por Catalina o la rivalidad con Carlos, la personalidad arriesgada de Martín y una situación familiar anómala. En la tutela de Tellagorri o en el comportamiento de Zalacaín, que perdurará después, observamos rasgos propios de la tradición pícara.

Debemos tener en cuenta que seguimos a nuestro protagonista a través de un narrador que lo persigue sin interesarse en el resto de personajes. Martín representa a un hombre que busca la acción y esta, en cierta forma, se convierte en el sentido de su existencia, incluso otro personaje lo describirá como la inquietud personificada. Además, se dan en su trayectoria vital una relación esencial entre el valor y la suerte, considerando que realiza determinadas empresas por su actitud temeraria y casi despreocupada, un arrojo del que sale airoso generalmente por su suerte. Aunque tal actitud lo distancie de otros personajes barojianos, como Andrés Hurtado, lo cierto es que estamos ante un ser inadaptado a su entorno y a su sociedad, incluso diferenciado de su familia, cuyo destino está unido a la tragedia, destrucción ocasionada precisamente por su rechazo al sistema social. En este caso, el final de la obra se siente incongruente con el resto de la obra, a pesar de concordar con el espíritu pesimista de Baroja.

Escena de la adaptación cinematográfica Zalacaín el aventurero (Juan de Orduña, 1955)
Y mientras en las provincias se organizaba y preparaba una guerra feroz y sangrienta, en Madrid, políticos y oradores se dedicaban con fruición a los bellos ejercicios de la retórica. (pág. 93)

Las dos partes restantes componen los otros dos planos, que se entrelazan: la novela de aventuras junto a la novela histórica. Se trata aquí de las andanzas de Zalacaín, generalmente acompañado por Bautista, en medio de la tercera guerra carlista. Martín, en compañía de otros personajes o en solitario, aprovecha la situación bélica para conseguir cierto beneficio, bien sea transportando armas, haciendo contrabando o realizando negocios bancarios. A pesar de que generalmente trabajará a favor de los carlistas, su ideología es evidentemente liberal, gracias a lo cual Baroja critica algunas de las actitudes del carlismo conservador y cruel, ya sea caricaturizando a sus seguidores o al mismo pretendiente Carlos VII o mostrándonos el horror que llevan a cabo sus dirigentes. 

Las aventuras de Zalacaín coincidirán con los acontecimientos auténticos, involucrando a personajes reales y a situaciones históricas verídicas. Baroja se encarga de engarzar sucesos partiendo de los datos que había conocido a viva voz gracias a su padre y a otros antiguos combatientes. No es excepcional que el autor vasco emplee datos reales, incluso hechos autobiográficos como sucedía en El árbol de la ciencia. Tampoco el territorio es ficticio, a excepción de la ciudad de origen del protagonista, Urbía, sino que el autor recurre a un paisaje que conocía bien: la tierra vasca de donde él mismo procedía, incluyendo ciudades y villas vascas junto a pueblos navarros y franceses. Precisamente, Zalacaín el aventurero se incluye en su tetralogía Tierra vasca. Un paisaje que se dedica a describir influido en ocasiones por ecos románticos, pero concisos, marcados por la tendencia modernista y por su habitual antirretórica, poco dada a la exhaustividad realista y decantada por la valoración (como observamos sobre todo en la descripción de personajes).

El cura Santa Cruz y su guardia
Los vascos, siguiendo las tendencias de su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Así habían peleado en la antigüedad contra el romano, contra el godo, contra el árabe, contra el castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva. (pag. 97)

Cabe destacar aquí una mención a la cuestión de las guerras carlistas. A pesar de que la guerra civil española haya sido una de las temáticas predilectas en la producción española de las últimas décadas, no fue la primera ocasión bélica en que se enfrentaron conciudadanos en España. Las tres guerras carlistas dan buena cuenta de ello. Baroja emplea la tercera guerra carlista (1872-1876) como contexto para su novela, contienda bélica que parte de la pretensión de Carlos VII al trono frente a la monarquía de Amadeo I (por considerarlo extranjero), a la I República posteriormente y a Alfonso XII finalmente. Las zonas más afectadas fueron las Vascongadas, Navarra y Cataluña, y contaron con el apoyo de ciertas facciones francesas. Así, Zalacaín será partícipe o testigo de eventos bélicos, como la toma de Laguardia, y se relaciona con personajes reales como el cura Santa Cruz, uno de los líderes guerrilleros carlistas más sanguinarios. Esta situación le sirve a Baroja para censurar las ideas carlistas, criticar el carácter patriotero y la necedad de la guerra y la barbarie. 

En todo este proceso, nuestro protagonista se contrapone a cada eventualidad con su ingenio, su valor y cierto factor de suerte, realizando hazañas más relacionadas con la pillería y la picaresca que con la heroicidad habitual: huir de la cárcel, escapar de un grupo de guerrilla, secuestrar a su novia de un convento o embarcarse en un viaje considerable para cumplir una empresa delicada, pero muy beneficiosa. Podemos mencionar también la inclusión del amor en la novela, que se incluye también dentro del carácter del personaje: por una parte, se mantiene leal a su relación con Catalina de Ohando, pero ello no le impide, por otra parte, disfrutar de las atenciones y cuidados de otros personajes femeninos, amores frustrados que incluso le alejarán de su objetivo. En este sentido, Baroja establece una comparación con la isla de Circe, observando así una similitud con la Odisea, en tanto que Martín parte de su primera relación con Catalina y termina regresando a ella, a pesar de distraerse con otras mujeres, rasgo de cierta galantería habitual también en los pícaros.


-Juego, campanas, carlismo y jota. ¡Qué español es esto, mi querido Martín! -dijo el extranjero.
-Pues yo también soy español, y todo eso me es muy antipático -contestó Martín.
-Sin embargo, son los caracteres que constituyen la tradición de su país -dijo el extranjero.
-Mi país es el monte -contestó Zalacaín. (pág. 155)

La acumulación de acontecimientos en tan breve espacio, pues estamos ante una novela corta, se debe al ritmo rápido con el que avanza la historia, elidiendo hechos menores y restando presencia a otros personajes al focalizar exclusivamente en Martín. Una narración dinámica que es característica de la escritura barojiana y que convierte la lectura de Zalacaín el aventurero en una actividad amena, como pretendía el autor, y propia de la novela de aventuras. 

Debemos mencionar, además, la introducción de relatos intercalados por otros personajes, incluyendo anécdotas humorísticas, así como ciertas composiciones populares en euskera y en castellano, otorgando gran naturalidad al relato. Sin embargo, también debemos destacar algunos errores, principalmente laísmos, y cierta sensación final de frialdad hacia el personaje, seguramente por la ausencia de una profundidad mayor a pesar de haber sido testigos de su vida. Como curiosidad final, la novela fue adaptada al cine en dos ocasiones, ambas con colaboración del propio autor. La primera está perdida, fue realizada a finales de los años 20, donde actuó Pío con su hermano Ricardo, y la otra, con mejor suerte, de 1955, dirigida por Juan de Orduña.

En conclusión, una novela que recoge cierta tradición picaresca, con elementos históricos reales y que es, sin duda, una obra amena y de rápida lectura, pero falta de profundidad, especialmente en los personajes, y con una resolución abrupta, a pesar de un simbólico final de tonos románticos. Ideal para adentrarse por primera vez en Baroja.

Escrito por Luis J. del Castillo

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