Posiblemente, sin el miedo y el dolor, dos auténticos centinelas de la supervivencia, la especie humana no existiría hoy en día. Cumplen un valor preventivo y prevalecen cuando se activan sobre otras muchas funciones neurofisiológicas, emocionales, cognitivas o conductuales. Cuando hablamos de miedo adaptativo nos referimos a un conjunto de sensaciones ante peligros reales. Sentir miedo, por ejemplo, cuando vemos cómo un tigre hambriento corre hacia nosotros, es adaptativo; nos hace correr y tratar de ponernos a salvo. Esta reacción pone a nuestra disposición todos los recursos energéticos disponibles para afrontar la situación, escapando o afrontándola. Sin embargo, cuando estas sensaciones se experimentan en situaciones que no suponen una amenaza real, nos encontramos ante un miedo que ya no es adaptativo.
Habitualmente solemos confundir términos a la hora de expresar que una situación nos desagrada o nos hace sentir mal, englobándolos en miedos o fobias. No obstante, no es lo mismo hablar de sentir pánico que tener ansiedad ante un mismo estímulo, como pueda ser hablar en público o asomarse desde una gran altura. Por ello, distinguimos entre:
Miedo: Presentimiento agitado ante algún peligro real.
Ansiedad: Tenso estado emocional que anticipa una amenaza futura.
Fobia: Miedo exagerado y a menudo incapacitante ante la presencia o anticipación de un estímulo.
Pánico: Temor abrumador súbito acompañado por elevados intentos de garantizar la seguridad.
Son especialmente relevantes para la diferenciación entre fobia y miedo adaptativo la persistencia, la magnitud y el carácter desadaptativo del primero frente al segundo: una reacción de miedo fóbico se caracteriza por la incapacidad ante el contacto o la anticipación con la situación temida, poniendo en marcha, incluso, un patrón típico de reacciones fisiológicas, cognitivas y motoras.
Existen numerosos tipos de fobias, tanto frecuentes como insospechados. Podemos encontrarnos con algunas tan comunes como a los espacios abiertos (agorafobia), a las alturas (acrofobia) o a la oscuridad (nictofobia), hasta los más variopintos, como a los espejos (catoptrofobia), al cabello (tricofobia), a dormir (hipnofobia) e, incluso, a los libros (bibliofobia). Fundamentalmente, se clasifican en tres categorías. En primer lugar, se hablará de fobias sociales si lo temido y evitado tiene que ver con situaciones sociales o actuaciones en público, evitando el ridículo, las críticas o el rechazo. En segundo lugar, se considera agorafobia si lo temido y evitado son espacios públicos o síntomas incapacitantes, como mareos o desmayos. Y en tercer lugar, se tratará de fobia específica si tiene que ver con situaciones específicas y claramente circunscritas, como a volar, a la sangre o a las alturas.
Esta clasificación posibilita que el número y tipo de situaciones temidas dentro de cada una de las categorías no sea siempre el mismo para todos los individuos.
Así, por ejemplo, un individuo con un trastorno de ansiedad social puede sentir temor únicamente a la hora de hablar en público, mientras que otro sea al ser observado mientras come. Curiosamente, en torno al 75% de los individuos con fobia específica siente temor ante más de un objeto o situación. Además, la edad en la que prevalecen distintos tipos de fobias suele ser desigual en la mayoría de ellas. Ocurre, por ejemplo, con la fobia a los animales, que es más frecuente que surja durante la infancia temprana, frente a la claustrofobia (miedo a los lugares cerrados), que es más probable que tenga lugar en la etapa adulta de la persona.
Entre los tipos de fobias que suelen comenzar en la infancia y que se mantienen hasta la vida adulta se encuentran la fobia a la sangre y al dentista. Distintas investigaciones indican que en la infancia dichas fobias se adquieren con mayor facilidad y con menos causas aparentes, mientras que cuando se adquieren en la vida adulta, normalmente se ven precipitadas por algún tipo de acontecimiento traumático (además de una predisposición genética determinada).
Así, por ejemplo, un individuo con un trastorno de ansiedad social puede sentir temor únicamente a la hora de hablar en público, mientras que otro sea al ser observado mientras come. Curiosamente, en torno al 75% de los individuos con fobia específica siente temor ante más de un objeto o situación. Además, la edad en la que prevalecen distintos tipos de fobias suele ser desigual en la mayoría de ellas. Ocurre, por ejemplo, con la fobia a los animales, que es más frecuente que surja durante la infancia temprana, frente a la claustrofobia (miedo a los lugares cerrados), que es más probable que tenga lugar en la etapa adulta de la persona.
Entre los tipos de fobias que suelen comenzar en la infancia y que se mantienen hasta la vida adulta se encuentran la fobia a la sangre y al dentista. Distintas investigaciones indican que en la infancia dichas fobias se adquieren con mayor facilidad y con menos causas aparentes, mientras que cuando se adquieren en la vida adulta, normalmente se ven precipitadas por algún tipo de acontecimiento traumático (además de una predisposición genética determinada).
Por otra parte, las fobias también varían en función del sexo. Es cierto que son más frecuentes en mujeres que en hombres (sobre todo a las enfermedades o a los animales), aunque podemos encontrar ciertas fobias que predominan más en hombres, como a las alturas (acrofobia) o a las multitudes (enoclofobia). No obstante, en la medida en que se trata de miedos muy limitados, las personas que padecen una fobia específica normalmente pueden evitar con facilidad la confrontación directa con el objeto o la situación, de ahí que no se planteen buscar ayuda con tanta frecuencia como en el caso de otros tipos de fobias. Por todo ello, la calidad de vida no se ve influida sobremanera, especialmente si las probabilidades de encuentro son escasas (como la fobia a las serpientes o a las arañas).
Pero, ¿cómo podemos llegar a desarrollar una fobia? No se dispone de mucha información de cada una de las fobias específicas, salvo distintos estudios retrospectivos basados en la propia descripción de los propios fóbicos. No obstante, las que se observan con mayor frecuencia son las que tienen su origen en experiencias de naturaleza traumática (condicionamiento directo), en experiencias vicarias y en testimonios influyentes cercanos a la persona. Algunos fóbicos, además, informan de que la han tenido toda su vida y son incapaces de señalar el momento de su aparición, mienras que otros atestigüan que su comienzo fue incierto pero lento y gradual.
Además de la existencia de distintas formas de comienzo de las fobias, la forma de comienzo tiende a ser diferente en función del contenido de los miedos. En cualquier caso, se necesita un mayor volumen de investigación sobre este aspecto para establecer con mayor seguridad cualquier supuesto sobre su origen. En la intervención terapéutica hay una gran cantidad de estudios que muestran la eficacia de las estrategias conductuales para la reducción de las manifestaciones fóbicas, pero todavía se desconocequé mecanismos producen el éxito terapéutico.
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