Los años noventa supusieron en España un gran cambio a nivel educativo debido a la legislación del PSOE con la tan criticada y famosa LOGSE. Desde entonces, si no antes, se han ido suscitando diversas reflexiones en torno al fracaso del proceso escolar, a la crisis de las humanidades y a la consabida falta de valores de la sociedad posmoderna. Pese a que no entraba dentro de su campo, un filósofo de la talla de Fernando Savater supo plantear un análisis de la cuestión con un estilo divulgativo y atractivo, recurriendo a la vez a multitud de fuentes pedagógicas y esclareciendo parte de la compleja terminología de este campo que nos es tan familiar por experiencia propia, pero tan alejada en su desarrollo científico. Nos referimos a su ensayo El valor de educar (1997).
El filósofo y escritor español Fernando Savater ha dedicado su trayectoria a la reflexión sobre la ética, habiendo ejercido además como profesor en diversas universidades. Pero donde ha destacado especialmente es en su labor de divulgación y de crítica cultural, habiéndose convertido por ello en un referente para una gran multitud de seguidores españoles interesados en las cuestiones que ha tratado. Su labor literaria y filosófica le ha valido multitud de premios, entre los que encontramos el Nacional de Ensayo en 1982, el Anagrama y el Planeta en 2008. Pero su reconocimiento y su fama también se debe a su característico estilo, que no solo resulta cercano y claro, sino también crítico y punzante. Entre sus libros encontramos el fenómeno del best seller en un género poco habituado al mismo, seguramente porque el autor sigue su propia idea de que la literatura, ante todo, debe ser disfrutable. Algunas de sus obras más populares son Ética para Amador (1995), que acerca la filosofía a los jóvenes como hacía El mundo de Sofía (Jostein Gaarder, 1991), El jardín de las dudas (1993) y El contenido de la felicidad (1996), entre una gran producción donde también encontramos obras dedicadas a reflexionar sobre autores y personajes literarios.
Fernando Savater (Foto de EFE) |
Savater se adentró en el tema de la educación con la firmeza de quien considera a la misma como el paso necesario para la formación de ciudadanos libres, aunque para ello se tenga que realizar un proceso donde la disciplina y las reglas son necesarias. A lo largo de este ensayo, se defiende la idea de que la escuela no debe ser un lugar de falsa libertad, sino un lugar que sirva para que el alumnado se liberalice adquiriendo los recursos necesarios para ello.
Enmarcados entre un prólogo, dirigido a los maestros, aunque de manera concreta a una maestra, y un epílogo a los dirigentes, concretamente a una ministra de Educación, encontramos seis capítulos que reflexionan acerca de distintos temas relacionados con la tarea educativa.
En el primero, Savater plantea cómo se desarrolla el aprendizaje humano. Si ya Rousseau afirmó que la libertad era la característica esencial e intrínseca del ser humano, por encima de su racionalidad, Savater defiende que el aprendizaje es su estado permanente, precisamente en este sentido recurre al autor Robert Louis Stevenson para recordar una frase suya: todos los hombres mueren jóvenes.
En este primer capítulo se ahonda en la cuestión de que la sociedad puede avanzar precisamente porque los conocimientos adquiridos a lo largo del tiempo se transmiten a las nuevas generaciones, en gran medida para adecuar a las personas al sistema en el que van a vivir, pero también para abrir las puertas, o al menos así debiera, a que estos futuros ciudadanos sepan ver los errores del sistema y mejorarlo en consecuencia. Este proceso de enseñanza y aprendizaje, señala Savater, es íntimamente humano, sobre todo porque solo a través del contacto con nuestros semejantes comenzaremos a ver las cosas con ojos humanos.
Los contenidos de esta enseñanza es el tema del segundo capítulo, aunque no tanto a nivel disciplinar, como pudieran ser las matemáticas, la lengua o las ciencias naturales, sino de una manera más general, enfocada a la delimitación, la finalidad, los agentes y los métodos de la misma. Resalta el análisis que realiza de la importancia de los maestros, señalando que pese a que es inevitable que el ser humano a lo largo de su vida enseñe a otro ser humano, esto "no quiere decir que cualquiera sea capaz de enseñar cualquier cosa", de la misma forma que ninguna institución docente será capaz de monopolizar la función educativa, especialmente si atendemos al papel de la familia y, de manera final, a la sociedad. Una de sus conclusiones más acertadas, que se ha seguido apoyando desde la pedagogía y la psicología hasta nuestros días, es que lo realmente importante es que se enseñe a aprender, puesto que el aprendizaje, como hemos podido ver, es esencial en el ser humano.
El tercer tema de interés para Savater es vital para entender la situación en la que nos encontramos a nivel social: la familia, que el filósofo describe en su eclipse. Realiza una interesante reflexión acerca de la socialización, el proceso por el cual adquirimos las nociones necesarias para integrarnos en un grupo, centrándose en la primaria, que es la que se desarrolla en el ámbito familiar desde el nacimiento de la persona. Insiste sobre todo en tres cuestiones relacionadas.
La primera es una necesaria disciplina en equilibrio y basado en el afecto y el amor, y no en el miedo; en este sentido, resalta la necesidad de lo que tradicionalmente ha sido la figura del padre, "el triste encargado de administrar la frustración", aunque matiza que no por ello se debe renunciar al afecto y a la atención. En segundo lugar, el fanatismo por lo juvenil en la sociedad contemporánea, que impide o retrasa que las personas asuman sus responsabilidades adultas, provocando la existencia de familias donde faltan adultos y los niños son formados de manera afable, pero alejados de una auténtica conciencia moral y social, que deberá ser realizada a la fuerza por las instituciones públicas. Por último, ahonda en varios temas de interés en la educación y cómo tratarlos: la ética, la religión, el sexo, las drogas y la violencia. Destaca la crítica que hace a la televisión como sustituta de un proceso de adquisición que originariamente era más lento y que permitía adecuar lo que los niños aprendían por una vorágine de conocimientos que no son procesados, sino digeridos a una rapidez inaudita y en muchas ocasiones sin control.
El último apartado quizás pueda ser polémico, aunque realmente sea acertado en varios aspectos. Apuesta, por ejemplo, por sustituir el adoctrinamiento que se pueda dar en una asignatura de religión por una materia descriptiva acerca de la historia de las religiones, teniendo en cuenta la importancia que estas han tenido en la configuración de las sociedades, por extender la idea de la riqueza del sexo cuando va acompañada de auténticos sentimientos en lugar de ser una simple actividad física placentera, por la necesaria formación ética de los alumnos y por la comprensión del mundo de las drogas y de la violencia más allá de las cuestiones de legalidad o ilegalidad.
Los tres últimos capítulos regresan a la cuestión de la educación en tres pilares básicos: la disciplina de la libertad, las humanidades y la universalización. Del primer aspecto, Savater defiende que la escuela está para preparar para la libertad y para la sociedad democrática, no para ser un sistema libre, ni siquiera engañando con un falso sistema democrático que pueda hacer crecer el papel del tirano infantil. En el segundo aspecto desarrolla el concepto de las humanidades y cómo se han malinterpretado en los últimos años, haciendo crecer una guerra entre ciencias y letras que poca relación tiene con el auténtico sentido de las humanidades, en cuanto materias procedentes del saber humano (¿acaso las ciencias no las han producido los seres humanos?).
En este quinto capítulo al que nos referimos (¿Hacia una humanidad sin humanidades?) también se refiere a la labor docente de una manera práctica: propone suscitar el interés en los alumnos de la materia que impartimos y de los conocimientos que queremos transmitirles, sin caer en la pedantería, y acercándonos también a su realidad, al lenguaje llano, a lo popular y al humor.
El último aspecto es el factor universalizador de la educación, una cuestión que se plantea con la intención de rechazar la exclusión por simples cuestiones tan azarosas como la raza, el sexo o el medio familiar en el que se nace. Además, Savater ahonda en la importancia de la semejanza esencial de los seres humano por encima de sus múltiples manifestaciones, muestra de una diversidad cultura que se ha usado, muchas veces con fines políticos, para un fin tan negativo como la disgregación de las personas.
Los argumentos de Savater se formulan con un lenguaje que no evade el uso de cierta terminología, pero que tampoco rechaza el humor ni una buena explicación de lo que se defiende. A la vez, nos recomienda tanto por sus citas como de manera directa otras obras relacionadas e incluye al final una antología de textos relacionados con los temas tratados en este ensayo. Toda una muestra de la importancia de la educación y de los problemas a los que se enfrenta aún hoy.
Escrito por Luis J. del Castillo
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