La carretera, de Cormac McCarthy

17 agosto, 2018

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En situaciones de extrema necesidad, surgen las esencias de las personas para actuar. Quizás por eso nos atraen las historias situadas en un entorno fatídico donde nuestra sociedad establecida y regular ha quedado aniquilada y sustituida por un retorno a la rapiña y a la supervivencia. El terreno de lo post apocalíptico en el que nos ponemos en la piel de quienes sobreviven, pero generalmente en la piel de quien trata de encontrar la esperanza y el regreso a una sociedad pacífica, buena y posible. Vagabundos soñadores que, aunque temerosos y violentos, aún siguen vivos esperando una nueva oportunidad.

No se aleja esta descripción de otros tiempos pretéritos, de mayor incertidumbre y fiereza. Quizás por eso a Cormac McCarthy (1933), habitual del género del western, por ejemplo, con su Trilogía de la Frontera (1992-1998) o con Meridiano de sangre (1985), le resulta tan semejante como para escribir una novela post apocalíptica como lo es La carretera (2006), donde la soledad y el peligro estarán presentes en su narrativa, mostrando un mundo salvaje como lo era el del Viejo Oeste. Un mundo de desconfianza, de inseguridad y de un constante viaje hacia lo incierto.

En un mundo asolado por una crisis indeterminada que ha acabado con la vida animal y ha cubierto de ceniza la tierra, un padre y un hijo atraviesan los antiguos Estados Unidos a través de la carretera interestatal sobreviviendo con comida enlatada y manteniéndose apartados del contacto con otras personas, especialmente de grupos violentos. La novela nos narra su odisea situada sobre todo en el esfuerzo del padre por mantenerlos vivos, por tratar de proteger la inocencia de su hijo en un tiempo que se ha vuelto salvaje y añorando lo que se perdió, aquella sociedad que para él solo es un recuerdo y que para su hijo es un cuento. 


Al cabo de un rato se quedó un poco rezagado y minutos después el hombre oyó que tocaba. Una música amorfa para la próxima era. O quizás la última música en la Tierra, surgida de las cenizas de su devastación. [...] El hombre pensó que parecía un triste y solitario niño huérfano anunciado la llegada al condado de un espectáculo ambulante, un niño que no sabe que a su espalda los actores han sido devorados por los lobos. (pág. 54)

McCarthy logra crear todo un ambiente de intimismo y oscuridad gracias a su escritura tan escueta y, a la vez, trabajada. Siendo conciso en sus descripciones, nos muestra una novela que parece haber sido diseccionada como sucediera con Pedro Páramo (Juan Rulfo, 1955), en el sentido de que se ha quitado lo más superficial para quedar en la esencia, para que los breves diálogos, la acción o las oraciones más descriptivas sean exactas, directas, tensas o impactantes. Ahora bien, esa poderosa fuerza en la escritura está contrarrestada por una serie de acontecimientos que se volverán repetitivos.

A diferencia de otras propuestas similares, apenas se plantean arcos o tramas que supongan retos para los protagonistas ni se profundiza en los detalles por los que se ha llegado a esta situación. No se pretende en La carretera abordar cómo será una nueva sociedad, como quizás pudiera pasar en The Walking Dead (cómic de Robert Kirkman desde 2003 y serie televisiva desde 2010), ni realizar una crítica hacia la forma en que podemos acabar con el mundo, sino, más bien, abordar una relación paterno-filial dentro de una situación extrema. Se asemeja, en este sentido, a la conexión entre Joel y Ellie en el videojuego The Last of Us (Naughty Dog, 2013), pero con un tono más tétrico y siniestro, con conversaciones directas en torno a la muerte, a la dependencia emocional o, incluso, al planteamiento sobre la bondad y la maldad en el mundo.


Y luego, ya a oscuras: ¿Puedo preguntarte algo?
Naturalmente.
¿Qué harías si yo muriera?
Si tú murieras yo también querría morirme.
¿Para poder estar conmigo?
Sí. Para poder estar contigo. (pág. 14)

La mayor parte de la novela se centra en la búsqueda y recolección de víveres para un eterno viaje hacia un destino incierto y cuyo final se concentra en una serie de posibilidades entre las que no cabe ninguna sorpresa. McCarthy será sobrio hasta en su conclusión. Los principales problemas se concentran en la escasez, en alguna enfermedad o heridas fortuitas o provocadas por otros personajes o encuentros inesperados y tensos con otras personas que sirven para mostrar la naturaleza de los protagonistas más que para mostrar las nuevas relaciones establecidas en este mundo. En todo caso, resulta interesante el caso de las bandas caníbales, que es detestada por los protagonistas y de la que rehuyen en todo caso. Por ello, la obra se asemeja más al espíritu de Soy leyenda (Richard Matheson, 1954), que al universo más construido de otras obras ya mencionadas.

Sin duda, lo mejor que tiene La carretera es ese desarrollo de unos personajes en un mundo salvaje, tratando de mantener la esperanza y la bondad, legando incluso algún destello de felicidad y recuerdo de una sociedad que ya no existe, pero teniendo que aprender también de la hipocresía y de la necesidad, del miedo y de la inseguridad. No solo es una novela sobre un mundo post-apocalíptico, también es una novela de formación, una obra donde el terror no reside en sus escenas impactantes, sino en el futuro incierto, en la vida de a quienes legamos el mundo como padres. En definitiva, un libro cargado de sugerentes secuencias, cruel, tenso y directo, algo repetitivo en su acción argumental, pero cautivador por su forma. 


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