No es ninguna novedad que el mundo de los cómics ha tenido en las últimas décadas su cénit en adaptaciones cinematográficas, sobre todo cuando nos referimos a los superhéroes. Advertimos que ha sido su cénit porque han alcanzado, sin duda, un nivel técnico asombroso y se han convertido en uno de los principales atractivos de la taquilla en los últimos años, sin ningún tipo de sonrojos, sin ningún tipo de limitación en cuanto al público objetivo y recuperando el espíritu de producción que estuvo detrás de la original Superman (Richard Donner, 1978), es decir, el de hacer una buena película que cuente bien una historia, aunque ahora con mejores medios técnicos, que no necesariamente humanos. Sin duda, ha surgido toda una nueva oleada de superhéroes que ha ido evolucionando desde principios de este siglo hasta la actualidad, en que podemos advertir que es el Universo Cinematográfico de Marvel el que más éxito ha obtenido entre el público, gracias a su combinación entre aventuras, épica, emotividad y humor.
Ahora bien, aunque podamos considerar que los superhéroes se han convertido en un subgénero por sí mismo, lo cierto es que en realidad estamos ante un tipo de personajes que nos permiten contar historias de muy diverso tipo, es decir, que se anclan a distintos subgéneros, aunque el más habitual sea el de aventuras y acción. No obstante, basta solo revisar la vastedad de cómics publicados con estos personajes para darse cuenta de la versatilidad que tienen para recibir historias de todo tipo, sobre todo cuando tenemos en cuenta que muchos de estos héroes son seres humanos que tienen que afrontar nuestros mismos problemas. Por ello, no nos debe extrañar que se haya dado esta salto a nivel cinematográfico. Incluso podemos considerar que, de facto, ya se había realizado antes, dado que si revisamos la considerable cantidad de adaptaciones que se han realizado sobre superhéroes, no todas caben dentro de una misma categoría. Por poner un simple ejemplo, Guardianes de la Galaxia (James Gunn, 2014) es una paródica aventura cercana al space opera frente al carácter más belicista y pseudohistórico de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017), al melancólico retrato del héroe que encontramos en Superman returns (Bryan Singer, 2006) o al thriller al que se acerca El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008), aunque todas puedan entrar dentro de esa categoría tan amplia que es aventuras o superhéroes. Dicho todo esto, vamos a centrarnos ahora en una obra que se ha aprovechado de estas circunstancias, es decir, el éxito de los superhéroes y la versatilidad de estas historias, para proponer una dirección algo distante al espíritu habitual: Joker (Todd Philips, 2019).
Podríamos debatir si la historia que encontramos en Joker entraría dentro de las historias de superhéroes, pero lo cierto es que han cogido a un personaje de los cómics de Batman y le han otorgado su propia historia, aunque se trate de un villano. Ya ha pasado también con Venom (Ruben Fleischer, 2018) y más recientemente con Harley Quinn en Aves de presa (Cathy Yan, 2020), marcando las distancias necesarias entre las tres obras. Es decir, adaptan a un personaje propio de los cómics y le otorgan una historia que explora la cuestión psicológica, con las enfermedades mentales, y la decadencia, el descenso a la locura, de su protagonista, como pudiéramos encontrar, de nuevo marcando las distancias necesarias, en Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), El club de la lucha (David Fincher, 1999), Alguien voló sobre el nido del cuco (Miloš Forman, 1975) o incluso El resplandor (Stanley Kubrick, 1980), en este último caso con ayuda paranormal.
No obstante, antes de adentrarnos a analizar la película, debemos comentar que uno de los principales problemas previos de esta obra ha sido el enfoque con el que el director y parte de sus trabajadores han tratado la cuestión de los superhéroes, menospreciando al resto de producciones en tanto que consideraban que ellos estaban planteando una película seria. Una postura equívoca que vuelve a poner sobre la mesa el manido debate del valor de los géneros cinematográficos y de la consideración de arte dentro del mundo del cine. Y que, por supuesto, ha causado un efecto tan perjudicial como, supongo, que esperado: la reacción airada de los aficionados a los superhéroes, el vilipendio crítico a la obra y el apoyo de otros sectores, incluyendo a la crítica experta, que han encontrado en Joker una película solvente, por encima de las últimas producciones que adaptaban a personajes de DC y con una propuesta más académica y casi tópica. Recordamos que se encuentra más pareja al tipo de película que hemos comentado al final de párrafo anterior. A pesar de ello, debemos obviar los comentarios ajenos, especialmente los que proceden de sus creadores en este caso, para tratar de valorarla independientemente de esa campaña de marketing o de esos comentarios que rodean a la película, pero que no forman parte intrínseca de la misma.
Joker nos presenta la historia de la gran némesis de Batman mucho antes de que existan ambos personajes como los conocemos habitualmente. Se trata de la génesis del villano tratada de una forma más realista, lejos de ácidos extraños como la versión de Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989). Darle un origen nuevo no es algo extraño, muchos personajes de estas sagas superheroicas han cambiado sus inicios en múltiples ocasiones. Como ya hemos visto, el propio Joker ha tenido varias versiones y orígenes en el cine, por lo que esta se suma como una más.
Nos plantea la historia de Arthur Fleck, un tipo que tiene una enfermedad mental indeterminada (podría ser esquizofrenia, aunque no se especifica en concreto) que le obliga a reír en cualquier situación y esporádicamente, con una vida gris y triste marcada por el fracaso, el abuso de otras personas, incluso por pandillas de escolares, la desgracia, el rechazo y la incomprensión de la sociedad. Pero, a su vez, vive en una sociedad muy gris, marcada por la corrupción, la insolidaridad, la criminalidad y, finalmente, la violencia, una violencia que va in crescendo a lo largo de la película por sus sucesos. Sin olvidar el abuso de poder de las clases más altas. Sin duda, la obra nos plantea un panorama cruento y complicado para los habitantes de la ciudad, que parecen reivindicar soluciones, pero recurriendo principalmente al enfrentamiento de masas, a la lucha armada, a la barricada. Nada en esta película deja lugar a la esperanza: todo es desconfianza, los payasos, símbolos frecuentes de la alegría, se ven reducidos a ser un retrato cruel del sistema laboral capitalista, siendo además bufones grotescos psicológicamente hablando. Incluso la asistencia psicológica que recibe Arthur está vacía, hay desinterés absoluto en esa relación que llega a ser incoherente en su desarrollo. Sin duda, la presión del entorno social y la creciente tensión de la ciudad sobre un protagonista inestable, con ansia de popularidad, pero que se siente ridiculizado y menospreciado, acompañado por una estrella maldita que no llega a comprender, es el detonante justo para que descienda a la locura.
No obstante, habrá una serie de desencadenantes que provocarán que toda esta vorágine se despliegue hasta desquiciar a Arthur. Podríamos dividirlo en tres apartados: el conflicto con su madre (Frances Conroy), el encuentro en el metro y su relación con una vecina. En primer lugar, Arthur tiene a su cargo a su madre con un delicado estado de salud y una obsesión insana por Thomas Wayne (Brett Cullen), un multimillonario que se presenta a las elecciones a alcalde de la ciudad para el que trabajó hace años y a quien solicita ayuda a través de múltiples cartas. En segundo lugar, el encuentro en el metro, punto inicial de uno de los principales conflictos de todo el nudo que dará lugar al efecto social, es la primera reacción de Arthur, el primer paso para conformarse como Joker. Curiosamente, todo surge con la posibilidad de haber sido heroico, pero culmina en una actitud sanguinaria y fría. En tercer lugar, hay tan solo esperanza en la relación que mantiene con una vecina desde su encuentro casual en el ascensor. Son las tres tramas que se entrecruzan en toda la película para ser resueltas en un desenlace estelar.
En un proceso lento, dado el ritmo que se le otorga a esta obra, Arthur irá desengranando todos los elementos que conforman su vida y, sobre todo, sus misterios, para intentar hallar una verdad que, cual Edipo, le destrozará y reafirmará en su decisión final. A fin de cuentas, las tres principales tramas son una búsqueda de identidad, una identidad que será revelada en ese tercio final que le otorga a la película el derecho a denominarse Joker. Precisamente, nos podría recordar a Tarantino, sobre todo a la reciente Érase una vez en... Hollywood (2019), todo sucedía con normalidad hasta el estallido final, de extremada violencia, como acaso en Joker todo evoluciona hasta el caos y la sangría del último tercio, con el culmen de la trama de la madre y la escena con los compañeros de trabajo como punto de partida para mostrar el descenso definitivo a los infiernos del protagonista. Un descenso que, por cierto, se subraya con la ya célebre y parodiada secuencia del baile en la escalera. Debemos reconocer que no se trata de una película sutil, todo lo contrario.
Podemos debatir, por otra parte, por cuál es el mensaje que pretende transmitir la obra. Si acaso nos alienta a la violencia y está convirtiendo al Joker en un antihéroe que se erige en modelo social, como podríamos apreciar en las últimas escenas, cuando por fin ve cumplidas sus ansias de protagonismo. No obstante, si leemos bien la imagen que nos transmite la obra, observaremos cómo la imagen del personaje está distorsionada: se convierte en un modelo a seguir por la misma sociedad que lo rechazaba, pero no porque lo pretendiera. Todo es fruto de una casualidad y son los ciudadanos quienes, interpretando la situación, lo erigen como un símbolo. Al final, es él quien decide encarnar ese símbolo, siguiendo el camino contrario al que recorrerá Bruce Wayne para convertirse en Batman. Debemos tener en cuenta que incluso la primera vez que vemos cómo Arthur responde con violencia, lo hará de manera sanguinaria y se sentirá satisfecho finalmente por ello; pero en ningún momento ha sido un acto reivindicativo ni heroico. Ese halo que se le otorga de revolucionario será posterior e impuesto por la prensa y los movimientos sociales.
En realidad, la película nos muestra cómo una sociedad ya marcada por la decadencia tan solo necesita una mecha para prender si no se solucionan realmente los problemas que la afectan. Ahora bien, no es una situación que provoque intencionada y directamente Arthur ni que se recomiende abiertamente por parte de la obra. Es más, la propia psicóloga que lo atiende lo anima a moverse para mantener el sistema que se está resquebrajando, pero lo hace siendo una persona que no cumple realmente con su labor, en un ejercicio de hipocresía que tiñe también al resto de personajes. Como el protagonista le espeta, ella realmente no le escucha, aunque, como se adivina, lo necesita para mantener su trabajo. Sin duda, los personajes que rodean a Arthur están deshumanizados. Incluso la presencia de un niño Bruce Wayne (Dante Pereira-Olson) es hierática por completo, otorgándonos la sensación de que en esta sociedad de Gotham solo existen los impasibles, los hipócritas, los violentos y los egoístas. Por lo que nuestro protagonista se convierte en la mezcla de todas esas características. Un ser despiadado, que logra serenar su espíritu turbulento para dar un espectáculo grotesco y un mensaje que nunca estuvo en su mente, pero del que se aprovecha.
Como si fuera una profecía autocumplida, Arthur se convierte en el Joker porque no había más remedio que ser lo que se esperaba que fuera. Y eso es un fracaso no meramente personal, sino que también lo es social, como aquellos reos de muerte a los que rendían homenaje los escritores románticos, como Espronceda (1808-1842). Aunque ello no puede restar valor al carácter y la decisión individuales: él es quien decide disparar llegado el momento. Y nunca podría ser considerado un modelo a seguir salvo en una sociedad ya enloquecida. Una sociedad de la que acaba por aprovecharse Arthur devolviendo todo el dolor que siente que le han causado: su pasado oculto, su falta de figura paternal o la burla mediática de su idolatrado Murray Franklin (Robert De Niro).
Joker logra ser un retrato a fuego lento, que llega a ser íntimo y grandilocuente a partes iguales. Aunque puede ser confusa en el punto de su mensaje, nos deja una versión válida del personaje de los cómics interpretado con gran solvencia por Joaquin Phoenix, que es lo que sostiene toda la obra. Él es el protagonista absoluto, dado que todas las tramas pendulan en torno a su personaje, y lo hace con gran entereza, siendo sin duda el mayor atractivo de la película. No obstante, no deja de ser una obra más sencilla y tópica de lo que aparenta o pretende ser, dado que recurre a símbolos evidentes y fáciles, a técnicas algo manidas, como la revisión en flashbacks a escenas anteriores, a sobreexplicaciones o algunas lagunas en el guion. Aunque no podemos negar que ha sido una propuesta diferente y más personal en el panorama de los superhéroes.
No obstante, antes de adentrarnos a analizar la película, debemos comentar que uno de los principales problemas previos de esta obra ha sido el enfoque con el que el director y parte de sus trabajadores han tratado la cuestión de los superhéroes, menospreciando al resto de producciones en tanto que consideraban que ellos estaban planteando una película seria. Una postura equívoca que vuelve a poner sobre la mesa el manido debate del valor de los géneros cinematográficos y de la consideración de arte dentro del mundo del cine. Y que, por supuesto, ha causado un efecto tan perjudicial como, supongo, que esperado: la reacción airada de los aficionados a los superhéroes, el vilipendio crítico a la obra y el apoyo de otros sectores, incluyendo a la crítica experta, que han encontrado en Joker una película solvente, por encima de las últimas producciones que adaptaban a personajes de DC y con una propuesta más académica y casi tópica. Recordamos que se encuentra más pareja al tipo de película que hemos comentado al final de párrafo anterior. A pesar de ello, debemos obviar los comentarios ajenos, especialmente los que proceden de sus creadores en este caso, para tratar de valorarla independientemente de esa campaña de marketing o de esos comentarios que rodean a la película, pero que no forman parte intrínseca de la misma.
Joker nos presenta la historia de la gran némesis de Batman mucho antes de que existan ambos personajes como los conocemos habitualmente. Se trata de la génesis del villano tratada de una forma más realista, lejos de ácidos extraños como la versión de Jack Nicholson en Batman (Tim Burton, 1989). Darle un origen nuevo no es algo extraño, muchos personajes de estas sagas superheroicas han cambiado sus inicios en múltiples ocasiones. Como ya hemos visto, el propio Joker ha tenido varias versiones y orígenes en el cine, por lo que esta se suma como una más.
Nos plantea la historia de Arthur Fleck, un tipo que tiene una enfermedad mental indeterminada (podría ser esquizofrenia, aunque no se especifica en concreto) que le obliga a reír en cualquier situación y esporádicamente, con una vida gris y triste marcada por el fracaso, el abuso de otras personas, incluso por pandillas de escolares, la desgracia, el rechazo y la incomprensión de la sociedad. Pero, a su vez, vive en una sociedad muy gris, marcada por la corrupción, la insolidaridad, la criminalidad y, finalmente, la violencia, una violencia que va in crescendo a lo largo de la película por sus sucesos. Sin olvidar el abuso de poder de las clases más altas. Sin duda, la obra nos plantea un panorama cruento y complicado para los habitantes de la ciudad, que parecen reivindicar soluciones, pero recurriendo principalmente al enfrentamiento de masas, a la lucha armada, a la barricada. Nada en esta película deja lugar a la esperanza: todo es desconfianza, los payasos, símbolos frecuentes de la alegría, se ven reducidos a ser un retrato cruel del sistema laboral capitalista, siendo además bufones grotescos psicológicamente hablando. Incluso la asistencia psicológica que recibe Arthur está vacía, hay desinterés absoluto en esa relación que llega a ser incoherente en su desarrollo. Sin duda, la presión del entorno social y la creciente tensión de la ciudad sobre un protagonista inestable, con ansia de popularidad, pero que se siente ridiculizado y menospreciado, acompañado por una estrella maldita que no llega a comprender, es el detonante justo para que descienda a la locura.
No obstante, habrá una serie de desencadenantes que provocarán que toda esta vorágine se despliegue hasta desquiciar a Arthur. Podríamos dividirlo en tres apartados: el conflicto con su madre (Frances Conroy), el encuentro en el metro y su relación con una vecina. En primer lugar, Arthur tiene a su cargo a su madre con un delicado estado de salud y una obsesión insana por Thomas Wayne (Brett Cullen), un multimillonario que se presenta a las elecciones a alcalde de la ciudad para el que trabajó hace años y a quien solicita ayuda a través de múltiples cartas. En segundo lugar, el encuentro en el metro, punto inicial de uno de los principales conflictos de todo el nudo que dará lugar al efecto social, es la primera reacción de Arthur, el primer paso para conformarse como Joker. Curiosamente, todo surge con la posibilidad de haber sido heroico, pero culmina en una actitud sanguinaria y fría. En tercer lugar, hay tan solo esperanza en la relación que mantiene con una vecina desde su encuentro casual en el ascensor. Son las tres tramas que se entrecruzan en toda la película para ser resueltas en un desenlace estelar.
En un proceso lento, dado el ritmo que se le otorga a esta obra, Arthur irá desengranando todos los elementos que conforman su vida y, sobre todo, sus misterios, para intentar hallar una verdad que, cual Edipo, le destrozará y reafirmará en su decisión final. A fin de cuentas, las tres principales tramas son una búsqueda de identidad, una identidad que será revelada en ese tercio final que le otorga a la película el derecho a denominarse Joker. Precisamente, nos podría recordar a Tarantino, sobre todo a la reciente Érase una vez en... Hollywood (2019), todo sucedía con normalidad hasta el estallido final, de extremada violencia, como acaso en Joker todo evoluciona hasta el caos y la sangría del último tercio, con el culmen de la trama de la madre y la escena con los compañeros de trabajo como punto de partida para mostrar el descenso definitivo a los infiernos del protagonista. Un descenso que, por cierto, se subraya con la ya célebre y parodiada secuencia del baile en la escalera. Debemos reconocer que no se trata de una película sutil, todo lo contrario.
Podemos debatir, por otra parte, por cuál es el mensaje que pretende transmitir la obra. Si acaso nos alienta a la violencia y está convirtiendo al Joker en un antihéroe que se erige en modelo social, como podríamos apreciar en las últimas escenas, cuando por fin ve cumplidas sus ansias de protagonismo. No obstante, si leemos bien la imagen que nos transmite la obra, observaremos cómo la imagen del personaje está distorsionada: se convierte en un modelo a seguir por la misma sociedad que lo rechazaba, pero no porque lo pretendiera. Todo es fruto de una casualidad y son los ciudadanos quienes, interpretando la situación, lo erigen como un símbolo. Al final, es él quien decide encarnar ese símbolo, siguiendo el camino contrario al que recorrerá Bruce Wayne para convertirse en Batman. Debemos tener en cuenta que incluso la primera vez que vemos cómo Arthur responde con violencia, lo hará de manera sanguinaria y se sentirá satisfecho finalmente por ello; pero en ningún momento ha sido un acto reivindicativo ni heroico. Ese halo que se le otorga de revolucionario será posterior e impuesto por la prensa y los movimientos sociales.
En realidad, la película nos muestra cómo una sociedad ya marcada por la decadencia tan solo necesita una mecha para prender si no se solucionan realmente los problemas que la afectan. Ahora bien, no es una situación que provoque intencionada y directamente Arthur ni que se recomiende abiertamente por parte de la obra. Es más, la propia psicóloga que lo atiende lo anima a moverse para mantener el sistema que se está resquebrajando, pero lo hace siendo una persona que no cumple realmente con su labor, en un ejercicio de hipocresía que tiñe también al resto de personajes. Como el protagonista le espeta, ella realmente no le escucha, aunque, como se adivina, lo necesita para mantener su trabajo. Sin duda, los personajes que rodean a Arthur están deshumanizados. Incluso la presencia de un niño Bruce Wayne (Dante Pereira-Olson) es hierática por completo, otorgándonos la sensación de que en esta sociedad de Gotham solo existen los impasibles, los hipócritas, los violentos y los egoístas. Por lo que nuestro protagonista se convierte en la mezcla de todas esas características. Un ser despiadado, que logra serenar su espíritu turbulento para dar un espectáculo grotesco y un mensaje que nunca estuvo en su mente, pero del que se aprovecha.
Como si fuera una profecía autocumplida, Arthur se convierte en el Joker porque no había más remedio que ser lo que se esperaba que fuera. Y eso es un fracaso no meramente personal, sino que también lo es social, como aquellos reos de muerte a los que rendían homenaje los escritores románticos, como Espronceda (1808-1842). Aunque ello no puede restar valor al carácter y la decisión individuales: él es quien decide disparar llegado el momento. Y nunca podría ser considerado un modelo a seguir salvo en una sociedad ya enloquecida. Una sociedad de la que acaba por aprovecharse Arthur devolviendo todo el dolor que siente que le han causado: su pasado oculto, su falta de figura paternal o la burla mediática de su idolatrado Murray Franklin (Robert De Niro).
Joker logra ser un retrato a fuego lento, que llega a ser íntimo y grandilocuente a partes iguales. Aunque puede ser confusa en el punto de su mensaje, nos deja una versión válida del personaje de los cómics interpretado con gran solvencia por Joaquin Phoenix, que es lo que sostiene toda la obra. Él es el protagonista absoluto, dado que todas las tramas pendulan en torno a su personaje, y lo hace con gran entereza, siendo sin duda el mayor atractivo de la película. No obstante, no deja de ser una obra más sencilla y tópica de lo que aparenta o pretende ser, dado que recurre a símbolos evidentes y fáciles, a técnicas algo manidas, como la revisión en flashbacks a escenas anteriores, a sobreexplicaciones o algunas lagunas en el guion. Aunque no podemos negar que ha sido una propuesta diferente y más personal en el panorama de los superhéroes.
Escrito por Luis J. del Castillo
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