Star Trek (La película), de Robert Wise

02 diciembre, 2015

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En el espacio conviven el caos, la belleza, lo primordial, el exceso, la violencia, lo sorprendente…

En el cine, tampoco es algo inusitado entremezclar distintos puntos de vista, muchas veces contrapuestos, que pese a todo y bajo una dirección adecuada, acababan dando como resultado una obra apreciable, incluso notable (como pienso que es el caso). Porque, naturalmente, todo está sujeto a cambio, por mucho que determinados conceptos permanezcan en la física o culturalmente.

De este modo, el ahora almirante Kirk (William Shatner) no es contemplado en Star Trek, la película (Star Trek. The Motion Picture, Paramount Pictures, 1979) como un simple estereotipo aventurero, sino como un ser humano. Recurre a su ingenio y farolea cuando se encuentra bajo presión, exactamente igual que hiciera en la serie original (exempli gratia: Las maniobras de la Carbonita). Sigue, por tanto, llevando la iniciativa, pues es un hombre de acción y no de despacho (retomaremos la cuestión después).

A este aspecto de permanencia podemos añadir la camaradería entre los principales protagonistas, las observaciones y reprimendas del doctor McCoy, Bones (DeForest Kelley), la capacidad para la fusión mental de Spock (Leonard Nimoy), la progresiva recuperación, primero, y adecuación después, de los sentimientos humanos de este; los antedichos recursos in extremis de Kirk, las incidencias que atañen a los motores de la nave, competencia del ingeniero Scott (James Doohan), la presencia del transportador, el microcosmos que supone el puente de mando, las distorsiones espacio-temporales…

En definitiva, todos los conflictos básicos y reconocibles de la serie, pinzamiento vulcano incluido, trasladados a la película, y a un argumento en el que la mayoría de personajes ha de evolucionar necesariamente. Un conjunto admirablemente servido mediante la ejemplar realización (en absoluto circense) de Robert Wise (1914-2005).


Por todo ello, no es cierto que los únicos protagonistas de la puesta de largo de Star Trek, la serie creada por Gene Roddenberry (1921-1991), fueran los (soberbios y sugestivos) efectos especiales, como tanto se ha insistido; o que se tratara de un “producto” exclusivamente encaminado a los conocedores de dichos personajes. Indudablemente, este público se encuentra en mejor disposición de comprender determinados guiños y derivas argumentales, pero ello no dificulta la comprensión del relato, y mucho menos anula las capacidades cinematográficas del mismo.

Entre los aspectos abordados por Wise, se encuentran unas miradas que solo cobran sentido teniendo en cuenta el elaborado contraplano al que se enfrentan. No son imágenes de relleno o un mero ensimismamiento por parte del realizador, sino actitudes plenamente coherentes y significantes, como el cruce de miradas que antecede a la conclusión de la historia, entre dos de los protagonistas, conscientes ya de su destino.

Algunas de las críticas, por lo tanto, fueron tan desacertadas como contagiosas, puesto que en Star Trek, la película se compendian los elementos más reconocibles de la serie bajo una gran labor cinematográfica.


Entre ellos, circunstancias como la disciplina vulcana llamada “Kolinahr”, por la cual Spock esperaba poder renunciar a sus “pasiones animales”, esto es, tanto de recesión vulcana como estrictamente humanas, en favor de una lógica de corte positivista, puramente científica. Como sabemos, y esto en Star Trek, la película queda afianzado, Spock no podrá –ni deseará- finalmente desprenderse de ninguna de las dos naturalezas que lo componen. En este sentido, se incorporó una secuencia descartada del metraje original para la edición especial en DVD en la que el oficial científico vulcano llega a conmoverse en su constatación de las complejidades y soledades de V’Ger, la conciencia que le ha llamado desde el espacio.

En efecto, tal y como le confirman sus paisanos, allá en su planeta natal, “su respuesta está en otra parte”, dando lugar a una accidentada deriva que hallará acomodo en el resto de secuelas cinematográficas. En el presente relato, el viaje del vulcano prosigue física y mentalmente cuando toma la iniciativa y se hace con una capsula de impulso, con el fin de acceder al corazón de la entidad llamada V’Ger.

Como el resto de sus compañeros, Spock seguirá compartiendo el roce y la convivencia entre seres humanos, como única constante en el universo. Relaciones tan beneficiosas como difíciles. No en vano, Kirk prefiere, y así lo solicita, a un oficial científico preferentemente de Vulcano (antes de que se produzca la reincorporación de su antiguo compañero al relato).


Y al fin, arribamos a la secuencia, tan incomprendida, del reencuentro con otro personaje clave de la serie: el Enterprise, enteramente planificada en base a los sentimientos y la mirada de James T. Kirk. Una secuencia eminentemente musical, emocional, apenas punteada por las palabras, que conlleva cierta fascinación por la vida en el espacio, además de constituir una nueva cita entre amigos. Los que estamos en antecedentes, sabemos cuán importante es la nave estelar para el almirante. De hecho, ya se la identificó alguna vez con una esposa, a lo largo de la serie (supra cit.).

Pero si la nave ha sido remodelada, también James Kirk ha cambiado. El antaño capitán es ahora, al menos en una primera fase del relato, un burocratizado y expeditivo superior que anhela volver a explorar el espacio, probablemente, debido a la desilusión y el tedio que le acarrea su nueva y reglada vida.

Por su parte, el Enterprise mantendrá un nuevo y sofisticado duelo con lo desconocido. A lo cual contribuye el excelente trabajo de los diseñadores de efectos especiales Douglas Trumbull (1942) y John Dykstra (1947), el director de fotografía Richard H. Kline (1926) y el compositor Jerry Goldsmith (1929-2004). Este último desarrolló para la película una serie de leitmotivs (tema de amor, tema de V’Ger, tema dedicado a la nave), entre los que se intercala la composición original de Alexander Courage (1919-2008); concretamente, en aquellos momentos en que, como ocurriera en la serie, el almirante redacta su cuaderno de bitácora.


En esa edición especial a la que hacíamos referencia, no solo se incorporaron instantes descartados por cuestión de metraje, sino que se añadieron algunos efectos especiales, con la particularidad de que estos trataron de no distorsionar el estilo de lo realizado en 1979. No obstante, sin demérito hacia la labor digital, pienso que están de más los planos que muestran el aspecto exterior de V’Ger, puesto que una de las particularidades más atractivas de la película, siempre a mi modo de ver, consistía precisamente en la cualidad informe del intruso, abierta a todo tipo de especulaciones e inventiva.

Pese a todo, insisto en que, más que los añadidos o retoques de algunos de los efectos originales, interesan los diálogos recuperados (siempre y cuando no se pase por el aro del espantoso re-doblaje que sufrió la película; en cuyo caso, es perentorio acudir a la versión original de la misma).

En cualquier caso, estos aspectos no hacen sino abundar en un excelente guión (a pesar de su laboriosa gestación), en el que sobresale la idea de una máquina viva, que pretende conocer a su creador, y en cuyo viaje de regreso adquiere conciencia propia, así como la identidad real del propio V’Ger y su ubicación última en un decorado casi minimalista, junto a otros aspectos como la perspectiva de unos seres humanos y sus logros, reducidos a impersonales “datos de información”, o la sonda con apariencia humana (de uno de los tripulantes del Enterprise, la oficial de derrota teniente Ilya [Persis Khambatta]). Un escenario donde no solo caben, sino que serán vitales, los sentimientos humanos, así como nuestra capacidad para trascender la lógica. Un salto evolutivo más allá de donde ningún ser humano ha ido antes, y cuyo espectacular preludio es el periplo del Enterprise por el interior de la nube que conforma a V’Ger; toda una catedral de luz estelar, e indirectamente, otro producto del ser humano. La nave evoluciona por su interior como un OVNI lo haría en tierra extraña.

Robert Wise, sentado, junto a Gene Roddenberry y parte del reparto
Si en el resto de películas de la saga, y en buena parte de la serie original, subyace la idea de frontera como elemento físico, en Star Trek, la película, esta idea se haya sujeta a lo más esencial: la frontera es puramente ontológica. Y en cualquier caso, que esta peripecia cósmica sea más ciencia ficción que aventura no hace a la película peor que las demás, ni mucho menos. Además, su trascendente argumento también enlaza con algunos de los planteamientos abordados en la serie (El suplantador, Síndrome de inmunidad, El factor alternativo, La colección de fieras…). Argumentos más tendentes a la ficción abstracta y pura. De hecho, de esa mezcla concordante surgió y surge la fascinación que aún sigue despertando una de las mejores series de ciencia ficción de la historia de la televisión.

En definitiva, lo mejor que pudo sucederle a la presente Star Trek fue alejarse del (estupendo) modelo de space-opera propuesto por Star Wars (antes La guerra de las galaxias), para, de ese modo, poder preservar y desarrollar su propia personalidad.

Escrito por Javier C. Aguilera


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