¡A ponerse series! (XXXIV): La clave está en Rebeca, de Ken Follet y David Hemmings

25 mayo, 2019

| | |
Antes de volver a ponerse de moda con la trilogía de Los pilares de la Tierra (The Pillars of the Earth, 1989-2017) en un desembarco editorial y televisivo, incluso posterior a la edición de la primera parte de la misma, el escritor británico Ken Follet (1949) ya era un autor conocido de bestsellers. Lo que ocurre es que la memoria es flaca, como enflaquecido es el deseo de leer e instruirse (no de adoctrinarse). Como consecuencia, sus libros ya fueron adaptados al ámbito televisivo, donde han parecido gozar de buena fortuna (también en los años setenta y ochenta se hacía buena televisión, aunque a algunos parezca fastidiarle).

En concreto, la novela La clave está en Rebeca (The Key to Rebecca, 1980; Bruguera 1981, Orbis, 1985) dio pie a una de estas series que, por suerte, comienzan y acaban, sin alargarse ad infinitum (The Key to Rebecca, Taft Entertainment, 1985). En suma, estamos ante la adaptación a un medio con sus propias características, lo que conlleva un guión reconcentrado, una planificación “corta”, los consabidos fundidos a negro para dar paso a los comerciales, y ciertas dosis de fogoso erotismo que le valieron al producto un sugestivo “rombo” en su pase por TVE, allá por 1986 (permítaseme el recuerdo). El teleplay fue abordado por el para mí desconocido Samuel Harris (-; ¿será un seudónimo del propio Follet?).

Ken Follet
El caso es que, tras la primera batalla de El-Alamein (1942), por la que se enfrentaron en la costa del mar Mediterráneo, al noroeste de El Cairo, dos colosos estrategas como el inglés Bernard Montgomery (1887-1976) y el alemán Erwin Rommel (1891-1944), quedó en tablas el dominio de Egipto y, consecuentemente, comprometido el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) en Europa.

En este marco se posiciona Ken Follet para recrear su ficción histórica. No en vano, el personaje del espía Alex Wolff (David Soul) es entendido como un émulo del informador y delator Johannes Eppler (1914-1999), nacido en Alejandría, Egipto. Wolff es de origen holandés-alemán y desea la expulsión de los británicos al precio que sea. Nos hallamos, por lo tanto, en plena contienda bélica e ideológica, en el escenario de África del Norte.

El personaje está bien trazado pese a lo escueto. Podríamos decir que le apreciamos dos padres. Un progenitor (dos si contamos al padrastro egipcio que se casó con su madre en segundas nupcias) y una patria (pese a sus diversos orígenes). En este sentido, Wolff pertenece a una tribu del desierto y está al servicio del Reich. Personaje interesante, por consiguiente, pues antepone su apasionada experiencia vital y cierto iluminismo a una reflexiva formación. Un cercenado criterio por el que el fin justifica sus medios.

Se añade un desfile de interesantes personajes secundarios, como el ladrón Abdullah (el siempre eficaz Anthony Quayle), el mercader de objetos robados Claude Regas (Mark Lewis) y el propio mariscal de campo Erwin Rommel (Robert Culp).


Frente a Wolff, tratando de desenmascararlo, se encuentra el mayor británico Van Dam (Cliff Robertson). Es viudo pero tiene un hijo, el joven William (Charlie Condou). En su estrategia, Wolff envía información valiosa a Rommel sobre los planes británicos en Egipto, por medio de una clave cifrada elaborada a partir del celebérrimo texto Rebeca (Rebecca, 1938), de Daphne du Maurier (1907-1989). Esto lo logra con la inestimable ayuda de la bailarina egipcia Sonia (Lina Raymond), que permite a Wolff sustraer la información del portafolio del mayor Smith (David Hemmings; y nótese la ironía de este apellido “hotelero”), mientras Sonia realiza con él el acto sexual. Tampoco el personaje de la bailarina es plano, sabemos que mantuvo una relación con Wolff y que aún es capaz de sacrificarse por el recuerdo de dicho amor (o atracción).

Por su parte, Van Dam también contará con una valiosa ayuda en la persona de Helen Fontana (Season Hubley), conocida como Sarah Askenazi en el entorno del mercado negro.

Prometedor es el momento en que Van Dam va colocando sobre un panel las notas que se refieren a un caso de asesinato, sin aparente conexión con el del informador. Ello, pese a la estúpida oposición del típico superior incompetente y envidioso. Pero el mayor tiene intuición y el asunto se va ensanchando hasta que el cerco a Wolff se estrecha. Entre tanto, el escurridizo espía pone en marcha los mecanismos atemporales de la seducción a través de Sonia, a la que chantajea emocionalmente. Van Dam hace lo propio, aún dentro de “la ley”, con Helen, a quien entrega al ávido Alex para conseguir información. Como podemos observar, es el deseo sexual lo que mueve el mundo, no solo en el casillero del espionaje. Por consiguiente, Helen entra a “trabajar” como dependienta de un estraperlista del que se abastece Wolff. Todo esto, mientras trata de desentrañarse la procedencia y envergadura de los mensajes cifrados. El código es el libro, como se averigua, con lo que ahora hace falta hallar la clave. Precisamente, bonito es el momento en que Van Dam se sincera con su hijo respecto a este extremo. Como lo es el posterior encuentro de Helen con Billy, por el que descubrimos que ambos personajes tienen un punto de partida en común: cierta orfandad y los relatos de detectives.


La clave está en Rebeca cuenta con la partitura de un compositor poco recordado pero interesante como J. A. C. -Jonathan Alfred Clawson- Redford (1953). Lo mismo puede decirse del director y también destacado actor David Hemmings (1941-2003), autor de un puñado de películas atractivas. Hemmings, que se reserva el incómodo -según se mire- papel del mayor Smith, confiere cierta solidez a la realización, aunque como producto “cinematográfico”, La clave está en Rebeca responde, como ya advertía, a los patrones estéticos y formales de un telefilm de la época (sin que esto suponga un menoscabo, al menos, para el que suscribe).

Anteriormente, también hacía referencia a la condensación de un guión que trata de sintetizar el contenido de una novela, en lo que entendemos que es una miniserie de pocos capítulos. Con esto quiero decir que, pasajes del original que transcurren en varias “secuencias”, se condensan en una sola. Esto resulta inevitable, salvo que se pretenda alargar la producción, y en el caso que nos ocupa no parece necesario. Los personajes y las situaciones quedan bien expuestas, por mucho que se pierdan tesituras y matices del original (para eso está el libro, para leerlo).

Esto no quiere decir que la adaptación resulte infiel. En la serie Sonia se declara abiertamente bisexual, como sucede en la novela, y así se explicita argumentalmente, cuando pide a Alex que le entregue a Helen. Con ello busca sustituir a su ex femenina. Tampoco se descarta la visualización de un trío (ménage à trois). En otro buen momento del guión, Alex Wolff declara que lo que le pide al mundo es poder, en tanto que Helen replica que lo que ella le pide es seguridad. Más que reducirse, todo deriva o se complementa en un entramado de fingimientos, (des)lealtades y relaciones íntimas, las más de las veces insatisfechas, o cuanto menos difíciles; diríamos que alegóricamente sofocantes y arduas. Hasta Van Dam le confiesa a Helen, respecto a su viudedad, que fingimos ser un matrimonio feliz (de cara al hijo).


Por tanto, intrigas, amores, desamores y amoríos entre el polvo del desierto, caviar y champán. Situaciones tan afiladas como el cuchillo con doble filo que maneja Alex Wolff, en una atmósfera que impregna el argumento de nuestra historia. Lo que incluye algún que otro recurso melodramático pero eficaz, como el empleo de un disfraz por parte de Van Dam camino de un oasis, o el mismo desenlace, con el personaje de Billy puesto en peligro. Junto a estos momentos, otros de estimulante inspiración, como la forma en que Helen señala el lugar donde va a ser llevada por Alex (con su propia sangre), o la originalísima pero coherente forma de sonsacar a Sonia toda la información que posee (trasquilándola). En otra derivada acertada, Helen conduce a Van Dam al mismo oasis donde estuvo con Alex, con el ánimo de sobreponer un recuerdo a otro, bastante menos grato. 

Escrito por Javier Comino Aguilera 

Próximamente: Chernóbyl


0 comentarios :

Publicar un comentario

¡Hola! Si te gusta el tema del que estamos hablando en esta entrada, ¡no dudes en comentar! Estamos abiertos a que compartas tu opinión con nosotros :)

Recuerda ser respetuoso y no realizar spam. Lee nuestras políticas para más información.

Lo más visto esta semana

Aviso Legal

Licencia Creative Commons

Baúl de Castillo por Baúl del Castillo se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

Nuestros contenidos son, a excepción de las citas, propiedad de los autores que colaboran en este blog. De esta forma, tanto los textos como el diseño alterado de la plantilla original y las secciones originales creadas por nuestros colaboradores son también propiedad de esta entidad bajo una licencia Creative Commons BY-NC-ND, salvo que en el artículo en cuestión se mencione lo contrario. Así pues, cualquiera de nuestros textos puede ser reproducido en otros medios siempre y cuando cuente con nuestra autorización y se cite a la fuente original (este blog) así como al autor correspondiente, y que su uso no sea comercial.

Dispuesta nuestra licencia de esta forma, recordamos que cualquier vulneración de estas reglas supondrá una infracción en nuestra propiedad intelectual y nos facultará para poder realizar acciones legales.

Por otra parte, nuestras imágenes son, en su mayoría, extraídas de Google y otras plataformas de distribución de imágenes. Entendemos que algunas de ellas puedan estar sujetas a derechos de autor, por lo que rogamos que se pongan en contacto con nosotros en caso de que fuera necesario retirarla. De la misma forma, siempre que sea posible encontrar el nombre del autor original de la imagen, será mencionado como nota a pie de fotografía. En otros casos, se señalará que las fotos pertenecen a nuestro equipo y su uso queda acogido a la licencia anteriormente mencionada.

Safe Creative #1210020061717