Imaginemos que nos hallamos en una tierra diferente a la nuestra, y que al echar la vista atrás somos conscientes de nuestros errores como nunca antes. El paso del tiempo y los momentos irrepetibles también afloran, por suerte, de una forma hermosa, evocando las Navidades pasadas en familia.
De este modo reflexiona el joven protagonista de La navidad del poeta (1955), tal cual la narró Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891), en el primero de los varios cuentos dedicados a tan señaladas fechas, y que, de forma cronológica, nos fueron ofrecidos en el bonito volumen Cuentos españoles de Navidad: de Bécquer a Galdós (Libros Clan, 1998).
En esta bienvenida selección, el siguiente relato nos lo proporciona José María Pereda (1833-1906) con La noche de Navidad (1860-4). Se trata del relato costumbrista, que con el subtítulo Escenas montañesas da cuenta de la Nochebuena en un pueblo de montaña, con el hijo que retorna a casa, pues estudia en un seminario. Acorde con el carácter realista de su obra, Pereda reproduce en el corpus narrativo el habla de estas gentes.
Nuestra siguiente narración es todo un clásico, del que nos hemos ocupado en alguna otra ocasión. Se trata del célebre Maese Pérez, el organista (1861), leyenda imperecedera de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870). Sintiéndose ya muy enfermo, maese Pérez acude a una de las iglesias de Sevilla para tocar en la Misa del Gallo. Sin embargo, fallece entre sus angelicales acordes. De ahí que, todas las Nochebuenas, se siga escuchando el órgano tal y como lo tocaba maese Pérez, con arrebatada y sobrenatural inspiración.
La Nochebuena del Periquín (1875) fue escrito por Isidoro Fernández Flórez (1840-1902), periodista, crítico de arte y humorista, firmante de muchas de sus obras con el seudónimo de Fernanflor.
Periquín es un niño de la calle que el día de Nochebuena es recogido por una condesa y llevado a su palacio, para ser finalmente devuelto a la rúa. Estamos ante una variante del siente un pobre a su mesa, retratado con maestría por Berlanga (1921-2010) en su Plácido (1961), y que consiste en aliviar las conciencias de tan desconsiderados benefactores. Típico relato con moraleja, tal vez se alarga en exceso haciendo acopio de multitud de descripciones, pero evidencia una mensurada crítica a (parte de) la sociedad en tiempos de Carlos IV (1748-1819) y, seguramente, de todos los tiempos. Pese al tono sombrío y cruel (algo maniqueo), posee un par de buenos apuntes humorísticos aislados, referidos a la moda del invasor francés y la figura del propio monarca.
Continuamos con el relato alegórico La mula y el buey (1876), del excelente Benito Pérez Galdós (1843-1920). Fábula al estilo clásico, donde se nos narra la muerte de una niña mientras anhelaba completar su rústico Nacimiento con las figuras de la mula y el buey. Camino del cielo, el niño-ángel que guía a los difuntos le explica que debe devolver las piezas materiales que ha tomado prestadas de un Belén que acaban de visitar. Algo a lo que, con todo el dolor del mundo, se aviene la niña. No obstante, su sacrificio (en realidad, su tránsito de un estado a otro: de lo terrenal a lo celestial), no quedará sin recompensa en ambos mundos.
Entrañable escena en casa del modesto doctor Prieto se nos ofrece en Noche de Reyes (1880). José Ortega Munilla (1856-1922), padre de José Ortega y Gasset (1883-1955), puntea su relato con excelentes metáforas. Su telón de fondo es disponer de una nueva ilusión, en este caso, entre la hija del médico y su primo, que ven nacer su amor, así como el paso consciente a la edad madura.
La Nochebuena en el mar (1887), del periodista y escritor Luis Bonafoux (1855-1918), nos ofrece otra inolvidable cena en un barco, tras una tormenta. A continuación, uno de los mejores cuentos nos lo ofrece el padre Luis Coloma (1851-1915), creador del conocido Ratoncito Pérez. En La almohadita del niño Jesús (1887), retrata dos Nochebuenas en la generosa casa de unos marqueses: la primera, divertida y conmovedora; la segunda, testigo de un milagro, en el que una destacada figura de la Navidad salva de la enfermedad al hijo pequeño de los marqueses, en agradecimiento por su bondad.
En el interesante El Premio Gordo (1887), Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928) nos habla de un joven que narra las desventuras que le ocasionó el haber ganado el Premio Gordo de la Lotería. Sin embargo, esto se revelará como una añagaza que no debo desvelar, pero que viene a confirmar aquello de que de ilusión también se vive (¡y que hay anhelos que más vale que no se conviertan en realidad!).
En plena contienda carlista, un joven combatiente viudo observa con asombro cómo en su refugio entra el cabecilla que asesinó a su esposa el día de la boda, junto a otros invitados. Razón más que suficiente para tomar cumplida venganza. Pese a todo, el soldado decidirá no matarlo para asegurarse un desagravio mucho más eficiente… Sucede en La Nochebuena del guerrillero (1892), del pintor, crítico de arte y escritor Jacinto Octavio Picón (1852-1923).
Seguidamente, los deseos y decepciones anuales en torno al tan traído y llevado (¡por algunos!) Premio Gordo de la Navidad, son el epicentro de una entrañable tienda de ultramarinos en El premio grueso (sic) (1894), de Eduardo del Palacio (1835-1900).
El diablo (real o en su vertiente alegórica, respondiendo a la naturaleza del mal) también puede ser un curioso protagonista navideño. Así nos lo muestra Leopoldo Alas Clarín (1852-1901) en La Nochebuena del diablo (1894). En ella, Lucifer lamenta año tras año el (re)nacimiento de Jesús, porque con él mueren, indefectiblemente, todos los hijos que ha ido engendrando (los pecados del mundo). Y siente envidia por la veneración y todas las obras que perpetúan al Niño (y al cristianismo), y que son elaboradas por los hombres de mejor fe.
La pesadumbre de un matrimonio de clase media al tener que matar el pavo que les ha sido regalado por una hermana, con objeto de elaborar una buena cena de Navidad, es el núcleo del notable El pavo de Navidad o la falta de costumbre (1895), del periodista y humorista Luis Taboada (1848-1906).
Después, asistimos a la informal pero sentida celebración que tiene lugar en el cuartucho de una prostituta, con la alegría de sus ocasionales acompañantes que, por desgracia, coincide con el fallecimiento de la madre. Es la Nochebuena (1897) del dramaturgo neorromántico, periodista y poeta Joaquín Dicenta (1862-1917).
Cuadro de Victor Figot |
Finalmente, un ya anciano don Juan rememora solo y a la luz de la lumbre sus tiempos pasados. Desea sentirse feliz una vez más antes de morir, y lo logra cuando la muerte se le aparece y él la toma por su antigua amada. Es una Boda eterna, también apostillada La Nochebuena de don Juan (1898), broche de oro por parte del novelista Eduardo Zamacois (1873-1971).
Escrito por Javier Comino Aguilera
Gracias por tu opinión. Yo soy es que soy de las que se meten bajo la manta desde ya y no quieren salir hasta el 7 de enero, así que no me animo con lecturas propias de NAvidad, porque no me atraen.
ResponderEliminarBesos.