Jojo Rabbit, de Taika Waititi

06 diciembre, 2020

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La perspectiva que nos ofrece el paso del tiempo nos permite acercarnos a hechos históricos con cierta indiferencia. Nos referimos a las guerras de nuestro pasado más lejano carentes de sentimiento alguno. Sin embargo, cuanto más cercano y cuánto más nos siga afectando aún hoy, más nos conmueve y nos lleva a la solemnidad. Y, por tanto, más nos lleva a crear polémica cuando es retratado con un tono que rompe esa especie de respeto histórico.


Es lógico que Charles Chaplin (1889-1977) se arrepintiera de su película El gran dictador (1940) cuando fue consciente del exterminio perpetrado por el nazismo, aunque hoy veamos la obra entendiéndola como lo que fue, un canto a la libertad y a la esperanza, y como lo que hoy aún reforzamos más, una burla a los dictadores y a los regímenes totalitarios. Chaplin no era consciente de la repercusión real del nazismo y de lo que provocaría, pero posteriormente obras como La vida es bella (Roberto Benigni, 1997) han dado a pie a ríos de tinta para criticar esa visión edulcorada de la realidad. Las heridas y la brutalidad de las acciones de la Segunda Guerra Mundial siguen latentes, cambiaron nuestra sociedad y el mundo, y siguen conmoviendo a la humanidad hasta el punto de impedir a ciertos sectores acercarse de forma irónica y burlesca a aquella época. Por esas razones, habrá quien no quiera acercarse a la propuesta satírica y cómica de Jojo's Rabbit (2019).


Aunque se basó en la novela El cielo enjaulado (Christine Leunens, 2004), Taika Waititi, que ejerce como director y guionista, proyecta una historia distinta y se desvía para crear una comedia negra. Pero no una comedia desmedida. Incluso podemos considerar que en su intención se queda corta, sin llegar a ser irreverente o demasiado provocativa. Al contrario, pese a lo que aparentaba, con una interpretación paródica e imaginaria de Adolf Hitler (1889-1945), la realidad es que la película aborda tonos bien distintos, incluyendo momentos tiernos y trágicos.



La historia nos lleva a plena época de auge del nazismo y del final de la Segunda Guerra Mundial. Un niño de diez años, Johannes Batzler (Roman Griffin Davis), a quien llaman Jojo, está obsesionado con la figura de Adolf Hitler y es un fanático de las ideas nazis como si fuera una moda pop a la que seguir. En realidad, pronto descubriremos que no comprende nada de aquello que admira, sino que solo sigue la corriente de aquello que a su alrededor están en boga, sin cuestionarse nada. Tanto es así que su amigo imaginario es una versión grotesca de Hitler (Taika Waititi), imbuido de todas las exageraciones que Jojo ha escuchado en su corta vida así como de medias verdades y de una exuberante imaginación.


En un primer tramo de la historia, prácticamente un prólogo, veremos cómo Jojo disfruta de su estancia en el campamento para Juventudes Hitlerianas junto a su amigo Yorki (Archie Yates). Desde este primer momento quedan fijadas las principales característica del protagonista y, por tanto, de la historia: quiere ser popular, considera que seguir las directrices nazis le permitirá resaltar como a los adolescentes que se encargan de ellos, pero cuando llega el momento de demostrar su valía, lo único que acaba demostrando es su humanidad, siendo incapaz de matar a un conejo. Nos deja ver este hecho que, a la hora de la verdad, Jojo sería incapaz de llegar a superar ciertos límites.



Posteriormente, tras un incidente en el campamento, y de regreso a casa, en un segundo tramo, se iniciará la deconstrucción de sus pensamientos nazis y un enfrentamiento con la realidad. Descubrirá con sorpresa que su madre, Rosie (Scarlett Johansson), protege a una muchacha judía, Elsa Korr (Thomasin McKenzie), escondida en un hueco de la pared de la habitación de su difunta hermana. Para proteger a su madre, Jojo aceptará guardar el secreto a cambio de secretos sobre los judíos. La burbuja en la que vivía empieza a romperse y la guerra está a punto de llegar a casa.


A pesar de las apariencias, la imagen paródica de Hitler no cruza líneas más que ligeras y toda la historia se envuelven en un tono de cuento con algunos gags puntuales unidas a ciertas secuencias dramáticas. La parodia del campamento nazi se empieza a desdibujar cuanto más se acerque el final de la historia y lo más remarcable está bastante alejado de cualquier tipo de broma. Lo cierto es que Jojo Rabbit brilla más cuando nos narra sus partes más sensibles y trágicas. La relación de Jojo con su madre está bien dibujada. Por ejemplo, la forma en que deja que él aprenda sin obligarlo a salir de su mundo lleno de fantasías, mientras que, a su vez, ella misma se comporta en ocasiones puerilmente, para ocultar la verdad, como nos muestra en la conversación que mantienen mientras comen o en el ritual de atar los cordones a su hijo. 



A través de la mirada de Rosie es cómo valoramos más a Jojo como el niño que es frente a las ideas absurdas de los otros personajes adultos. Lo veremos más infantil aún cuando persiga a una mariposa en mitad de la ciudad, distraído y con una sonrisa entre boba y fascinada. Se juega en este momento con la música y el silencio, con un plano a la altura de Jojo y sin necesidad de ser explícito, sino sutil, con la ruptura de esa infancia y de las ínfulas nazis tenidas hasta el momento, con las que acabará por romper definitivamente más tarde. Incluso Waititi recurre a la pareidolia para simular cómo los edificios observan una escena en la que el niño está solo.


Mencionábamos antes que el resto de adultos resultan absurdos. En efecto, todos los nazis son retratados de forma paródica, ya sea como matones, violentos, alocados o irresponsables. A pesar de lo cual, Waititi permite dejar espacio a la redención. El mejor ejemplo es la pareja del capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) y Finkel (Alfie Allan), los oficiales al cargo de las Juventudes Hitlerianas. Ambos se encuentran denigrados y fuera de lugar dentro de un ejército que les ignora y que, advertimos incluso, los denigraría. Sin embargo, a la hora de la verdad, y cuando la derrota del nazismo es evidente, lucharán. O se sacrificarán por lo correcto. Al menos el capitán Klenzendorf ya había mostrado su redención al ayudar a Jojo en una mentira frente a la Gestapo. La fidelidad con sus convecinos y amigos es superior a la lealtad a un ejército que no deja de denigrarlo o repudiarlo.



Cuando echamos la vista atrás, no comprendemos cómo una sociedad como la alemana pudo permitir que sucedieran tales acontecimientos. En otras películas han tratado de (de)mostrarlo, como el experimento educativo de La Ola (Dennis Gansel, 2008), mientras que en otras obras han querido desempeñar una visión errónea: hubo quienes no estaban de acuerdo o simplemente quienes no lo supieron. Hubo quienes escondieron a judíos para salvarlos o quienes solo callaron por miedo. Así se nos ha contado en La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), La ladrona de libros (Brian Percival, 2013) o El niño con el pijama de rayas (John Boyne, 2007), entre muchas otras. 


En Jojo Rabbit encontramos una metáfora bastante práctica a través de la inocencia de un niño de diez años. Las promesas del nazismo y su deformación de la realidad, señalando a los judíos como culpables de los males de la sociedad, deslumbran y convencen a una sociedad que queda cegada por la versión oficial, igual que Jojo se convence y vive en un mundo propio. De ahí que su amigo imaginario no sea más que una versión deformada de Hitler, que ni siquiera mantiene coherencia con los datos que conocemos sobre el auténtico dictador, dado que solo es la visión sesgada y manipulada de un niño. O quizás de una sociedad alienada.



En definitiva, Jojo Rabbit es una sátira del nazismo que no llega a ser tan ácida como aparentaba, sino que es incluso tierna por ser también un retrato hecho desde la mirada infantil. Y, curiosamente, es una obra que funciona gracias a ese contraste entre el humor absurdo y la tragedia imprevista. Una visión crítica del fascismo en particular y de la guerra en general, dado que ni siquiera los aliados al llegar son retratados de manera favorable, sino brutal y despótica. Hay un toque de romanticismo muy pueril y todo está imbuido de unos tonos pastel contrastados y vividos gracias a la fotografía de Mihai Mălaimare Jr., similares a la estética habitual de Wes Anderson (1969-), por ejemplo en Moonrise Kingdom (2012), pero que en ocasiones se oscurece hacia los tonos azulados verdosos tan habituales. Destaca también una banda sonora elegante compuesta por Michael Giacchino, salpicada con canciones pop rock versionadas en alemán para la ocasión.


En el fondo, los personajes de Jojo Rabbit quieren encontrar la felicidad, la presente y la futura. Rosie disfruta de la vida junto a su hijo mientras se arriesga por darle un futuro a él y a Elsa. El capitán Klenzendorf antepone sus locuras a la rigidez del ejército. Yorki solo es un niño que juega a la guerra. Elsa disfruta torturando a Jojo, pero lo aleja de su propia tristeza. Y Jojo solo quiere encontrar su lugar en el mundo y ser fiel a unas ideas. Y al final, aunque esta es solo una pequeña historia alejada de las grandes hazañas, todos acaban siendo héroes.



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