¡A ponerse series! (XXXIII): A Very English Scandal, de Stephen Frears

12 diciembre, 2018

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Aferrarse al poder político es una característica de quienes creen que la democracia es cuando ganan ellos y no los demás (y si no, para eso están las manadas, para incitarlas a tomar las calles). Algo que puede trasladarse al resto de parcelas de la vida; máxime, cuando no se tiene otra ocupación laboral.

En esencia, y pese a las desdichadas circunstancias privadas que atenazan a los distintos protagonistas, este es el eje vertebrador de la miniserie A Very English Scandal (Un escándalo muy inglés, BBC, 2018), filmada por el veterano Stephen Frears (1941), que como otros tantos, ha hallado un noble refugio en el medio televisivo para poder proseguir con su carrera.

Caso real llevado al libro por el periodista y novelista inglés John Preston (1953), publicado en 2016, A Very English Scandal se centra en la figura del miembro del Parlamento británico Jeremy Thorpe (1929-2014) y en los avatares del que fuera su amante (que no su protegido), Norman Josiffe, más tarde apellidado Scott (1940). La acción abarca desde los inicios de los años sesenta hasta finales de la década de los setenta, y en ella, casi ningún cargo público se salva, allende las ideologías. No en balde, nos hallamos en un ámbito en el que los buenos sentimientos no son más que palabrería de cara a la galería (y podemos emplear cara en su triple acepción de faz, apreciada y costosa).

Si nos atenemos a los tres capítulos de la serie, la vida del parlamentario Jeremy Thorpe es una continua simulación (matrimonial, profesional…) para mantenerse en el poder. Al punto de querer presentarse a las elecciones de 1979, previas a su juicio por conspiración de asesinato, en su afán por convertirse en otro de esos políticos empeñados en tutelar al votante más que en representarlo. El único que trata de decir la verdad es el alma cándida de Norman Scott (Ben Whishaw), aunque esto no conlleva que encuentre la estabilidad. Basta contemplar la actitud partidista del juez Joseph Cantley (1910-1993; interpretado por el recuperado Paul Freeman), de esos que anteponen sin cortapisas su ideología al cumplimiento de la ley. En general, poniendo de manifiesto lo sencillo que resulta influir sobre la opinión pública, cuando para un sector de la sociedad (de amplio espectro ideológico) ser gay era algo equiparable a un fenómeno de feria (o de psiquiatra).

Pragmático a su modo, Thorpe lo concreta al señalar que no sabemos a dónde nos llevará la marea (episodio II). Circunstancia que, en su caso, se cumple, al haber pretendido y después abandonado a Norman Scott. Por su parte, su colega y confidente (más que amigo), Peter Bessell (Alex Jennings), tras formar parte de este caldo de cultivo, acabará por marcharse (huir) a Norteamérica, aseverando que dejo demasiado daño detrás (II).

Tanto por sus circunstancias personales y ocupación como por su propia personalidad, es la de Jeremy Thorpe una escapada hacia adelante, una situación de la que no parece querer descabalgar.


Muy diferente es la perspectiva que tiene Norman de sí mismo, aunque esta varía. De considerar que la gente parece acusarme allá donde voy (I), pasará a reconocer que algunas personas sí se han portado bien con él (III). La desorientación laboral y de identidad son una misma cosa en este personaje; esto es, van de la mano y padecen al mismo tiempo. Aun así, este descubrimiento de la propia naturaleza acaba por definirse con el transcurrir de la década de los setenta. De mantener esporádicas y confusas relaciones con mujeres (con bastante pesar para alguna de ellas), Norman acaba por asumir su condición y no siente el menor complejo por ello. Todo lo contrario que Jeremy, del que comenta su secretario, David Holmes (Paul Hilton), que creo que le gusta el riesgo que conlleva (II). Pese a esta clara diferenciación, es interesante constatar las similitudes (que supongo reales) de estas vidas paralelas.

De hecho, las concomitancias son acuciantes. Muertes accidentales de las respectivas y sufridas cónyuges, o descendencia en forma de hijos, advierten acerca de cómo dos vidas se pueden cruzar y entrelazarse, incluso cuando no se permanece físicamente ligado, cortocircuitándose la una a la otra. Por lo que A Very English Scandal se convierte en la historia de la obsesión (in)disimulada de Jeremy por el muchacho; un empeño tanto para poseerlo como para eliminarlo, con objeto de salvaguardar su honor. No en vano, por mucho que una sociedad presione, no hay peor corrección política que la autoimpuesta.

En el caso de Jeremy Thorpe, esto será para mantener una imagen “pulcra” como miembro del Parlamento, sin perder de vista a sus electores (a la sociedad del momento, en definitiva). En el del desvalido Norman para, al menos, procurarse compañía (del tipo que sea). Un auxilio psicológicamente necesario. Por suerte, Norman hallará consuelo y refugio en la hospitalidad de la señora Edna Friendship (Michele Dotrice), la dueña de un pub, y en el amor que siente por los animales.


Como muchos sabemos, cada homosexual ha de sufrir su propio calvario en función del país y las circunstancias que le tocan en suerte o desgracia. Algo que sigue sucediendo, incluso en territorios donde los lobbies no se atreven a mirar. Respecto a Scott, no cree que fuera el mero prostituto de Thorpe. En el juicio, años más tarde, Norman comenta que Jeremy le hizo el amor, en lugar de emplear otras palabras más rotundas y amargas. A su modo, o en su inocencia, continúa enamorado. Lo que Norman ha venido reivindicando con el transcurrir del tiempo es la adquisición de su tarjeta de la Seguridad Social para poder trabajar. Algo que Thorpe no le ha concedido para evitar una vinculación oficial con él. Inhumano y craso error, ya que extraoficialmente existe una comprometedora correspondencia.

Stephen Frears sabe dosificar el suspense inherente al relato. También se toma la molestia de eludir los momentos más previsibles o estereotipados. Por ejemplo, la deriva de Norman Scott con las drogas, cuando se convierte en efímero modelo fotográfico (I), los vaivenes sentimentales de la “pareja” protagonista, abocada a la ruptura (I), los aburridos entresijos de la política (como las jornadas electorales o los envites del adversario de Jeremy, Emlyn Hooson [Jason Watkins], II) y otras escenas familiares. El fugaz reencuentro de Jeremy y Norman en un cruce de caminos, hacia 1974 (II), es otro momento adecuadamente expuesto por Frears. Como lo es el montaje en paralelo que, de forma concisa y certera, expone la ventura de ambos personajes; inclusive, el que contrapone la “victoria” final de Jeremy (del poder) al destino y soledad de Norman (que, no obstante, ha ganado su libertad: el poder auténtico).


La música de Murray Gold (1969) imprime cierto tono de comedieta (lo lamento, pero todas las partituras actuales me parecen cortadas por la misma tijera), con ciertos pasajes a lo Danny Elfman (1953), tal vez como acompañamiento musical a una representación que entiende la vida como una farsa. Pese a todo, no estamos tan lejos del ambiente malsano y barriobajero de Chicos sangrientos (Bloody Kids, 1979), del mismo director. A lo que se suma la interpretación de un Hugh Grant (1960) apresado por los tics, o que indirectamente parece querer emular la apostura del (genial) Leonard Rossiter (1926-1984) en Esto se hunde (Rising Damp, 1974-1978). Sin alcanzar la agria sagacidad de Sí, ministro (Yes, Minister, 1984-1987), A Very English Scandal es otro proceloso viaje a las profundidades de la política. Esas donde se desenvuelven los implicados en el (inepto) intento de asesinato de Norman, a cargo de Andrew Newton (Blake Harrison), versión chusca -permítaseme una analogía más- del James Mason (1909-1984) de Almas desnudas (The Reckless Moment, Max Ophüls, 1949).

Por otra parte, y como ya he señalado, la dirección del apreciable Stephen Frears, a través del guion escrito por Russell T. Davies (1963), depara buenos momentos. A los descritos, podemos agregar los que muestran a Jeremy sincerándose con su segunda esposa, la comprensiva y competente Marion (Monica Dolan), en el salón de su vivienda (III), el retrato del abogado defensor George Carman (Adrian Scarborough) (III), o la imagen de Peter Bessell ocultando una cartera con documentos en el techo de su despacho, antes de abandonarlo (II). Una imagen muy simbólica de lo que es la política.

Escrito por Javier Comino Aguilera

Próximamente: La clave está en Rebeca


2 comentarios :

  1. ¡NO conocía esta serie! Me encantaaaaa. ME encanta todo lo que has contado; me gustaría verla, desde luego.
    BEsos.

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