El estreno de La guerra de las galaxias. Episodio III: La venganza de los sith en 2005 fue el punto de engarce entre ambas trilogías y el final de la saga, hasta la intervención de Disney y el anuncio de nuevas entregas, comenzando por Star Wars: El despertar de la Fuerza (2015), conocido como el Episodio VII.
Sin embargo, atendemos ahora a la última entrega dirigida por el creador original de la franquicia, George Lucas, y que supone el fin de una etapa, la de los jedi, la democracia y, también, las guerras clon, y el inicio de otra, la del Imperio, la de la trilogía original, la de la esperanza en el futuro, como sugieren las últimas escenas y los planos finales de esta entrega.
Así pues, estamos presenciando en esta obra una historia que conocemos cómo acaba, a modo de Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez, 1981), pero Lucas tenía la tarea de conducirnos a esa conclusión y lo realizó en un último golpe de fuerza, superando por fin ciertas barreras y creando la entrega más lograda de la trilogía-precuela. La venganza de los sith juega al equilibrio de las antítesis, como muestra su estructura narrativa e, incluso, su título, en oposición a El retorno del jedi (1983).
El argumento abre con una espectacular batalla espacial sobre el planeta Coruscant, a un nivel bélico superior al que pudimos contemplar en la trilogía original, pero recuperando este factor algo olvidado y denostado en estas precuelas. Los jedi Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y Anakin Skywalker (Hayden Christensen) deben alcanzar la nave donde está secuestrado el Canciller Supremo Palpatine (Ian McDiarmid), mostrando una cordialidad mutua ya no exclusivamente de una relación entre maestro y aprendiz, padawan, sino prácticamente entre compañeros cercanos, que se permiten bromas y momentos desenfadados incluso en plena tensión.
A este álgido inicio, con duelo entre el conde Dooku (Christopher Lee) y Anakin incluido, le sigue un anticlimax que compone el nudo de la película, donde se comienzan a vislumbrar los hechos que conducirán hasta el final: la manipulación de Palpatine hacia Anakin, la desconfianza en el Consejo Jedi, con las tensiones entre Anakin y sus compañeros, especialmente encarnado por Mace Windu (Samuel L. Jackson), y el peligro mortal que amenaza a Padmé Amidala (Natalie Portman) junto a su embarazo y amor prohibido, que será también la perdición para el prometedor jedi Skywalker. A su vez, la persecución emprendida por Kenobi en pos del general Grievous, último encargado del ejército secesionista con cuya muerte se pondría fin a la guerra. Finalmente comienza un largo desenlace a partir de la Orden 66, que inicia un climax tétrico y oscuro que concluirá en dos duelos de envergadura: Kenobi contra Darth Vader y Yoda contra el nuevo Emperador.
Como ya advertimos en El ataque de los clones (2002), hay dos líneas narrativas evidentes que terminan por unirse para marcar el destino de la galaxia. La primera, y esencial, es la conversión de Anakin en Darth Vader, la caída en el reverso oscuro de la Fuerza. que tiene como motivación dos factores: su amor (prohibido) por Padmé y su cada vez mayor desconfianza en el Consejo Jedi y en la democracia. La segunda es el aspecto político-bélico, que versa en esta ocasión sobre el final de las guerras clon que se iniciaron en el anterior episodio y que fueron desarrolladas como animación en la serie The Clone Wars (2008-2014). En este caso, al principio de la película se avanza hacia la victoria republicana al acabar con el conde Dooku, pero la huida del general Grievous provoca una necesaria intervención de los jedi con tal de finalizar con el último lugarteniente de los secesionistas.
Ahora bien, tanto una como otra línea no son realmente más que la sombra de los planes del gran villano de Star Wars, el futuro Emperador. Este es el personaje que se encarga de tejer la caída de Anakin, pero también el fin de la República y de los jedi. El fin de esta trilogía, encarnado en este Episodio III supone la unión de ambas líneas.
Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que Lucas se proponía plasmar en esta nueva trilogía, podemos advertir claramente que no estamos ante ideas malas; por contra, supone la tragedia de un héroe que cae en desgracia, pero también un canto a la democracia, a lo pacífico. Este final alcanza la altura en ciertos momentos puntuales de lo que se esperaba, pero su apoyo es débil. Los más regulares Episodio I (1999) y Episodio II no lograron hacernos ver al Anakin heroico que poco a poco se oscurecía, a la vez que enturbiaron el camino con excesivos formalismos políticos generalmente incomprensibles. Por ello, aunque se comprende lo que estamos presenciando, incluso con momentos álgidos de tragedia personal y drama político, se siente poco desarrollado, como repentino, aunque reconozcamos que anteriormente se ha intentado trabajar en construir toda esta situación.
Sin embargo, atendemos ahora a la última entrega dirigida por el creador original de la franquicia, George Lucas, y que supone el fin de una etapa, la de los jedi, la democracia y, también, las guerras clon, y el inicio de otra, la del Imperio, la de la trilogía original, la de la esperanza en el futuro, como sugieren las últimas escenas y los planos finales de esta entrega.
Así pues, estamos presenciando en esta obra una historia que conocemos cómo acaba, a modo de Crónica de una muerte anunciada (Gabriel García Márquez, 1981), pero Lucas tenía la tarea de conducirnos a esa conclusión y lo realizó en un último golpe de fuerza, superando por fin ciertas barreras y creando la entrega más lograda de la trilogía-precuela. La venganza de los sith juega al equilibrio de las antítesis, como muestra su estructura narrativa e, incluso, su título, en oposición a El retorno del jedi (1983).
El argumento abre con una espectacular batalla espacial sobre el planeta Coruscant, a un nivel bélico superior al que pudimos contemplar en la trilogía original, pero recuperando este factor algo olvidado y denostado en estas precuelas. Los jedi Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor) y Anakin Skywalker (Hayden Christensen) deben alcanzar la nave donde está secuestrado el Canciller Supremo Palpatine (Ian McDiarmid), mostrando una cordialidad mutua ya no exclusivamente de una relación entre maestro y aprendiz, padawan, sino prácticamente entre compañeros cercanos, que se permiten bromas y momentos desenfadados incluso en plena tensión.
A este álgido inicio, con duelo entre el conde Dooku (Christopher Lee) y Anakin incluido, le sigue un anticlimax que compone el nudo de la película, donde se comienzan a vislumbrar los hechos que conducirán hasta el final: la manipulación de Palpatine hacia Anakin, la desconfianza en el Consejo Jedi, con las tensiones entre Anakin y sus compañeros, especialmente encarnado por Mace Windu (Samuel L. Jackson), y el peligro mortal que amenaza a Padmé Amidala (Natalie Portman) junto a su embarazo y amor prohibido, que será también la perdición para el prometedor jedi Skywalker. A su vez, la persecución emprendida por Kenobi en pos del general Grievous, último encargado del ejército secesionista con cuya muerte se pondría fin a la guerra. Finalmente comienza un largo desenlace a partir de la Orden 66, que inicia un climax tétrico y oscuro que concluirá en dos duelos de envergadura: Kenobi contra Darth Vader y Yoda contra el nuevo Emperador.
Como ya advertimos en El ataque de los clones (2002), hay dos líneas narrativas evidentes que terminan por unirse para marcar el destino de la galaxia. La primera, y esencial, es la conversión de Anakin en Darth Vader, la caída en el reverso oscuro de la Fuerza. que tiene como motivación dos factores: su amor (prohibido) por Padmé y su cada vez mayor desconfianza en el Consejo Jedi y en la democracia. La segunda es el aspecto político-bélico, que versa en esta ocasión sobre el final de las guerras clon que se iniciaron en el anterior episodio y que fueron desarrolladas como animación en la serie The Clone Wars (2008-2014). En este caso, al principio de la película se avanza hacia la victoria republicana al acabar con el conde Dooku, pero la huida del general Grievous provoca una necesaria intervención de los jedi con tal de finalizar con el último lugarteniente de los secesionistas.
Ahora bien, tanto una como otra línea no son realmente más que la sombra de los planes del gran villano de Star Wars, el futuro Emperador. Este es el personaje que se encarga de tejer la caída de Anakin, pero también el fin de la República y de los jedi. El fin de esta trilogía, encarnado en este Episodio III supone la unión de ambas líneas.
Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que Lucas se proponía plasmar en esta nueva trilogía, podemos advertir claramente que no estamos ante ideas malas; por contra, supone la tragedia de un héroe que cae en desgracia, pero también un canto a la democracia, a lo pacífico. Este final alcanza la altura en ciertos momentos puntuales de lo que se esperaba, pero su apoyo es débil. Los más regulares Episodio I (1999) y Episodio II no lograron hacernos ver al Anakin heroico que poco a poco se oscurecía, a la vez que enturbiaron el camino con excesivos formalismos políticos generalmente incomprensibles. Por ello, aunque se comprende lo que estamos presenciando, incluso con momentos álgidos de tragedia personal y drama político, se siente poco desarrollado, como repentino, aunque reconozcamos que anteriormente se ha intentado trabajar en construir toda esta situación.
De estos dos puntos, quizás el más favorecido es el político-bélico. La reflexión que plantea esta trilogía resulta interesante porque no solo se relaciona en términos y en imitación a lo acontecido en el Imperio Romano, con la toma de poder de Julio César (quien sería asesinado por, entre otros, su hijo adoptivo, como hará Vader con el Emperador), sino que también lo podemos estar contemplando hoy en día con la situación del terrorismo yihadista en la Europa actual. En esta trilogía se señala precisamente la usurpación del poder democrático al apoderarse del sistema una única persona, aquí el Canciller Supremo, que se excusa en la situación especial y delicada que se vive en la galaxia: las guerras clon contra los separatistas.
Un régimen de excepción donde los decretos que se publican otorgan cada vez más poder a Palpatine, incluyendo en El ataque de los clones la formación de un ejército, germen e inicio de los ejércitos imperiales. Pero aún hay más: Palpatine es, en verdad, quien mueve los hilos de ambos bandos, siendo el responsable de los separatistas. En efecto, él ha promovido la guerra y, a su vez, se enriquece de la situación que ha creado aumentando su poder político, erigiéndose como el máximo defensor de aquello que está destruyendo. Además, en medio de esta tormenta político-bélica, logra liquidar a su principal oposición, la Orden Jedi, y acallar las voces críticas del Senado convirtiendo a este órgano representativo en un fantoche manejado por su poder; a excepción de algunas voces críticas, como la de Bail Organa (Jimmy Smits) o Padmé Amidala. A pesar de su discreto papel en la franquicia, la figura del Emperador ha sido crucial en el fin de ambas trilogías, estando más desarrollada en La venganza de los sith.
Cabe mencionar algunas cuestiones sobre las voces críticas antes mencionadas. En efecto, en ellos se sitúa también la futura eclosión de la Alianza Rebelde, aunque su entramado fuera finalmente elidido del montaje final. Se recortó así en presencia de Padmé (quien por estar embarazada también pierde el carácter aventurero que había logrado en los episodios anteriores) y del personaje secundario, aunque determinante, de Organa. En gran medida, Lucas prefirió en esta conclusión una voz más melodramática, más familiar, sobre el problema del amor, como principal motor de la caída de Anakin y, por tanto, de la República, que centrarse en las motivaciones políticas. No se nos ofrecen discrepancias excesivas entre la pareja, a pesar de que resulta evidente la desconfianza de Padmé en Palpatine con esa sentencia, ya mítica en la saga, de así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso.
Cabe mencionar algunas cuestiones sobre las voces críticas antes mencionadas. En efecto, en ellos se sitúa también la futura eclosión de la Alianza Rebelde, aunque su entramado fuera finalmente elidido del montaje final. Se recortó así en presencia de Padmé (quien por estar embarazada también pierde el carácter aventurero que había logrado en los episodios anteriores) y del personaje secundario, aunque determinante, de Organa. En gran medida, Lucas prefirió en esta conclusión una voz más melodramática, más familiar, sobre el problema del amor, como principal motor de la caída de Anakin y, por tanto, de la República, que centrarse en las motivaciones políticas. No se nos ofrecen discrepancias excesivas entre la pareja, a pesar de que resulta evidente la desconfianza de Padmé en Palpatine con esa sentencia, ya mítica en la saga, de así es como muere la libertad, con un estruendoso aplauso.
Centrándonos en Anakin Skywalker, personaje central y motivo de esta trilogía-precuela, debemos atender a distintas cuestiones. En primer lugar, su relación con Padmé, mal desarrollada anteriormente, se continúa aquí de una forma breve y concisa: no hay espacio para más que para pequeñas intervenciones, volviendo a diálogos ridículos. En el caso del romance en La venganza de los sith, ganará la sutileza de ciertas escenas, donde se insinúa con gran fuerza dramática y no se cuenta con palabras; nos referimos, por ejemplo, al momento en que ambos entrecruzan su miradas en la lejanía del horizonte de Coruscant, que hace imposible el encuentro físico (ella está en su vivienda, él en la sala del Consejo Jedi), pero que señala con fuerza visual y musical cómo sus vidas van a cambiar para siempre. Poco después, Anakin caerá definitivamente en el lado oscuro, y para Padmé eso supondrá un camino que no puede seguir.
La precipitación de los acontecimientos se debe a varios factores, como el embarazo de Padmé o el peligro de ser descubiertos en su amor prohibido, pero también las recientes y fatídicas visiones de la muerte de su amada, como pudo prever la de su madre en El ataque de los clones. Esta situación provoca la necesidad de buscar una solución a sus temores y, por tanto, un cambio de actitud en el personaje, cercano al desborde de sentimientos, los mismos que le condujeron a acabar con todos los Tusken en el episodio anterior. La vida de su amada se convierte en una prioridad para la que solo encuentra respuesta en las convincentes palabras de Palpatine, el sith Darth Sidious. Su capacidad para manipular se extiende a todas las precuelas, pero se hace evidente en este episodio donde realiza un trabajo tenaz con el, por otra parte, fácilmente manipulable Anakin. Skywalker ya poseía características cercanas al lado oscuro antes incluso de contar con la premonición sobre su amada, a pesar de que este se convierta en el motivo definitivo, a la vez del hecho que lo convierte en un personaje trágico.
De esta forma, las primeras secuencias de la película nos permitían vislumbrar a un guerrero más preparado, aún arrogante, pero con base para serlo, capaz de hacer frente al conde Dooku y combatir junto a su maestro Kenobi. El problema, de nuevo, será su falta de control emocional. En el rescate de Palpatine sí vemos a un guerrero capaz y heroico, pero también a una persona débil, falto del temple mesurado que requiere ser un jedi, por lo que la simple manipulación del Canciller bastará para incumplir el código moral que debería seguir, sesgando la vida de un indefenso Dooku. Establecemos así dos paralelismos evidentes con respecto a la transgresión de las normas jedi: la matanza de los Tusken en venganza de su madre y su relación matrimonial. A su vez, esta revancha entre Dooku y Anakin se rige de la misma forma en que se mostró la relación entre Darth Vader y Luke en El imperio contraataca (1980) y El retorno del jedi, incluida la estética, con el sillón imperial como testigo.
Nos referimos a la primera derrota de Anakin contra Dooku en El ataque de los clones, como sucediera con Luke con respecto a su duelo con Vader (unido al terrible descubrimiento), así como a la presencia del emperador en un segundo duelo definitivo, esperando hacer caer al lado oscuro a la sangre nueva: el manipulable y joven Anakin Skywalker frente a un atónito Dooku que se ve traicionado, y el recto y moral Luke que decide seguir la senda jedi y y no asesinar a su padre. Obviamente, distintas soluciones a un mismo hecho, es decir, la manipulación de Palpatine funciona con Anakin, pero no con su hijo. Por tanto, podemos asegurar que Anakin, a pesar de no contar aún con un motivo de fuerza, estaba más inclinado a la oscuridad por sus características emocionales y, finalmente, por su egoísmo.
No será esta la única relación con el final de la trilogía original. En una de las escenas donde el Canciller trata de confundir a Skywalker para oponerlo a la Orden Jedi, este comienza a contarle su historia como sith, advirtiendo que su maestro fue capaz de grandes hazañas, como esquivar la muerte de personas, aunque señala que "es irónico, podía salvar a cualquier, menos a sí mismo", mostrando cómo él acabó con Darth Plagueis mientras dormía, de la misma forma que Darth Vader acaba con él por sorpresa.
La ambición de poder, la búsqueda de los límites de la Fuerza hacia la inmortalidad, signo de su egoísmo frente a los valores jedi, su creciente desconfianza con respecto a quienes le rodean (que le llevará incluso a atacar a Padmé), fruto de la manipulación de Palpatine y de su caída final en el lado oscuro, propician un personaje arrogante, capaz de asesinar sin remordimientos, como bien marcará la siniestra escena con los niños en el Consejo Jedi, y cegado por un poder que, realmente, no controla, sino que lo controla, lo que finalmente provocará su derrota.
Christensen mejora en la actuación, funcionando incluso mejor en el papel de villano, aunque aún la película le reservaba momentos ciertamente patéticos. Porque, a pesar de esta conversión que hemos desgranado tal y como se observa en La venganza de los sith, no está falto el personaje de alguna escena realmente inconsistente o mal desarrollada. Por ejemplo, tras ayudar en el asesinato del maestro Windu, se lamenta de lo sucedido al darse cuenta de que está traicionado los valores que debía defender, algo incoherente con lo que sucede inmediatamente después y que nos arroja, por descontado, una escena no falta de un patetismo ridículo.
De forma paralela a esta caída en desgracia de Anakin, se sucede el final de la guerra clon y la implantación de la Orden 66 que acabará con la Orden Jedi. Se suceden así dos hechos relevantes: la persecución de Kenobi al general Grievous y la traición del Canciller y de todos los soldados clon, programados para cumplir las ordenes en las que estaban educados. A pesar de que en el Episodio II las peripecias de Obi-Wan resultaron satisfactorias y atractivas, en esta ocasión nos encontramos con una relación de escenas tediosas, demasiado alargadas, con un comportamiento del personaje excesivamente atrevido, actuando sin planificar, y con un McGregor actuando con cierta dejadez en determinados momentos. No ayuda tampoco en interés el hecho de que estemos ante un nuevo villano, mitad ciborg-mitad alienígena (con problemas respiratorios que podrían servir de eco de Darth Vader), que se une a la tradición de esta trilogía de incluir en cada película un nuevo enemigo de usar y tirar: Darth Maul, conde Dooku y, finalmente, general Grievous (aunque pensándolo bien, Darth Vader acabó con más almirantes en la trilogía original que villanos principales muertos en esta trilogía).
A pesar de su espectacularidad en el momento de atacar con las espadas láser, lo cierto es que estamos ante un enemigo de actitud cobarde y huidiza, muy asequible para Kenobi aún cuando este se ve en apuros al perder su arma y tener que valerse de un bláster, arma incivilizada (en guiño con la referencia del Kenobi anciano [Alec Guinness] a la honorabilidad de las espadas láser, para tiempos más civilizados, en Una nueva esperanza [1977]). Si esta trilogía había traído duelos más llamativos, lo cierto es que Grievous representa esa espectacularidad vacía de emoción, de entender mal cómo hay que plasmar una historia, situándose por debajo de aquellos combates menos ágiles de la trilogía original, pero mucho más dramáticos y tensos. Al menos, esta misma película nos ofrecerá dos duelos finales muy bien orquestados a todos los niveles para redimirse.
Tras la victoria republicana, surge la Orden 66, que se sucede en una medida y emotiva escena donde montaje y música se dan la mano para regalarnos uno de los momentos más lucidos de la película. Hay incluso un cambio de música bélica, situada justo antes y señalando la batalla que estaba dando por finalizada la guerra, seguida de la melancólica y triste melodía que acompaña a la muerte de los jedi, de las cuales debemos señalar que algunas pecan de ridículas, aunque nos quedaremos mejor con el eficaz fusilamiento de Ki-Adi-Mundi que abre la trágica sucesión de asesinatos. Finalmente, solo dos supervivientes conocidos: Yoda (salvado gracias a la intervención de Chewbacca, qué pequeño es el universo) y Obi-Wan. Ellos serán los protagonistas de los duelos finales contra el Emperador y Darth Vader, respectivamente.
Ambos resultan impresionantes. Yoda resulta aquí menos saltarín que en el episodio anterior y hay una medición por el poder de la Fuerza más que por la espada. Su lucha resulta metáfora, al desarrollarse en el Senado, que irán destruyendo conforme combatan, símbolo del fin de la democracia. Paralelamente, se nos mostrará el enfrentamiento entre maestro y aprendiz en el inhóspito planeta de Mustafar, donde se irá disputando un duelo con una localización cada vez más peligrosa. El acompañamiento musical de Battle of the Heroes sirve para aumentar la emoción, propiciando dos grandes duelos que superan, especialmente el de Anakin-Kenobi, a los vistos hasta el momento; como curiosidad, la participación de Spielberg, de mayor o menor grado, en el diseño de estos combates. Quizás resulta confuso el final de Yoda, que cae derrotado más por falta de tiempo y recursos que por auténtico cierre de combate. Ya se señaló en la anterior entrega que el poder jedi estaba más debilitado.
De mayor envergadura dramática y emocional será el final del duelo de Kenobi, quizás también con un final un tanto desnivelado en comparación con la interesante batalla previa, pero que nos arroja el punto culmen de la decepción alcanzada por un fracaso como el de Anakin, aquel que estaba destinado a ser el Elegido, O aún más para Kenobi, quien más allá de profecías no puede evitar arrojarle estas palabras al amigo caído: Eras mi hermano, Anakin, ¡yo te quería!. El cierre nos deja marcadas las posiciones de los personajes que nos reencontraremos en la trilogía original, y un mensaje evidente: el de la esperanza.
Por fin se logró en las precuelas conseguir una obra emotiva y dramática, con defectos (conversaciones insustanciales, poco naturales o directamente ridículas; preferencia por la explicación frente a la cinematografía más sutil; retoques en la duración de determinados arcos argumentales o un trabajo deficiente en la construcción de algunos personajes) arrastrados de sus anteriores entregas, pero muy lograda, alzándose seguramente con el puesto de ser la película más oscura de la saga. Seguramente será difícil volver a ver tal oscuridad en la franquicia. Los efectos visuales están más logrados e integrados, y a pesar de que no resulten excesivos a simple vista, lo cierto es que es la entrega con más efectos especiales. Esto dejó a los actores una sensación de aburrimiento, como comentó McGregor; después de todo, se rodó íntegramente en interiores y con un ávido empleo de cromas. El equilibrio narrativo es notable, con tres grandes bloques: iniciando en un momento climático espacial que finaliza en un duelo climático, continuando con un nudo más áspero, seguramente el que contenga la parte peor desarrollada, y un final que aúna lo mejor de la obra y enlaza a la perfección con lo ya narrado a partir de Una nueva esperanza.
Debemos destacar la interpretación de Ian McDiarmid, que disfurta el papel del Emperador, así como la mejora de Christensen, a pesar de su falta de carisma y de expresividad. McGregor soporta el papel algo cansado, aunque ofreciéndose más en el tramo final, mientras que otros actores están contenidos en papeles más limitados, como es el caso de Natalie Portman. Mención a la referencia que se hace al situar a un actor similar a Peter Cushing en uno de los planos finales, recordando su papel como el comandante Wilhuff Tarkin en la primera película de la saga. Williams resuelve gratamente la partitura ofreciendo nuevos temas sinfónicos y corales, así como la recuperación de algunos leitmotivs clásicos para las ocasiones pertinentes.
Estamos ante la conclusión y el final que se esperaba, a la altura de las circunstancias, a pesar de sus defectos. El triunfo del Imperio, del lado oscuro, y el exterminio de los que fueron defensores de la paz y la justicia era la historia que se quería narrar y aquí acabó. Todo ello reflejado en un único personaje: Anakin Skywalker, antaño jedi cuya tragedia personal le arrojó al reverso tenebroso y con él quedó marcado el destino de la galaxia. En la creación de Darth Vader hay un guiño al monstruo de Frankenstein, aunque también hay espacio para el drama. Con este nuevo y temible aspecto ha desaparecido para siempre la persona que fue, certificado con la muerte de su amada, según el Emperador a sus propias manos, en eco a mitos como el de Hércules, y ocupando un cuerpo derrotado, como las esperanzas en el Elegido.
Aquí está la mejor cuestión de La venganza de los sith, la demostración de que con más empeño en mostrar y maravillar al espectador que en explicárselo todo de una forma descarada, se podría haber contado una mejor historia. Porque donde realmente nos muestra su grandeza esta película es en los planos que insinúan, que nos transmiten sin decirnos nada. Sabemos que Darth Vader cumplirá su destino doblemente, el encomendado por su maestro Darth Sidious de aniquilar a los representantes de la Fuerza, equilibrándolo del lado oscuro, pero también acabando con los dos sith más poderosos, el Emperador y él mismo, como sabe el espectador que ha sido testigo de El retorno del jedi. Hay algo bueno en él recuerda Padmé en sus últimos momentos, esa esperanza de su amada se reflejará finalmente en el horizonte de Tatooine, hacia donde mira el futuro, hacia donde se marca la esperanza.
La precipitación de los acontecimientos se debe a varios factores, como el embarazo de Padmé o el peligro de ser descubiertos en su amor prohibido, pero también las recientes y fatídicas visiones de la muerte de su amada, como pudo prever la de su madre en El ataque de los clones. Esta situación provoca la necesidad de buscar una solución a sus temores y, por tanto, un cambio de actitud en el personaje, cercano al desborde de sentimientos, los mismos que le condujeron a acabar con todos los Tusken en el episodio anterior. La vida de su amada se convierte en una prioridad para la que solo encuentra respuesta en las convincentes palabras de Palpatine, el sith Darth Sidious. Su capacidad para manipular se extiende a todas las precuelas, pero se hace evidente en este episodio donde realiza un trabajo tenaz con el, por otra parte, fácilmente manipulable Anakin. Skywalker ya poseía características cercanas al lado oscuro antes incluso de contar con la premonición sobre su amada, a pesar de que este se convierta en el motivo definitivo, a la vez del hecho que lo convierte en un personaje trágico.
De esta forma, las primeras secuencias de la película nos permitían vislumbrar a un guerrero más preparado, aún arrogante, pero con base para serlo, capaz de hacer frente al conde Dooku y combatir junto a su maestro Kenobi. El problema, de nuevo, será su falta de control emocional. En el rescate de Palpatine sí vemos a un guerrero capaz y heroico, pero también a una persona débil, falto del temple mesurado que requiere ser un jedi, por lo que la simple manipulación del Canciller bastará para incumplir el código moral que debería seguir, sesgando la vida de un indefenso Dooku. Establecemos así dos paralelismos evidentes con respecto a la transgresión de las normas jedi: la matanza de los Tusken en venganza de su madre y su relación matrimonial. A su vez, esta revancha entre Dooku y Anakin se rige de la misma forma en que se mostró la relación entre Darth Vader y Luke en El imperio contraataca (1980) y El retorno del jedi, incluida la estética, con el sillón imperial como testigo.
Nos referimos a la primera derrota de Anakin contra Dooku en El ataque de los clones, como sucediera con Luke con respecto a su duelo con Vader (unido al terrible descubrimiento), así como a la presencia del emperador en un segundo duelo definitivo, esperando hacer caer al lado oscuro a la sangre nueva: el manipulable y joven Anakin Skywalker frente a un atónito Dooku que se ve traicionado, y el recto y moral Luke que decide seguir la senda jedi y y no asesinar a su padre. Obviamente, distintas soluciones a un mismo hecho, es decir, la manipulación de Palpatine funciona con Anakin, pero no con su hijo. Por tanto, podemos asegurar que Anakin, a pesar de no contar aún con un motivo de fuerza, estaba más inclinado a la oscuridad por sus características emocionales y, finalmente, por su egoísmo.
No será esta la única relación con el final de la trilogía original. En una de las escenas donde el Canciller trata de confundir a Skywalker para oponerlo a la Orden Jedi, este comienza a contarle su historia como sith, advirtiendo que su maestro fue capaz de grandes hazañas, como esquivar la muerte de personas, aunque señala que "es irónico, podía salvar a cualquier, menos a sí mismo", mostrando cómo él acabó con Darth Plagueis mientras dormía, de la misma forma que Darth Vader acaba con él por sorpresa.
La ambición de poder, la búsqueda de los límites de la Fuerza hacia la inmortalidad, signo de su egoísmo frente a los valores jedi, su creciente desconfianza con respecto a quienes le rodean (que le llevará incluso a atacar a Padmé), fruto de la manipulación de Palpatine y de su caída final en el lado oscuro, propician un personaje arrogante, capaz de asesinar sin remordimientos, como bien marcará la siniestra escena con los niños en el Consejo Jedi, y cegado por un poder que, realmente, no controla, sino que lo controla, lo que finalmente provocará su derrota.
Christensen mejora en la actuación, funcionando incluso mejor en el papel de villano, aunque aún la película le reservaba momentos ciertamente patéticos. Porque, a pesar de esta conversión que hemos desgranado tal y como se observa en La venganza de los sith, no está falto el personaje de alguna escena realmente inconsistente o mal desarrollada. Por ejemplo, tras ayudar en el asesinato del maestro Windu, se lamenta de lo sucedido al darse cuenta de que está traicionado los valores que debía defender, algo incoherente con lo que sucede inmediatamente después y que nos arroja, por descontado, una escena no falta de un patetismo ridículo.
De forma paralela a esta caída en desgracia de Anakin, se sucede el final de la guerra clon y la implantación de la Orden 66 que acabará con la Orden Jedi. Se suceden así dos hechos relevantes: la persecución de Kenobi al general Grievous y la traición del Canciller y de todos los soldados clon, programados para cumplir las ordenes en las que estaban educados. A pesar de que en el Episodio II las peripecias de Obi-Wan resultaron satisfactorias y atractivas, en esta ocasión nos encontramos con una relación de escenas tediosas, demasiado alargadas, con un comportamiento del personaje excesivamente atrevido, actuando sin planificar, y con un McGregor actuando con cierta dejadez en determinados momentos. No ayuda tampoco en interés el hecho de que estemos ante un nuevo villano, mitad ciborg-mitad alienígena (con problemas respiratorios que podrían servir de eco de Darth Vader), que se une a la tradición de esta trilogía de incluir en cada película un nuevo enemigo de usar y tirar: Darth Maul, conde Dooku y, finalmente, general Grievous (aunque pensándolo bien, Darth Vader acabó con más almirantes en la trilogía original que villanos principales muertos en esta trilogía).
A pesar de su espectacularidad en el momento de atacar con las espadas láser, lo cierto es que estamos ante un enemigo de actitud cobarde y huidiza, muy asequible para Kenobi aún cuando este se ve en apuros al perder su arma y tener que valerse de un bláster, arma incivilizada (en guiño con la referencia del Kenobi anciano [Alec Guinness] a la honorabilidad de las espadas láser, para tiempos más civilizados, en Una nueva esperanza [1977]). Si esta trilogía había traído duelos más llamativos, lo cierto es que Grievous representa esa espectacularidad vacía de emoción, de entender mal cómo hay que plasmar una historia, situándose por debajo de aquellos combates menos ágiles de la trilogía original, pero mucho más dramáticos y tensos. Al menos, esta misma película nos ofrecerá dos duelos finales muy bien orquestados a todos los niveles para redimirse.
Tras la victoria republicana, surge la Orden 66, que se sucede en una medida y emotiva escena donde montaje y música se dan la mano para regalarnos uno de los momentos más lucidos de la película. Hay incluso un cambio de música bélica, situada justo antes y señalando la batalla que estaba dando por finalizada la guerra, seguida de la melancólica y triste melodía que acompaña a la muerte de los jedi, de las cuales debemos señalar que algunas pecan de ridículas, aunque nos quedaremos mejor con el eficaz fusilamiento de Ki-Adi-Mundi que abre la trágica sucesión de asesinatos. Finalmente, solo dos supervivientes conocidos: Yoda (salvado gracias a la intervención de Chewbacca, qué pequeño es el universo) y Obi-Wan. Ellos serán los protagonistas de los duelos finales contra el Emperador y Darth Vader, respectivamente.
Ambos resultan impresionantes. Yoda resulta aquí menos saltarín que en el episodio anterior y hay una medición por el poder de la Fuerza más que por la espada. Su lucha resulta metáfora, al desarrollarse en el Senado, que irán destruyendo conforme combatan, símbolo del fin de la democracia. Paralelamente, se nos mostrará el enfrentamiento entre maestro y aprendiz en el inhóspito planeta de Mustafar, donde se irá disputando un duelo con una localización cada vez más peligrosa. El acompañamiento musical de Battle of the Heroes sirve para aumentar la emoción, propiciando dos grandes duelos que superan, especialmente el de Anakin-Kenobi, a los vistos hasta el momento; como curiosidad, la participación de Spielberg, de mayor o menor grado, en el diseño de estos combates. Quizás resulta confuso el final de Yoda, que cae derrotado más por falta de tiempo y recursos que por auténtico cierre de combate. Ya se señaló en la anterior entrega que el poder jedi estaba más debilitado.
De mayor envergadura dramática y emocional será el final del duelo de Kenobi, quizás también con un final un tanto desnivelado en comparación con la interesante batalla previa, pero que nos arroja el punto culmen de la decepción alcanzada por un fracaso como el de Anakin, aquel que estaba destinado a ser el Elegido, O aún más para Kenobi, quien más allá de profecías no puede evitar arrojarle estas palabras al amigo caído: Eras mi hermano, Anakin, ¡yo te quería!. El cierre nos deja marcadas las posiciones de los personajes que nos reencontraremos en la trilogía original, y un mensaje evidente: el de la esperanza.
Por fin se logró en las precuelas conseguir una obra emotiva y dramática, con defectos (conversaciones insustanciales, poco naturales o directamente ridículas; preferencia por la explicación frente a la cinematografía más sutil; retoques en la duración de determinados arcos argumentales o un trabajo deficiente en la construcción de algunos personajes) arrastrados de sus anteriores entregas, pero muy lograda, alzándose seguramente con el puesto de ser la película más oscura de la saga. Seguramente será difícil volver a ver tal oscuridad en la franquicia. Los efectos visuales están más logrados e integrados, y a pesar de que no resulten excesivos a simple vista, lo cierto es que es la entrega con más efectos especiales. Esto dejó a los actores una sensación de aburrimiento, como comentó McGregor; después de todo, se rodó íntegramente en interiores y con un ávido empleo de cromas. El equilibrio narrativo es notable, con tres grandes bloques: iniciando en un momento climático espacial que finaliza en un duelo climático, continuando con un nudo más áspero, seguramente el que contenga la parte peor desarrollada, y un final que aúna lo mejor de la obra y enlaza a la perfección con lo ya narrado a partir de Una nueva esperanza.
Debemos destacar la interpretación de Ian McDiarmid, que disfurta el papel del Emperador, así como la mejora de Christensen, a pesar de su falta de carisma y de expresividad. McGregor soporta el papel algo cansado, aunque ofreciéndose más en el tramo final, mientras que otros actores están contenidos en papeles más limitados, como es el caso de Natalie Portman. Mención a la referencia que se hace al situar a un actor similar a Peter Cushing en uno de los planos finales, recordando su papel como el comandante Wilhuff Tarkin en la primera película de la saga. Williams resuelve gratamente la partitura ofreciendo nuevos temas sinfónicos y corales, así como la recuperación de algunos leitmotivs clásicos para las ocasiones pertinentes.
Estamos ante la conclusión y el final que se esperaba, a la altura de las circunstancias, a pesar de sus defectos. El triunfo del Imperio, del lado oscuro, y el exterminio de los que fueron defensores de la paz y la justicia era la historia que se quería narrar y aquí acabó. Todo ello reflejado en un único personaje: Anakin Skywalker, antaño jedi cuya tragedia personal le arrojó al reverso tenebroso y con él quedó marcado el destino de la galaxia. En la creación de Darth Vader hay un guiño al monstruo de Frankenstein, aunque también hay espacio para el drama. Con este nuevo y temible aspecto ha desaparecido para siempre la persona que fue, certificado con la muerte de su amada, según el Emperador a sus propias manos, en eco a mitos como el de Hércules, y ocupando un cuerpo derrotado, como las esperanzas en el Elegido.
Aquí está la mejor cuestión de La venganza de los sith, la demostración de que con más empeño en mostrar y maravillar al espectador que en explicárselo todo de una forma descarada, se podría haber contado una mejor historia. Porque donde realmente nos muestra su grandeza esta película es en los planos que insinúan, que nos transmiten sin decirnos nada. Sabemos que Darth Vader cumplirá su destino doblemente, el encomendado por su maestro Darth Sidious de aniquilar a los representantes de la Fuerza, equilibrándolo del lado oscuro, pero también acabando con los dos sith más poderosos, el Emperador y él mismo, como sabe el espectador que ha sido testigo de El retorno del jedi. Hay algo bueno en él recuerda Padmé en sus últimos momentos, esa esperanza de su amada se reflejará finalmente en el horizonte de Tatooine, hacia donde mira el futuro, hacia donde se marca la esperanza.
Escrito por Luis J. del Castillo
Pues no he leido nada des esto ni he visto las pelis, acabo de conocer tu blog y ya me quedo siguiendote y te invito a mi blog, besos;)
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