Clásicos Inolvidables (CLXXII): El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite

06 agosto, 2023

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La memoria es uno de los elementos más característicos y a la vez frágiles de nuestra personalidad. Nos reconstruimos día a día a partir del relato que hemos interiorizado sobre nuestra vida, aunque los recuerdos van renovándose desde el olvido cotidiano. Y en la vorágine de la vida posmoderna, a veces no encontramos la ocasión para reflexionar sobre los pasos que hemos atravesado. En medio de ese camino que atravesaba Dante al inicio de su Divina Comedia, cuando observaba el lugar, esa selva oscura, adonde le habían llevado sus pasos. Pero también en la memoria hay puntos de ruptura, hechos que quedan marcados por algún impacto (aunque en ocasiones ese mismo impacto puede provocar que, como mecanismo de defensa, olvidemos). Así, muchos son los que recuerdan qué hacían en días señalados por alguna tragedia global, como los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001.

Carmen Martín Gaite trata de hacer memoria en El cuarto de atrás (1978). Reconstruye los retazos de su infancia y juventud, de la pérdida de la inocencia y el advenimiento de la madurez. De lo que supuso la guerra civil en su vida y de los acontecimientos familiares que la llevaron a esa mitad del camino en que se encontraba a finales de los 70, durante la Transición. Pero su forma de hacerlo no se encuentra en el medio narrativo habitual en el que su generación y posteriores habían caído, no se trata de un relato cronológico de unas memorias tradicionales. 


Porque en El cuarto de atrás se encuentra una voz muy personal y madura que desde su presente, casi a finales de los setenta, reconstruye algunas de sus vivencias como si se conversara con la autora, a través del monólogo que todos nos contamos a nosotros mismos sobre nuestras propias vidas. Este hecho provoca que la novela sea una obra compleja o, mejor dicho, difícil. Es la autora la que pretende que sea así, aunque lo que quiera contar no sea nada novedoso, pretende retorcerlo mediante la forma, para lograr transmitir mejor el hilo de sus pensamientos y la forma en que ha reconstruido esa memoria del pasado. 

Toda la obra sucede en una única noche de insomnio, en la que un misterioso hombre la llama para una entrevista que tenían pendiente y que ella no recordaba. Cuando él llega a casa, empiezan a dialogar y, a pesar de sus reticencias iniciales, cada vez se siente más cómoda contándole al supuesto periodista el hilo de sus pensamientos y reflexiones sobre el pasado. Así, la novela es, en gran medida, una novela dialogada, en la que aparecen numerosas digresiones, generalmente a través de la voz narrativa, para exponer los recuerdos y reflexiones de la vida de la propia autora. Por eso, toda la narración tiene un carácter fragmentario, de anécdotas sueltas en el tiempo, sin una trama concreta ni un hilo narrativo cronológico. Carmen Martín Gaite reconstruye su infancia y juventud de manera inconexa, resumiendo grandes periodos de tiempo en momentos puntuales. 

Por ejemplo, comenta las visitas a Madrid con sus padres para comprar, mostrando las diferencias entre Salamanca, como ciudad de provincias, y la capital, que siempre le fascinaba; menciona el refugio al que acudía con su familia para evitar las bombas que lanzaban los aviones, donde la presencia de un niño vecino la reconfortaba; también la ocasión en que acompañó a su padre a recoger los restos de su vehículo durante la guerra, mostrando que, en medio de la tensión, vivió un momento de libertad apasionante al no contar con la vigilancia de su padre, más pendiente de otros asuntos; o, en un sentido más amplio, la narración de los espacios físicos de su vida, como el cuarto de atrás que da título a la obra, lugar de juegos para su hermana y para ella, hasta que poco a poco la necesidad de un espacio útil empezó a desplazar su uso como despensa, marcando el fin de su infancia. 

Madrid a mediados del siglo XX
No obstante, este cuarto de atrás es también un refugio, un paraíso perdido que se recupera a través de la memoria. Como sucedía con la inventada isla de Bergai que compartía con una de sus amigas íntimas de la niñez, ya fallecida en el momento de la entrevista (según la edición de Cátedra, la identidad de esta amiga sería Sofía Bermejo, fallecida en 1968), ese lugar imaginario en el que se aislaban para evitar sentir dolor y al que dedica el sexto capítulo de la novela. Esta isla fue un regalo de su amiga, que le permitió dar el paso de la materialidad de los juguetes a lo etéreo de la fantasía y la imaginación, quizás un paso fundamental para su porvenir como escritoraDestaca también el paralelismo que siente la autora con Carmen, la hija de Franco, tratando de ponerse en su lugar como niñas que eran de la misma edad, desde la ocasión en que pudo verla en persona a lo lejos hasta su evolución con el paso del tiempo. O el impacto que causó en ella la muerte del dictador, por la incredulidad que le causó por haber vivido la mayor parte de su vida con su presencia permanente: Y fueron pasando los años y siempre su efigie y solo su efigie, los demás eran satélites, reinaba de un modo absoluto, si estaba enferme nadie lo sabía, parecía que la enfermedad y la muerte jamás podrían alcanzarlo. (capítulo IV)

No obstante, estas narraciones anecdóticas están salpicadas y desordenadas a lo largo del libro, de esa conversación que mantiene con el entrevistador, pero también consigo misma. Por ejemplo, cuando relata sus experiencias juveniles en Madrid, en realidad se encuentra preparando té en la cocina, y el tiempo parece detenerse en ese momento para dar absoluta libertad a la voz narrativa para adentrarse en esos recuerdos (capítulo III). Y esas anécdotas están imbuidas de largas reflexiones que permiten a la autora comparar su visión actual con sus vivencias pasadas. Por ejemplo, es curiosa la interrupción en el capítulo VI que le hace el entrevistador al preguntarle si ella era lesbiana, momento en el que nos plantea la invisibilidad de la homosexualidad cuando era joven, cómo en otros tiempos, previos a su paso por la universidad, no hubiera entendido ese término porque no entraba en su cotidianidad (Solo se puede ser lesbiana cuando se concibe el término, yo esa palabra nunca la había oído). 

Carmen Martín. Piñor Agosto 1946
Pero, sin duda, una de las más relevantes es la evolución social del papel de la mujer, mostrando, entre otras cuestiones, su desprecio a la servidumbre a la limpieza, a la incapacidad de su abuela o de su madre para desarrollarse profesionalmente aunque lo desearan ([A mi madre] le encantaba, desde pequeña, leer y jugar a juegos de chicos, y hubiera querido estudiar una carrera, como sus dos hermanos varones, pero entonces no era costumbre, ni siquiera se le pasó por la cabeza pedirlo [capítulo III]), o incluso de sus limitaciones por los prejuicios morales, incluyendo los propios mediante la autocensura. Por ejemplo, comentará cómo el modelo de mujer ideal era el de madre y esposa abnegada, llegando al punto de que se trataba de sonreír por precepto, no porque se tuvieran ganas o se dejaran de tener; sus heroínas eran activas y prácticas, se sorbían las lágrimas, afrontaban cualquier calamidad sin una queja, mirando hacia un futuro orlado de nubes rosadas (capítulo III). Contra este modelo se rebela la autora, que muestra en varias ocasiones su deseo de libertad, de tener una vida conforme a sus deseos personales, algo que sí puede realizar a través de la ficción y de la escritura, el refugio ideal para escapar de las leyes de la realidad: [Bergai] es para eso, para refugiarse. Y luego dijo también que existiría siempre, hasta después de que nos muriésemos, y que nadie nos podía quitar nunca aquel refugio porque era secreto. [...] Mi amiga me lo había enseñado, me había descubierto el placer de la evasión solitaria, esa capacidad de invención que nos hace sentirnos a salvo de la muerte (capítulo VI).

En torno a esta cuestión, se intercalan múltiples referencias intertextuales y culturales en el relato. Así, por ejemplo, habla de sus ídolos juveniles, de la música de la época, mencionando, por ejemplo, a Concha Piquer, de las novelas rosas, las revistas y otras novelas que solía consumir en su juventud, incluyendo a autores como Elena Fortún (1886-1952) o Antoniorrobles (1895-1983) o del cine, por ejemplo, con la referencia a Rebeca (Alfred Hitchcock, 1940). Pero también habla de su propia obra. En cierta forma, El cuarto de atrás es también una obra metaliteraria, que dedica parte de su contenido a reflexionar sobre el proceso de creación a través de la voz de la autora. Así, menciona cómo empezó a compartir una libreta con una compañera para escribir una historia conjunta (interesante también cómo mantiene un diálogo con ella en el capítulo VI, al rememorarla y darle vida gracias al recuerdo de la isla Bergai), cómo valora la decisión narrativa adoptada en el que fue su primer éxito, El balneario (1955) e incluso menciona los preparativos para una obra posterior, su ensayo Usos amorosos de la posguerra española (1987), que tiene en esta novela a parte de su predecesora. En este sentido, lo que habíamos calificado como una novela tiene también un apartado de ensayo, de reflexión sobre el proceso de escritura de su propia autora. No en vano, las hojas de este libro se van acumulando en el interior de su historia conforme avanza las páginas el lector.

Carmen Martín Gaite, fotografía de 1958
Por último, reside en El cuarto de atrás el misterio, un misterio no resuelto y que deja la duda de su veracidad: ¿qué es realidad y qué es ficción? Como le proponía su entrevistador en la novela, no debería ser tan clara y evidente como fue en su primera novela para revelar que lo que sucedió fue una ensoñación. Por eso, en esta ocasión, todo lo sucedido queda velado para interpretación del lector, pues aunque la autora despierte por la llegada de su hija (momento que le permite mostrar el desarrollo del papel de la mujer con el paso del tiempo), si lo que ha vivido ha sido un sueño, este ha interactuado con su realidad. Como sucedía con el final de Origen (Christopher Nolan, 2010), permanece la duda y eso deja la puerta abierta a la fantasía, sobre la que también reflexionará la autora. Al final del cuarto capítulo y durante todo el capítulo quinto se ofrece una situación anormal en el conjunto de la novela: una conversación telefónica entre Carmen y Carola. Carola considera que Carmen es la amante de su novio, Alejandro, que es el entrevistador que la espera en el salón. Pero conforme avanza la conversación, todo se enreda en un juego de identidades, en unas cartas escritas por una tal C. y en una trama romántica que no llega a resolverse. Sin duda, el inserto más peculiar de la obra, más cercano a la novela de folletín o a la telenovela que al resto del estilo; tanto es así que incluso la protagonista se irrita por su cierre, un cliffhanger típico del género. A su vez, sirve para dar paso a otros recuerdos de la autora y para revivir el estilo de las novelas rosas de su juventud a las que había referenciado.

En definitiva, una novela poliédrica y compleja, que no tiene trama concreta, que es híbrida en las formas que adopta, incluyendo el ensayo, que parece adentrarnos en el pasillo de la mente de su autora, para dar vueltas en torno a sus recuerdos, pensamientos, reflexiones e, incluso, juegos mentales y creativos. De esas obras que cuanto más tiras del hilo y descubres sus costuras, entiendes mejor su maestría.

Escrito por Luis J. del Castillo



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