Animando desde Oriente (XXV): Ghost in the Shell, de Mamoru Oshii

18 agosto, 2023

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La exploración de lo que somos y de nuestros límites es una constante búsqueda a lo largo de las historias que nos llegan, sin importar su envoltorio. Igual que Akira (Katsuhiro Otomo, 1988), Ghost in the Shell (1995) es una película anime que, a través de la estética ciberpunk y de un mundo degradado y sucio a pesar del avance tecnológico, nos inserta en un debate sobre los límites de la existencia a través de las dudas de aquello que nos compone.

Dirigida por Mamoru Oshii, con guion de Kazunori Itô, adapta parcialmente capítulos del manga homónimo de Masamune Shirow, aportándole al material original algunas características propias de su director y un tono más meditativo. La película se plantea como un thriller futurista, en el que un misterioso hacker, el Titiritero (o Marionetista, Puppet Master),  parece interferir entre los movimientos políticos secretos entre dos naciones, Japón y la nueva República de Gaval (o Gavel), dentro de una guerra de intereses soterrada. La sección 9, dedicada a la Seguridad Nacional de Japón, que está compuesta en su mayoría por personas mejoradas tecnológicamente, tratará de evitarlo.

En efecto, política y acción se dan la mano para envolver el debate que protagoniza Motoko Kusanagi, la líder de asalto del Sector 9. El contexto nos sitúa ante una primera potencia mundial, Japón, tratando de solucionar conflictos internos y externos en un juego de poder y espionaje. Por una parte, deben solucionar su relación con la república mencionada, con la que tienen un conflicto por haber recibido en su país al antiguo líder de la junta dictatorial que les regía, el coronel Dalish. Por tanto, deben decidir si lo deportan o si le proporcionan asilo, provocando un conflicto con los nuevos dirigentes supuestamente democráticos de esta nación. De ello se encarga formalmente la Sección 6, encargada de los asuntos exteriores, apoyada por el espionaje y la acción oculta de la Sección 9, que ejerce en la sombra y en los límites de la legalidad. Por otra parte, entra en juego un hacker con intenciones ocultas, que parece intentar espiar a los funcionarios japoneses, en concreto, al Ministro de Exteriores, para estar al tanto de los movimientos en las negociaciones con Gaval. Será la Sección 9 quien se encargue de investigar y localizar a este pirata informático.


No obstante, conforme avance la trama, el foco de interés se centrará en el Tirititero, pasando el escenario político a un segundo término. Además, a cada paso que dan en su captura, el tema de la identidad humana comenzará a cobrar mayor protagonismo. En gran medida, se debatirá sobre la consistencia de la memoria, viendo lo manipulable que es en una época en la que se pueden introducir recuerdos falsos o manipular la identidad de una persona al introducirnos en su mente. También sobre los componentes del ser humano, que en esta historia ya son en gran medida máquinas de cuerpo (shell) y tan solo espíritus (ghost) en su interior. Así, Kusanagi le comenta a su compañero Togusa, que tan solo él y el jefe de la Sección 9, Aramaki, son prácticamente humanos frente a Batou o la propia Kusanagi, cuyos cuerpos han sido diseñados en una fábrica y solo conservan su mente. Es más, será su compañero Batou quien le recuerde que, si deciden abandonar la Sección 9, tendrán que devolver sus cuerpos, lo que les dejaría sin nada. 

Cuando uno de estos cuerpos mecánicos se convierte en el elemento más importante de la investigación, será cuando la protagonista se vea reflejada y dude aún más sobre su propia naturaleza: ¿Qué la diferencia de ese cuerpo artificial que ha sido poseído por una inteligencia artificial? Las fronteras y los límites de la esencia de la humanidad quedan diluidas en un mundo tecnificado que se siente frío y ajeno. No es casualidad que sea en el mar, un entorno natural y origen de la vida, donde nuestra protagonista se sumerja para encontrar cierta esperanza.


En este sentido, Kusanagi optará por seguir una vía personal y cada vez más obsesiva: dialogar con el Titiritero para comprender(se). Así, el personaje se alejará de las tensiones cada vez más crecientes entre las secciones 6 y 9 (sobre su conclusión, se nos hará partícipes en una conversación posterior, mostrando que tan solo era un telón de fondo para la trama principal) para tomar una decisión final que podría acabar con su autodestrucción, tan solo apoyada por su compañero Batou. Y así se da una conversación final en la que se debate sobre nuestra naturaleza y sobre el significado de la vida como seres orgánicos. Es evidente el paralelismo con Blade Runner (Ridley Scott, 1982), donde se observaba cómo seres artificiales, los replicantes, podían sentirse más vivos que los seres naturales. En esta misma diatriba sigue haciendo hincapié Ghost in the Shell, con la diferencia de que hay una mayor cercanía entre protagonista y antagonista, hasta el punto de que la búsqueda de respuestas que realiza Kusanagi solo le lleva a encontrar nuevas preguntas.

Cuando hoy la inteligencia artificial comienza a ser parte de nuestras vidas, Ghost in the Shell, junto a otras películas del género, suelen volver a la memoria. En su caso particular, se abordan los límites de la identidad y de qué somos realmente. El ansia de una inteligencia artificial que ha tomado conciencia de sí mismo y que quiere experimentar todo lo que supone estar vivo más allá de sus límites digitales. A su vez, una ciborg que alberga cada vez más dudas sobre su existencia. Así, a lo largo de la película, se nos ofrecen momentos que llegan a ser inquietantes: Kusanagi observando a otra Kusagani, ¿otro modelo? ¿Cuál es la auténtica? La voz que habla repentinamente en medio de su conversación con Batou. La sensación de estar siendo vigilados de forma constante y la inseguridad que se transmite de manera continua. La construcción de los recuerdos de otro humano alterando su autopercepción y su identidad. Efectivamente, el thriller finaliza, pero las dudas permanecen en el aire mientras un nuevo ser, en los límites de lo conocido, observa el horizonte. Y esa reverberación que provoca Ghost in the Shell es lo que la eleva por encima de otras películas.


En ello colabora una gran ambientación, un tono pausado, una importante intertextualidad con referencias filosóficas y culturales que no impiden que la película se perciba como original, una música envolvente y que aúna la mezcla entre lo humano y lo mecánico (el uso de una voz distorsionada, pero que remite a cantos tradicionales), sin exageraciones, y una animación muy cuidada y expresiva, que incluso en ocasiones llega a ser inquietante (en algunas expresiones de los ciborgs), y sobre todo, en el detalle de la protagonista. Evidentemente, como otras películas de su estilo, omite gran parte del contexto (por considerarlo seguramente innecesario), lo que provoca que aumente la sensación de complejidad. Tuvo una remasterización por parte del mismo director en 2008 con el título Ghost in the Shell 2.0, añadiendo animación 3D mediante CGI.

Escrito por Luis J. del Castillo



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