Durante las pasadas décadas de los cincuenta y sesenta, lo maravilloso y espectacular tuvo algunos nombres y apellidos propios. De entre todos ellos, sobresalió el de George Pal (1908-1980), húngaro emigrado a EEUU, licenciado en arquitectura y, finalmente, productor y realizador cinematográfico, actividad a la que no fue ajena su habilidad para el diseño de formas y espacios.
Tras unos comienzos como animador publicitario, por los cuales Pal es considerado como el primer artista tridimensional de América, el dibujante y arquitecto cultivó una suerte de realismo fantástico, filmado a setenta y ocho imágenes por segundo, que proporcionó obras tan encantadoras como encantadas.
En muchas ocasiones, parece que el pasado constituye todo aquel material de ciencia-ficción que, para bien o para mal, ha acabado convirtiéndose en una realidad omnipresente. Muchos de los inventos, ensoñaciones e incluso actitudes de ese pasado se nos muestran como manifestaciones ya cotidianas, pero lo que no cambiará nunca es la cualidad de dicho género para erigirse en metáfora de todos nuestros miedos.
Por ello, sigue jugando un papel determinante, en esa interacción humana con el entorno, físico o intangible, la suspensión de la credulidad, esa capacidad para ponernos en situación de que pueda acontecer cualquier cosa.
La aniquilación no conoce límites en La guerra de los mundos (The War of the Worlds, Paramount, 1953), adaptación cinematográfica de la novela homónima de H. G. Wells (1866-1946), The War of the Worlds (1898, Anaya Tus Libros, 1984), de la que la presente versión es una entonada y fidedigna réplica, con la salvedad de que la acción no transcurre en el Londres de finales del periodo victoriano, sino en la ciudad de Los Ángeles (EEUU), en pleno siglo XX. Para el caso es igual, La guerra de los mundos actúa en ambos escenarios como una eficaz y valiente advertencia sobre los totalitarismos, bajo el prisma de la ciencia-ficción.
El guión firmado por Barré Lyndon (1896-1972) hace gala de una sobriedad y concisión (presupuestaria) que no oprime la creatividad formal, como sucede con el brillante empleo del sonido o la intrusión en el plano de las imborrables maquetas diseñadas por Marcel Delgado (1901-1976) y Albert Nozaki (1912-2003).
Tras un prólogo con imágenes de archivo en blanco y negro, que advierte de los peligros desatados por la naturaleza humana (la voz en off del original es la de Cedric Hardwicke [1893-1964]), la consiguiente introducción hace una referencia indirecta, como notable curiosidad, al ciclo bienal que aproxima al planeta Marte a la Tierra, y que tan bien conocen los ufólogos. Nuestro mundo es el destino de los marcianos (en esta ocasión, identificados con total propiedad), tras un pormenorizado escrutinio de los inhóspitos entornos de Mercurio, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y el sombrío pero minusvalorado Plutón (de Venus nada se comenta, ya que estaban por confirmarse las inclemencias de nuestro otro planeta vecino).
Entre las ideas más felices del guión, quisiera destacar el “inexplicable” hecho científico de que el tamaño del “meteorito” que se precipita sobre la corteza terrestre no concuerde con el radio de su cráter y con la radiactividad que despliega (que es muy superior), junto al aterrador reconocimiento del terreno, extraño para los marcianos, por parte de la primera nave extraterrestre.
Lo mismo sucede con la vulneración, no ya de vidas, sino del propio lenguaje y ética humanos. La bandera blanca, esgrimida como símbolo “universal”, así como determinadas actitudes buenistas, sencillamente no funcionan ante seres de otras latitudes, longitudes, filosofía y fisiología. Erróneamente, el pastor Matthew Collins (Lewis Martin) atribuye a la superioridad tecnológica de los marcianos un avance moral equivalente, del que realmente carecen, y que, muy acertadamente, en nada hace preludiar su incapacidad física (de cuya primera noticia nos hacemos eco a través del análisis de una muestra de sangre marciana). Aspectos que, en cualquier caso, también se pueden extrapolar a los propios seres humanos y a su última palabra en física nuclear (en antropocentrismo, en general).
Byron Haskin (1899-1984) sabe mantener la intriga en todo momento. Por ejemplo, el plano del sheriff (Henry Brandon) y del científico Clayton Forrester (Gene Barry), ocultos tras la maleza, no se complementa con el correspondiente contraplano del aparato invasor (que en formación de a tres, resulta indispensable para los marcianos, a fin de desenvolverse entre la presión y atmósfera terrestres). Tampoco lo hace cuando el ejército ha tomado posiciones; sino, de forma efectiva y calculando el especial efecto, cuando ya se ha dado rienda a la fantasía de cada espectador. Además, las destructivas naves poseen un blindaje protector electromagnético, por lo que a la pregunta del general Mann (Less Tremayne) de si ¿es esto posible?, Forrester concluye con pragmatismo que si lo hacen, lo es.
George Pal siempre supo rodearse de excelentes profesionales. A la ya mencionada y competente realización de Haskin, cabe citar la fotografía de George Barnes (1892-1953), la música de Leith Stevens (1909-1970) o las aportaciones visuales del mítico artista astronómico Chesley Bonestell (1888-1986).
Entre las imágenes de los refugiados convertidos en torrentes humanos, destaca la mención a la incomunicación, como principio de la derrota de nuestra civilización; lo que ofrece una amplia lectura, más allá de la precisa coordinación de las defensas. De igual modo, sobresale el acoso a Forrester y Sylvia van Buren (Ann Robinson) en la granja. Un momento de tensión considerable que también se traduce en mostrar el punto vulnerable de los invasores. Sin olvidar el cese de la música y el cambio de iluminación que se produce en el interior del “platillo”, cuando el primer marciano estira el tentáculo.
Escrito por Javier C. Aguilera
Tiene muy buena pinta pero no creo que la vea. Habiendo una versión más nueva, prefiero ver esa. De todos modos gracias por recordarme la película!
ResponderEliminarHola Javier :)
EliminarTe invitamos de verdad a que veas no solo el remake, sino también esta primera adaptación de la obra de Wells. Después de todo, se trata de versiones distintas en torno a una misma historia y el valor de la adaptación de Haskin radica también en comprender el momento en que fue realizada y lo que aún hoy nos cuenta.
Gracias por tu comentario ;)
He visto un atisbo de SPOILER y me ha espantado; de cualquier manera, me la apunto y la añado haciendo un poco de trampas en los primeros puestos de mi lista de pendientes.
ResponderEliminarEn cuanto al comentario anterior, después de haber visto Fright Night en su versión antigua y en el remake, ten por seguro que segundas partes nunca fueron buenas.
Probablemente vea las dos, pero si hay que elegir me quedo con la original.